Por.
Juan Stam, Costa Rica
La
mención de los diez cuernos, las diademas y los nombres blasfemos nos introduce
en un tema que reaparecerá a través de este capítulo: el imperio romano, y
todas las bestias parecidas hasta el final de la historia, no se basan en
valores morales ni en la razón sino en la fuerza bruta y ciega.[1] Ese poder
imperialista se vuelve aparentemente infinito por la muerte y la resurrección
que parodian las del Cordero (13:3). Tal despliegue de poder, que expresa su
fuerza irresistible, fascina al mundo entero y los lleva a seguir a la bestia y
rendirle culto. La razón de esa idolatría no es la verdad ni la belleza ni el
bien, sino precisamente el poder: "¿Quién como la bestia? ¿Quién puede
combatirla?" (13:4). Esta adoración consiste en postrarse ante el poder
absoluto de la bestia.[2] Pablo Richard (1994:134) sugiere que juntos estos
aspectos --cuernos, cabezas, diademas, blasfemias– todos describen la
complejidad del aparato de dominación del imperio romano (cf. Mounce 1998:245;
Osborne 2002:490).
Históricamente,
es claro que el imperio romano se basaba en la fuerza bruta, e igual también
los imperialismos que le han seguido a través de los siglos, hasta hoy. Desde
Babel (Babilonia), el imperialismo se ha basado en la sujeción por la
prepotencia. Y como su dominio total e universal lo lleva a reclamar un poder
absoluto, el imperialismo siempre tiende hacia la idolatría. En su análisis de
Apocalipsis 13, Wikenhauser (1981:166) señala también que todos estos detalles
son símbolos de poder, porque el poder es la esencia misma de la bestia.
La
omnipotencia, sugiere Wilcock (1986:123), es el atributo divino que más envidia
y apetece Satanás (cf. Koester 2001:125). Dagoberto Ramírez, en "La
idolatría del poder" (RIBLA #4 1989:109-126), analiza con agudeza
penetrante esta obsesión con el poder en la dinámica del imperialismo: Este
poder Imperial, para sostenerse, necesitaba alimentarse con más poder, y
conseguir la adhesión incondicional de la gente. Es así como apela al recurso
religioso de la divinización del imperio... A la gente común no le queda más
remedio que someterse y adorar al Poder Imperial, rendirle culto, o morir
acusado de ser "ateos"... (p.116) El poder sólo se alimenta de más
poder, y en cuanto más poder alcanza, más despótica es su actuación porque se
sustenta en la sumisión total, absoluta e incondicional de sus súbditos...
El poder absoluto es entonces anti-evangélico,
porque el único poder pertenece a Dios. El poder de Dios se expresa en la capacidad de engendrar
vida, vida eterna y combatir la muerte (Juan 10:10,11). Por el contrario, el
poder absoluto en manos del hombre conduce a la muerte; el uso abusivo del
poder genera violencia y la violencia conduce a la muerte. La violencia
ejercida como manera de mantener el poder o ampliarlo genera muerte en todas
direcciones. Es decir, no sólo muere la víctima agredida sino que también muere
el agresor y la comunidad humana... (p. 121) El poder despótico genera muerte,
violencia y también miedo o temor. El texto de Apocalipsis 13 se refiere varias
veces al poder seductor que ejerce el poder absoluto sobre las gentes... (5
veces en el texto 4,8,12 y 15)... Es decir, todas las gentes han caído bajo el
poder seductor del Imperio, pero a causa del miedo que se produce en ellos ante
el peligro de perder la vida. No se trata entonces de una adoración que emana
de la gratitud sino del miedo a la muerte... (p.122).
Contra
esa idolatría del poder y esa patología de la fuerza bruta, el Apocalipsis
ofrece, como hemos visto en varias ocasiones, una teología bíblica de la
política, del poder, de la justicia y de Shalom. Para la fe judeocristiana,
Dios mismo es la única fuente de poder legítimo (Beale 1999:695), el que da a
las autoridades su trono y su corona (Ap 4:4,9-11). El Cordero recibe el
misterioso rollo (el futuro, la historia) de manos de Aquel que está sentado en
el trono (5:7). El León de Judá vence a todas las bestias habidas y por haber,
pero vence como Cordero inmolado y resucitado (5:5-6).
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Referencias bibliográficas:
[1]
Osborne (2002:490) sugiere que la posición anormal de las diademas (dominio,
autoridad) sobre los cuernos (fuerza) significa que el imperio se basa en el
poderío militar. Charlier (1993:253) distingue el énfasis en 12 sobre la
pretensión de soberanía absoluta que caracteriza al dragón, y la dependencia de
la fuerza brutal opresora de la bestia (Ap 13).
[2]
Como señala Prévost (1987:112), en los capítulos 13 y 17 la bestia reivindica
su autoridad nada menos que siete veces, lo que deja clara la centralidad en
este relato del tema "poder" y de la legitimación de la autoridad
impositiva.
Protestantedigital,
2015.
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