El único
texto del Nuevo Testamento que habla de "unción" afirma dos veces que
la unción del Espíritu Santo pertenece a todos los creyentes, sin excepción.
Por. Juan Stam
Una frase
muy popular en ciertos círculos es "la unción" o más frecuentemente,
"una unción", seguida por adjetivos superlativos como "muy
especial", "muy poderosa", etc. "Dios derramó una unción de
lo alto" se oye a menudo, o aón por anticipado, "habrá una unción
divina muy especial", "una unción muy especial está cayendo del
cielo" o "Fulano es un predicador muy ungido".
Es
impresionante como en cada maratónica de Enlace se oye la misma frase: "se
siente una tremenda unción aquí, es un poderoso mover del Espíritu " o
"hay una tremenda atmósfera de milagros aquí" (¿qué sería una
maratónica sin este "tremendismo" retórico?). ¿Creerán esos hermanos
y hermanas que se puede programar al Espíritu Santo? ¿O será que sin darse
cuenta ellos mismos están manufacturando artificialmente esos sentimientos, que
no serían entonces exactamente "de lo alto"? Parecen haber olvidado
que "el Espíritu sopla donde él quiere", no como nosotros le programamos
y lo manejamos.
¡Qué
refrescante sería escuchar alguna vez una confesión sincera, "Hoy el
ambiente no sentimos ninguna unción, vamos a suspender la maratónica para este
mes". Por lo menos sería lindo no tener escuchar esas pretenciosas frases
rimbombantes de siempre. Por supuesto, eso es impensable, pero ese silencio,
aunque una sola vez, sería una buena señal de autenticidad.
La Real Academia capta bien el uso popular de estas
palabras:"3. Gracia y comunicación especial del Espíritu Santo, que
excita y mueve al alma a la virtud y perfección; 4. Devoción, recogimiento y
perfección con que el ánimo se entrega a la exposición de una idea, a la
realización de una obra, etc."; Untuosidad [santurronería]. Un diccionario
inglés define su uso religioso como "3a: fervor religioso o espiritual;
3b: una intensa seriedad exagerada, asumida o superficial, en lenguaje o
conducta" (Meriam Webster). Eso corresponde de cerca al uso del término
hoy, pero no corresponde para nada a su sentido bíblico. Veamos como la Biblia
emplea estos términos, comenzando con el Antiguo Testamento:
ANTIGUO TESTAMENTO
En el hebreo
el verbo "ungir" significaba "echar un líquido (especialmente
aceite) sobre una persona u objeto, o untarlo con dicho líquido". Se usaba
para pintar una casa (Jer 22.14; cf. Ezq 23.14) o perfumar el cuerpo (2Sm
12:20; Ezq 16.9; Am 6:6; Sal 92:10; cf. Mt 6:17). En ese uso, expresa alegría y
bienestar (Sal 23:5; 92:10). Pero se uso más típico era para el ungimiento de
un nuevo rey, equivalente funcional de la coronación. La típica construcción
gramatical en hebreo, con LeMeLeK ("a ser rey"), con el sentido
"ungir como rey" (al puesto de rey) muestra que se refiere a un
cambio de status de la persona (Botterweck Tomo IX p.45), no a alguna
experiencia religiosa especial. El Antiguo Testamento narra el ungimiento de
nueve reyes, dos de ellos paganos (Azael de Damasco y Ciro de Persia). Relata
también la unción de los sacerdotes y algunos profetas, que los
"santifica" a ellos (los separa para el servicio de Dios), como
también al "evangelista" escatológico de Isaías 61. A veces es Dios
mismo quien los unge (1Sm 10:1).
NUEVO TESTAMENTO
El Nuevo
Testamento afirma que Dios ungió a Jesús (Lc 4:18; Hch 4:27; 10:38; Heb 1:9)
pero a ningún otro individuo particular. Más bien, San Pablo afirma que Dios
nos ha ungido a todos: "Dios nos ungió, nos selló como propiedad suya y
puso su Espíritu en nuestro corazón, como garantía [arras] de sus
promesas" (2Co 1:21). ¡La unción del Espíritu, igual que el sello y las
arras, son de todo creyente desde el momento en que cree (Ef 1:13-14; 4:30; 2Co
5:5; cf. el bautismo por el Espíritu, 1Co 12:13). Estos dones del Espíritu son
aspectos propios de la misma salvación. El
N.T. nunca nos exhorta a buscar la unción, ni habla de que alguien lo perdiera,
ni que disminuyera y aumentara. Dios nos unge con el don de su Espíritu que
mora en todos nosotros desde nuestro nacimiento como hijos e hijas de Dios.
El
sustantivo "unción" (jrisma) aparece sólo tres veces en el Nuevo
Testamento, en las sorprendentes palabras de 1Jn 2:20,27: Todos ustedes, en
cambio, han recibido unción del Santo, de manera que conocen la verdad. No les
escribo porque ignoren la verdad, sino porque la conocen y porque ninguna
mentira procede de la verdad... En cuanto a ustedes, la unción que de él
recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esta
unción es auténtica -no es falsa- y les enseña todas las cosas.
Este texto -el único en el N.T. que habla de
"unción"- afirma dos veces que la unción del Santo pertenece a todos
los creyentes, sin excepción. De esa
manera la enseñanza paulina sobre el tema se reafirma con aun mayor énfasis en
una epístola juanina.
En segundo
lugar, la unción tiene que ver con conocimiento y sana doctrina; no tiene nada
que ver con miradas piadosas, gritos y susurros, historietas sacalágrimas,
música de trasfondo a veces dulce, a veces estridente; en fin, unción y
emocionalismo no tienen nada en común.
En tercer
lugar, como conclusión: los fieles cristianos y cristianas no necesitan
maestros, pues no tienen nada que aprender de las vanas especulaciones de los
presuntos "sabios" que inventan novedades en vez de escudriñar
fielmente la Palabra, de la mano del pueblo de Dios, que son todos
"carismáticos", portadores del Espíritu. (Este último punto significa
que los pastores y maestros no deben ser autoritarios ni reprimir la sana
criticidad en el pueblo).
Es obvio que
nuestro uso del término "unción" dista mucho del sentido bíblico.
Pero no quiero que se malinterprete este argumento. Mi crítica del abuso de una palabra, y de todo intento de poner fuego
artificial en el altar de Yahvéh, no significa que no necesitemos "un
mover del Señor" y que Dios no quiera derramar su Espíritu sobre su
pueblo. Pero eso tiene que ser un mover de Dios en su libertad divina, no
un esfuerzo nuestro de "mover" a Dios. Ni debe ser esa malentendida "unción" la meta de nuestra
labor, ni aún el enfoque de nuestra atención. No son lo mismo emoción y
emocionalismo, pero fácilmente nos confundimos y se nos olvida esa
diferencia.
Termino con
un homenaje póstumo a un predicador del evangelio, que ya partió con el Señor,
con quien no siempre estuve de acuerdo pero a quién admiré y quien me edificó
con su ministerio. Me refiero al hermano David Wilkerson. Era uno de los
predicadores más emocionales de nuestro tiempo, pero su emoción era genuina y
profunda, un dejarse mover por el Espíritu de Dios hasta las fibras más
sensibles de su ser. Sus mensajes tenían sólido contenido bíblico. Era
emocional pero no emocionalista. Era capaz de llorar largos minutos de sollozo
ante el Señor en medio sermón, pero nunca capaz, creo yo, de simular emociones
que no nacían al pie del trono divino, en la presencia del Señor de señores. Y
jamás hubiera pretendido ser un "ungido"; más bien decía que él no
era "profeta", pero eso sí, tenía una profunda palabra profética para
el pueblo de Dios.
¡Gracias
buen Dios por nuestro hermano, tu siervo, David Wilkerson!
*Juan Stam
Fuente: Protestantedigital, 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario