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viernes, 19 de enero de 2018

Aportes teológicos del protestantismo español

Por. Maximo Garcia Ruiz
El protestantismo en España tiene narradores de historias, moralistas vocacionales, conspicuos apologetas, elocuentes predicadores, pero está escaso de teólogos en el más amplio y profundo sentido del término; teólogos que reflexionen en los cambios y demandas sociales a la luz de la Palabra de Dios; teólogos que sean capaces de contextualizar el mensaje de la Biblia dando respuestas adecuadas a las demandas de la sociedad contemporánea. Haberlos los hay, aunque sean escasos, pero su voz no encuentra suficiente eco por falta de plataformas adecuadas.
En cuanto a las carencias, se deben, por una parte, a problemas de método y, por otra, a la falta de compromiso con la sociedad civil, por no añadir un tercer elemento, que muy bien podríamos calificar de pereza intelectual; una pereza que dificulta el acceso a una formación rigurosa, que se disfraza de títulos pseudo carismáticos: profetismo, revelaciones personales, encomendaciones locales, etc.
Abundan, eso sí, los apologetas defensores de la ortodoxia (su ortodoxia particular) con una actitud resentida de permanente confrontación con otras tradiciones cristianas. Otros nominados como teólogos optan por la traslación o simple adaptación de paradigmas ajenos o reflexiones caducas del pasado que nada aportan a los cristianos contemporáneos; los hay que se limitan a compartir una reflexión abstracta sobre textos descontextualizados, fuera del ámbito de interés de sus lectores. Aprendices de teología, en demasiadas ocasiones advenedizos, autodefinidos como tales sin la mínima formación que, de espaldas a la realidad social en la que viven, encerrados en su torre de marfil, convencidos de que disponen de un canal de comunicación directo con Dio que les dispensa de cualquier esfuerzo, tienen un catálogo de respuestas enlatadas, para preguntas que nadie se formula hoy en día.
Unos y otros no sólo viven desconectados de la sociedad, sino que tienen verdadero pavor a leer la Biblia con apertura de mente; la utilizan como talismán. Se niegan a leerla con ojos críticos y una mirada escrutadora, buscando la dirección del Espíritu Santo para poder así encontrarse de frente con la Palabra de Dios que les rete a entender y contextualizar su mensaje. Y si alguien se atreve a indagar en los arcanos de la Revelación libremente, sin miedo, con rigor intelectual, ha de tener por seguro que se dará de bruces con alguno de los gurús autonombrados defensores de la fe, que no dudarán en censurar la iniciativa, atajando cualquier, a su juicio, “desvío herético”.           
La teo-logía, como ciencia que se ocupa de estudiar las Sagradas Escrituras, al igual que las ciencias humanas, sociales y naturales, nos ayuda a entender de donde procedemos y la sociedad en la que vivimos y, por ende, nos permite aproximarnos a Dios. En realidad, son ciencias complementarias entre sí. Difieren en el método, en los medios de que se sirven para extraer conclusiones que, por otra parte, tienen que apuntalarse unas a otras para tener consistencia y lograr un sentido trascendente.
La Iglesia cristiana no hubiera podido subsistir de no haber sido capaz de contextualizarse. Aunque, ciertamente, no siempre lo ha hecho con la suficiente diligencia y eficacia, pero únicamente los que se arriesgan a cometer errores, son capaces de contribuir al desarrollo de la humanidad. Pablo, propulsor de un cambio de paradigma teológico, forzó a los apóstoles a salir de su ostracismo social para incorporarse al mundo gentil. Ni Pedro, ni Santiago, ni el resto de los Testigos, se habían planteado salir de las sinagogas y adaptarse al mundo romano; para ello tuvieron que forzar la ortodoxia judía y abrirse a una cultura universal como era la romano-helenista. Posteriormente, los padres de la Iglesia, teólogos de nuevo cuño formados en los grandes pensadores griegos, supieron aprovechar la cultura imperante para transformar las pequeñas comunidades en iglesias patriarcales, adoptando y adaptando, en buena medida, el modelo civil del Imperio romano. Más tarde, y ante la realidad de una Iglesia universal, fue preciso contar con teólogos capaces de dar forma a los concilios ecuménicos y definir nuevas doctrinas que tan solo de forma incipiente se encontraban en las Escrituras (p. e. la doctrina de la Trinidad que la Iglesia mantiene como una de sus columnas doctrinales). Cuando la Iglesia se contaminó en exceso con la influencia del Imperio y decayó tanto doctrinal como espiritualmente, los teólogos se retiraron a los monasterios, desde los que mantuvieron encendida la antorcha de la reflexión teológica. Y así ocurrió con la Reforma Magisterial, por una parte, y con la Reforma Radical, por otra, cuyos teólogos no se conformaron con beber las turbias aguas de la teología medieval, sometida al control del sistema imperante (Iglesia + Imperio), sino que hicieron aportes teológico-sociales capaces de transformar la sociedad. Lo intentaron también, con menor éxito, los teólogos del Concilio de Trento, con la Contrarreforma; su error fue mirar hacia dentro de sí misma, olvidando la realidad exterior. Y así ha ocurrido con las diferentes fases por las que ha pasado la Iglesia.
Han sido y son necesarios teólogos que sepan entender los signos de los tiempos y dar respuestas válidas a las demandas cambiantes de la sociedad; y hacerlo con aportes teológicos contextualizados. Pero eso se logra tan solo en un clima de libertad, sin miedo a hacer frente a sus propios descubrimientos, por muy contra-sistema, vanguardistas o liberales que pudieran ser. La Verdad no necesita defensores; sólo buscadores que no le tengan miedo. Y no se trata de ser conservadores, liberales u originales, sino de ser honestos.
Hay temas candentes de actualidad, que afectan a los hombres y mujeres con los que nos cruzamos por la calle, como son la pobreza de amplios sectores, no ya sólo del llamado Tercer Mundo, que puede antojársenos excesivamente lejano, sino de nuestra propia ciudad; mientras, unos pocos acaparan cada vez más recursos. Resulta lacerante el desplazamiento de grandes masas de personas que buscan una vida mejor o simplemente refugio en el llamado Primer Mundo, huyendo del hambre, de las guerras y/o persecuciones, de la exclusión social por razones diversas, que son inhumanamente rechazados. Avergüenza la violencia de género prevalente en el siglo XXI, el abuso de menores, la discriminación de la mujer, en una sociedad que tiene como referente tanto la Biblia como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Son problemas a los que es preciso prestar atención.
Ante estos signos negativos de nuestro tiempo, ¿a qué se dedican (o a qué nos dedicamos) los teólogos protestantes? Salvando los casos salvables, a elucubrar sobre el alcance de la doctrina calvinista; a discutir si la mujer debe ocupar o no puestos de responsabilidad en la Iglesia, a condenar a quienes se identifican humanamente con el colectivo LGTB y defienden una eclesiología inclusiva; a investigar a escritores que se salen de los cauces oficiales, calificándoles de liberales y propiciando para ellos una pira crematoria en la plaza pública de los medios de comunicación, recuperando de esta forma el espíritu más ortodoxo de los inquisidores; a reflexionar acríticamente, o mirar hacia otro lado sobre la política, la corrupción y la injusticia social, haciéndose cómplices del poder establecido; a proponer, en resumen, una espiritualidad ultramundana, desarraigada del mundo real.
La misión más relevante de la teología es ahondar en los problemas que conciernen a los seres humanos.Para el cristiano, cuya identidad es, ante todo, seguir a Jesús, la tarea más urgente es hacer suyas las inquietudes y preocupaciones de su prójimo y contribuir positivamente a construir una sociedad más justa y equilibrada, aportando los valores del Evangelio como son la solidaridad, la justicia social, la tolerancia con los diferentes, el diálogo con los contrarios, la compasión con los desprotegidos, la misericordia con los enemigos, la generosidad con todos y el amor fraterno con toda la humanidad.


Fuente: Lupaprotestante, 2018.

jueves, 28 de diciembre de 2017

Reforma e influencia social | Máximo García Ruiz

Por. Máximo García Ruiz, España
Un buen amigo con el que siento una gran afinidad espiritual, al margen de otras posibles identidades religiosas e intelectuales, me escribe lo siguiente: “He leído con mucha satisfacción el artículo Protestantismo sin Reforma. Haces en él una acertada disección del protestantismo actual”. Procediendo de quien proceden estas palabras, encierran un enorme valor que me enorgullece y alienta para seguir reflexionando en torno al sentido de la Reforma (mayormente de los herederos de la Reforma o, tal vez con mayor concreción, de aquellos que se identifican como herederos de la Reforma) en el entorno del cristianismo universal y, más aún, en el ámbito de las religiones en general como un medio de aproximación a Dios y de entendimiento entre los seres humanos.
Comenta mi interlocutor que “habría que llegar a un acuerdo de las denominaciones históricas [protestantes] para lograr establecer un espacio común (centro o instituto) cultural para difundir el legado de la Reforma”. Una sugerencia valiosa, sin duda, aunque tal vez fuera de tiempo. Es prácticamente imposible que una vaca y una mula trillen al unísono uncidas a un mismo yugo. Su naturaleza es muy diferente; se mueven a un ritmo distinto. Durante demasiado tiempo se ha propagado un evangelicalismo de las emociones que ha ido postergando y anulando al protestantismo histórico de la fe neotestamentaria que se expresa en el testimonio personal y no en las emociones, es decir, que cree en la conversión de las personas, la metanoia, que tiene como resultado un cambio de opinión y produce el nuevo nacimiento que da paso a una ética distintiva. El cristianismo de las emociones es excluyente, intolerante, siempre mirando hacia atrás, incapaz de aceptar cambios en los esquemas en los que ha sido adoctrinado.
Establecer un espacio común, un centro o un instituto en el que se difunda el legado de la Reforma, es un buen deseo y un gran propósito. Tal vez de entre las nuevas generaciones de evangélicos disconformes con el sesgo que toman algunas de sus iglesias, colonizadas por los movimientos neopentecostales y fundamentalistas, se opte por impulsar proyectos de ese tipo, en lugar de apartarse silenciosamente de sus congregaciones, cuando comprueban que el evangelio que les predican se ha convertido en algo irrespirable, tal y como está ocurriendo en la actualidad en iglesias otrora representativas del protestantismo reformado. Las iglesias celebran con regocijo la incorporación de quienes se unen a ellas atraídos por los cánticos de sirenas de las teologías de la prosperidad o la proclamación del “Cristo tapa-agujeros”, pero no echan cuentas de quienes huyen por el portillo trasero, incapaces de soportar la zafiedad y el recurso a las emociones compulsivas como respuesta a las demandas espirituales.
Menciona mi buen amigo, desde su inquietud y experiencia consolidada como “cristiano viejo”, la necesidad de “llevar a cabo actos y programas académicos y culturales que favorezcan la penetración e implantación, con solidez teológica y relevancia social, del protestantismo en la sociedad española”. ¡Ahí es nada! “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, exclamaría don Quijote; y mi abuela, que era una murciana con mucha retranca diría: “Ahí, ahí está la madre del cordero”. Es como el triángulo de las Bermudas, las tres grandes carencias del protestantismo español: 1) Actos y programas académicos; 2) Implantación y penetración en la sociedad española; y 3) Solidez teológica.
En muy pocas palabras, ese es el gran proyecto y es, además, la gran carencia del protestantismo español. Estamos cerrando el año del V Centenario de la Reforma. Casi la totalidad de iglesias, asociaciones, consejos autonómicos y federaciones nacionales han hecho algún acto de celebración poniendo a contribución, sin duda alguna, la mejor buena voluntad y un meritorio esfuerzo. Cabe preguntarse, sin embargo, si los actos celebrados han respondido a alguna de las tres carencias mencionadas, ya que, aunque algunas autoridades estatales, autonómicas y locales acudieron a algunas de las celebraciones, una vez más la repercusión en los medios de comunicación no evangélicos ha sido nula; y algo que parece simplemente anecdótico, pero que evidencia la falta de influencia social, ha sido la negativa de los órganos competentes a emitir un sello conmemorativo de la Reforma, tal vez el único país europeo de relieve que no lo ha hecho. ¡Incluso el Vaticano ha emitido el suyo propio! Mi interlocutor cierra sus reflexiones haciendo referencia al recurrente aniversario con unas palabras que hacemos nuestras: “Tengo la sensación de que en España han hecho más por el V Centenario los no protestantes que los protestantes”


Fuente: Lupaprotestante, 2017.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Müntzer y Grebel: conflicto hermenéutico en el siglo XVI (II)



Por. Carlos Martínez García, México
Mientras Grebel y sus aliados confrontan a Zwinglio y las reformas religiosas y sociales que impulsaba en Zúrich, tienen noticias del movimiento de Thomas Müntzer en Alemania. A nombre del grupo Conrado Grebel le escribe unas cartas, en ellas se denota un conocimiento poco profundo de las propuestas de Müntzer, pero, a la vez, las claras creencias de Grebel y sus compañeros de causa.
Antes de comentar las misivas redactadas por el círculo de Conrado Grebel, para comprenderlas mejor, es importante conocer datos acerca del personaje. Nació en 1498, hijo de Jacob Grebel y Dorothea Fries, tuvo un hermano y cuatro hermanas. Los Grebel tenían buena posición económica, ya que el jefe de familia fue magistrado de Groningen y después integrante del Concejo de Zúrich, posiciones que le permitieron sufragarle estudios universitarios a Conrado en Basilea (1514), Viena (1515-junio 1518) y Paris (octubre 1518-junio 1520), estudios que dejó inconclusos. Le quedó una buena educación humanista y buen manejo de griego y hebreo, herramientas que le serían útiles más tarde.1
Al matricularse en la Universidad de Basilea en 1514 para el semestre de invierno, que iniciaba en octubre, Conrado Grebel recibió influencia del humanismo que estaba posicionándose en el centro de estudios, particularmente en la Facultad de Filosofía en la que Grebel tendría cursos. Su mentor fue Heinrich Loriti (Glarean), “sobresaliente humanista suizo”.2 Dos meses antes que Grebel arribó a Viena Erasmo de Róterdam, y permaneció todo el periodo escolar de invierno. Los estudiantes suizos se reunían alrededor de Glarean, por lo que no se beneficiaron de la docencia de Erasmo.3
Por decisión paterna Conrado fue transferido a la Universidad de Viena, ya que le había conseguido de parte del emperador Maximiliano un estipendio por cuatro años. Durante sus estudios en Viena, Conrado fue discípulo estrella de Joachim Vadian (en latín Vadianus), originario de San Gallen.4 En 1514 el emperador Maximiliano I lo distinguió como poeta laureatus del sacro Imperio Romano Germánico. Vadian era destacado profesor y en 1516 fue nombrado deán en la Universidad de Viena. Prosiguió estudios de historia, geografía y medicina. En 1517 obtuvo el grado de doctor en medicina. Regresó a San Gallen, donde en 1519 fue designado médico de la ciudad. Contrajo matrimonio en el verano de 1519 con Martha, hermana de Conrado Grebel. Se interesó por el movimiento reformador que tenía lugar en Zúrich bajo el liderazgo de Ulrico Zwinglio y comenzó a estudiar libros de teología. En 1522 tomó partido por la Reforma y llegaría a ser alcalde de San Gallen en 1526, guiando la ciudad hacia el protestantismo.
Gracias a las gestiones de Jacob Grebel, a su hijo le otorgó una beca real Francisco I y para hacerla efectiva en septiembre de 1518 marchó a la Universidad de París, donde inició cursos al mes siguiente. Su maestro en Basilea, Glarean, estaba enseñando en la capital francesa y prosiguió estudios con él. Solamente tres meses después tuvo fuertes altercados con Glarean y se retiró de su círculo. Debió pasar casi un año para que regresara al grupo. Debido a que en julio de 1519 una severa plaga azotó Paris, Grebel y varios de sus amigos salieron de la ciudad por seis meses. Los problemas crecieron porque se involucró en varias riñas estudiantiles, la salud mermó considerablemente y a causa de las noticias recibidas su padre decidió cortarle los fondos. Incluso Vadian cesó de escribirle. Conrado debió regresar a Zúrich, con los estudios truncos y sin grado académico.5
Al retornar a Zúrich, a pesar de todo, Conrado poseía formación humanista, había aprendido latín, griego y, tal vez, hebreo. Entre fines de 1520 y principios de 1521, Grebel se reúne con algunos que habían regresado de estudiar en el extranjero y humanistas reunidos alrededor de Ulrico Zwinglio para profundizar en el conocimiento de griego y hebreo. Conrado deja el círculo de estudios en julio, lo hace para dirigirse a Basilea en busca de independencia económica y una actividad que le fuera satisfactoria. Obtiene empleo como corrector de pruebas en la imprenta de Cratender. Solamente permanece en el puesto dos meses y emprende la vuelta a Zúrich.
Se reintegra al colectivo de estudios liderado por Ulrico Zwinglio. El grupo inició estudios de los clásicos griegos, y en noviembre de 1521 comenzó la lectura de Platón. Zwinglio llevó al grupo a que también estudiara porciones bíblicas: “Comenzando con el texto en latín de un pasaje específico de las Escrituras, […] llevaba a sus apasionados estudiantes a un análisis del mismo pasaje en su idioma bíblico. Luego de un estudio adicional y una exégesis en alemán, alguno del grupo impartía un sermón expositivo en el dialecto local”.6
Contra la voluntad familiar, sobre todo del padre, Conrado Grebel contrae matrimonio con Bárbara en febrero de 1522. El motivo de la oposición era que ella tenía estatus social bajo. A regañadientes los padres, por las condiciones económicas de su hijo, debieron recibir en casa al nuevo matrimonio, donde permaneció hasta fines de 1523. En noviembre de 1522 nació el primer hijo, Teófilo y el segundo en agosto del siguiente año, Josué.7
Durante la cuaresma de 1522, Zwinglio y sus discípulos contravinieron en Zúrich la tradicional dieta de la temporada conforme la dictaba la Iglesia católica romana, el acto sería tomado como un ataque a la tradición y desafío doctrinal a la Iglesia católica romana. Mientras en la imprenta de Christopher Froschauer los empleados del taller preparaban una nueva edición de las cartas del apóstol Pablo para enviarla a la Feria de Fráncfort, llegó la hora de los alimentos y la esposa del propietario sirvió salchichas, que comieron los operarios. Zwinglio y el pastor de la Iglesia de San Pedro, Leo Jud, estaban presentes. Cuando estalló el escándalo, el primero sostuvo que él no había comido de las viandas, aunque no condenaba a quienes decidieron quebrantar la cuaresma.8
No hay información certera de la conversión evangélica de Conrado Grebel, lo constatable es que hacia mediados de 1522 en él “ha tenido un cambio su vida interior, una renovación, que puede ser llamada una conversión”.9 A partir de entonces sus cartas dirigidas sobre todo a Vadian estaban llenas de citas o figuras bíblicas. Igualmente citaba nombres de reformadores, entre ellos su maestro Ulrico Zwinglio, Felipe Melnchthon, Lutero y Jacob Strauss.
Grebel recibió enseñanzas de Zwinglio mediante clases en un grupo pequeño y también escuchándole predicar a grandes audiencias exposiciones sobre libros de la Biblia, particularmente del Nuevo Testamento. La preponderancia que alcanzó Grebel en el círculo de Zwinglio se nota en la edición del folleto/opúsculo de este último, titulado Archeteles (publicado el 23 de agosto de 1522) y que incluye como apéndice un poema de Conrado.10
La relación de Grebel con Zwinglio era creciente. El primero se destacaba en el grupo cercano al reformador. Zwinglio lo consideraba uno de sus discípulos más aventajados y le confiaba asuntos delicados, como ser intermediario con distintos personajes que en otros cantones suizos trabajaban a favor de la Reforma.
En octubre de 1523, y bajo el patrocinio del Concejo de Zúrich, tiene lugar un debate/audiencia sobre los pasos que debería seguir la reforma religiosa en la ciudad. A la audiencia concurrieron “unos novecientos hombres, magistrados del ayuntamiento central y de los ayuntamientos dependientes, los teólogos más importantes y más de trescientos cincuenta sacerdotes”.11 La autoridad teológica más destacada era Ulrico Zwinglio. Con éste hizo causa común Conrado Grebel, quien para entonces consideraba que Zwinglio era “un verdadero y fiel pastor y líder de la Iglesia de Cristo”.12 También participaron algunos otros con quienes ambos habían estado estudiando la Biblia en sus lenguas originales, particularmente el Nuevo Testamento en griego editado por Erasmo de Róterdam en 1516.
En la audiencia se debate sobre la misa, las imágenes religiosas, el purgatorio, el sentido de la Santa Cena y otros temas. No mucho tiempo después Conrado Grebel y otros condiscípulos comienzan a distanciarse públicamente de su maestro Ulrico Zwinglio. Él, aunque está de acuerdo con Grebel y los demás en que deben ajustarse las prácticas eclesiásticas a las enseñanzas neotestamentarias, es decidido partidario de la real politik y solamente está dispuesto a reformar hasta donde el Concejo de Zúrich permita hacerlo.
Grebel, Félix Manz y Simón Stumpf son contrarios a las formas respaldadas por Zwinglio; ellos consideran que no debe dejarse en manos de las autoridades políticas la decisión sobre qué debería enseñarse y practicarse en las iglesias cristianas. Estaban convencidos que la ortodoxia y la ortopraxis ya habían sido claramente normadas en la Palabra. Stumpf negó las prerrogativas del Concejo en tales cuestiones: “Si sus señorías adoptan y deciden darle al asunto otro curso que se oponga a la decisión de Dios [en su Palabra], yo pediré la dirección del Espíritu Santo y predicaré y actuaré en contra”.
Otro de los acontecimientos que intensifica la radicalización de Conrado Grebel y quienes con él concordaban, es que Ulrico Zwinglio hubiese faltado al compromiso de celebrar la Cena del Señor en la Navidad de 1523 de acuerdo al modelo neotestamentario. Adicionalmente, su estudio detallado del Nuevo Testamento lleva a Grebel, Manz, Stumpf, Cajakob y los otros a descubrir que el bautismo de creyentes era una consecuencia del entendimiento que se tuviera de la naturaleza de la Iglesia. Es verdad que sus primeros descubrimientos habían sido hechos bajo la dirección de Zwinglio, pero se deslindaron de él para seguir por sí mismos en el estudio de la Palabra y actuar en consecuencia. Conrado Grebel lo puso así: “Éramos oidores de los sermones de Zwinglio y lectores de sus escritos, pero un día tomamos la Biblia misma en nuestras manos y fuimos instruidos de una mejor manera”.
Durante todo el año de 1524 el grupo disidente de Zwinglio fortalece sus convicciones a través de reuniones secretas de estudio bíblico, mayormente en casa de Félix Manz. Además comienzan a tener lugar pequeños actos contrarios a la ortodoxia aprobada por las autoridades gubernamentales. En Wytikon, un poblado cercano a Zúrich, el pastor Wilhelm Reublin es el primero entre los ‘hermanos suizos’ en predicar contra el bautismo de infantes. Tres padres de familia de Zollikon, contrarios a la enseñanza de la iglesia territorial, se habían negado a bautizar a sus hijos. El sacerdote Johannes Brötli apoyó su decisión. La prédica contra el paidobautismo le costó a Reublin, en agosto de 1524, ser encarcelado y después tener que abandonar Zúrich.
Considerando que Zwinglio con sus tibias acciones “ha traicionado su propia visión” y enseñanzas,13 algunos de los que antes estaban con él decidieron continuar por sí mismos con el movimiento renovador eclesiástico y social. Enterados sobre la propuesta revolucionaria de Müntzer, aunque no detalladamente, los radicales de Zúrich, Conrado Grebel entre ellos, le escribirían cartas para encomiarle que los cambios acordes a las enseñanzas de Cristo debían seguir su ejemplo constructor de la paz, y no alcanzarlos con el poder de la espada, como proclamaba el incendiario Thomas. Sobre el contenido de las misivas tratará la entrega de la próxima semana.
1 Datos en Hans-Jürgen Goertz, “Conrad Grebel, A Provisional Life”, The Conrad Grebel Review, vol. 17, núm. 3, otoño de 1999, pp. 6-7; y William R. Estep, La historia de los anabaptistas, revolucionarios del siglo XVI, Publicadora Lámpara y Luz, Farmington, New Mexico, 2008, pp. 40-44.
2 Harold S. Bender and Leland D. Harder. "Grebel, Conrad (ca. 1498-1526)." Global Anabaptist Mennonite Encyclopedia Online. 1989. Web. 9 Sep 2017. http://gameo.org/index.php?title=Grebel,_Conrad_(ca._1498-1526)&oldid=146450
3 Idem.
4 John L. Ruth, Conrad Grebel, Son of Zurich, Eugene, Oregon, Wipf & Stock Publishers, 1999, p. 16.
5 Harold S. Bender and Leland D. Harder. "Grebel, Conrad (ca. 1498-1526)." Global Anabaptist Mennonite Encyclopedia Online. 1989. Web. 9 Sep 2017. http://gameo.org/index.php?title=Grebel,_Conrad_(ca._1498-1526)&oldid=146450
6 William R. Estep, op. cit., p. 45.
7 Harold S. Bender, “Conrad Grebel as a Zwinglian, 1522-1523”, The Mennonite Quarterly Review, vol. XV, núm. 2, 1941, pp. 67-68.
8 John L. Ruth, op. cit., p. 59.
9 Harold S. Bender, op. cit., p. 68.
10 Ibid., p. 74.
11 George Williams, La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 116.
12 Harold S. Bender, op. cit., p. 76.
13 John Howard Yoder (compilador), Textos escogidos de la Reforma radical, Burgos, España, Biblioteca Menno, 2016, p. 124.

Fuente: Protestantedigital, 2017

martes, 6 de junio de 2017

La infusión de teología patrística en la teología reformada



Por. Andrés Messmer, España
En un artículo previo, intenté aclarar el significado de la etiqueta “reformado” resumiendo el consenso de la teología reformada de los siglos XVI-XVII.
Terminé el articulo alabando el sistema por su profundidad y riqueza pero también dando pistas de una tendencia peligrosa dentro de dicho sistema.
En este artículo me gustaría explicar en qué consiste esta tendencia y cómo se puede evitar. No estoy acusando a la tradición reformada de ninguna herejía (y de hecho me identifico como un heredero de mucho de ella), pero sí estoy intentando suplir un elemento muy importante que la tradición reformada suele o dar por sentado u omitir.
En este artículo me gustaría hablar de lo que llamo la infusión de la teología patrística en la teología reformada, la cual explicaré a continuación.
Primero resumo la teología patrística y luego vuelvo a estudiar el consenso de la tradición reformada a la luz de la teología patrística.
La teología patrística: un esquema
Igual que en el artículo previo me basé en el libro de Jon Rohls, aquí me baso principalmente en el libro de Donald Fairbairn titulado Vida en la Trinidad (título en inglés: Life in the Trinity) en que el autor resume una porción significante de la teología de los primeros cinco siglos de la Iglesia (estoy en deuda con su libro pero también he adaptado sus argumentos para conformarlos al enfoque actual).
Los padres de la Iglesia no hablaban de la teología como si fuera impersonal sino como algo personal, es decir, su enfoque era estudiar al Dios trino y nuestra relación con él.
La teología patrística llegó a muchas de las conclusiones a las que llegó la tradición reformada pero llegó a ellas por otro camino.
Los padres tenían un enfoque relacional porque veían que los puntos de inflexión más importantes en la Biblia giraban en torno a las relaciones intratrinitarias entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y a nuestra relación con ellos.
Aunque sea una simplificación, se puede decir que la teología patrística entendía que la Biblia contenía cinco puntos de inflexión, a saber, la eternidad pasada, la creación, la caída, la redención y la consumación. A continuación los desarrollo con más detalle.
Sobre la eternidad pasada, los textos que constituían el foco eran: Juan 1, Juan 17, Efesios 1, Colosenses 1 y Hebreos 1. Como no hay tiempo para estudiar todos, solo cito Juan 17.24 que puede servir como un texto ejemplar que capta bien la esencia de la enseñanza bíblica sobre este primer punto.
En este versículo Jesús está orando al Padre y dice: “me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Este versículo (entre otros) muestra que desde siempre (y realmente, más allá de “desde siempre” ya que Dios existe fuera del tiempo) ha existido una íntima relación amorosa entre el Padre (el amador), el Hijo (el amado) y el Espíritu Santo (el amor entre los dos; como se verá a continuación, es importante notar que el Espíritu Santo es el vínculo de relación).
Sin exageración, esta relación es la fuente y el origen de todo, y por lo tanto es la fuente y el origen de toda teología.
De la creación, es importante señalar cómo Dios creó al hombre: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gén 2.7).
Este versículo era interpretado por algunos padres como el Espíritu Santo dando al hombre la misma vida de Dios y por lo tanto permitiéndole participar en ella.
En el momento de su creación el hombre disfrutaba de una íntima relación amorosa con el Dios trino (de hecho, Dios creó al hombre “varón y hembra”, implicando así que ser creado “a la imagen de Dios” incluye la necesidad de vivir en comunidad; cf. Gén 1.26-28).
En el meollo de lo que significa ser creado a la imagen de Dios (Gén 1.26-28) y poder participar en el amor de Dios, está la capacidad de escoger, elegir, desear, querer; en resumen, el hombre fue creado con la voluntad y aquella voluntad debería haber escogido, elegido, deseado y querido al “otro” (Dios y prójimo) como el Padre y el Hijo lo hacen a través del Espíritu.
¿Qué hizo el hombre con dicha capacidad? La respuesta a esta pregunta nos lleva al tercer punto de inflexión, a saber, la caída.
La tentación propuesta a Adán y Eva tenía que ver con la relación y la voluntad: podían, o bien seguir teniendo una íntima relación amorosa con el Dios trino (aunque Satanás no se lo explicó así), o salir de dicha relación y tener una nueva vida fuera del amor de Dios y fuera de una relación con él: “sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gén 3.5).
La tentación de “ser como Dios” era un ataque directo contra la relación que tenían con Dios, e implicaba un giro en el sentido opuesto a él.
En lugar de girar hacia el “otro”, su voluntad ahora giraba hacia dentro de tal forma que escogía, elegía, deseaba y se quería a sí mismo. Antes de este momento, la presencia de Dios entre su pueblo era dada por sentada pero a partir de ahora está alejada e incluso es amenazadora. Mucho del Antiguo Testamento tiene que ver con este mismo tema.
El cuarto punto de inflexión tenía que ver con la redención, es decir, la respuesta de Dios frente a la ruptura de relación.
El Antiguo Testamento era visto como una preparación para la llegada del Hijo, durante la cual el pueblo de Dios vivía en la promesa de que Dios arreglaría la brecha entre Dios y hombre.
La llegada del Hijo, su encarnación y obra en la cruz, era la culminación de toda la historia a raíz de Génesis 3. Por fin, en Cristo, el único Dios-hombre, un hombre no dijo que sí a la tentación de “ser como Dios” en el sentido de romper la relación con Dios, sino que vivió una vida en perfecta comunión con él:
“No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace” (Jn 5.19-20).
Esta comunión entre Padre e Hijo culminó en la cruz, la cual era interpretada como Dios restableciendo la relación con el hombre. De hecho, varios versículos dicen explícitamente que la cruz era la demostración más clara del amor de Dios:
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4.10; cf. Jn 3.16; Rom 5.7-8; Gál 2.20; 1 Jn 3.16).
Para los padres de la Iglesia, lo que hizo Jesús a sus discípulos después de su resurrección era muy significativo: “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20.22). Este versículo era interpretado como el restablecimiento de la íntima relación amorosa entre Dios y el hombre a través del Espíritu Santo (ver Gén 2.7 arriba).
En cierta medida Jesús, por haber enviado al Espíritu a sus discípulos, envió las “arras” (cf. Ef 1.14) de la relación que Dios y el hombre tenían en Génesis 1-2 y que tendrían en la eternidad futura.
Fue a la luz del reenvío del Espíritu Santo al hombre que los Padres interpretaban el siguiente versículo: “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Ped 1.4). En otras palabras, Dios ha vuelto a darnos de su propia vida a través del Espíritu Santo.
El quinto punto, la consumación, era entendido como un regreso al comienzo, pero con una diferencia muy importante para nosotros: ahora los seres humanos serán acogidos plenamente y para siempre en íntima relación amorosa con el Dios trino:
“Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad … Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado” (Jn 17.23-24).
La íntima relación amorosa que Dios tenía entre sí desde siempre, que era la misma que otorgó al ser humano en el jardín, la misma que perdió voluntariamente con el primer pecado (y que nosotros perdemos todos los días de nuestras vidas), la misma que Jesús restableció en parte por su muerte y resurrección—esta misma relación es la que disfrutaremos en plenitud y en la cual participaremos para la eternidad.
La teología reformada a la luz de la teología patrística
En resumen, la teología patrística era una teología coherente e íntegra, y el hilo que la cohesionaba era la relación y el amor.
Donald Fairbairn explica bien la relación entretejida de la teología patrística: “Los padres de la Iglesia no hablaban primero de Dios, y luego de la salvación y luego de la vida cristiana.
En cambio, la manera en que hablaban de Dios abarcaba su discurso sobre la salvación y la vida cristiana. Se podría decir que no tenían doctrinas distintas de Dios y de la salvación sino que su doctrina de Dios era su doctrina de la salvación” (Vida, 6).
Cuando volvemos al sistema doctrinal reformado con este entendimiento de la teología, lo vemos con otra luz.
A continuación vuelvo a resumir el mismo sistema doctrinal reformado pero esta vez lo filtro a través del hilo de relación y amor.
-  De la revelación, la Palabra de Dios y el rol de la tradición: Segunda a Timoteo 3.16-17 dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. La palabra griega detrás de “inspirada por Dios” es θεόπνευστος y literalmente significa “expirada por Dios”. Evoca la idea de Génesis 2.7 y Juan 20.22 de que Dios nos está ofreciendo su vida por su Palabra. En otras palabras, podemos quedar con Dios y tener relación y comunión con él en su Palabra.
-  De la deidad y la trinidad: En lugar de decir que los atributos de Dios fluyen de la simplicidad (y espiritualidad) del ser de Dios, me gustaría sugerir que la íntima relación amorosa entre el Padre (el amador), el Hijo (el amado) y el Espíritu Santo (el amor entre los dos) es el mejor lugar para empezar. No niego que su simplicidad (y espiritualidad) sea básica para tal entendimiento sino que sugiero que la definición debe ser ampliada con el amor.
-  De la creación y la providencia: La creación es el resultado del amor desbordante del Dios trino. Dios no creó desde alguna carencia sino desde su plenitud. El hecho de que Adán y Eva fueran una sola carne y estuvieran desnudos y no se avergonzaran (Gén 2.23-25) ilustra su plena comunión el uno con el otro, y esta comunión reflejaba la que tenían con su creador.
-  De los seres humanos y el pecado: La obediencia es nuestra forma de amar a Dios (cf. Jn 14.15). Al haber escogido el mal, perdimos nuestra relación con Dios, y como consecuencia, su vida y todo lo que implica (su amor, paz, gozo, etc). Por lo tanto, sólo nos queda la muerte y el giro perpetuo hacia dentro. Es instructivo notar cuántas veces la Biblia habla del pecado en términos del amor: “los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3.19; cf. Jn 12.43; 2 Tes 2.10; 1 Tim 6.10; 2 Tim 4.10; 1 Jn 2.15; 2 Ped 2.15). Jesús habló de la gente que no tenía relación con Dios dentro del marco de amor así: “Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros” (Jn 5.42).
-  Del pacto de la gracia y la reconciliación: Dios siempre tuvo planeada la redención de su pueblo a través de Cristo (cf. Ef 1.4). La obediencia activa de Jesús fue en realidad una vida de amor: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15.10; cf. Jn 14.31).
-  De la cristología y la llamada “extra calvinística”: Cristo era el verdadero Adán que escogía, elegía, deseaba y quería a Dios. Su obediencia (que es el amor) toma el lugar de nuestra desobediencia (que es el “ser como Dios”). La Biblia dice que el amor es el porqué de la encarnación: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él» (1 Jn 4.9).
-  De la justificación y la fe: Como vivimos en la muerte, no hay nada que podamos hacer para reconciliarnos con Dios—siempre queremos “ser como Dios”. Por lo tanto, Dios toma la iniciativa de hacer vivo al ser humano para que pueda responder a su amor. Dios ofrece al ser humano una relación restaurada de forma gratuita. Es impresionante notar que Pablo habla de la salvación en términos del Espíritu Santo y el amor: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rom 5.5). Es decir, lo que perdimos en el jardín, a saber, el amor de Dios, nos ha sido restaurado a través del mismo Espíritu Santo que fue dado originalmente a Adán y Eva.
-  De la santificación y la penitencia: Las buenas obras son la consecuencia necesaria de tener una relación restaurada con Dios, porque Dios ha hecho volver al hombre a su amor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn 14.15; cf. 1 Tm 1.5; 1 Jn 5.3; 2 Jn 6). La santificación culmina en el amor, que es la virtud cristiana más alta: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Cor 13.13; cf. 2 Ped 1.5-7).
- De la elección y la reprobación: Dios ha elegido a su pueblo en amor: “en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Ef 1.5; cf. Rom 9.13). La seguridad eterna es el resultado de haber comprendido el amor de Dios: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn 4.17-18).
-  De la iglesia y sus marcas características: Las tres marcas de la verdadera iglesia, a saber, la predicación del evangelio, la administración de los sacramentos y el mantenimiento de la disciplina eclesiástica, están enfocadas en la declaración y el mantenimiento de la relación que Dios tiene con su pueblo. Jesús está presente a través del Espíritu Santo cuando haya dos o tres congregados en su nombre (cf. Mat 18.20).
-  De la Palabra y los sacramentos: El Espíritu Santo obra a través de la palabra predicada (2 Tim 3.16) y los sacramentos (Tito 3.5); son los canales a través de los cuales tenemos comunión con Dios. La Palabra es lo que el Espíritu Santo usa para restaurar la imagen de Dios que perdimos a través del pecado: «Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Cor 3.17-18).
-  La doble forma de la Palabra de Dios: A través de la obra del Espíritu Santo, la ley que antes no podíamos guardar ahora sí la podemos guardar. La presencia de la santidad de Dios, tan terrible para los que quieren “ser como Dios”, ahora es el mayor deleite para los que han sido llamados a volver al jardín de Génesis 1-2. De hecho, en varios sitios la Biblia dice que el amor es el resumen de la ley de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt 12.37-40; cf. Rom 13.8-10; Gál 5.14; San 2.8). Cuando amamos a través del Espíritu Santo, guardamos la ley de Dios.
-  Del bautismo: Por el bautismo morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en la cual podemos servir (obedecer, amar) a Dios (cf. Rom 6.1-14).
-  De la cena del Señor: Los cristianos se acuerdan de su relación restaurada con Dios y por lo tanto de su relación restaurada los unos con los otros (cf. 1 Cor 11.17-34). Es interesante que algunos de los primeros cristianos se referían a la cena del Señor como un “ágape”, el cual es una transliteración de la palabra griega ἀγάπη, que significa «amor».
-  Del ministerio, la carga y los cargos: Los líderes de la iglesia llevan a sus miembros a una relación cada vez más profunda con Dios.
-  De la iglesia y el estado: El estado debe tener un rol de fomentar el bien y disminuir el mal.
Conclusión
En resumen, la teología patrística y la teología reformada no están en contra la una con la otra. Por el contrario, se enriquecen mutuamente.
Lo que la teología patrística puede aportar a la teología reformada es el enfoque personal: la teología no es “una cosa” que hay que estudiar, sino una persona con quien tenemos que relacionarnos.
En lugar de ser “fría”, la teología reformada puede ser muy emocionante y algo que nos lleva a adorar a Dios porque cuando estudiamos la “teología” estamos estudiando lo que el Dios trino ha hecho por nosotros. El amor no solamente es el “vínculo perfecto” de las virtudes cristianas (cf. Col 3.14) , sino también de la teología.
Y para nosotros los cristianos, ¿qué es el amor? “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5.8).
En otras palabras, este hilo de relación y amor con el cual he intentado unir la teología reformada con la ayuda de la teología patrística es ni más ni menos que una exégesis de la cruz.

Fuente: Protestantedigital, 2017