Por.
Hilario Wynarczyk, Argentina*
Una revisión y crítica del trabajo del autor peruano
Bernardo Campos: De la reforma protestante a la pentecostalidad de la
iglesia. Debate sobre el Pentecostalismo en América Latina. Quito: CLAI,
1997.
“Podemos interpretar la historia de la Iglesia como
la historia del conflicto entre el carisma y la institución: la historia del
predominio –manifestación– de uno contra la represión –o latencia– del
otro” (Campos 1997: 93).
Introducción
Aunque
han pasado ya casi veinte años desde su edición, quiero rendir un homenaje a
esta aportación de Bernardo Campos, tal vez insuficientemente trabajada por los
investigadores, y en especial los que se desempeñan en el terreno de la
sociología de la religión.
El
libro traza una síntesis de la historia de las iglesias evangélicas sobre la
base de un modelo binario, donde la pentecostalidad de la iglesia contrasta y
compite con la institucionalización.
A
partir de ahí, Campos enfatiza la potencia funcional del pentecostalismo en el
sistema social, como un vehículo de justicia capaz de ayudar a los más
desfavorecidos en América Latina.
El
trabajo de este pastor peruano se asienta sobre un sólido manejo de literatura
teológica y sociológica. Aquí revisaremos sus conceptos principales y
estableceremos una discusión final arribando a una crítica hacia los que
consideramos sus límites desde el análisis político.
Modelización
de la historia de la iglesia cristiana
Bernardo
Campos ubica el pentecostalismo en perspectiva histórica, sobre el trasfondo de
las Reformas Protestantes: la Primera Reforma o Reforma Oficial, y la
Reforma Radical, contemporánea de aquélla que dio lugar al movimiento
anabaptista e iglesias evangelicales derivadas. La Primera Reforma se refiere a
la luterana, 1517, calvinista, 1534, y también a la separación de la iglesia
anglicana, 1555.
Todo
el análisis de Bernardo Campos se mueve sobre esos polos analíticos,
estableciendo una afinidad entre los protestantismos históricos de la Primera
Reforma y el catolicismo, como iglesias vinculadas a la hegemonía del poder, y,
en la vereda opuesta, la Reforma Radical, la disidencia religiosa, las
agrupaciones religiosas en posición subalterna, que afirman una utopía
universal contra-hegemónica, protestataria, transformadora o potencialmente
transformadora. En este espacio Bernardo Campos incluye el pentecostalismo.
Mientras
que la Reforma Oficial dio lugar a iglesias que se asociaron con la potestad
civil y legitimó la represión y la crueldad contra campesinos oprimidos (op.
cit.: 13), la segunda, cuya figura más destacada fue la de Thomas Münzer,
llamado “teólogo de la revolución” por Ernst Bloch en un estudio clásico,
expresó los anhelos de libertad de quienes criticaron la iglesia instituida
como un factor de poder e iniquidad, los que pretendían que la iglesia no se
confundiera más con los intereses del Estado, con los opresores, las
estructuras clericales, y, en el plano estrictamente religioso, rechazaron las
prácticas culturales de bautismo formal de los niños.
Para
los seguidores de la Reforma Radical, la iglesia debería estar formada por los
que se incorporaban a la misma a través de la conversión o nuevo
nacimiento (un concepto clave –agreguemos– de todas las corrientes y
denominaciones evangelicales y pentecostales posteriores, incluyendo las
versiones políticamente conservadoras e inclusive reaccionarias).
De
un modo convergente, la Reforma Radical expresó sentimientos de los desposeídos
de la historia, y el pentecostalismo mucho más tarde con su escatología
apocalíptica expresa, según Bernardo Campos, un anhelo de justicia y
un nuevo orden comunitario que se coloca en un plano imaginario de lo
trans-social y lo a-histórico. La aspiración de salir del mundo permite ser
leída como la potencialidad de construir un mundo.
Según
Campos, “la Reforma oficial no fue pentecostal, sino más bien anti-pentecostal”
(op. cit.: 4). Esto, en un sentido que se comprende más adelante al
hablar de lo que Campos considera la pentecostalidad de la iglesia o el
“principio pentecostal”, ya que en un sentido formal, en ese momento no existía
lo que hoy consideramos las iglesias pentecostales.
De
esta manera, Campos sostiene su análisis en una revisión histórica de las dos
reformas las principales características de la estructura social del período en
el que tuvieron lugar y las maneras en que las reformas se relacionaron con el
poder de la nobleza y la burguesía y con la herencia teológica y cultural del
Catolicismo Romano.
El
pentecostalismo
Posteriormente
Bernardo Campos analiza las características de estructura y función del
pentecostalismo en América Latina, revisando con mucho rigor las principales
aportaciones de la sociología y brindando una contribución propia a través de
una clasificación o taxonomía de los pentecostalismos.
Una
hipótesis importante que Campos establece es que, así como la escatología
apocalíptica permitió el crecimiento del movimiento de la reforma radical (op.
cit.: 23), la ideología de la santificación, centrada en la idea de
restauración del poder carismático, ha sido el motor del crecimiento
pentecostal (op. cit.: 47) ya en el siglo XX. Y define: “Entendemos por
ideología de santificación, el sistema simbólico motor cuyo eje básico es la
santificación permanente de todo lo profano y que es capaz de legitimar y
dar sentido a las prácticas proselitistas” (op. cit.: 51, énfasis
mío).
En
línea con esa idea, Campos constata que las iglesias pentecostales tienen una
tendencia a conquistar espacios seculares para convertirlos en sagrados de
acuerdo con su ideología de la santificación (51) y movidas por lo que Campos
denomina la “pulsión escatológica”.
Asociada
estrechamente a la ideología de la santificación, el texto de Campos
permite verificar (op. cit.: 53) la vigencia, como un elemento
constitutivo del pentecostalismo, de una cosmovisión dualista y sus
consecuencias en una ética de separación del mundo.
Esta
ideología da lugar dentro de la cosmovisión dualista, a posiciones oscilantes
entre dos polos: el aislamiento de las prácticas sociales o fuga mundi
(estudiado particularmente por el sociólogo Lalive D’Epinay en los países del
Cono Sur americano), y la protesta profética frente al malestar de la
civilización.
A
pesar de la ambigüedad marcada, Campos considera que en el pentecostalismo
existe una potencialidad enorme como ideología anti-hegemónica. Su concepto se
basa en la idea de pentecostalidad como un principio subyacente a diversas
manifestaciones históricas.
Aquí
el supuesto central del trabajo es que “al pentecostalismo se le ofrece la
posibilidad de una ruptura con la reforma luterana y una continuidad con la
reforma radical” (op. cit.: 3). Este punto conduce a las ideas
teológicas básicas que sostienen todo su estudio y su perspectiva sociológica.
La
circulación entre el principio pentecostal y la institucionalización
Según
Bernardo Campos, el Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo que se manifiesta
en la vida humana dando fuerza (op. cit.: 94, 95) a los oprimidos,
constituyendo una nación, el pueblo de Dios.
El Espíritu
Santo también da el poder de comprender las Escrituras y otros hechos. Esto
constituye para Campos el Principio Pentecostal, el Carisma Pentecostal y la
base de la Pentecostalidad que atraviesa diversas formas históricas de lo
pentecostal. La Praxis Pentecostal, consiste en la praxis que permite la
manifestación del Principio Pentecostal en la historia de las formas religiosas
con las que aparece o se manifiesta.
El
principio contrario al principio pentecostal es la institucionalización,
rutinización, burocratización del carisma dentro de las iglesias, un concepto
en cuya construcción es claramente perceptible el empleo de un concepto de
carisma y rutinización del carisma que Max Weber aplica a la teoría de la
acción política.
Vuelto
a expresar el concepto por medio de términos que Bernardo Campos no utiliza,
esta institucionalización no deja fluir la energía de Dios en la historia
humana.
Ambos
principios, el Principio Pentecostal y el de la institucionalización,
interactúan dialécticamente. En gran medida el catolicismo, el protestantismo
de la Reforma Oficial, y el pentecostalismo institucionalizado, se alinearon
detrás de la institucionalización.
Por
el contrario, la Reforma Radical y el pentecostalismo en varios de sus momentos
históricos, aquellos en los que no resulta modificado por la
institucionalización, se alinearon detrás del Principio Pentecostal.
En
esta perspectiva el desafío del pentecostalismo como praxis consiste en volver
a alinearse detrás del Principio Pentecostal que puede darle unidad a diversas
expresiones del cristianismo.
El anhelo
de justicia y la realidad política en la sociedad compleja
En
definitiva en el texto de Bernardo Campos hay una fuerte idealización de los
sectores populares, la pentecostalidad como unión del hombre con Dios, la
pentecostalidad como aquello que puede darles unidad a las iglesias cristianas;
y situado en el trasfondo late continuamente un deseo de justicia que parece
que debiera realizarse a través de la religión.
A
partir de esta dinámica, el texto, sólidamente fundado en la literatura
existente, se constituye en una sistematización de deseos y en una visión
idealizada del pentecostalismo (páginas 3, 29, 60, 65, 69, 70, 90, 92, 97).
Por
consiguiente, algunas afirmaciones básicas del libro son problemáticas desde la
perspectiva de la convivencia social y política de colectivos heterogéneos en
las sociedades modernas. Si un factor metafísico constituye la nación (p. 91),
puede aparecer como una barrera para los no creyentes y para quienes creen de
otro modo en una dimensión sobrenatural. Las naciones no pueden constituirse
sobre un particular factor metafísico si son, o intentan ser, democracias que
amalgaman poblaciones heterogéneas.
Por
otra parte la misma ideología de la santificación, donde reside el motor del
crecimiento del pentecostalismo, reúne condiciones que la tornan apta para ser
re-procesada y alimentar de esta manera una tendencia hacia la obtención de
poder e influencia, pasible de rendirse inadvertidamente al clientelismo
ejercido por partidos políticos sobre los líderes pentecostales, y a los
espejismos de la tentación prebendaria.
En
su dimensión ideológica de fondo, el texto de Bernardo Campos termina
presentando los mismos problemas de cualquier proceso de integración entre una
agenda política y una teología que organiza un horizonte utópico. Esta es la
dificultad de la fe religiosa y la democracia como forma de organización de la
sociedad civil y del Estado en contextos complejos.
El
libro de Bernardo Campos, considerado en un balance final, constituye sin dudas
una aportación bien elaborada y con elementos de reflexión originales acerca
del pentecostalismo, escrita desde el interior mismo de la sensibilidad del
pentecostalismo y un valioso repaso de la literatura existente, sobre todo la que
combina un punto de partida eclesiástico con una perspectiva propia de las
ciencias sociales. El idealismo que lo sustenta y las metas a las que se dirige
resultan una fuente desafiante para la discusión y el análisis en el ámbito del
cruce entre religión y política, discusión que puede avanzar, a partir del
texto, más allá del texto.
*Hilario Wynarczyk, es doctor en sociología y
profesor de la Universidad Nacional de San Martín, UNSAM, en la ciudad de
Buenos Aires, República Argentina. Reconocido como el sociólogo que más
exhaustivamente ha estudiado a los evangélicos y en particular a los
pentecostales en la Argentina.
Fuente:
Lupaprotestante, 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario