Por. J. M. González Campa, España*
En el Nuevo Testamento se trata ampliamente, y de una manera muy
especial, el problema de la tectónica de la personalidad. Los autores
novotestamentarios que más han aportado sobre el tema que nos ocupa en
este capítulo son Pablo, Lucas, Juan y Mateo. Es necesario destacar que
el apóstol Pablo y el médico, historiador y evangelista Lucas tenían una
gran influencia de la cultura griega. Eran, sin duda, grandes
helenistas; también se ve la influencia del helenismo en el apóstol
Juan, pero, según mi criterio, en menor cuantía. El denominado Evangelio
de Lucas está escrito en un griego tan exquisito que está considerado
como uno de los tratados más bellos gestados en esa lengua y constituye
una joya de la literatura universal. Para hablar de la estructura de la
personalidad en el Nuevo Testamento, se emplean diversos términos que
nos recuerdan la enseñanza viejotestamentaria; véase por ejemplo la
enseñanza de Salomón en el libro de Proverbios, donde hablando de la
esfera de la intimidad anímica, noética y pneumática utiliza el término corazón para referirse a la esfera más profunda del ser humano: “Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida”
(Prov 4:23). Aquí el autor de Proverbios nos enseña dos verdades
fundamentales para entender la economía biofisiológica del hombre (en
sentido genérico) y el centro dinámico del funcionamiento
anímico-pneumático ubicado en lo más profundo de la esfera de nuestra
intimidad, y que regula todo lo que se deviene (pensamientos,
sentimientos, impulsos instintivos) en “el fondo del ser” y controla todas las actividades de nuestra vida.
Sobre la estructura o tectónica de la personalidad se ha escrito
mucho y se seguirá escribiendo más. En mi experiencia, en el campo
cristiano he ido comprobando a lo largo de los años cómo muchos
creyentes hablan del alma, del espíritu y del cuerpo con escaso
conocimiento de la significación psicológica y teológica que estos tres
estratos de la personalidad significan en su realidad inmanente y
trascendente. Es frecuente escuchar en alocuciones y predicaciones, o
leer en tratados de teología, que el hombre es un ser tripartito, creado
a imagen y semejanza de un Trino Dios. Esta concepción dicotomizada del
ser humano no puede ser admitida por mí ni científica, ni
teológicamente. El hombre es una unidad psicosomática y Dios es uno en
el que hay varios (Elohim). No obstante hoy sigue pendiente un gran
interrogante, que se traduce en esta pregunta trascendental: ¿Qué es el
hombre? Se han dado muchas respuestas desde campos de investigación y
de estudio muy diversos. Desde mi punto de vista destaco tres que me
parecen de gran relevancia:
- El hombre es una incógnita
- El hombre es una carga para si mismo y
- El hombre es imagen y semejanza de Dios
Cada una de estas tres concepciones corresponde a un autor diferente.
La primera es una interpretación antropológica del gran pensador,
médico y biólogo francés Alexis Carrel. La investigación en el campo de
la antropología ha avanzado mucho, pero todavía quedan muchas zonas de
obscuridad en el conocimiento del ser humano. Desconocemos cómo funciona
el 80% de nuestro cerebro, lo que conlleva un gran desconocimiento del
funcionamiento integral de todo nuestro ser. Pero lo que conocemos de
la actividad económica (metabólica y psicológica) de un ser humano es
tan extraordinario y maravilloso que nos desborda y fascina, hasta el
punto de pensar que la razón metafísica de nuestra ontogénesis tiene que
residir en el mismo corazón de una realidad trascendente a la que no
podemos llegar por la vía de la razón y de la investigación científica,
sino por la aquiescencia de la fe. Teniendo en cuenta el devenir humano,
su antropogénesis y finitud metabiológica, llegamos a la conclusión,
desde el punto de vista de la revelación bíblica, que venimos del mismo
corazón de Dios y volvemos al mismo ámbito del ser trascendente.
Por otro lado el libro de Job nos lanza un gran desafío para
introducirnos en el estudio del psicoanálisis de la existencia. El
profeta Jeremías realiza unas afirmaciones sobre el centro de la
personalidad del hombre, a la hora de estudiar su estructura, que
debemos tener en cuenta: “Engañoso es el corazón más que todas las
cosas, y perverso (heb-lit = desesperadamente malo. V. M.); ¿ quién lo
conocerá? Yo Jehová que escudriño (en el N.T. = yo soy el que escudriña
la mente y el corazón. Apoc. 2:23) la mente, que prueba el corazón.”
(Jer 17: 9-10). Existen diversos métodos científicos para llegar a
conocer los contenidos noéticos y afectivos del corazón humano, pero aún
las investigaciones intrapsíquicas más eficientes, que sondean la
esfera de nuestra intimidad psico-afectiva, no pueden alcanzar los
estratos más profundos de nuestro ser. Hay contenidos reprimidos en los
rincones más obscuros de nuestra alma a los que no pueden alcanzar los
mejores sondeos científicos, desenmascararlos y elevarlos al campo yóico
de nuestra mente es decir, hacerlos conscientes. El corazón del hombre
como centro de nuestra realidad intrapsiquica o psico-pneumática
(alma-espíritu) es la fuente primordial de la que brota la angustia que
oprime nuestra existencia y constituye la fuente y el núcleo de la
mayoría de nuestros trastornos mentales. Es el libro de Job el que nos
presenta al hombre (varón /mujer) como una carga para sí mismo. En la
confrontación dialéctica de Job con los amigos que vienen a intentar
consolarle, y en un momento culminante de esa confrontación, uno de
ellos, Elifaz, contesta a Job con una argumentación extraordinariamente
profunda y existencialmente apasionante: “He aquí tú enseñabas a muchos y
fortalecías las manos débiles; al que tropezaba enderezaban tus
palabras, y esforzabas (heb= reforzabas) las rodillas que decaían. Mas
ahora que el mal ha venido sobre ti, te desalientas (B.de J. = te
deprimes); y cuando ha llegado hasta ti, te turbas (V.M. = estás
desesperado)” (Job 4:3-5). Y mas adelante en el capítulo cinco, sigue
argumentado Elifaz, en cuanto a la génesis de la angustia humana, y
dice: “Porque la aflicción no sale del polvo, ni la molestia
(heb=desdicha) brota de la tierra. Pero como las chispas (heb = los
hijos de la llama) se levantan para volar por el aire, así el hombre
(varón/mujer) nace para la aflicción (la versión de la Biblia de
Jerusalen traduce de una forma magistral este, último texto: “es el hombre quién la aflicción engendra” Job 5:6-7.
Jesús de Nazaret nos enseñó cual era el centro intrapsiquico donde se
generaba la conducta que contaminaba nuestra vida y cuales son sus
contenidos; según el Evangelio de Marcos, decía “que lo que del hombre
sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen
los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones ( del gr =
inmoralidades sexuales, pornografía, prostitución, adulterio, etc.), los
homicidios, los hurtos, la avaricia (del gr. = ansia de tener más y más
), las maldades, el engaño ( gr. = el dolor), la lascivia (el sentido
en el griego es el desenfrenado instinto sexual, la desvergüenza, el
libertinaje y, en definitiva, quitar el freno, quitar la vergüenza), la
envidia ( lit = el mal de ojo ), la soberbia, la insensatez (se
refiere a lo que se elabora a nivel inconsciente en cuanto a los
trastornos mentales; naturalmente entre ellos está incluida la angustia,
que es el núcleo a partir del cual se deviene cualquier alteración
psicopatológica, que hará posible que el ser humano se vivencie,
existencialmente, como una carga para sí mismo). Todas estas maldades (lit. = cosas malas) de dentro salen, y contaminan al hombre”.
El tercer punto en cuanto al interrogante ¿qué es el hombre? lo
explicitábamos como que el hombre (varón/mujer ) es imagen y semejanza
de Dios. Una vez más tenemos que recurrir al Antiguo Testamento para
profundizar en la concepción antropológica del ser humano. En el
capítulo primero del libro de Génesis, versos 26 y 27, leemos: “Entonces
dijo Dios: Hagamos al hombre (Martín Lutero de una manera muy acertada,
traducía hombres) a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (el
término hebreo empleado para imagen es celem, que se puede traducir por copia y sobre todo por sombra; el término hebreo para semejanza es demut y se puede traducir por apariencia, similitud y correspondencia) y señoree (heb-lit=tengan ellos dominio)
en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en
toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó (o le creó). En la Segtuaginta o primera traducción al griego de la Biblia judía, se traduce varón por el término griego arsen=masculino y se traduce hembra por el vocablo griego telu=femenino. Desde el punto de vista teológico el hombre es la sombra de Dios en el mundo.
Y nada se parece más al original que su propia sombra. El Nuevo
Testamento ratifica que, a pesar de la desestructuración amártica que el
hombre experimentó al comer del árbol de la ciencia del Bien y del Mal (lo que se conoce de forma simplista como caida), se nos sigue recordando que fue creado a imagen y semejanza de Dios (Sant. 3:9).
Desde el punto de vista bíblico, y para mi también científico, el ser humano tiene vida desde el mismo momento de la concepción.
Es el médico creyente Lucas, autor del primer tratado o evangelio que
lleva su nombre, el que nos ilustra, en el siglo primero, de lo que
antropológicamente se deviene en el claustro materno donde está anidado
el nuevo ser. Así, en el capítulo primero de este evangelio nos
encontramos con el siguiente relato de evidente trascendencia
antropológica: “En aquellos días, levantándose María, fue de
prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y
saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de
María, la criatura (sexto mes de embarazo) saltó en su vientre; y
Elisabet fue llena del Espiritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo:
bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué
se me concede esto a mi, que la madre de mi Señor venga a mi? Porque
tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura (gr. brefos = embrión , feto) saltó de alegría en mi vientre”.
Hoy en día, y después de muchos siglos de investigación científica se
admite que el fruto de la concepción es capaz de recibir y vivenciar las
emociones que le trasmite su madre. Los estudios ecográficos durante
todo el periodo de gestación han puesto de manifiesto que el nuevo ser
que va a nacer tiene una vida anímica y dinámica en el claustro
materno. Aseveración extraordinaria hecha hace más de dos mil años.
Pero la Escritura aporta más datos de carácter antropológico ya desde
la época de Moisés, más de 4000 años antes de que Lucas escribiera su
Evangelio. En el capítulo 25 del libro de Génesis hay un relato
impresionante de la vida de los seres humanos en el útero materno. En
Génesis 25:20-26 leemos: “Y era Isaac de cuarenta años cuando tomó
por mujer a Rebeca… Y oró Isaac a Jehová por su mujer que era estéril; y
lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer, y los hijos luchaban
dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a
Jehová; y le contestó Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos
pueblos serán divididos desde tus entrañas; un pueblo será mas fuerte
que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor. Cuando se cumplieron
sus días para dar a luz, he aquí había gemelos (bivitelinos) en
su vientre.Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una
pelliza; y llamaron su nombre Esaú. Después salió su hermano, trabada su
mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob.” Hoy en
dia las técnicas más avanzadas para vigilar la vida del embrión y del
feto nos muestran que a nivel fetal se observa cómo éste registra las
emociones que le trasmite su madre, es capaz de vivenciarlas, de
sonreir, de ¿derramar lágrimas? Observando a gemelos univitelinos o
bivitelinos, se ha llegado a afirmar que mantienen una relación entre
ellos; que pueden jugar o quizá luchar, como el caso que estamos
explicitando. Siendo esto así, es inevitable hacerse esta pregunta,
¿cómo alguien hace más de seis mil años podía tener estos conocimientos?
El Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos
dice: “Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obra.” (Hechos 7:22). Esta
referencia a Moisés es de la máxima importancia. Los egipcios
desarrollaron conocimientos y técnicas científicas que aún hoy
desconocemos. En el campo de la medicina eran muy adelantados para su
tiempo: ¿Podría haber aprendido Moisés de ellos lo que pasaba en la vida
de un feto en el vientre de su madre? No tenemos la respuesta, pero sí
la constatación clara de que en la época de Moisés ya se tenía un
conocimiento de lo que ocurría con un feto en su vida intrauterina.
Hay, en cuanto a la realidad vital y emocional de un ser en el
vientre de su madre, aseveraciones asombrosas en la Revelación bíblica
veterotestamentaria, que también son corroboradas por lo revelado en el
Nuevo Testamento. Así en el libro del profeta Jeremías (su ministerio se
extendió desde el año 625 a. de Cristo, hasta el año 586 a. de Cristo)
leemos: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” (Jer.
1:5). El contenido de este texto trasciende todas las posibilidades de
nuestra capacidad intelectual, incluso cuando ésta está inspirada por el
Espíritu de Dios. La relación del Ser (Dios) con el ser (hombre), se encuentra más allá de todo conocimiento y de toda sabiduría.
La biblia no participa de la concepción platónica de la reencarnación y
la preexistencia del alma antes de encarnase en un ser, pero yo creo
que lo que encontramos en el texto de Jeremías es una realidad inefable y
trascendente que nace y se deviene, como diría A.T. Robinson, en la
misma interioridad de Dios. En el Salmo 8, David afirma (mucho tiempo
antes de lo escrito en el libro de Jeremías): “De la boca de los niños (heb=niñitos) y de los que maman (heb.=lactantes), fundaste la fortaleza ( heb. =baluarte-bastión), a causa de tus enemigos.”
Resulta maravilloso que este texto fuese citado por el mismo Jesucristo
en su entrada triunfal (el domingo que llamamos, conforme a la
tradición, “Domingo de ramos”) según se nos narra en el evangelio de Mateo 21:14-16: “ Y
vinieron a él en el templo ciegos, y cojos, y los sanó. Pero los
principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y
a los muchachos ( gr. = paidos-niño menor de siete años) aclamando en el templo y diciendo:¡Hosanna al hijo de David! se indignaron, y le dijeron:¿Oyes lo que estos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños (gr.-nepion=niño que no habla) y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” ¡Extraordinario!
Aquí encontramos la más profunda comunicación entre Dios y los niños a
nivel inconsciente o subliminal. Es el mismo David, el que en el
excepcional Salmo 139, nos explicita la más profunda relación entre Dios
y el ser humano, tanto a nivel consciente como a nivel embrionario.
Este salmo nos habla de la omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia de
Dios. Y en él parece que David tiene conciencia de todo lo que Dios ha
realizado en su vida, aún estando en el claustro materno: “¿A donde me iré de tu espíritu? ¿Y a donde huiré de tu presencia?… Porque tu formaste mis entrañas (heb=riñones como sede de afectos y pasiones); tú me hiciste (heb. tejiste=formación de los tejidos de un ser) en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras (en
le VLA se traduce: “Te alabaré porque asombrosa y maravillosamente he
sido hecho; maravillosas son tus obras.” Algunas versiones antiguas
traducen “he sido hecho por eres tú”); estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo (heb. literal=mis huesos), bien que en oculto fui formado, y entretejido (Pitt=bordado con la mayor habilidad, implica creación de venas, músculos, tendones, nervios, etc.) en lo más profundo de la tierra. Mi embrión (el
término hebreo significa el ser inacabado, y la Versión Moderna lo
traduce por “imperfección”. El embrión ya en la antigüedad lo designaba
Eutimio como “la gota coagulada”, que hoy denominamos “mórula”, antes de
que se formen los miembros del cuerpo. Se emplea para “embrión” el
mismo término que para enrollar el manto (2ª Reyes 2), por tanto el
sentido del embrión sería el enrollamiento de las tres hojas
blastodérmicas) vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas (¿el
código genético?) todas aquellas cosas que fueron luego formadas sin
faltar una de ellas. (Sal 139:7-16). ¿Cómo podía David tener memoria
de estas realidades intrauterinas, que se devenían a nivel estructural,
anatómico, fisiológico, histológico y genético?
En el Nuevo Testamento encontramos una experiencia semejante en la
persona del apóstol Pablo, cuando escribiendo a los Gálatas, dice: “Pero
cuando agradó (el término griego literal es tuvo a bien) a Dios, que me
apartó (gr. separó) desde el vientre de mi madre, y me llamó por su
gracia, para que yo le predicase (gr. evangelizase) entre los gentiles”.
(Gal 1 : 15-16). Nos encontramos con que parece tener una conciencia
clara de una relación con Dios, a nivel subliminal y durante el periodo
de su existencia intrauterina.
* J. M. González Campa. Licenciado en Medicina y Cirugía. Especialista en Psiquiatría
Comunitaria. Psicoterapeuta. Conferenciante de temas científicos,
paracientíficos y teológicos, a nivel nacional e internacional. Teólogo y
escritor evangélico. Autor de varias publicaciones en el campo
científico, sociológico y teológico.
Ha desempeñado diversos cargos de la más alta responsabilidad dentro del
campo de la Asistencia psiquiátrica y de la Salud Mental en su región
natal, Asturias, así como en otras partes de España. Es fundador y
Presidente de Honor de la Asociación para la Defensa de los Enfermos
Psíquicos Asturianos (ADESA). Ha sido profesor de Honor de la
Universidad de Oviedo y profesor de Psiquiatría de la Escuela de
Asistentes sociales de Gijón. Pertenece a distintas sociedades
científicas y es socio-fundador de Socidrogalcohol (Sociedad científica
para el estudio del alcoholismo y las otras drogodependencias).
Fuente: Lupaprotestante, 2014.
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