Por.
César Vidal, España
Si
algo nos muestran la Historia y la arqueología es que la Torah pudo ser
perfectamente obra de Moisés –que, previsiblemente, utilizó fuentes anteriores-
pero que muy difícilmente podría pertenecer a un período posterior.
La
Torah, tal y como nos ha llegado, constituye un conjunto de cinco libros -
Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio - atribuidos en bloque a
Moisés. A efectos de su análisis como escrito que cambió la Historia semejante
circunstancia es suficiente en la medida en que ésa es la forma final en que la
conocemos. No obstante, no resulta del todo ocioso dedicar unas líneas a la
denominada hipótesis documentaria siquiera porque es común encontrar a tan
trasnochada teoría en la práctica totalidad de las ediciones católicas de la
Biblia y en algunas protestantes. La creencia en que los cinco libros de la
Torah se debieron a la redacción de Moisés se mantuvo inalterable hasta finales
del s. XIX. Las razones fundamentales para sustentar este punto de vista eran
que así lo indica el propio texto, que así se había transmitido por
generaciones y que ninguno de los manuscritos de la Torah con que se contaba
indicaba ni siquiera de manera indirecta que en su redacción hubieran
participado más autores o que el texto final fuera un ensamblado de distintas
obras.
Obviamente,
algunos versículos como los últimos de Deuteronomio donde se hace referencia a
la muerte de Moisés se atribuían a un redactor posterior, pero en conjunto la
Torah seguía considerándose mosaica. Como además tanto Jesús, como los
apóstoles o los rabinos del Talmud sostuvieron sin sombra de duda esa misma
idea tanto cristianos como judíos no vieron razones para discutirla.
LA HIPÓTESIS DOCUMENTARIA
Este
punto de vista comenzó a verse seriamente cuestionado cuando en la última
década del s. XIX Julius Wellhausen sostuvo que, en realidad, la Torah había
experimentado una redacción muy dilatada en el tiempo y que se debía a varios
autores que, por supuesto, no se podían identificar con Moisés. De acuerdo con
la teoría de Wellhausen, el texto de la Torah no era sino la fusión de varias
tradiciones cuya existencia independiente quedaba demostrada fundamentalmente
por tres razones.
La
primera era que la escritura no existía en la época de Moisés y, por lo tanto,
él no podía haber redactado el texto de la Torah; la segunda que el texto
contenía repeticiones o dobletes de episodios que hacían pensar en textos
procedentes de tradiciones distintas, pero reunidas en la redacción última de
la Torah y la tercera, que Dios era llamado con diversos nombres en el texto lo
que indicaría diferentes obras.
Partiendo
de esta última base Wellhausen estableció la existencia de una serie de documentos
a los que denominó J, E, D y P según que el nombre utilizado fuera Yahveh (J),
Elohim (E), perteneciendo las iniciales D y P a unos supuestos documentos
deuteronomista y sacerdotal. Por lo que se refiere a la datación, los
documentos se extenderían desde el año 1000 a. de C., en la época de David al
s. V a. de C., ya al regreso del Exilio en Babilonia.
La
hipótesis documentaria encajaba a la perfección con una visión de la Historia
de las religiones que partía de una concepción evolutiva en virtud de la cual
el ser humano habría ido pasando por diversos estadios de su desarrollo
espiritual y, por lo tanto, resultaba inaceptable una formulación tan primitiva
de la fe monoteísta. Asimismo resultaba atrayente por su insistencia en
determinar la datación de una obra partiendo no de criterios históricos y
arqueológicos sino filológicos. Ambos aspectos pesaron mucho en su aceptación
inicial y posterior.
DIFÍCILMENTE ACEPTABLE
Debe
decirse, sin embargo, que actualmente, desde el punto de vista de la
investigación histórica, la hipótesis documentaria es muy difícilmente
aceptable precisamente por sus prejuicios metodológicos y su carencia de base
historiográfica. Para empezar, ni siquiera los partidarios de la hipótesis
coinciden a la hora de delimitar el contenido de cada uno de los supuestos
documentos de los que no tenemos la menor prueba textual. Aunque existe un
acuerdo sobre la existencia de los supuestos documentos, lo cierto es que su
contenido concreto es objeto de una controversia no pocas veces encarnizada. C.
A. Simpson, por ejemplo, habla de J1 y J2 en lugar de sólo J ; R. H. Pfeiffer
añade a los documentos de Wellhausen otro al que denomina S y atribuye relación
con Edom ; O. Eissfeldt incluye una fuente L o laíca, etc. Sin embargo, lo más
importante no es la inconsistencia de la propia exposición de la hipótesis
documentaria sino las sólidas evidencias en su contra. Así, para empezar, la
evidencia arqueológica e histórica es rotundamente contraria a las conclusiones
de Wellhausen y sus seguidores expresadas en una época en que la arqueología
estaba en mantillas.
