Por. Tomás Castaño, Medellin, Antioquia.
El discurso, o más bien los discursos, con los que
se enmarcan a Jesús, son esencialmente políticos y llevan una carga muy fuerte
de códigos y símbolos del poder, del control, de la cohesión y del gobierno.
Claro, a simple vista es más o menos fácil “notar” que de eso se trata su
legado.
“Reino”, “Rey”, “Autoridad”, “Mesías (o Cristo)”,
“Sujeción” y “obediencia” suelen ser unos de los conceptos más explorados a la
hora de leer e interpretar los libros que componen el evangelio, y se hace un
énfasis desbordado en los significados estrictos de las palabras, sin tener en
cuenta el panorama completo de lo que en los relatos de Jesùs, de acuerdo a la
experiencia de lo divino ocurriendo en y a través de él, esas palabras vienen a
significar.
Pareciera que la noticia buena tiene que ver con
una transferencia del poder “de este mundo” a una nueva posición vertical
comandada por los “principios” de Dios “y los suyos” o por lo menos eso es lo
que puede leerse de los planteamientos de “gobierno de Dios” que se van haciendo
lugar cada vez con más fuerza. El cambio de las dinámicas del poder y de
quienes lo ostentan, por una realidad social diferente, a base de Jesus y su
“reino de Dios”, es real, pero no de la manera en que unas líneas específicas
del cristianismo lo han dado por sentado, y mucho menos fundamentado en
relaciones verticales de poder.
Desde hace algunos años se viene legitimando un
movimiento (?) que ha echado mano de estos conceptos dentro de las democracias
latinoamericanas, para abanderar un mensaje claro: “El cristianismo debe
gobernar a las naciones”. Hay una mezcla extraña entre hacerse parte del
ejercicio democrático y la pasión, fidelidad y entrega (lucha) por “la promesa”
de avanzar hasta los estrados del poder político, para gobernar con justicia y aplicar
con rigor todo lo que dice la biblia.
Es lamentable que lo que piensan y accionan, no es
claro si se deba decir “unas ramas concretas del cristianismo” o más bien “unos
líderes carismáticos que se han hecho lugar por medio de sus posiciones y títulos
“espirituales” y haciéndose, muchos de ellos, a un público multitudinario en el
cual legitimar sus “autoridad”, por medio de mensajes populistas de coacción”,
se haga pasar por el cristianismo en su panorama más amplio. Es decir, parece
ser que ellos representaran la basta diversidad cristiana, y no, aunque son
muchos y mueven muchas masas, ellos no son “el cristianismo” en pleno.
Este tema genera bandos de polarización de quienes
alzan su voz a favor de “ungidos levantados para el ministerio de la gobernanza,
para traer la justicia y la moral de Dios” y los críticos que niegan que estar
en los puestos de gobierno sea algo positivo para la nación y el “estado
laico”.
Sin embargo, creo que hay una fuente en común de
donde podremos insistir en las reflexiones necesarias a propósito del papel de
los cristianismos ejerciendo el “poder” del reino de Dios”. Y diré, que aunque
en el discurso se apela constantemente a lo que “dice la biblia”, muchas de las
exposiciones toman versos sin tener en cuenta los contextos, no solo
literarios, sino también los sociales, geográficos, políticos, culturales,
económicos, y otros tantos, que la enmarcan. Es necesario evocar como base
interpretativa de esa biblia que tanto invocamos, a aquel que es el fundamento
de la fe cristiana.
La fuente del evangelio y lo que esas buenas
noticias significan, representan y generan, es Jesús. Si hay un lugar para
comprender las vicisitudes del poder y cuál es el papel del cristiano como
individuo y el de los diferentes cristianismos como estructuras comunitarias,
con respecto de los sistemas políticos de nuestros países, lo debemos buscar
(escudriñar) en lo que Jesús enseñó en su vida y obra. Al fin y al cabo es él
la cabeza de una iglesia que cumple orgánicamente como “el cuerpo”; la psicología,
voluntad, intención, visión, conocimiento, pensamiento (y más) de los
cristianos, deben descansar en Jesús en lo vivido y enseñado por él. Así
también, las acciones de los cristianismos deben ser coherentes con él y lo que
él representa. ¿Qué podemos decir acerca del poder a partir de él?
Para comenzar, en esencia la idea de verticalidad
es una de las propuestas que Jesùs una y otra vez, quiere disolver (¿o sonará
mejor destruir?). Es la naturaleza de Dios en la encarnación de su logos, dejar
de mirar a la humanidad “hacia abajo” y permitir que la humanidad deje de
buscarlo “hacia arriba”, la relación propuesta es una horizontal, donde prima
la cercanía familiar sobre el distanciamiento de la divinidad monárquica. Ni
siquiera la idea de “paternidad” de Dios se plantea desde el patriarcado, que
es una forma de gobierno vertical, en la que el “patriarca” de la familia hace
cumplir las leyes entre los suyos y busca constantemente el honor y la pureza
de su familia, en contraposición a la vergüenza y la impureza. Las menciones de
Jesús con respecto de Dios como padre, rompen con las tradiciones del papá
“gobernante” de su familia.
Ese “hacia arriba” debe ser entendido, no como una
mirada al cielo, en busca de un Dios que habita trascendiendo la naturaleza,
sino como el “hacia arriba” burocrático del sistema del templo. No debemos
perder de vista que cuando “oraban a Yahvé” los judíos miraban hacia él,
hacerlo denota el lugar que la idea de Dios, a partir de la representación que
el templo, y toda su estructura, le significa a los israelitas. Dios habita en
“su casa” y actúa por medio de los rituales que en ella se ejecutan, es a
través de eso que ocurre en esa casa de Dios que el vínculo entre la divinidad
y el pueblo, se mantiene vivo. Es más o menos eso lo que se nos permite conocer
de lo que el israelita promedio “sabía” de Dios.
Dios desciende de la burocratización en la que el
sacerdocio lo había enmarcado, se enmarca a sí mismo dentro de las dinámicas
del cuerpo y sus debilidades y necesidades (el verbo se hizo carne), ese cuerpo
viene a ser “casa de la plenitud de la divinidad”, para habitar y convivir con,
y para, las personas que no tenían la posibilidad de alcanzar al Dios
gobernante que habían encerrado en ese templo.
También se hace necesario mencionar que sus
representantes se convirtieron, durante el tiempo de los imperios, en fichas
del sistema imperial. De acuerdo al gobierno de turno, negociaban apoyo y
legitimidad, a cambio de puestos de incidencia; puestos de poder polìtico.
Mucho de esa corrupción ocurriendo en los
representantes del templo son denunciadas por los profetas de la antigüedad,
que además, sostienen que en medio de esas corrupciones se ha descuidado al
pueblo, las personas han sido objeto de las ambiciones y las jugadas políticas,
según los profetas, de los gobernantes y de los sacerdotes.
Dios se hace, en Jesús, a una relación (o unas
relaciones) con la humanidad. habiendo Jesús entendido a Dios como “Abba”, pero
no como el padre que está en la cúpula de gobierno familiar, sino como el padre
que se enternece y se compadece de las realidades que sus hijos viven, y como
el Dios que lejos de estar encerrado en el templo y sus lineamientos, que lo
proponen como la cabeza de la jerarquía, está con las personas viviendo con
ellas sus realidades.
Por lo pronto podemos ver a un Jesús que enseña un
“reino de Dios” que se ejerce, no desde la justicia local (el patriarcado) ni
desde los códigos del templo, más bien desde la familiaridad del encuentro
espontáneo y la vida cotidiana. Pero, ¿acaso eso nos habla del poder político?
Por ahora creo que es importante decir que necesitamos aprender de un Dios que
se baja de su trono y sus puestos de poder, para habitar entre las personas y
ejercer ese “poder” por medio del vínculo de familiaridad, la compasión y la
inclusión de los que, según las tradiciones y la rigidez de los códigos
legales, no son dignos.
