Por. Alex Roig, España
Ese fino periodista que es César Vidal,
acaba de destapar un episodio que, según él, “ha sido pasado por alto por la
práctica totalidad de los medios de comunicación, pero que reviste una
importancia extraordinaria”. Actualmente, nos informa, las naciones que
integran el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay más Venezuela en
estado de suspensión y Bolivia de incorporación) se encuentran negociando un
tratado comercial con la Unión Europea. Pues bien, denuncia y alerta, “la UE ha condicionado la firma de ese
tratado a que las naciones hispanoamericanas acepten en el seno de sus
legislaciones internas las leyes de ideología de género. El dato reviste
una enorme gravedad, primero, porque se trata de un acto de imperialismo
intolerable […] La ideología de género está siendo impuesta sobre
naciones que sienten repugnancia por ella”.
Es cierto que la Unión Europea está en trato con
Mercosur, pero esto no muy “actual” ni una novedad oculta, lleva ya 18 largos
de negociaciones. Esto es así porque en este tratado no sólo está en juego la
llamada “ideología de género” —como veremos—, ni mucho menos los intereses
económicos, que beneficiarían a ambas partes, y en especial a Europa que bien
podría haber la vista gorda sobre determinados aspectos de los derechos
humanos, como hacen otros, con tal de llenarse los bolsillos de plata. Tampoco
es de hoy la difamación: “En forma engañosa suele afirmarse que las
negociaciones Mercosur-UE en marcha son sobre todo de tipo comercial. No es
así, la mayor parte de los temas en discusión son de carácter estructural y
comprometen el conjunto de la economía en ámbitos críticos tales como
servicios, patentes, propiedad intelectual, compras públicas, inversiones y
competencia” (Jorge Marchini, “Union Europea-Mercosur: ¿qué se está
negociando?” Nodal. Noticiero de Améria Latina y El Caribe 7
julio, 2017).
Europa, además de los asuntos legales de inversión
y competencia con los que tropieza, alerta también a los países del Mercosur
acerca de “un riesgo de aumento de la contaminación del agua, por lo que pide a
los gobernantes de Mercosur «una normativa más estricta» sobre el efecto
potencial negativo sobre la biodiversidad, agravado por el desarrollo de la
demanda de biocombustibles en Europa” (“Ganadores y perdedores”).
Por su parte, los sindicalistas de Europa y del
Cono Sur plantearon a las autoridades de ambos bloques sus principales
preocupaciones y exigencias para que la negociación avance hacia un verdadero
acuerdo de asociación que permita reforzar las relaciones políticas, sociales,
económicas y culturales entre ambas regiones y que sea capaz de potenciar el
respeto a los derechos humanos, el empleo digno, el desarrollo sostenible y los
valores democráticos, evitando que se constituya en un mero tratado de libre
comercio (“Sindicatos de Europa y Latinoamérica exigen transparencia en
las negociaciones”).
De esto se deduce que Europa no es únicamente una
unión de mercados o de bancos —aunque haya mucho de eso—, sino de naciones en
torno a una Idea, una idea conocida por Estado de Bienestar, quizá la última
utopía de nuestros días. Una utopía, la primera en la historia, puesta en
práctica sin violencia y con tremendos resultados positivos para su población.
Esta utopía molesta, y mucho a los poderosos de este mundo. Es un mal ejemplo
para sus ciudadanos sometidos a todo tipo de incertidumbres, un precedente
peligroso que cuestiona sus políticas económicas de desigualdad. Europa es como
una piedra en la bota de los Imperios rojos y azules que se están repartiendo
el mundo a su propio gusto. Por eso hay que tantos tiburones que quisieran
acabar con la utopía europea, y lo cierto es que están muy cerca de
conseguirlo. Europa, además, y desgraciadamente, no se valora a sí misma,
“Europa no se quiere”, como documenta magistralmente el periodista Arturo San
Agustín (El buitre sobre el Tíber. Península, Barcelona 2008).
Europa ha apostado, y fuerte, por los derechos
humanos, tiene experiencia suficiente para saber qué son los regímenes
absolutistas, los juicios sin garantía; la tortura y la mutilación; la
discriminación por cuestión de religión, raza o sexo. Es preocupante que en
muchos círculos latinoamericanos, incluso llamados cristianos, se hable
despectivamente de los derechos humanos y se los trate de pura ideología al
servicio de los zurdos y de los terroristas. Lo malo es que esto se contagie al
ciudadano europeo que no se quiere, que no se valora. De momento, parece que
este ciudadano, o sus representantes, están haciendo frente a los nuevos
apóstoles de la desigualdad.
Ahora, vayamos al grano, ¿qué es eso de ideología
de género que, según nuestro periodista de Protestante Digital,
se está imponiendo sobre las pobres naciones latinoamericanas? La expresión
ideología de género es, hasta donde se puede seguir la pista, es un término
propio del papa Juan Pablo II, para quien, en consonancia con la doctrina
católica tradicional sobre la sexualidad, es profundamente ofensivo decir que
las características sexuales no están determinadas por Dios y la naturaleza, y
que las personas pueden nacer en un sexo y decidir ser de otro. Para el
católico conservador la homosexualidad no es natural, perturba la idea de una
identidad sexual claramente definida por Dios y la naturaleza, y por tanto es
una inclinación al mal, una inclinación a violentar la voluntad divina.
A esta ideología de género, o más correcto, contra
ella, se han sumado la mayoría de las iglesias evangélicas, y con tal
entusiasmo que ha dado lugar al extraño fenómeno del “ecumenismo del odio”. El
evangelicalismo es por lo general muy adverso a la Iglesia católica, hasta el
punto de que el mismo término “ecumenismo” es objeto de condenación. Sin
embargo, en muchos países se está dando ese “ecumenismo del odio”, que consiste
en buscar el apoyo de los católicos y de las Conferencias Episcopales de los
distintos países de Latinoamérica para manifestarse conjuntamente contra la
“ideología de género”. Así hemos podido observar en un mismo evento la
presencia de evangélicos fundamentalistas, ultracatólicos de HazteOir y algún
que otro obispo.
El cristiano conservador está en todo su derecho de
aferrarse a su convicción de la vivencia de sexualidad “como Dios manda”, el
problema surge, inevitablemente, cuando la mayoría de los gobiernos
democráticos liberales admiten, por una parte, la licitud de una ética que, por
motivos religiosos, se opone a la homosexualidad; y por otra, en cuanto
garantes de las minorías, admiten en un mismo pie de igualdad a aquellos
ciudadanos de distinta orientación sexual a la anterior, y por ley exigen que
sean respetados y reconocidos sus derechos como cualquier otro ciudadano.
A nivel privado y de fe, claro que existe una
tensión ineludible entre el rechazo religioso de lo homosexual, y la protección
de este por parte del Estado constitucional, pero la convivencia pacífica
exige, por ley, que nadie sea discriminado por cuestión de raza, religión o
sexo. El reto para las iglesias cristianas es cómo conjugar esta ley
constitucional con su propia ley religiosa, sin infringir ni una ni otra.
Pero la cuestión es más compleja, pues detrás de
este movimiento de protesta y rechazo de lo homosexual se encuentran fuerzas
económicas muy poderosas, que están utilizando para sus intereses la llamada
“ideología de género”; a la que tienen mucho interés de presentar como una
conspiración contra la familia, pero que lo que realmente están haciendo es
manipular los sentimiento de muchos creyentes y ciudadanos conservadores para
desviar la atención de los verdaderos problemas del pueblo: la creciente
precariedad económica del ciudadano, que ni aun teniendo trabajo puede salir de
la pobreza; la privatización de los bienes o derechos sociales a la educación,
la salud y la seguridad. Detrás de la agenda contra ideología de género se
esconden muchos intereses de corte económico y político, que poco a poco se van
introduciendo en las sociedades emergentes para perpetuar la vieja esclavitud.
Mucho nos temenos que la cuestión homosexual se está utilizando como una
cortina de humo para ocultar intereses económicos que no quieren operar a la
luz del día.
Por último, se puede desaprobar la homosexualidad
en todas sus formas por motivos de conciencia y de creencia, pero nunca, y
menos en cuanto cristianos, se puede alentar o fomentar el odio al homosexual.
Es más, tampoco se puede guardar silencio ante el abuso, la violencia e incluso
el linchamiento de este, y no me estoy refiriendo a gobiernos de carácter
teocrático como el existente en algunos países musulmanes, donde colgar o
arrojar desde una torre al homosexual está al orden del día, sino a naciones de
ese Mercosur que, según César Vidal, “sienten repugnancia” por la ideología de
género que Europa quiere imponerles. ¿No será que Europa quiere que los
derechos humanos se respeten, aunque sea un poco?
El Señor Vidal, que es muy viajado, no puede
ignorar que, por ejemplo, en Colombia aumentan homicidios de homosexuales y transexuales, que “en
muchos lugares de América Latina, salir a la calle como homosexual significa
estar expuesto a graves amenazas, palizas o incluso la muerte”. Por cierto,
Colombia ya permite el matrimonio gay, pero la resistencia de sectores
religiosos se vio reflejada en 2016 en las campañas de rechazo al histórico acuerdo de paz
con la guerrilla de las FARC, al que acusaban de promover una “ideología de
género”.
Según Marilia Brochetto, de CNN, casi 600 personas murieron a lo
largo de América Latina por la violencia contra la población LGBT entre enero
de 2013 y marzo de 2014, según un informe de la CIDH (Comisión Interamericana
de Derechos Humanos) de 2015. ¿Sabían que en los primeros meses de 2017 en América Latina y Estados Unidos se han registrado
al menos 41 crímenes contra la comunidad LGBT, a los que se suman múltiples
agresiones e incluso torturas? . La ONG Transgender Europe coloca
en números absolutos a Brasil primero entre 33 países con asesinatos de
personas LGBT registrados en 2016, con 123 casos, seguido por México, 52. Según la ONG Grupo Gay de Bahía, entre el
1 de enero y el 20 de septiembre de 2017 en Brasil se han registrado un total
de 277 asesinatos de personas LGTB, lo que supone un promedio de 1,05 al día,
superando así el dato de 2016 con una media de 0,95, lo que a todas luces,
también es una auténtica barbaridad. El pasado 7 de noviembre de 2017, la
filósofa estadounidense Judith Butler, fue “quemada en efigie” como bruja en
São Paulo. Judith Butler es conocida por ser feminista y defensora de la
igualdad de género. Fue a Brasil difundir la versión en portugués de su
libro Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism (Caminos
Divergentes. Una crítica judía al sionismo”), grupos conservadores aprovecharon
el acto cultural para arremeter contra ella como “bruja comunista”, defensora
de la “ideología de género” y “atentar en contra de la familia”. Portaban
muñecas gigantes representando la filósofa a las que prendieron fuego.
Las iglesias, los individuos, pueden estar en
contra de la homosexualidad, pero guardar silencio frente a estos actos de
violencia es hacerse cómplices de los mismos y está muy lejos del espíritu de
Jesucristo.
Significativamente, “si nos fijamos en la religión
como variable, lo que encontramos es que cuanto más católico sea el país, más
probabilidades habrán de aceptar la homosexualidad y viceversa. Cuanto más
protestantes son, menos probabilidades tienen de aceptar esto y menos
probabilidades tienen de tener una legislación activa sobre los derechos de los
homosexuales”. Las personas LGBT que viven en países dominados por iglesias
evangélicas tienden a ser las que tienen más dificultades. Las iglesias
católica y evangélica tienen puntos de vista similares sobre la homosexualidad,
aunque hay diferencias notables. Aunque ambos se oponen a la homosexualidad, “el clero católico tiende a ser menos opuesto a los
estatutos contra la discriminación que el clero evangélico”. La prueba está
precisamente en los mismos países latinoamericanos donde paradójicamente se
asesinan a tantos homosexuales. América Latina ofrece una narrativa
contradictoria. “Mientras que muchos derechos LGBT en los Estados Unidos están
enredados en disputas legales en estados individuales, en América Latina, las leyes sobre el matrimonio entre
personas del mismo sexo y la adopción, el cambio de género en las tarjetas
nacionales de identidad y las leyes contra la discriminación entraron en vigor
en la década pasada, muchos de ellos antes de que la Corte Suprema de Estados
Unidos legalizara el matrimonio entre personas del mismo sexo”.
Es triste comprobar que para muchos cristianos
conservadores parece que el problema más grave de la familia y del país, no es
la pobreza, la violencia, el machismo, el abuso infantil dentro del círculo
familiar, la inseguridad, la desatención sanitaria, la falta de escolarización,
la xenofobia, la discriminación social…, todo parece indica que para muchos
buenos ciudadanos y creyentes ejemplares el único problema, el más amenazante,
es, son, los chicos gays, las chicas lesbianas.
Fuente: Lupaprotestante, 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario