Amparo Lerín Cruz/Leopoldo Cervantes-Ortiz
1. Feminicidio o muerte social, un destino inaceptable para las mujeres
El feminicidio, es decir, la exterminación sistemática de las mujeres, y la muerte social o la condena a la invisibilidad por motivos étnicos, morales o religiosos, son destinos inaceptables según las Sagradas Escrituras. Una definición sociológica y antropológica afirma que el feminicidio es “el asesinato de mujeres por el solo hecho de ser mujeres” y que “se refiere a ese conjunto de brutales asesinatos de mujeres, donde los cuerpos se utilizan para dejar mensajes —como plantea por ejemplo Rita Laura Segato— y que suelen quedar impunes”. Por su parte, Marcela Lagarde explica:
[…] el feminicidio se conforma en una violencia social contra las mujeres; en la sociedad se acepta que haya violencia contra las mujeres, la sociedad ignora, silencia, invisibiliza, desvaloriza, le quita importancia a la violencia contra las mujeres y a veces las comunidades (familia, barrios, cualquier forma de organización social) minimizan la violencia y tienen mecanismos violentos de relación y trato con las mujeres. La sociedad está organizada de tal manera que la violencia forma parte de las relaciones de parentesco, de las relaciones laborales, de las relaciones educativas, de las relaciones en general de la sociedad. La cultura refuerza de una y mil maneras esta violencia como algo natural, hay un refuerzo permanente de imágenes, enfoques, explicaciones que legitiman la violencia, estamos ante una violencia ilegal pero legítima, esta es una de las claves del feminicidio […]
En la Biblia, Jueces 19 es un ejemplo mayúsculo de feminicidio tolerado y alentado por una sociedad violenta y misógina, y Marcos 5 es una historia de superación de la “muerte social”, por parte del de Jesús de Nazaret, quien de manera pasiva es exigido en su carácter de curandero y, a la vez, representante máximo del Reino de Dios en el mundo. Hoy, cuando 42% de la mujeres en México ha experimentado alguna forma de violencia, y cuando tenemos nuestros episodios similares al de la época de los Jueces en Chihuahua, Guerrero, Estado de México, Sonora y la capital del país, es urgente denunciar, a partir de las Escrituras, este pecado social y responder al llamado para el arrepentimiento.
2. La mujer enferma de flujo y su reintegración social
La Hemorroísa, así con mayúsculas, es uno de los personajes más notables de los Evangelios por la forma silenciosa y marginal con que interpela a Jesús. Su historia, contada por Marcos y Lucas, es un resumen crítico de la actuación de Jesús en medio de problemáticas humanas que no siempre eran abiertamente expuestas. No fue casualidad que este relato llamase la atención de los iniciadores del llamado arte paleocristiano, donde esta mujer anónima (igual que la concubina del levita) aparece recurriendo a la última posibilidad de curación que tenía y le plantea un conflicto ritual y de género a Jesús (de manera similar al de la mujer sirofenisa). Desde España, Elisa Estévez ha estudiado minuciosamente esta narración y advierte que, para la cultura de la época de Jesús:
Los cuerpos de las mujeres son incontrolables, y traspasan los límites familiares, sociales. En cambio los cuerpos masculinos están dotados de un eidos perfecto, racional, por lo tanto se puede controlar. Las mujeres alcanzan una limitada integración a la estructura social por el carácter reproductivo (procreación) controlado por los hombres y el dominio ejercido sobre ellas en el matrimonio. Las mujeres ligadas a los ámbito del hogar, sus males físicos, se vinculan de un modo a otro en su útero, a diferencia de los hombres dotados de racionalidad, capacidad de autocontrol y su pertenencia al mundo público, hacen diversas sus enfermedades.
En otras palabras, nadie se hacía responsable por curar a las mujeres condenadas a la invisibilización. La sangre menstrual era impura y la ley ordenaba a las mujeres quedarse en su casa y guardar cuarentena. Esta mujer no lo hace y se atreve a mezclarse con la gente y a tocar a un hombre en público (Mr 5.27; Lc 8.44), con el riesgo de propagar su impureza. Había padecido durante 12 años la afrenta social de la presencia de la sangre y su sufrimento era extremo (Mr 5.26) y aun cuando era de una clase social alta (por el enorme gasto en médicos: Mr 5.26, Lc 8.43), no podía cumplir su papel social, el de ser madre (como dicen en Guanajuato: “la que no puede tener hijos, que se la den al perro”), y tampoco tenía un hombre que la representase. “El espacio de la corporalidad femenina se construye exclusivamente en función de sus órganos reproductores. Sus cuerpos son tratados de acuerdo con su lugar jurídico, religioso y político. Para la sociedad judía la superabundancia de flujo de sangre era preocupante; considerado como una amenaza, a la procreación, que ponía en peligro la división asimétrica de tareas y funciones sociales entre los géneros”.
Jesús, como otros curanderos, debía tener un ser más grande que se extendía hacia su sombra y sus vestidos. La mujer “sólo aspiraba a tocar el manto (5.28) por ser una prolongación de la identidad de Jesús. Lo tocó, se sanó y confesó públicamente su atrevimiento […] (5.33) Aquí tenemos violación tras violación de la ley: una mujer en público, sin un intercesor hombre, con su sangría, tocando a un extraño [importancia de la corporalidad: un cuerpo sanando a otro cuerpo] y para colmo, dirigiéndole la palabra”. La interacción terapeútica, no buscada por Jesús, plantea una relación impensada entre la fe, la enfermedad y la salud, pues a contracorriente de algunas tendencias actuales con hondas raíces ancestrales, Jesús no sana en el templo y hace más: no invita a la mujer a unirse a su grupo, pues su intención era reintegrarla a la sociedad como una persona digna y con derechos. Al escogerlo como agente de salud, se rompe también su obligación de ser curada solamente para ser madre: lo más uregente era devolverle su dignidad.
“Hija, tu fe te ha salvado” (Mr 5.34, Lc 8.48) es una frase que la destaca entre la multitud, la saca de la invisibilización y la coloca como modelo de mujer con iniciativa, además de confirmar “su sanidad total, de cuerpo y alma, del trastorno físico y de la afrenta social”. Como resume Violeta Rocha: “…el .equilibrio. requerido por la sociedad ha sido restaurado. Aunque este “reintegro” […]es posible en el marco de los roles de género establecidos en el campo doméstico, y bajo la tutela masculina, esta mujer se ha incorporado a los seguidores de Jesús (de clienta a hija), se le ha reconocido su capacidad de pensar, decidir y obrar autónomamente”.
Fuente: ALCNOTICIAS
1. Feminicidio o muerte social, un destino inaceptable para las mujeres
El feminicidio, es decir, la exterminación sistemática de las mujeres, y la muerte social o la condena a la invisibilidad por motivos étnicos, morales o religiosos, son destinos inaceptables según las Sagradas Escrituras. Una definición sociológica y antropológica afirma que el feminicidio es “el asesinato de mujeres por el solo hecho de ser mujeres” y que “se refiere a ese conjunto de brutales asesinatos de mujeres, donde los cuerpos se utilizan para dejar mensajes —como plantea por ejemplo Rita Laura Segato— y que suelen quedar impunes”. Por su parte, Marcela Lagarde explica:
[…] el feminicidio se conforma en una violencia social contra las mujeres; en la sociedad se acepta que haya violencia contra las mujeres, la sociedad ignora, silencia, invisibiliza, desvaloriza, le quita importancia a la violencia contra las mujeres y a veces las comunidades (familia, barrios, cualquier forma de organización social) minimizan la violencia y tienen mecanismos violentos de relación y trato con las mujeres. La sociedad está organizada de tal manera que la violencia forma parte de las relaciones de parentesco, de las relaciones laborales, de las relaciones educativas, de las relaciones en general de la sociedad. La cultura refuerza de una y mil maneras esta violencia como algo natural, hay un refuerzo permanente de imágenes, enfoques, explicaciones que legitiman la violencia, estamos ante una violencia ilegal pero legítima, esta es una de las claves del feminicidio […]
En la Biblia, Jueces 19 es un ejemplo mayúsculo de feminicidio tolerado y alentado por una sociedad violenta y misógina, y Marcos 5 es una historia de superación de la “muerte social”, por parte del de Jesús de Nazaret, quien de manera pasiva es exigido en su carácter de curandero y, a la vez, representante máximo del Reino de Dios en el mundo. Hoy, cuando 42% de la mujeres en México ha experimentado alguna forma de violencia, y cuando tenemos nuestros episodios similares al de la época de los Jueces en Chihuahua, Guerrero, Estado de México, Sonora y la capital del país, es urgente denunciar, a partir de las Escrituras, este pecado social y responder al llamado para el arrepentimiento.
2. La mujer enferma de flujo y su reintegración social
La Hemorroísa, así con mayúsculas, es uno de los personajes más notables de los Evangelios por la forma silenciosa y marginal con que interpela a Jesús. Su historia, contada por Marcos y Lucas, es un resumen crítico de la actuación de Jesús en medio de problemáticas humanas que no siempre eran abiertamente expuestas. No fue casualidad que este relato llamase la atención de los iniciadores del llamado arte paleocristiano, donde esta mujer anónima (igual que la concubina del levita) aparece recurriendo a la última posibilidad de curación que tenía y le plantea un conflicto ritual y de género a Jesús (de manera similar al de la mujer sirofenisa). Desde España, Elisa Estévez ha estudiado minuciosamente esta narración y advierte que, para la cultura de la época de Jesús:
Los cuerpos de las mujeres son incontrolables, y traspasan los límites familiares, sociales. En cambio los cuerpos masculinos están dotados de un eidos perfecto, racional, por lo tanto se puede controlar. Las mujeres alcanzan una limitada integración a la estructura social por el carácter reproductivo (procreación) controlado por los hombres y el dominio ejercido sobre ellas en el matrimonio. Las mujeres ligadas a los ámbito del hogar, sus males físicos, se vinculan de un modo a otro en su útero, a diferencia de los hombres dotados de racionalidad, capacidad de autocontrol y su pertenencia al mundo público, hacen diversas sus enfermedades.
En otras palabras, nadie se hacía responsable por curar a las mujeres condenadas a la invisibilización. La sangre menstrual era impura y la ley ordenaba a las mujeres quedarse en su casa y guardar cuarentena. Esta mujer no lo hace y se atreve a mezclarse con la gente y a tocar a un hombre en público (Mr 5.27; Lc 8.44), con el riesgo de propagar su impureza. Había padecido durante 12 años la afrenta social de la presencia de la sangre y su sufrimento era extremo (Mr 5.26) y aun cuando era de una clase social alta (por el enorme gasto en médicos: Mr 5.26, Lc 8.43), no podía cumplir su papel social, el de ser madre (como dicen en Guanajuato: “la que no puede tener hijos, que se la den al perro”), y tampoco tenía un hombre que la representase. “El espacio de la corporalidad femenina se construye exclusivamente en función de sus órganos reproductores. Sus cuerpos son tratados de acuerdo con su lugar jurídico, religioso y político. Para la sociedad judía la superabundancia de flujo de sangre era preocupante; considerado como una amenaza, a la procreación, que ponía en peligro la división asimétrica de tareas y funciones sociales entre los géneros”.
Jesús, como otros curanderos, debía tener un ser más grande que se extendía hacia su sombra y sus vestidos. La mujer “sólo aspiraba a tocar el manto (5.28) por ser una prolongación de la identidad de Jesús. Lo tocó, se sanó y confesó públicamente su atrevimiento […] (5.33) Aquí tenemos violación tras violación de la ley: una mujer en público, sin un intercesor hombre, con su sangría, tocando a un extraño [importancia de la corporalidad: un cuerpo sanando a otro cuerpo] y para colmo, dirigiéndole la palabra”. La interacción terapeútica, no buscada por Jesús, plantea una relación impensada entre la fe, la enfermedad y la salud, pues a contracorriente de algunas tendencias actuales con hondas raíces ancestrales, Jesús no sana en el templo y hace más: no invita a la mujer a unirse a su grupo, pues su intención era reintegrarla a la sociedad como una persona digna y con derechos. Al escogerlo como agente de salud, se rompe también su obligación de ser curada solamente para ser madre: lo más uregente era devolverle su dignidad.
“Hija, tu fe te ha salvado” (Mr 5.34, Lc 8.48) es una frase que la destaca entre la multitud, la saca de la invisibilización y la coloca como modelo de mujer con iniciativa, además de confirmar “su sanidad total, de cuerpo y alma, del trastorno físico y de la afrenta social”. Como resume Violeta Rocha: “…el .equilibrio. requerido por la sociedad ha sido restaurado. Aunque este “reintegro” […]es posible en el marco de los roles de género establecidos en el campo doméstico, y bajo la tutela masculina, esta mujer se ha incorporado a los seguidores de Jesús (de clienta a hija), se le ha reconocido su capacidad de pensar, decidir y obrar autónomamente”.
Fuente: ALCNOTICIAS
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