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domingo, 24 de diciembre de 2017

El poder político a la luz del evangelio

Por. Tomás Castaño, Medellin, Antioquia.
El discurso, o más bien los discursos, con los que se enmarcan a Jesús, son esencialmente políticos y llevan una carga muy fuerte de códigos y símbolos del poder, del control, de la cohesión y del gobierno. Claro, a simple vista es más o menos fácil “notar” que de eso se trata su legado.
“Reino”, “Rey”, “Autoridad”, “Mesías (o Cristo)”, “Sujeción” y “obediencia” suelen ser unos de los conceptos más explorados a la hora de leer e interpretar los libros que componen el evangelio, y se hace un énfasis desbordado en los significados estrictos de las palabras, sin tener en cuenta el panorama completo de lo que en los relatos de Jesùs, de acuerdo a la experiencia de lo divino ocurriendo en y a través de él, esas palabras vienen a significar.
Pareciera que la noticia buena tiene que ver con una transferencia del poder “de este mundo” a una nueva posición vertical comandada por los “principios” de Dios “y los suyos” o por lo menos eso es lo que puede leerse de los planteamientos de “gobierno de Dios” que se van haciendo lugar cada vez con más fuerza. El cambio de las dinámicas del poder y de quienes lo ostentan, por una realidad social diferente, a base de Jesus y su “reino de Dios”, es real, pero no de la manera en que unas líneas específicas del cristianismo lo han dado por sentado, y mucho menos fundamentado en relaciones verticales de poder.
Desde hace algunos años se viene legitimando un movimiento (?) que ha echado mano de estos conceptos dentro de las democracias latinoamericanas, para abanderar un mensaje claro: “El cristianismo debe gobernar a las naciones”. Hay una mezcla extraña entre hacerse parte del ejercicio democrático y la pasión, fidelidad y entrega (lucha) por “la promesa” de avanzar hasta los estrados del poder político, para gobernar con justicia y aplicar con rigor todo lo que dice la biblia.
Es lamentable que lo que piensan y accionan, no es claro si se deba decir “unas ramas concretas del cristianismo” o más bien “unos líderes carismáticos que se han hecho lugar por medio de sus posiciones y títulos “espirituales” y haciéndose, muchos de ellos, a un público multitudinario en el cual legitimar sus “autoridad”, por medio de mensajes populistas de coacción”, se haga pasar por el cristianismo en su panorama más amplio. Es decir, parece ser que ellos representaran la basta diversidad cristiana, y no, aunque son muchos y mueven muchas masas, ellos no son “el cristianismo” en pleno.
Este tema genera bandos de polarización de quienes alzan su voz a favor de “ungidos levantados para el ministerio de la gobernanza, para traer la justicia y la moral de Dios” y los críticos que niegan que estar en los puestos de gobierno sea algo positivo para la nación y el “estado laico”.
Sin embargo, creo que hay una fuente en común de donde podremos insistir en las reflexiones necesarias a propósito del papel de los cristianismos ejerciendo el “poder” del reino de Dios”. Y diré, que aunque en el discurso se apela constantemente a lo que “dice la biblia”, muchas de las exposiciones toman versos sin tener en cuenta los contextos, no solo literarios, sino también los sociales, geográficos, políticos, culturales, económicos, y otros tantos, que la enmarcan. Es necesario evocar como base interpretativa de esa biblia que tanto invocamos, a aquel que es el fundamento de la fe cristiana.
La fuente del evangelio y lo que esas buenas noticias significan, representan y generan, es Jesús. Si hay un lugar para comprender las vicisitudes del poder y cuál es el papel del cristiano como individuo y el de los diferentes cristianismos como estructuras comunitarias, con respecto de los sistemas políticos de nuestros países, lo debemos buscar (escudriñar) en lo que Jesús enseñó en su vida y obra. Al fin y al cabo es él la cabeza de una iglesia que cumple orgánicamente como “el cuerpo”; la psicología, voluntad, intención, visión, conocimiento, pensamiento (y más) de los cristianos, deben descansar en Jesús en lo vivido y enseñado por él. Así también, las acciones de los cristianismos deben ser coherentes con él y lo que él representa. ¿Qué podemos decir acerca del poder a partir de él?
Para comenzar, en esencia la idea de verticalidad es una de las propuestas que Jesùs una y otra vez, quiere disolver (¿o sonará mejor destruir?). Es la naturaleza de Dios en la encarnación de su logos, dejar de mirar a la humanidad “hacia abajo” y permitir que la humanidad deje de buscarlo “hacia arriba”, la relación propuesta es una horizontal, donde prima la cercanía familiar sobre el distanciamiento de la divinidad monárquica. Ni siquiera la idea de “paternidad” de Dios se plantea desde el patriarcado, que es una forma de gobierno vertical, en la que el “patriarca” de la familia hace cumplir las leyes entre los suyos y busca constantemente el honor y la pureza de su familia, en contraposición a la vergüenza y la impureza. Las menciones de Jesús con respecto de Dios como padre, rompen con las tradiciones del papá “gobernante” de su familia.
Ese “hacia arriba” debe ser entendido, no como una mirada al cielo, en busca de un Dios que habita trascendiendo la naturaleza, sino como el “hacia arriba” burocrático del sistema del templo. No debemos perder de vista que cuando “oraban a Yahvé” los judíos miraban hacia él, hacerlo denota el lugar que la idea de Dios, a partir de la representación que el templo, y toda su estructura, le significa a los israelitas. Dios habita en “su casa” y actúa por medio de los rituales que en ella se ejecutan, es a través de eso que ocurre en esa casa de Dios que el vínculo entre la divinidad y el pueblo, se mantiene vivo. Es más o menos eso lo que se nos permite conocer de lo que el israelita promedio “sabía” de Dios.
Dios desciende de la burocratización en la que el sacerdocio lo había enmarcado, se enmarca a sí mismo dentro de las dinámicas del cuerpo y sus debilidades y necesidades (el verbo se hizo carne), ese cuerpo viene a ser “casa de la plenitud de la divinidad”, para habitar y convivir con, y para, las personas que no tenían la posibilidad de alcanzar al Dios gobernante que habían encerrado en ese templo.
También se hace necesario mencionar que sus representantes se convirtieron, durante el tiempo de los imperios, en fichas del sistema imperial. De acuerdo al gobierno de turno, negociaban apoyo y legitimidad, a cambio de puestos de incidencia; puestos de poder polìtico.
Mucho de esa corrupción ocurriendo en los representantes del templo son denunciadas por los profetas de la antigüedad, que además, sostienen que en medio de esas corrupciones se ha descuidado al pueblo, las personas han sido objeto de las ambiciones y las jugadas políticas, según los profetas, de los gobernantes y de los sacerdotes.
Dios se hace, en Jesús, a una relación (o unas relaciones) con la humanidad. habiendo Jesús entendido a Dios como “Abba”, pero no como el padre que está en la cúpula de gobierno familiar, sino como el padre que se enternece y se compadece de las realidades que sus hijos viven, y como el Dios que lejos de estar encerrado en el templo y sus lineamientos, que lo proponen como la cabeza de la jerarquía, está con las personas viviendo con ellas sus realidades.
Por lo pronto podemos ver a un Jesús que enseña un “reino de Dios” que se ejerce, no desde la justicia local (el patriarcado) ni desde los códigos del templo, más bien desde la familiaridad del encuentro espontáneo y la vida cotidiana. Pero, ¿acaso eso nos habla del poder político? Por ahora creo que es importante decir que necesitamos aprender de un Dios que se baja de su trono y sus puestos de poder, para habitar entre las personas y ejercer ese “poder” por medio del vínculo de familiaridad, la compasión y la inclusión de los que, según las tradiciones y la rigidez de los códigos legales, no son dignos.
Alguna vez dos de sus seguidores cercanos le pidieron puestos de poder a Jesús cuando él estuviera en su gloria. Decir que eran seguidores a veces nubla el panorama, además de ser seguidores Jesús los consideraba su familia, es con ellos con los que podía intimar, ellos aprendían a conocerlo progresivamente y él iba enseñándoles, de la misma manera, las claves del reino de Dios.
Esta ocasión en especial le sirvió para enseñarles dos cosas específicas del reino de Dios y del principio cristiano de gobierno.
Es posible que los discípulos pensaran que en algún momento Jesús se convertiría efectivamente en el comandante militar que restauraría una monarquía justa en Israel, vengandose del imperio que los tenía subyugados, y estableciéndose como el ungido de Dios, rey lleno de poder que juzga con juicios justos.
Difícilmente a lo que se referían los hermanos Juan y Andrés, tuvo que ver con el cielo y alguna estructura de poder en alguna existencia en las nubes; ellos creían que Dios se establecería en la tierra, en los sistemas de poder terrenales, solo que de una manera más acogedora y sin la corrupción conocida entre los que ocupaban los cargos de jerarquía. Es por eso que podríamos afirmar que; lo que pedían, o lo que el autor del evangelio propone que pedían, era dignidad gubernamental, cuando Jesús tomara el poder y fuera rey.
Jesús, en medio de escenario natural que se relata; los demás “indignados” por la petición de ocupar cargos de poder al maestro, por encima de ellos mismos, propone, que la gloria que ocuparía estaba llena de sufrimiento.
Jesús sabía que si seguía diciendo lo que decía y seguía haciendo lo que hacía, lo podían cazar hasta enjuiciarlo, ¿qué más se podría esperar de alguien que hablara de un imperio alternativo al del Cesar (recordemos que la palabra que traducimos como “Reino” (de Dios) es una traducción del concepto griego “Basileia” que era la misma con que se nombraba en su época al “imperio Romano”), donde la justicia social, el amor, la inclusión, la libertad, la sanidad y un Dios familiar y cercano eran la base de gobernanza? Él le hace saber a sus amigos que la “gloria” de su “reino” estaría cubierta de dolor, tortura, vergüenza, maldición y sangre, ¿querían ellos vivir eso?, ¿querían vivirlo por proclamar que el “imperio de Dios” se había acercado y habitaba entre las personas del común? Es decir, ese es el mensaje de gobierno de Dios y esa era la consecuencia más lógica para su época.
También hace Jesús un paralelo entre los gobiernos “de los gentiles”, es decir, los sistemas de gobierno a los que estaban todos acostumbrados (en contraposición a su propuesta que era alternativa y distinta), y el principio de “su gobierno”; el que quiere ser mayor, entre los suyos, deberá ser siervo.
Es muy usual escuchar entre los discursos políticos que los gobernantes están “al servicio” del pueblo, que gobernar es en sí mismo un servicio a las agrupaciones humanas, “al estado” y quienes lo habitan. Sin embargo, siguiendo la línea de lo que los evangelios nos muestran de lo que posiblemente pensaba Jesús, creo que es necesario preguntarse ¿Qué es servir, de acuerdo a lo que Jesús quería dar a entender?
La noche en que Jesús fue apresado, luego de haber comido con los suyos, luego de bendecir el pan y el vino, y anteponerse a lo que iba a ocurrirle en su cuerpo, se nos cuenta en San Juan, que él lavó los pies de sus discípulos. Esta imagen se nos ha hecho paisaje en medio de nuestros sermones pero, de acuerdo al contexto social, Jesús ocupa un lugar que no le corresponde, la función de lavar los pies es propia de los esclavos, ese es el ejemplo de servicio en el mensaje de Jesús, ¿estamos dispuestos, incluso a ocupar funciones “indignas” e “impropias” de los poderosos para garantizarle a las personas su bienestar? en realidad este debería ser un mensaje para el cristianismo en pleno pero de acuerdo al tema, el gobierno del reinado de Dios, no se trata de ocupar los cargos de poder, sino más bien todo lo contrario, en aras de dignificar al otro, ocupar los lugares más sencillos, no alzarnos contra los demás “por haber faltado al mandato divino” sino estar a los pies de las personas, dispuestos a lavarles los pies.