Alguna vez dos de sus seguidores cercanos le
pidieron puestos de poder a Jesús cuando él estuviera en su gloria. Decir que
eran seguidores a veces nubla el panorama, además de ser seguidores Jesús los
consideraba su familia, es con ellos con los que podía intimar, ellos aprendían
a conocerlo progresivamente y él iba enseñándoles, de la misma manera, las
claves del reino de Dios.
Esta ocasión en especial le sirvió para enseñarles
dos cosas específicas del reino de Dios y del principio cristiano de gobierno.
Es posible que los discípulos pensaran que en algún
momento Jesús se convertiría efectivamente en el comandante militar que
restauraría una monarquía justa en Israel, vengandose del imperio que los tenía
subyugados, y estableciéndose como el ungido de Dios, rey lleno de poder que
juzga con juicios justos.
Difícilmente a lo que se referían los hermanos Juan
y Andrés, tuvo que ver con el cielo y alguna estructura de poder en alguna
existencia en las nubes; ellos creían que Dios se establecería en la tierra, en
los sistemas de poder terrenales, solo que de una manera más acogedora y sin la
corrupción conocida entre los que ocupaban los cargos de jerarquía. Es por eso
que podríamos afirmar que; lo que pedían, o lo que el autor del evangelio
propone que pedían, era dignidad gubernamental, cuando Jesús tomara el poder y
fuera rey.
Jesús, en medio de escenario natural que se relata;
los demás “indignados” por la petición de ocupar cargos de poder al maestro,
por encima de ellos mismos, propone, que la gloria que ocuparía estaba llena de
sufrimiento.
Jesús sabía que si seguía diciendo lo que decía y
seguía haciendo lo que hacía, lo podían cazar hasta enjuiciarlo, ¿qué más se
podría esperar de alguien que hablara de un imperio alternativo al del Cesar
(recordemos que la palabra que traducimos como “Reino” (de Dios) es una
traducción del concepto griego “Basileia” que era la misma con que se nombraba
en su época al “imperio Romano”), donde la justicia social, el amor, la
inclusión, la libertad, la sanidad y un Dios familiar y cercano eran la base de
gobernanza? Él le hace saber a sus amigos que la “gloria” de su “reino” estaría
cubierta de dolor, tortura, vergüenza, maldición y sangre, ¿querían ellos vivir
eso?, ¿querían vivirlo por proclamar que el “imperio de Dios” se había acercado
y habitaba entre las personas del común? Es decir, ese es el mensaje de
gobierno de Dios y esa era la consecuencia más lógica para su época.
También hace Jesús un paralelo entre los gobiernos
“de los gentiles”, es decir, los sistemas de gobierno a los que estaban todos
acostumbrados (en contraposición a su propuesta que era alternativa y
distinta), y el principio de “su gobierno”; el que quiere ser mayor, entre los
suyos, deberá ser siervo.
Es muy usual escuchar entre los discursos políticos
que los gobernantes están “al servicio” del pueblo, que gobernar es en sí mismo
un servicio a las agrupaciones humanas, “al estado” y quienes lo habitan. Sin
embargo, siguiendo la línea de lo que los evangelios nos muestran de lo que
posiblemente pensaba Jesús, creo que es necesario preguntarse ¿Qué es servir,
de acuerdo a lo que Jesús quería dar a entender?
La noche en que Jesús fue apresado, luego de haber
comido con los suyos, luego de bendecir el pan y el vino, y anteponerse a lo
que iba a ocurrirle en su cuerpo, se nos cuenta en San Juan, que él lavó los
pies de sus discípulos. Esta imagen se nos ha hecho paisaje en medio de
nuestros sermones pero, de acuerdo al contexto social, Jesús ocupa un lugar que
no le corresponde, la función de lavar los pies es propia de los esclavos, ese
es el ejemplo de servicio en el mensaje de Jesús, ¿estamos dispuestos, incluso
a ocupar funciones “indignas” e “impropias” de los poderosos para garantizarle
a las personas su bienestar? en realidad este debería ser un mensaje para el
cristianismo en pleno pero de acuerdo al tema, el gobierno del reinado de Dios,
no se trata de ocupar los cargos de poder, sino más bien todo lo contrario, en
aras de dignificar al otro, ocupar los lugares más sencillos, no alzarnos
contra los demás “por haber faltado al mandato divino” sino estar a los pies de
las personas, dispuestos a lavarles los pies.
¿Nos dice eso algo sobre ocupar “los puestos de
poder” en los países latinoamericanos en nombre de Dios? ¿Será que las
motivaciones para ocupar el poder están fundadas en lo que enseñó Jesús, o la
biblia es solo una ficha discursiva para alcanzar una fuerza política que se ha
hecho lugar (y poco a poco se ha descubierto importante en el juego electoral)
en los estados? ¿Quieren, queremos, servir y que ese puesto “inferior” sea el
que nos haga mayores, o quieren, queremos, gobernar y poner a las personas al
servicio de los intereses del poder?
Al terminar de alimentar a los muchos, nos cuenta
la narración, que ellos lo reconocieron como el “profeta que habría de llegar”.
La promesa mesiánica era popular, las condiciones de vida eran precarias, la
moral del pueblo estaba menoscabada por haber sido pasada, la nación, entre
unos y otros gobernantes de diferentes imperios que iban ocupando el
territorio, teniendo como “verdad”, Israel, un día gobernar para las naciones
(que no se nos pase por alto que los israelitas querían en realidad, ocupar el
lugar de Roma, ser ellos los emperadores sobre las naciones), y la esperanza,
aunque menguante en algunos escenarios, de algún día ver “al que ha de venir”.
Al reconocerlo tal, teniendo en cuenta que la idea
de “mesías” es en sí misma política, daba como resultado natural, querer que
ocupara “su lugar” como legislador. La monarquía debía ser restituida al que
demostraba, con un acto simple pero importante para esas personas sedientas de
ser saciadas en sus necesidades básicas, ser el profeta prometido.
Jesús no hace proselitismo político, simplemente, y
sin más, se retira.
La verdad es que Jesús utiliza esos conceptos de
gobierno y de monarquía y de fuerza y poder y autoridad, y los voltea “al
revés”, los usa para hacer una versión alternativa de ellos, contrarias a lo
que esas palabras significaban usualmente. Jesús en realidad habla de un
“anti-reino” de un mesianismo que se ejerce desde parámetros que nadie espera
porque se ejerce desde una percepción que no corresponde a su significado.
“Reinar” en el mensaje de Jesús es “no reinar” sino “servir”.
El poder del reino de Dios está en servir, ocupando
las funciones menos importantes y luchando por el bienestar comunitario desde
las bases, insistiendo en la justicia social, el amor a la otredad, la entrega
“hasta la muerte” por defender la dignidad de las personas y la cercanía y
familiaridad de Dios.
A la luz de Jesús no podemos decir que hay alguna
invitación a hacer parte de las estructuras y los sistemas del poder, podemos
decir, en cambio, que las necesidades de la gente deben ser saciadas y que,
como Jesús, debemos ser un puente entre las personas y su sanidad, libertad y
esperanza.
Si alguien quiere gobernar, que su discurso y sus
acciones sean las enseñadas por él, no la idea de “ahora sí, implementar la
biblia como fundamento de gobierno”, si no lo recordamos, la ley de Dios él se
encargaría de escribirla en el alma, no como una legislación impuesta sino como
una vida de vínculo y relación con la divinidad. Es el gran Abba quien en su
abrazo escribe en nuestras naciones su palabra.
El lugar de los cristianismos es recordar el
evangelio, no el discurso bélico que hemos hecho de él en las estrategias
políticas, el evangelio del Dios que se acerca familiarmente a la humanidad, a
las culturas y sociedades, a las personas en sus realidades múltiples, para
reinar en ellos con su amor fraternal.
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