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lunes, 14 de junio de 2010

La iglesia y el abuso de menores: ¿silencio cómplice o defensa de los inocentes?

Por María Elena Mamarián, Argentina*

En las últimas semanas hemos sido conmovidos por las denuncias de abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes, por parte de sacerdotes católicos, más precisamente en Irlanda. El Vaticano se pronunció –para muchos débil y tendenciosamente- en este sentido, lo cual levantó más polvareda aún. Y, también, más confusión, indignación y desconcierto.
Sin embargo, el tema puesto en el tapete por los medios masivos de comunicación social en todo el mundo, nos da pie para reflexionar sobre algunos mitos que oscurecen la problemática en cuestión, que –cabe la aclaración- no es excepcional ni privativa del ámbito católico.
• El abuso sexual infantil no es un fenómeno nuevo de la realidad humana. Existió en todos los tiempos de la historia de la humanidad. No obstante, algo alentador de la época histórico-social que nos toca vivir es que existe una tendencia creciente hacia la denuncia de los abusos. Aunque nos cause espanto, el tema es expuesto con mayor asiduidad en diferentes medios: la prensa, la televisión, la escuela, la iglesia.
El abuso sexual infantil no reconoce barreras sociales, intelectuales ni religiosas. Lo encontramos en todos los ámbitos. De maneras más sutiles o groseras, más ocultas o más expuestas, tanto ricos como pobres, académicos como iletrados, religiosos como seculares, “cristianos” como no cristianos, casados, solteros, viudos o separados, pueden ser abusadores de niños, niñas y adolescentes.
El abuso sexual infantil tampoco es la conducta habitual y exclusiva de los homosexuales. Este mito ha proyectado, muchas veces, sospechas infundadas e injustas sobre los homosexuales, y ha propiciado el ocultamiento e impunidad de personas heterosexuales, padres de familia, con fachada de “respetabilidad”. Homosexuales y heterosexuales pueden ser, eventualmente, actores del abuso sexual infantil.
La mayor parte de los abusos contra menores se realizan dentro del entorno de los mismos (familia, escuela, iglesia, clubes, etc.). El 85% de los abusos sexuales contra niños, niñas y adolescentes, son cometidos por las personas –en su inmensa mayoría varones- más próximas a ellos (pares, padrastros, tíos, primos, pastores, sacerdotes, maestros, amigos de la familia, vecinos), dado que se perpetran sobre la base de la seducción, la confianza, la dependencia y el sometimiento del niño, sin necesitar de mayor violencia; por esta misma razón se perpetúan en el tiempo. Por otra parte, los abusos cometidos por personas fuera del entorno habitual de los menores, suelen configurarse como experiencias únicas y más violentas.
El abuso sexual infantil y adolescente deja, por lo general, daños a corto, mediano y largo plazo. Cabe aclarar que los menores no mienten ni inventan fantasías sobre el abuso. Tampoco es un juego para los chicos ni disfrutan con esta actividad impuesta por un adulto para su satisfacción egoísta y perversa. Por el contrario, es una experiencia penosa y secreta que provoca variedad de daños que se proyectan a la vida adulta (depresión, pérdida de la confianza, baja autoestima, angustia, culpa, vergüenza, confusión en la identidad sexual, soledad, desesperanza, etc.). Se lo ha llamado, y con razón, el “crimen secreto”.
El abuso sexual infantil es un problema de todos. Debemos dejar de considerarlo un tema privado para constituirlo como una problemática sobre la cual todos y todas debemos tomar conciencia, adoptar medidas conducentes a la prevención y sanción de los responsables. Jesús fue enfático en su juicio sobre aquellos que abusan de la indefensión de un niño o de una niña: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:1-6). Él espera que sus seguidores lo imitemos en este sentido.
La iglesia de Jesucristo particularmente debe adoptar una postura clara de condena frente a cualquier tipo de maltrato contra niños, niñas y adolescentes, o cualquier otra persona vulnerable o indefensa en algún sentido, especialmente si el o los abusadores son los mismos ministros o líderes. La autoridad delegada por Dios no ha sido dada para abusar de ella o para someter a otros. Por el contrario, debe ser empleada para proteger, beneficiar y ayudar a desarrollar la vida de quienes están al cuidado de las personas que por su rol o responsabilidad tienen una mayor cuota de poder que las demás.“Así que Jesús los llamó y les dijo: Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:42-45).

* María Elena Mamarian, Coordinadora del Centro Familiar Eirene
Fuente: Blog del Dr. René Padilla. Fundación Kairós. Buenos Aires, Argentina.

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