Por. Máximo García Ruiz, España
Un buen amigo con el que siento una gran afinidad
espiritual, al margen de otras posibles identidades religiosas e intelectuales,
me escribe lo siguiente: “He leído con mucha satisfacción el artículo Protestantismo
sin Reforma. Haces en él una acertada disección del protestantismo actual”.
Procediendo de quien proceden estas palabras, encierran un enorme valor que me
enorgullece y alienta para seguir reflexionando en torno al sentido de la
Reforma (mayormente de los herederos de la Reforma o, tal vez con mayor
concreción, de aquellos que se identifican como herederos de la Reforma) en el
entorno del cristianismo universal y, más aún, en el ámbito de las religiones
en general como un medio de aproximación a Dios y de entendimiento entre los
seres humanos.
Comenta mi interlocutor que “habría que llegar a un
acuerdo de las denominaciones históricas [protestantes] para
lograr establecer un espacio común (centro o instituto) cultural para difundir
el legado de la Reforma”. Una sugerencia valiosa, sin duda, aunque tal vez
fuera de tiempo. Es prácticamente imposible que una vaca y una mula trillen al
unísono uncidas a un mismo yugo. Su naturaleza es muy diferente; se mueven a un
ritmo distinto. Durante demasiado tiempo se ha propagado un evangelicalismo de
las emociones que ha ido postergando y anulando al protestantismo histórico de
la fe neotestamentaria que se expresa en el testimonio personal y no en las emociones,
es decir, que cree en la conversión de las personas, la metanoia,
que tiene como resultado un cambio de opinión y produce el nuevo nacimiento que
da paso a una ética distintiva. El cristianismo de las emociones es excluyente,
intolerante, siempre mirando hacia atrás, incapaz de aceptar cambios en los
esquemas en los que ha sido adoctrinado.
Establecer un espacio común, un centro o un
instituto en el que se difunda el legado de la Reforma, es un buen deseo y un
gran propósito. Tal vez de entre las nuevas generaciones de evangélicos
disconformes con el sesgo que toman algunas de sus iglesias, colonizadas por
los movimientos neopentecostales y fundamentalistas, se opte por impulsar
proyectos de ese tipo, en lugar de apartarse silenciosamente de sus congregaciones,
cuando comprueban que el evangelio que les predican se ha convertido en algo
irrespirable, tal y como está ocurriendo en la actualidad en iglesias otrora
representativas del protestantismo reformado. Las iglesias celebran con
regocijo la incorporación de quienes se unen a ellas atraídos por los cánticos
de sirenas de las teologías de la prosperidad o la proclamación del “Cristo
tapa-agujeros”, pero no echan cuentas de quienes huyen por el portillo trasero,
incapaces de soportar la zafiedad y el recurso a las emociones compulsivas como
respuesta a las demandas espirituales.
Menciona mi buen amigo, desde su inquietud y
experiencia consolidada como “cristiano viejo”, la necesidad de “llevar a cabo
actos y programas académicos y culturales que favorezcan la penetración e
implantación, con solidez teológica y relevancia social, del protestantismo en
la sociedad española”. ¡Ahí es nada! “Con la Iglesia hemos topado, amigo
Sancho”, exclamaría don Quijote; y mi abuela, que era una murciana con mucha
retranca diría: “Ahí, ahí está la madre del cordero”. Es como el triángulo de
las Bermudas, las tres grandes carencias del protestantismo español: 1) Actos y
programas académicos; 2) Implantación y penetración en la sociedad española; y
3) Solidez teológica.
En muy pocas palabras, ese es el gran proyecto y
es, además, la gran carencia del protestantismo español. Estamos cerrando el
año del V Centenario de la Reforma. Casi la totalidad de iglesias,
asociaciones, consejos autonómicos y federaciones nacionales han hecho algún
acto de celebración poniendo a contribución, sin duda alguna, la mejor buena
voluntad y un meritorio esfuerzo. Cabe preguntarse, sin embargo, si los
actos celebrados han respondido a alguna de las tres carencias mencionadas, ya
que, aunque algunas autoridades estatales, autonómicas y locales acudieron a
algunas de las celebraciones, una vez más la repercusión en los medios de
comunicación no evangélicos ha sido nula; y algo que parece simplemente
anecdótico, pero que evidencia la falta de influencia social, ha sido la
negativa de los órganos competentes a emitir un sello conmemorativo de la
Reforma, tal vez el único país europeo de relieve que no lo ha hecho. ¡Incluso
el Vaticano ha emitido el suyo propio! Mi interlocutor cierra sus reflexiones haciendo
referencia al recurrente aniversario con unas palabras que hacemos nuestras:
“Tengo la sensación de que en España han hecho más por el V Centenario los no
protestantes que los protestantes”
Fuente: Lupaprotestante, 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario