Por. Luis Rivera-Pagan, Puerto Rico
Discurso de aceptación del Doctorado Honoris
Causa en Divinas Letras, conferido por el Seminario Evangélico de Puerto Rico
el 4 de junio de 2016
“Despierto en cada sueño
con el sueño con que Alguien
sueña el mundo.
Es víspera de Dios.
Está uniendo en nosotros sus pedazos.”
Los juegos peligrosos (1962)
Olga Orozco
A Justo L. González y Jorge Pixley
Agradezco a la junta de directores, a la facultad y
a la presidencia del Seminario Evangélico de Puerto Rico la distinción que hoy
me confieren al otorgarme un Doctorado Honoris Causa en Divinas Letras. Un
saludo muy afectuoso a la clase graduanda del 2016, que hoy culmina con éxito
sus estudios, y también a mi clase graduanda de 1966, que hace 50 años celebramos
con alegría una ceremonia similar.
Mis años de estudios en el Seminario fueron
decisivos en mi formación personal y profesional. Dos profesores fueron
especialmente significativos.
Con Justo González aprendí a estudiar con minuciosa
atención las tradiciones teológicas. Fue en gran medida por su inspiración que
seguí estudios doctorales, primero en la Universidad de Yale y luego en la de
Tubinga, Alemania, dedicándome a la investigación de la historia del
pensamiento cristiano. Esa etapa culminó en una disertación sobre los intensos
debates doctrinales en el siglo segundo, desde la perspectiva de uno de los más
importantes teólogos de ese momento, Ireneo de Lyon.
Jorge Pixley, por su parte, me inculcó el análisis
cuidadoso y crítico de las escrituras sagradas y las diversas corrientes
exegéticas y hermenéuticas, en complejo y desafiante diálogo con las penurias y
los agravios de la realidad latinoamericana y caribeña. Pixley dedicó más de
tres décadas a la formación bíblico/teológica de generaciones de seminaristas
de Puerto Rico, México y Nicaragua, además de dar múltiples conferencias y
cursos por toda América Latina y el Caribe.
Honrar honra, por eso dedico esta distinción que
hoy me otorga el Seminario Evangélico a esos dos insignes profesores de la década
de los sesenta.
Esas experiencias como estudiante de esta
institución tuvo varias consecuencias importantes en mi vida personal y
profesional. En primer lugar, tomar en serio la creatividad teológica como una
actividad de máxima excelencia académica. Todos mis escritos, en sus múltiples
temas – los debates en el siglo dieciséis sobre la conquista y cristianización
de América, los sustratos apocalípticos de los armamentos nucleares, los
desafíos del ecumenismo en el siglo veintiuno, las convergencias entre la
literatura y las religiosidades latinoamericanas y caribeñas, los laberínticos
esfuerzos en la España del siglo dieciséis por traducir la Biblia al
castellano, los diversos senderos de la teología protestante puertorriqueña,
las variadas perspectivas de las teologías de liberación, la descolonización de
la teología como pensamiento subalterno y transgresor, el diálogo entre las
voces teológicas y las culturas sociales, la voz profética como solidaridad con
las comunidades oprimidas y menospreciadas, las estrategias hermenéuticas en
los conflictos entre Israel y Palestina, los lamentos y resistencias de la
mujer en las tragedias bélicas, los imperativos teológicos de las modernas
oleadas migratorias, la crítica a la misoginia y a la homofobia como expresiones
distintas pero concurrentes de exclusión, entre otros asuntos – han exigido un
esfuerzo conceptual e intelectual intenso y riguroso. Como bien afirmó el gran
escritor cubano José Lezama Lima en su fascinante libro La expresión
americana(1957): “Sólo lo difícil es estimulante.”
Ha sido una labor de creatividad teológica que se
inició con un artículo publicado en 1965, en Puerto Rico Evangélico,
en aquellos años la principal revista protestante puertorriqueña, titulado
“Ágape y resistencia no-violenta en Martin Luther King, hijo” y culmina cinco
décadas después en la reciente publicación de los libros Ensayos
teológicos desde el Caribe (2013), Peregrinajes teológicos y
literarios (2013) y Essays from the Margins (2014).
Un segundo elemento prioritario de mi vida ha sido
el contante peregrinaje. La mayoría de los ensayos publicados en mis libros
proceden de conferencias previamente dictadas en México, Nicaragua, Ecuador,
Argentina, Chile, Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Brasil, Cuba, República
Dominicana, Trinidad Tobago, Jamaica, Barbados, Hungría, Checoslovaquia, Rusia,
Suiza, España, Alemania, India, Palestina, El Líbano, Malasia y los Estados
Unidos. Es un peregrinaje que pretende hacerle saber al mundo que en Puerto
Rico, la colonia más antigua del mundo, como nos llamó el eminente jurista José
Trías Monge, leemos, pensamos, hablamos, escribimos, dialogamos y debatimos. En
resumen, somos capaces de enunciar nuestra propia palabra. Ha sido una romería
continua que aspira a cultivar la memoria de un pueblo irredento, pero que se
niega a renunciar a su identidad propia. Como bien argumenta Eduardo Lalo, en
su laureada novela Simone (2011), la invisibilización de
Puerto Rico es una de las lacras más lamentables de nuestra subordinación
colonial.
Pero mi vida no ha consistido solo en escribir y
dar conferencias en diversas partes de nuestro mundo ancho y ajeno, como lo
tildase el escritor peruano Ciro Alegría. También fui marcado de manera
indeleble por las vigorosas voces proféticas que caracterizaron la década de
los sesenta. Los biblistas latinoamericanos nos enseñaron que es imposible leer
cuidadosamente la Biblia sin percibir en ella el predominio de la convocatoria
profética a la solidaridad con los menesterosos y marginados. “Abre tu boca en
favor de quien no tiene voz y en defensa de todos los desamparados… defiende la
causa del desvalido y del pobre” (Proverbios 31:8-9); “¡Haced justicia al
oprimido y al pobre, librad al débil y al indigente, rescátenlos del poder de
los impíos!” (Salmo 82:3-4).
Las frecuentes censuras en las sagradas escrituras
se dirigen, en su gran mayoría, contra quienes usan el poder público –
político, económico y religioso – para la injusticia y la opresión. Ejemplo
destacado es el amargo juicio que emite el profeta Miqueas (Miqueas 3:1-4), al
increpar a los gobernantes de Israel:
“Oíd ahora… jefes de la casa de Israel… que
aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, que les quitáis su piel y su carne de
sobre los huesos; que coméis asimismo la carne de mi pueblo, y les desolláis su
piel de sobre ellos, y les quebrantáis los huesos y los rompéis como para el
caldero, y como carnes en olla. Entonces clamaréis a Yahvé, y no os responderá;
antes esconderá de vosotros su rostro…”
¿Qué ha significado esa voz profética para este
puertorriqueño que estudió en el Seminario Evangélico, prosiguió el doctorado
en Yale y Tubinga y concluyó su vida docente como catedrático en el Seminario
Teológico de Princeton?
Primero, cerciorarme que la Biblia versa sobre un
pueblo pequeño y marginado, como el nuestro, sujeto continuamente a la avaricia
imperial de grandes potencias – Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Macedonia,
Roma – pero cultivando siempre una profunda e irrenunciable esperanza de
liberación. El pertenecer a una nación pequeña, a la merced de las ambiciones
de dominio de un imperio, pero sin claudicar jamás el perenne sueño de
libertad, ha sido uno de los elementos claves de la voz profética. Es también
un rasgo distintivo de la historia de nuestra nación puertorriqueña. No pocas
veces en mis constantes peregrinajes me vienen a la mente los versos de una de
mis poetas preferidas, la mexicana Rosario Castellanos,
“Alguien, yo arrodillada: rasgué mis vestiduras
Y colmé de cenizas mi cabeza.
Lloro por esa patria que no he tenido nunca,
La patria que edifica la angustia en el
desierto…”
Segundo, la voz profética es implacable contra toda
clase de discrimen, marginación u opresión social, sea a causa de las penurias
económicas, las diversidades étnicas, raciales, culturales, religiosas o de
género. Ejemplo destacado es el acerbo juicio que Jeremías hace de la conducta
de Joaquín, rey de Judá (Jeremías 22: 13-17):
“!Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus
salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario
de su trabajo!… Tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, para
derramar sangre inocente y para oprimir…”
Y quienes se jactan de pasar largas horas en ayuno
y devoción, no deben olvidar la amonestación de Isaías (58:6-7):
“El ayuno que yo escogí,
¿no es más bien… soltar las cargas de opresión,
dejar ir libres a los quebrantados y romper todo
yugo?
¿No es que compartas tu pan con el hambriento,
que a los pobres errantes albergues en casa…?”
La voz profética destaca también aquellos cuyos
derechos humanos son menoscabados. El profeta Jeremías en su vigorosa denuncia
de quienes cumplían con las normas cúlticas especificadas en los textos
sagrados hebreos, pero desligadas de la solidaridad con los excluidos, asevera:
“No fiéis en palabras de mentira, diciendo:
‘¡Templo de Jehová… es éste!’ Pero… si en verdad practicáis la justicia… y no
oprimís al extranjero, al huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramáis la
sangre inocente… yo os haré habitar… en la tierra que di a vuestros padres
para siempre.” (Jeremías 7:4-7)
Los extranjeros inmigrantes eran, y son todavía
hoy, marginados por sus orígenes étnicos, raciales o culturales, las viudas y
sus hijos huérfanos por vivir en una sociedad patriarcal y androcéntrica.
La discusión actual en Puerto Rico sobre equidad de
género involucra dos asuntos distintos pero íntimamente vinculados. El primero
tiene que ver con el pleno respeto a los derechos humanos de la mujer. Lograrlo
exige desligarse de una longeva tradición cultural de sumisión femenina. El
patriarcado androcéntrico es un legado lamentable que debemos superar. El
segundo asunto, la homofobia, se refiere al discrimen contra las personas de
diversa identidad de género y orientación sexual. Su marginación social es tan
censurable como el racismo, la xenofobia o la misoginia. La inequidad y la
iniquidad son hermanas gemelas.
No es asunto únicamente de una perspectiva
académica. Requiere la inserción en la larga e inacabable historia de las
esperanzas y luchas de liberación de las comunidades marginadas y maltratadas.
Se trata de lo que la teología latinoamericana tildó de praxis,
como matriz inseparable de la teoría. Es algo que hemos aprendido
en el surgimiento vigoroso de teologías liberacionistas de múltiple cuño:
latinoamericanas, feministas, mujeristas, afroamericanas, indígenas,
tercermundistas, gais y queer. Nos topamos aquí con un alegre carnaval de la
inteligencia de la fe. O un concierto barroco, como lo llamaría el escritor
cubano Alejo Carpentier.
Concluyo.
La creatividad teológica en diálogo con la academia
y la cultura, el peregrinaje por el mundo ancho y ajeno para que la voz
puertorriqueña se reconozca y valore, la adhesión a la voz profética. Todo esto
lo aprendí en mis años de estudio en el Seminario Evangélico de Puerto Rico.
Con mucha gratitud en el corazón acepto este reconocimiento que hoy se me
otorga y felicito muy profundamente a la clase graduada de 2016.
¡Muchas gracias y que Dios les bendiga!
Fuente: Lupaprotestante
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