Por.
Juan Stam, Costa Rica
Vimos
la pasada semana que el concepto bíblico de la profecía se descubre mejor por
el análisis de los escritos proféticos de las escrituras hebreas (Isaías a
Malaquías, en nuestro canon), junto con los "profetas anteriores"
(Moisés, Miriam, Samuel, Elías, Eliseo, Natán etc). Ese grupo numeroso no se
caracterizaba por concentrarse en el futuro a expensas de su contexto del
presente. Al contrario, su eje central era el cumplimiento fiel del pacto de
Dios con Israel y con las demás naciones.
También
analizamos 1Cor 14:29-33. Este pasaje, tan lleno de sorpresas, no trata de
profetas itinerantes o "de oficio" sino de mensajes proféticos
que surgían espontáneamente en medio del culto. Eran profetas congregacionales,
en Corinto más de veinte años después del Pentecostés. Un hecho que se daba
entre las congregaciones que fundó San Pablo, constatándose –como vimox- que
hubo dos extremos en cuanto a la profecía (“antipentecostales” y
“ultrapentecostales”) que en ambos casos tuvo que regular y controlar el
apóstol. Hoy vamos a ver que hasta Pentecostés, Dios daba el don del Espíritu a
ciertas personas específicas, nunca a todo el pueblo. Era individual.
Pero desde Pentecostés es corporativo, de todo el cuerpo de Cristo.
PENTECOSTÉS Y LA IGLESIA PROFÉTICA
En
el día de Pentecostés, en que nació la iglesia cristiana, se cumplieron un
antiguo anhelo de Moisés y una profecía de Joel. En una ocasión Moisés convocó
a setenta ancianos al Tabernáculo, donde Yahvéh les impartió el Espíritu y
profetizaron. Dos ancianos, Eldad y Medad, no se acudieron a la reunión
pero a pesar de esa rebeldía el Espíritu vino sobre ellos y también
profetizaron. Cuando un joven reportó eso a Moisés, en vez de molestarse por
esa aparente amenaza a su autoridad, respondió, "¿Estás celoso por mí?
¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera
su Espíritu en todos ellos!" (Num 11:24-29). Ese anhelo de Moisés se
realizó plenamente el día de Pentecostés. El profeta Joel, en un momento de
crisis nacional y juicio divino, anunció tiempos de salvación en que Dios
derramaría su Espíritu sobre toda carne (Joel 2:28-29). Este texto de las
escrituras hebreas sirvió de base para el sermón de Pedro el día de
Pentecostés:
17 “Sucederá
que en los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo el género
humano ["toda carne"]. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán,
tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos. 18 En esos días derramaré
mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán. Hech 2:17-18)
1.-
Este pasaje repite dos veces que en el día de Pentecostés Dios derramó su
Espíritu sobre "toda carne".[4]
Antes
del Pentecostés, Dios daba el don del Espíritu a ciertas personas específicas,
nunca a todo el pueblo. Era individual, pero desde el Pentecostés es
corporativo, de todo el cuerpo de Cristo. De esa forma, la promesa del Espíritu
atañe a la iglesia misma como entidad y a todos y cada uno de sus miembros como
personas. El don se imparte sin discriminación alguna, sea de edad, sexo o
categoría socio-económica (hijos, hijas, jóvenes, ancianos, siervos/as;
cf. Gal 3:28). Muchos textos del N.T. enseñan que todo cristiano/a, desde el
momento de entregar su vida a Cristo, es morada del Espíritu Santo (Efes 1:13;
1Cor 12:13; 2 Cor 1:22; Jn 14:18). El Espíritu es la vida común del Cuerpo de
Cristo y asigna los dones y funciones de cada miembro (1Cor 12:11). De estos
hechos la primera epístola de Juan saca una conclusión sorprendentemente
radical:
17 Estas
cosas les escribo acerca de los que procuran engañarlos. 27 En cuanto a
ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan
que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica —no es falsa—y les enseña todas
las cosas.
¡Qué
bajada de piso para los que pretendemos ser maestros del pueblo del Señor! ¡El
texto nos dice que sobramos! (Cf. Stg 3:1). Pone al mismo nivel maestro y
alumno y declara que desde el Pentecostés la comunidad tiene el mejor de los
maestros, ¡el Espíritu Santos! Somos "maestros ayudantes" que
acompañamos al pueblo creyente; no somos autoridades ni indispensables
Esto también es consecuencia del Pentecostés y explica la base del escrutinio
congregacional de las profecías.
2.-
Es impresionante como el pasaje de Joel, citado por Pedro, se concentra en
un solo ministerio del Espíritu: la profecía. Los hijos e hijas
profetizarán, los jóvenes tendrán visiones, los ancianos tendrán sueños y los
siervos y siervas de Dios profetizarán.[5] Esta marca para siempre a la
iglesia, que nace en ese suceso, como una comunidad profética por esencia.
¡Desde el Pentecostés la iglesia es una comunidad de visionarios y soñadores
("yo tengo un sueño", Martin Luther King)!
La
frase "sobre toda carne" podría significar "sobre toda clase de
creyentes". Sin distinción de edad o sexo, pero el sentido natural es más
amplio e inclusivo. El antecedente de Num 11;29 y las enseñanzas del N.T. sobre
la morada del Espíritu en todo creyente favorecen la interpretación de que cada
creyente, sin excepción, comparte el don del Espíritu del Pentecostés. Eso
significa que todo creyente también, al igual que la iglesia misma, tiene un
llamado profético y un deber de cumplirlo de alguna manera.
EL MISMO Y ÚNICO ESPÍRITU
El
Espíritu que Dios derramó sobre la iglesia naciente era el mismo Espíritu de
los antiguos profetas de Israel. Dios no tiene otro Espíritu más cómodo y más
agradable, menos exigente y amenazante al status quo. El prototipo para la
iglesia tiene que ser el mensaje y la praxis de esos antiguos portadores de la
verdad y la voluntad de Dios. De forma similar, todo cristiano está llamado/a a
una presencia profética, de alguna forma, en la iglesia y en la sociedad. A la
luz del significado bíblico y del modelo de la práctica profética, podemos
concluir que la iglesia nació para ser una comunidad de discernimiento crítico,
de cuestionamiento, de dialogo y debate abierto.
Desde
el Pentecostés, la denuncia y el anuncio proféticos son deberes de la iglesia,
como lo son para todos los y las fieles. Es deber también para todos y todas
participar activa y críticamente en el análisis de las decisiones de las
Iglesias, las aclaraciones doctrinales y los debates exegéticos sobre la
interpretación bíblica. Si estamos llamados a examinar las profecías, mucho más
imperativo es cuestionar a los políticos, los biblistas y teólogos, y hasta los
mega-pastores.
Después
del Pentecostés, suprimir la criticidad profética o evadir el debate sólo para
quedar bien y no tener problemas es desobediencia al imperativo bíblico.[6]
Esta perspectiva sobre la profecía es profundamente liberadora en nuestra
moderna sociedad burguesa, donde la "religión" se relega casi
totalmente a la esfera privada, donde tener convicciones se malinterpreta como
falta de tolerancia y donde la crítica directa se condena como falta del amor.
Nuestro
llamado profético, de todos y todas, nos libera para afirmar convicciones
radicales, que entendemos como la voluntad de Dios... ¡y también libertad para
equivocarnos!
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NOTAS AL PIE
[4] Hace unos años escuché una novedosa interpretación de
"toda carme", cuando un ganadero dijo por televisión, "mis vacas
son carne también y tienen el Espíritu Santo". ¡A veces la interpretación
literal produce desastres teológicos! Por otra parte, la traducción
"todo el género humano", tomada fuera de contexto, podría sugerir un
derramamiento del Espíritu Santo sobre todo ser humano, sin excepción alguna.
[5] El texto de Hch 2:18 agrega el verbo final, "y
profetizarán", que falta en el texto hebreo y en la Septuaginta.
[6] v El otro extremo, de críticas irresponsables e
injustas (critconería), es pecado y hace mucho daño en las iglesias.
Fuente: Protestantedigital, 2015.
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