Los
ejemplos al respecto son numerosos. El interés por el monoteísmo en el Oriente
próximo en una época cercana a la fecha tradicional de redacción de la Torah,
la estructura de pacto contenida en Deuteronomio o la evidencia arqueológica
del período -que, por ejemplo, desmiente rotundamente la afirmación de
Wellhausen de la inexistencia de escritura en la época de Moisés aportando
testimonios como los de Ugarit, las inscripciones del monte Sinaí o el
calendario de Gezer- apuntan claramente a un contexto histórico y cronológico
mosaico, pero resultarían absurdos en una época situada casi un milenio después
como pretende la hipótesis documentaria. Por otra parte, incluso las
características de los relatos previos al período de Moisés como son los
asignados a la época de los patriarcas aparecen muy bien atestiguados en
fuentes como las tablillas de Mari (c. 1700 a. de C.) o las leyes de Nuzi (c.
1500 a. de C.). Si algo nos muestran por lo tanto la Historia y la arqueología
es que la Torah pudo ser perfectamente obra de Moisés –que, previsiblemente,
utilizó fuentes anteriores- pero que muy difícilmente podría pertenecer a un
período posterior.
En
segundo lugar, los supuestos dobletes de la Torah no pasan, por regla general,
de ser episodios distintos referidos a personajes diferentes y no repeticiones
del mismo relato. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que si un
español que viviera en 1936 dijera que su padre y su abuelo habían vivido una
guerra civil se trataba de un doblete. Lamentablemente, así habría sido en
relación con las guerras carlistas. Tampoco nadie podría decir que si ahora un
español afirma haber vivido una crisis económica es sólo un doblete de la que
pudo vivir su padre en los años cuarenta-cincuenta. Ambas crisis –por no hablar
de las intermedias– son reales y no dobletes. De la misma manera, el empleo de
los diversos nombres divinos en la Torah se debe no a una pluralidad de autores
sino a un contenido específico de cada uno de esos nombres es algo que aparece
expresamente contemplado en los comentarios judíos. De hecho, ya en el s. XII
Yehudáh ha-Leví escribió un libro titulado Cosri en el que explicaba la
etimología de los distintos nombres divinos. En el s. XX, ha sido Umberto
Cassuto el que ha vuelto a retomar magistralmente esta cuestión dejando de
manifiesto que la pluralidad de nombres divinos puede indicar muchas cosas pero
no, desde luego, una diversidad de autores.
En
ese sentido, no deja de ser significativo que, por ejemplo, en los últimos años
se hayan multiplicado los libros de historiadores que sostienen la
imposibilidad de la hipótesis documentaria especialmente en relación con el
primer libro de la Torah, el Génesis. Rolf Rendtorff, por ejemplo, ha indicado
que la asignación de palabras y expresiones hebreas a documentos concretos se colapsa
cuando se realiza una investigación seria y, a la vez, señala que la noción de
teología específica de estos documentos es “ilusoria”. Thomas L. Thompson, por
su parte, ha repudiado igualmente la hipótesis documentaria señalando que la
redacción de la Torah es prácticamente contemporánea con los episodios que
relata. Incluso John Van Seters –a pesar de que mantiene la creencia en algunos
documentos- ha afirmado que la hipótesis documentaria deber ser “contemplada
ampliamente como obsoleta”.
Finalmente,
Duane Garrett en uno de los estudios más inteligentes sobre la redacción del
Génesis escritos en la última década del s. XX niega la hipótesis documentaria
y sitúa la redacción del libro en los días de Moisés. Fue Cassuto el que señaló
que la hipótesis documentaria no se apoyaba en pilares caracterizados por la
debilidad por la sencilla razón de que ni siquiera tenía esos pilares. En buena
medida, puede afirmarse que la defensa actual de la hipótesis documentaria
descansa fundamentalmente en la pereza que caracteriza a ciertos segmentos del
mundo académico para actualizar lo que aprendieron décadas antes.
Cyrus
Gordon, al final de un artículo dedicado al estudio de la hipótesis
documentaria, ha relatado una anécdota bien iluminadora al respecto: “Un
profesor de la Biblia en una universidad de vanguardia me pidió en cierta
ocasión que le diera los hechos reales acerca de JEPD. Esencialmente le dije lo
mismo que he escrito aquí. Me contestó entonces: lo que me ha dicho me ha
convencido, pero seguiré enseñando el antiguo sistema. Cuando le pregunté el
por qué me respondió: porque lo que usted me ha contado implica que tendría que
desaprender y además volver a estudiar y reflexionar. Me resulta más fácil
continuar con el sistema aceptado de la Alta Crítica para el que contamos con
libros de texto”. Lamentablemente, el caso del interlocutor de Gordon es
bastante más común en los claustros universitarios y en los seminarios de lo
que sería deseable.
Fuente:
Blog www.cesarvidal.com & Protestantedigital, 2015.
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