¿Nos dice eso algo sobre ocupar “los puestos de poder” en los países latinoamericanos en nombre de Dios? ¿Será que las motivaciones para ocupar el poder están fundadas en lo que enseñó Jesús, o la biblia es solo una ficha discursiva para alcanzar una fuerza política que se ha hecho lugar (y poco a poco se ha descubierto importante en el juego electoral) en los estados? ¿Quieren, queremos, servir y que ese puesto “inferior” sea el que nos haga mayores, o quieren, queremos, gobernar y poner a las personas al servicio de los intereses del poder?
Al terminar de alimentar a los muchos, nos cuenta la narración, que ellos lo reconocieron como el “profeta que habría de llegar”. La promesa mesiánica era popular, las condiciones de vida eran precarias, la moral del pueblo estaba menoscabada por haber sido pasada, la nación, entre unos y otros gobernantes de diferentes imperios que iban ocupando el territorio, teniendo como “verdad”, Israel, un día gobernar para las naciones (que no se nos pase por alto que los israelitas querían en realidad, ocupar el lugar de Roma, ser ellos los emperadores sobre las naciones), y la esperanza, aunque menguante en algunos escenarios, de algún día ver “al que ha de venir”.
Al reconocerlo tal, teniendo en cuenta que la idea de “mesías” es en sí misma política, daba como resultado natural, querer que ocupara “su lugar” como legislador. La monarquía debía ser restituida al que demostraba, con un acto simple pero importante para esas personas sedientas de ser saciadas en sus necesidades básicas, ser el profeta prometido.
Jesús no hace proselitismo político, simplemente, y sin más, se retira.
La verdad es que Jesús utiliza esos conceptos de gobierno y de monarquía y de fuerza y poder y autoridad, y los voltea “al revés”, los usa para hacer una versión alternativa de ellos, contrarias a lo que esas palabras significaban usualmente. Jesús en realidad habla de un “anti-reino” de un mesianismo que se ejerce desde parámetros que nadie espera porque se ejerce desde una percepción que no corresponde a su significado. “Reinar” en el mensaje de Jesús es “no reinar” sino “servir”.
El poder del reino de Dios está en servir, ocupando las funciones menos importantes y luchando por el bienestar comunitario desde las bases, insistiendo en la justicia social, el amor a la otredad, la entrega “hasta la muerte” por defender la dignidad de las personas y la cercanía y familiaridad de Dios.
A la luz de Jesús no podemos decir que hay alguna invitación a hacer parte de las estructuras y los sistemas del poder, podemos decir, en cambio, que las necesidades de la gente deben ser saciadas y que, como Jesús, debemos ser un puente entre las personas y su sanidad, libertad y esperanza.
Si alguien quiere gobernar, que su discurso y sus acciones sean las enseñadas por él, no la idea de “ahora sí, implementar la biblia como fundamento de gobierno”, si no lo recordamos, la ley de Dios él se encargaría de escribirla en el alma, no como una legislación impuesta sino como una vida de vínculo y relación con la divinidad. Es el gran Abba quien en su abrazo escribe en nuestras naciones su palabra.
El lugar de los cristianismos es recordar el evangelio, no el discurso bélico que hemos hecho de él en las estrategias políticas, el evangelio del Dios que se acerca familiarmente a la humanidad, a las culturas y sociedades, a las personas en sus realidades múltiples, para reinar en ellos con su amor fraternal.

Fuente: Lupatrotestante, 2017

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