¡Vos podes ayudarnos!

---
;

miércoles, 20 de diciembre de 2017

La iglesia frente al VIH-SIDA

Por. René Padilla, Argentina
EN LA ACTUALIDAD, uno de los azotes más nefastos de la humanidad es el Síndrome de Inmuno-Deficiencia Adquirida (SIDA). Descubierto por el científico francés Luc Montagnier hace varias décadas, el terrible Virus de Inmuno-Deficiencia Humana (VIH) se ha extendido y sigue extendiéndose por todo el mundo. El avance del SIDA coloca a muchísimas familias, incluyendo tal vez a la nuestra, en una situación de absoluta incertidumbre en cuanto al futuro. El VIH puede manifestar su presencia en cualquier momento, sin previo aviso. Es un asesino que permanece agazapado en su escondite hasta que llega el momento de dar el golpe mortal y cubrir de luto a su indefensa víctima.
El SIDA nos plantea a los cristianos un inmenso desafío.
En primer lugar, nos exige tomar conciencia de los factores que facilitan la rápida propagación del mal, y de las medidas que se requieren para atenuarlo. La falta de información es en sí uno de los mayores obstáculos para su prevención y control. Además, es la causa principal de la triste discriminación y aislamiento social a que los pacientes del SIDA se ven sujetos. La sociedad que nos rodea, que con tanta frecuencia funciona sobre la base de prejuicios, puede permitirse el lujo de intentar hablar del SIDA con la misma reserva con que se habla de la muerte. Nosotros no: nuestra fe en el Dios de la vida nos obliga a hablar con toda libertad sobre el tema y a encarar la enfermedad, no como un problema de “los demás”, sino como un mal que directa o indirectamente nos afecta a todos. Lo menos que podemos hacer es informarnos e informar a otros sobre el tema, sin vueltas ni rodeos.
En segundo lugar, el SIDA subraya la urgente necesidad de difundir la enseñanza de una ética que enfoque temas relativos al matrimonio y al acto sexual desde una perspectiva bíblica. Nunca estuvo bien que nuestros líderes eclesiásticos hicieran de la moral un moralismo y nos enseñaran como si fuésemos seres angelicales sin instintos ni necesidades sexuales. Hoy, mucho menos. Pero no nos engañemos: la prevención del SIDA no depende de campañas en pro de un uso masivo de condones y jeringas descartables. Depende, más bien, de un cambio radical de actitud hacia cuestiones de conducta ética, incluyendo las relaciones sexuales; de una clara afirmación, en palabra y en hecho, de la fidelidad conyugal como el único contexto apropiado para los deleites del amor erótico. Y aclaremos: de la fidelidad conyugal de la pareja, y no sólo de la mujer, ya que en América Latina –según ciertos informes– muchas mujeres contraen la enfermedad por intermedio de sus propios esposos que practican la promiscuidad.
En tercer lugar, el SIDA demanda el cultivo de una profunda compasión hacia los portadores del VIH, una compasión modelada en la que Cristo tuvo hacia los leprosos de su tiempo. En ese entonces la lepra –una enfermedad que hasta hace apenas algo más de tres décadas era considerada incurable– hacía de la víctima un objeto de una insoportable discriminación social vinculada con la idea que quien la padecía estaba bajo el castigo de Dios.
Los leprosos de nuestro tiempo son los enfermos del SIDA. ¿Qué actitud hemos de adoptar frente a éstos si no es la de aquel que devolvió su dignidad a los leprosos al tocarlos con poder sanador? ¿Hemos de evadir nuestra reponsabilidad, interpretando el SIDA como evidencia del juicio de Dios, y nada más, o hemos de actuar movidos por la compasión que llevó al Señor a hacer suyo el sufrimiento de todos los marginados sociales, incluyendo los leprosos?
En cuarto lugar, el SIDA destaca la importancia de desarrollar una pastoral de consolación para acompañar a los familiares y amigos de las víctimas de tan fatídica enfermedad. Desde un punto de vista cristiano, no hay lugar para la actitud fatalista de quien conecta el sufrimiento y la muerte con la “mala suerte”. Como afirma Eugene Peterson, “donde está el que sufre, allí está Dios”. La tarea pastoral en situaciones de sufrimiento es, por lo tanto, una tarea de acompañamiento que tiene como objetivo consolar al que sufre, recordándole que el juicio de Dios es inseparable de su misericordia; que Dios es el “Artista del Amor y del Dolor”, según la atinada descripción de Gonzalo Báez-Camargo.
Lo hemos dicho muchas veces y ahora lo repetimos: para quienes nos hemos comprometido con Jesucristo, el Rey-siervo, cada necesidad humana es una oportunidad de servicio. Desde esta perspectiva, el avance del SIDA, sin dejar de ser una tragedia, es uno de los grandes desafíos que se le plantean a la Iglesia en nuestro tiempo. Pero, como cualquier otro desafío, sólo puede encararse adecuadamente si se lo encara comunitariamente. El hacerle frente con integridad cristiana no es una acción heroica individualista, sino una responsabilidad de toda la congregación. La pregunta es si nuestra propia congregación está dispuesta a hacer su parte para cumplirla.
2 Editorial de la revista Iglesia y Misión, Nro. 46.

Fuente: El blog de René Padilla, 2017.

No hay comentarios: