Por. Luis Rivera-Pagán*
“A lo largo de todo el Antiguo Testamento [Dios] llamó profetas como
Isaías, Amós… y otros para que denunciaran las injusticias sociales, la
explotación… Los eclesiásticos que pretenden evadir la grave
responsabilidad de comprometerse con la dura labor de librar a Puerto
Rico de todas sus opresiones… están presentando al pueblo un Cristo
falso.” (Puerto Rico, supervivencia y liberación, Antulio Parrilla Bonilla)
A principios de esta década visitó Puerto Rico una de las figuras
cimeras de la teología latinoamericana, Gustavo Gutiérrez. En una
extensa e intensa conversación que sostuvo con dos sacerdotes católicos –
los frailes Ángel Darío Carrero y Mario Rodríguez León – y dos
intelectuales protestantes – Samuel Silva Gotay y este servidor – surgió
una pregunta que viene rondando desde hace varios años: ¿Ha muerto la
teología de la liberación? ¿Ha perecido a causa de las represiones
eclesiásticas, la crisis del “socialismo realmente existente” (como
entonces se le tildaba) y la aparente victoria del neoliberalismo
financiero y globalizante?
Tras el revuelo que han suscitado las últimas declaraciones del papa
Francisco, sobre todo sus contundentes críticas a lo que ha catalogado
de “economía de la exclusión y la inequidad”, “idolatría del dinero”,
“economía sin un rostro… humano”, en la que “grandes masas de la
población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes,
sin salida…” la pregunta resuena nuevamente con cierta urgencia: ¿Ha
muerto realmente la teología de la liberación?
Me parecen erradas las predicciones prematuras y generalmente
interesadas de su disolución. Más bien, lo que acontece es una
diversificación de temas y perspectivas que no abdican la hermenéutica
teológica liberacionista. Ciertamente, la intuición clave de “opción por
los pobres” se ha fragmentado, al calor de la valoración de las
identidades y subjetividades particulares (género, raza, etnia,
nacionalidad, cultura, orientación sexual), pero el resultado ha sido el
fortalecimiento crítico de la perspectiva liberacionista, no su
eliminación. Además, las fuentes matrices originales de la teología de
liberación transcurren actualmente por un proceso de reforzamiento por
las siguientes razones.
Primero, la persistencia tenaz de la pobreza y las asimetrías
socioeconómicas, incrementadas por la globalización neoliberal y la
hegemonía planetaria del sistema capitalista de mercado que pretende
transmutar, a manera de un avaro rey Midas, todo lo que toca en lucro.
Sus más devotos feligreses han augurado el fin de la historia, frase
enigmática cuya oculta semántica preconiza la permanencia de un sistema
económico que valora el cálculo de ganancias sobre la promoción humana
equitativa y que para garantizar su dominio no vacila en emplear
distintas modalidades de violencia imperial. Vivimos en un período
histórico donde las desigualdades sociales se incrementan gracias al
poder con pretensiones omnímodas del capitalismo financiero, hegemónico
en nuestra era posmoderna. Es una nueva configuración de potestad global
que requiere de nosotros, por consiguiente, novedosas reflexiones
teóricas críticas.
Segundo, la rebeldía de los excluidos y empobrecidos, que reclaman un
orden social alternativo y forjan nuevas instancias de resistencia.
Ciertamente, son variados los postulados de reivindicación de los
diversos movimientos sociales. Hay quienes repudian la miseria a la que
intenta destinárseles, otros reclaman el reconocimiento de la plena
dignidad de su raza, sexo, identidad cultural, nacionalidad u
orientación sexual. Bien ha escrito Boaventura de Sousa Santos: “Son
múltiples las caras de la dominación y de la opresión… Siendo múltiples
las caras de la dominación, son múltiples las resistencias y los agentes
que las protagonizan…” Esas distintas trincheras confieren complejidad
teórica y práctica, pero también amplían las fronteras de los
imaginarios utópicos que incentivan la resistencia social. Desde el
sofisticado vínculo que Cornel West teje entre su lectura de Marx, el
pragmatismo filosófico norteamericano y las tradiciones culturales de
las iglesias afroamericanas (Prophesy Deliverance! An Afro-American Revolutionary Christianity,
1982) hasta la fascinante convergencia que concibe el nicaragüense
Jorge Pixley entre los estudios históricos críticos de la Biblia, las
teologías latinoamericanas liberacionistas y la filosofía
anglonorteamericana del proceso, inspirada por los escritos de Alfred
North Whitehead y Charles Hartshorne (Biblia, teología de la liberación y filosofía procesual: el Dios liberador en la Biblia,
2009), las teologías de la liberación se niegan a acatar las condenas y
anatemas que tantas jerarquías eclesiales le han proferido, en estrecha
consonancia con poderes muy profanos y seculares. Sin olvidar los
desafíos liberacionistas obscenos y pervertidos, sus términos, de la argentina Marcella Althaus-Reid y su perturbador texto – Teología indecente: Perversiones teológicas en sexo, género y política
(2005). Todo este caleidoscopio teológico suscita una transformación
radical de la manera de ser iglesia en la historia. No se trata sólo de
preconizar la “opción por los pobres”, sino de reconfigurar el
pensamiento y la praxis eclesial desde la perspectiva de y la
solidaridad con los diversos rostros de los excluidos y marginados.
Tercero, la recuperación, por parte de muchos cristianos, de la
desafiante tesitura profética de las tradiciones bíblicas. Por más que
se intente domesticar la fe cristiana, es imposible silenciar las
memorias subversivas que anidan en sus textos y tradiciones más íntimas.
El evangelio, como ha escrito el teólogo español José María Castillo,
es “el recuerdo peligroso de la libertad que cuestiona todas nuestras
opresiones, nuestros miedos, nuestros desalientos, nuestras cobardías y
también nuestras seguridades. Por eso el Evangelio es memoria
subversiva, que nos descubre horizontes insospechados de libertad y
autenticidad. Sólo así podremos recuperar el significado y la práctica
de la Religión de Jesús.” Las teologías de liberación, de orígenes muy
diversos y múltiples talantes resignifican y recontextualizan esas
memorias rebeldes. Es ahí donde se encuentra su peculiar ruptura
epistémica. A pesar del optimismo imperial de controlar el imaginario
posible de los pueblos, se vislumbran, incluso en círculos
pentecostales, por tanto tiempo ajenos a los disturbios sociales y
políticos, señales de una reconfiguración liberadora y profética de la
teología.
Por último, retumba vigorosa la acuciante conciencia de que Dios aún
importa. En el interior de los conflictos sociales, políticos y
económicos que trastornan nuestras vidas, se encrespa vigorosa la
“batalla por Dios”, como tan aptamente la cataloga Karen Armstrong.
Dios, en este contexto, es repensado no como trascendencia impasible e
inmutable, sino, a la manera bíblica, como Quien escucha con esmero y
compasión el clamor de los oprimidos y excluidos. Cuando las miserias
sociales que afligen la vida comunitaria se hacen intolerables, la
memoria del Dios liberador irrumpe dramáticamente. Como categóricamente
afirma el documento sudafricano Kairós: “A través de toda la
Biblia Dios aparece como el libertador de los oprimidos.” Más allá de
las disputas interminables entre el secularismo recalcitrante y el
fundamentalismo religioso, el texto paradigmático de emancipación social
vuelve a resonar vigorosamente: “Los egipcios nos maltrataron, nos
oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces pedimos
auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz.
Él vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo
salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo…”
(Deuteronomio 26: 6-9).
Quizá estamos en vísperas del resurgir airoso de las teologías de
liberación, acentuando esta vez su innegable y rica pluralidad. Si esta
predicción expresa solo la ingenua ilusión de quien escribe estas líneas
o si augura un proceso histórico viable y significativo, sólo el tiempo
lo dirá. Por ahora me refugio en la afirmación de uno de mis escritores
israelíes predilectos…
“The Bible… unlike the books of other ancient peoples, was… the
literature of a minor, remote people – and not the literature of its
rulers, but of its critics… The prophets of Jerusalem refused to accept
the world as it was. They invented the literature of political dissent
and, with it, the literature of hope.” (Jerusalem: Battlegrounds of Memory, Amos Elon).
*Luis Rivera-Pagán. Profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Es autor de
varios libros, entre ellos, Evangelización y violencia: La conquista de
América (1992), Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995), Mito
exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996),
Diálogos y polifonías: perspectivas y reseñas (1999), Essays from the
Diaspora (2002), Fe y cultura en Puerto Rico (2002) y Teología y cultura
en América Latina (2009).
Fuente: Lupaprotestante, 2014.
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