Por. Carlos Martínez García, México
Antonio
de Montesinos desnudó la brutalidad de la empresa colonial española en el Nuevo
Mundo. Lo hizo el Cuarto Domingo de Adviento de 1511 y mediante la exposición
de un pasaje bíblico. Cabe mencionar que unas fuentes consignan el primer
domingo de Adviento como el día que Montesinos hizo su predicación; otras
sostienen que fue en el segundo e incluso el tercer domingo. Gustavo Gutiérrez,
basado en lo que reproduce de lo consignado por Bartolomé de Las Casas en La
historia de las Indias, segmentos de los capítulos 3-5, afirma que la
exposición tuvo lugar el 21 de diciembre, Cuarto Domingo de Adviento, (p. 11).
En todo caso, así lo considero, lo central es el contenido de la exposición que
dio. El escenario del valiente discurso fue la isla La Española, en la ciudad
de Santo Domingo (República Dominicana). El grupo de frailes dominicos asentado
en La Española decidió pronunciarse contra la barbarie cotidiana padecida por
la población indígena y los esclavos traídos a tierras caribeñas. Llegado el
tiempo de Adviento, sus compañeros deciden que sea Montesinos quien lea lo
escrito en conjunto.
Uno de
los presentes, Bartolomé de las Casas, en quien la predicación de fray Antonio
de Montesinos habría de calar muy hondo, a tal grado que desembocaría en su
conversión, fijó para la posteridad el sermón y las primeras reacciones
levantadas por el mismo. Nos dice De las Casas que, a la hora de predicar,
Montesinos subió al púlpito y tomó por tema y base de su exposición Ego
vox clamantis in deserto (voz que clama en el desierto, Juan 1:23).
Después de la introducción “comenzó a encarecer la esterilidad del
desierto de las conciencias de los españoles desta isla y la ceguedad en que
vivían; con cuánto peligro andaban en su condenación, no advirtiendo los
pecados gravísimos en que con tanta insensibilidad estaban continuamente y en
ellos morían”. El predicador explicó así el motivo de su sermón: “Para os
lo dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy la voz de Cristo en el
desierto desta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera,
sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual
voz os dará la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más
espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír”.
El
impacto entre los asistentes fue seco; algunos quedaron desconcertados, ya que
esperaban escuchar palabras amorosas, dado que por la temporada lo natural era
que los sermones enfatizaran la ternura de la encarnación. Olvidaron que el
nacido en un pesebre, al inicio de su ministerio, como nos lo cuenta Lucas,
refirió que la misión mesiánica consiste en proclamar libertad a los
cautivos de todas las ataduras espirituales y materiales que lastiman la
dignidad humana (Lucas 4:16-21). Montesinos, así fue consignado por Bartolomé
de las Casas, prosiguió: “Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado
mortal, inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en
tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho
tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y
pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos,
habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer
ni curallos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais
incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir
oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios
y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos
nos son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos
como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en
tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el
estado que estáis no os podéis salvar más que los moros o turcos que carecen y
no quieren la fe de Jesucristo”.
El
silencio era espeso, nadie se movía de su lugar. Montesinos bajó del púlpito, y
el efecto de sus palabras lo refleja Bartolomé de las Casas, porque a sus
oyentes “dejó atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros más
empedernidos y algunos algo compungidos, pero a ninguno, a lo que yo después
entendí, convertido”. De las Casas llegó a residir en La Española casi una década
antes de que Montesinos exigiera a los conquistadores que cesaran su trato
inhumano hacia los indígenas y esclavos. Llegó el 5 de abril de 1502,
acompañando al gobernador Nicolás de Ovando. Bartolomé tomó parte en los
combates de conquista contra los habitantes “descubiertos” por los
españoles. Por esa participación recibió bienes y tierras. Fue encomendero, y
en tal carácter tuvo mano de obra cautiva a su servicio. Tres años tardaría De
las Casas en aquilatar debidamente el sermón que le escuchó a fray Antonio de
Montesinos un Domingo de Adviento de 1511. Como evidencia palpable de su
ruptura con el sistema colonial, Bartolomé renunció públicamente a sus
posesiones mal habidas y dedicaría su ministerio a la defensa de los indios y a
evangelizarlos al modo de Jesucristo, sin amenazas ni violencia. De Antonio de
Montesinos se desconoce su año y lugar de nacimiento. Es probable que, si nos
atenemos a su apellido, procediera de la aldea de Montesinos, en el actual
municipio de Almoradí, provincia de Alicante.
O bien
de algún poblado en los alrededores de la cueva de Montesinos, en el corazón de
La Mancha, informa el experto en las culturas indígenas mesoamericanas Miguel
León Portilla (“Fray Antón de Montesinos, esbozo de una biografía”, en Fray
Antón de Montesinos, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1982, p.
12). En 1515 Montesinos y De las Casas viajan a España, con el fin de presentar
sus alegatos ante distintas instancias a favor de los pueblos indios y contra
las sanguinarias acciones de los conquistadores. En los siguientes cincuenta
años De las Casas dedica su vida a contar los horrores de la Conquista española
en tierras amerindias. En sus ires y venires de España al Nuevo Mundo prosigue
en su denuncia del mal estructural sobre el que se construye la organización
socioeconómica colonial. En 1543 es el primer obispo de Chiapas. En 1550-1551
mantiene una encendida polémica, en Valladolid, con el teólogo imperial Juan
Ginés de Sepúlveda, en la que su teología cristocéntrica (desde la que él
considera, justamente, imposible la Conquista española) contrasta con el
aristotelismo de su contrincante, defensor a ultranza del imperio español.
La
misión cristiana se hace a la manera de Jesús o es otra cosa si no sigue tal
modelo. Por lo mismo la denuncia de Montesinos desnudó el sistema opresivo que
era presentado como voluntad de Dios y para el bien de los esclavizados. La
encarnación en el mundo debe ser siguiendo el “acuerpamiento” de Cristo, en la
compañía de la comunidad de creyentes y dependiente del poder del Espíritu
Santo, no bajo el amparo de los poderes político y económico. La encarnación
del Verbo es multidimensional. Una de sus facetas es un recordatorio de que en
el desierto de las conciencias, personal y colectiva, puede florecer la
libertad de toda opresión, de todo lo que deshumaniza a hombres y mujeres. La
Buena Nueva es que la conspiración del Adviento nos llama, como predicó Antonio
de Montesinos, a que despertemos de nuestro letargo y desatemos todo yugo de
esclavitud.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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