Por. Edward Falto, Puerto Rico*
Desde sus inicios la Iglesia ha tenido el privilegio de tener hombres y mujeres dedicados al servicio ministerial al frente de sus comunidades de fe. No obstante, durante el periodo de la Iglesia Apostólica, se escogían líderes que cumplieran requisitos específicos (Hch. 1) y cuya selección se confiaba a la guía del Espíritu Santo a través de la oración. Si estudiamos a fondo el libro de Hechos veremos que esta actitud se repite en varias ocasiones, lo cual, nos da a entender que este comportamiento de los apóstoles y de sus discípulos llegó a establecerse como una norma por la cual se conducirían los creyentes a la hora de elegir a las personas que ocuparían puestos de autoridad.
Para estos primeros cristianos era vital que el Espíritu Santo les guiara en dicha selección, ya que con esto se evitarían errores en el nombramiento de personas que no fueran espiritualmente capaces y que asumirían responsabilidades determinantes para la iglesia naciente. La idea de que sea Dios el que guíe la elección de personas para ejercer autoridad es muy antigua. Dios se encargó de intervenir en la selección de las personas que guiarían a su pueblo a través de toda la historia. Simplemente, y como dato histórico, es el rey David el que rompe con este patrón, ya que no se registra ninguna intervención divina previa por parte del profeta cuando éste seleccionó a Salomón como rey (1R:1-2), con lo cual instituye la monarquía en el pueblo de Israel. En otras palabras, se trata de gobiernos heredados por relación familiar.
Después de esta breve introducción, resulta interesante considerar que la historia nos enseña la gran importancia que los protagonistas bíblicos otorgaban a la participación de Dios en el proceso de selección de los líderes de su pueblo.
En la actualidad esa herencia forma parte de muchas organizaciones cristianas. Por ejemplo, podemos ver la selección de un Papa, en la que se organiza un conclave y en la que, en oración, deciden qué persona es la más adecuada. Por otro lado, vemos iglesias protestantes que hacen una selección de candidatos y, después de la oración, por votación congregacional, escogen un nuevo pastor; y lo mismo en organizaciones conciliares que, de forma práctica, siguen el mismo patrón en la selección de sus ejecutivos.
No obstante, este comportamiento no es compartido por un gran número de iglesias que han proliferado de forma exponencial en las últimas décadas. Se trata de las llamadas organizaciones independientes. Dichas organizaciones confrontan problemas en sus cambios generacionales. Muchos pastores que fundan iglesias o grandes ministerios no preparan adecuadamente a futuros prospectos para que puedan asumir las riendas de la iglesia que pastorean y provocan una crisis en el incierto futuro de la organización.
Más aún, surge una pregunta preocupante: ¿Qué persona es la más apropiada para administrar los bienes que se han logrado a través del tiempo en el ministerio? Con esta gran pregunta comienzan los males. Ante la salida del pastor de turno existe la tendencia a que su hijo/a o un familiar cercano tome las riendas del ministerio, creando así una nueva modalidad de selección de líderes a la que llamaré “ministerios heredados”. Sin embargo, esto no sólo es un problema en las iglesias y movimientos independientes, sino que ha empezado a verse en iglesias que pertenecen a organizaciones históricas y conciliares debidamente establecidas. En realidad, no es mi intención atacar la integridad de las personas que reciben ministerios de esta forma, personas que posiblemente aman realmente a Dios y le sirven de corazón, más bien se trata de la forma en la que llegaron a esa posición lo que merece un análisis adecuado. Cuando se transfiere un ministerio a hijos o parientes son más las especulaciones que se producen que las certezas que se pueden tener de un ministerio fidedigno, entre las cuales están las siguientes:
•¿Qué se quiere proteger, el patrimonio familiar, la visión ministerial?
•¿De quién es realmente el ministerio?
•¿Es una selección apropiada del Espíritu Santo por medio de la comunidad de fe?
•¿Hay intereses económicos?
•¿Se irá el pastor saliente a otra congregación? ¿Existe algún conflicto de intereses si algunos familiares administran la iglesia?
Esta modalidad es peligrosa para cualquier congregación u organización religiosa, ya que existen factores no necesariamente espirituales que dominan este asunto. Quizás el primero y más peligroso es que se pierde por completo la dirección del Espíritu Santo en la selección del ministro o líder entrante, desplazando con nuestras actitudes una intervención adecuada de Dios en el tema; en segundo lugar, si lo que se quiere proteger es el esfuerzo de muchos años de ese pastor y la actitud es que “no cualquiera” puede seguir la obra, es un error en la perspectiva de a quien le pertenece el ministerio; tercero, la iglesia como comunidad de fe no puede opinar, se ignora al consejo de ancianos, diáconos y personas que con gran sabiduría podrían hacer sus aportaciones para un desarrollo más apropiado de la iglesia. Cuando la iglesia se convierte en una empresa familiar siempre se verá amenazada por conflictos de intereses. Por ejemplo, este nuevo pastor le debe a su padre el ministerio en ese lugar, no a la congregación o a una junta consultiva que en oración y armonía con la comunidad de fe lo eligieron; cuarto, eventualmente la iglesia se convertirá en un culto al hombre, ya que se tratará de perpetuar la “visión” de su papá, sin olvidar que su ministerio vivirá bajo su sombra. Además, si el pastor saliente (su padre) no sale de la congregación, el nuevo pastor (hijo/a) se verá envuelto en conflictos siempre, y en el peor de los casos tratando de proteger lo heredado por encima de lo que debe ser apropiado para la congregación.
•¿De quién es realmente el ministerio?
•¿Es una selección apropiada del Espíritu Santo por medio de la comunidad de fe?
•¿Hay intereses económicos?
•¿Se irá el pastor saliente a otra congregación? ¿Existe algún conflicto de intereses si algunos familiares administran la iglesia?
Esta modalidad es peligrosa para cualquier congregación u organización religiosa, ya que existen factores no necesariamente espirituales que dominan este asunto. Quizás el primero y más peligroso es que se pierde por completo la dirección del Espíritu Santo en la selección del ministro o líder entrante, desplazando con nuestras actitudes una intervención adecuada de Dios en el tema; en segundo lugar, si lo que se quiere proteger es el esfuerzo de muchos años de ese pastor y la actitud es que “no cualquiera” puede seguir la obra, es un error en la perspectiva de a quien le pertenece el ministerio; tercero, la iglesia como comunidad de fe no puede opinar, se ignora al consejo de ancianos, diáconos y personas que con gran sabiduría podrían hacer sus aportaciones para un desarrollo más apropiado de la iglesia. Cuando la iglesia se convierte en una empresa familiar siempre se verá amenazada por conflictos de intereses. Por ejemplo, este nuevo pastor le debe a su padre el ministerio en ese lugar, no a la congregación o a una junta consultiva que en oración y armonía con la comunidad de fe lo eligieron; cuarto, eventualmente la iglesia se convertirá en un culto al hombre, ya que se tratará de perpetuar la “visión” de su papá, sin olvidar que su ministerio vivirá bajo su sombra. Además, si el pastor saliente (su padre) no sale de la congregación, el nuevo pastor (hijo/a) se verá envuelto en conflictos siempre, y en el peor de los casos tratando de proteger lo heredado por encima de lo que debe ser apropiado para la congregación.
La Iglesia jamás fue diseñada para que fuera una empresa familiar, fue creada para que sirviera de aliento y recursos a las familias que componen la comunidad de fe.
El análisis será más duro si incluimos el elemento económico. Cuando se crean ministerios que tienen que ver con mucho dinero y con muchos años de esfuerzo, si no se mantiene una perspectiva real de quien es el dueño del ministerio, estas familias pastorales acaban adueñándose de ellos, y bajo ningún concepto permitirán que alguien ajeno se inmiscuya o arruine sus años de esfuerzo y representatividad. Por tanto, se debe tener una profundidad espiritual adecuada para entender que el ministerio sólo pertenece a Dios, que es quien lo da y quien eventualmente se encargará de que siga adelante. Cuando un término posesivo es acuñado en nuestro vocabulario pastoral, nos enfrentamos con un gran problema, ya que la agenda que se nos encargó no es propiedad nuestra, es temporal y guiada por el Espíritu Santo. Además, el problema es aún mayor en movimientos de índole carismático, puesto que se pretende, por medio de misticismos, validar la selección hecha como si fuera de Dios, cuando realmente no lo es.
Posiblemente no exista una normativa de cómo elegir un candidato a pastor o ministro de una congregación en el Nuevo Testamento, pero sí existe un patrón de comportamiento histórico de la iglesia para hacerlo. En este patrón hay varios factores que son vitales: la oración, el consejo, la participación de otros y la eventual guía del Espíritu en el proceso. Un ministerio que tiene sus fundamentos de fe y su visión espiritual bien cimentada, entiende que éste no es una propiedad, sino una empresa del Señor dirigida por su Espíritu y que no confrontará problemas para conseguir un buen hombre o mujer de Dios que pueda realizar la tarea ministerial en el lugar al que es llamado.
*Edward Falto. Pastor y profesor universitario, posee un grado de Bachiller en Administración Comercial de la UCPR (Universidad Católica de Puerto Rico), Ex-profesor y Graduado del Colegio Teológico del Caribe AD. Estudios Graduados en Artes de Filosofía, concentración en Estudios Teológicos de la Universidad Central de Bayamón en Puerto Rico. Ministro protestante durante mas 20 años.
Fuente: Lupaprotestante, 2014.
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