Por. Leopoldo
Cervantes-Ortiz, México
1.
Las raíces de un nuevo lenguaje teológico
Padre… Madre… de ojos mansos,
sé que estás invisible en todas las cosas.
Que tu nombre me sea dulce, la alegría de mi mundo.
Tráenos las cosas buenas en las que encuentras placer:
el jardín, las fuentes,
los niños,
el pan y el vino,
los gestos tiernos, las manos desarmadas,
los cuerpos abrazados…
Sé que quieres darme tu deseo más profundo,
Un deseo cuyo nombre he olvidado, pero tú no olvidas nunca.
Cumple, pues, tu deseo, para que yo pueda reír.
Que tu deseo se cumpla en nuestro mundo,
de la misma manera que late en ti.
Concédenos satisfacción en las alegrías de hoy:
el pan, el agua, el sueño…
Que estemos libres de la ansiedad.
Que nuestros ojos sean tan mansos para los demás
como los tuyos lo son para nosotros.
Porque,
si somos feroces,
no podremos acoger tu bondad.
Y ayúdanos
para que no nos engañemos con los deseos malos.
Y líbranos
de aquel que carga la muerte en sus propios ojos.
Amén.[1]
sé que estás invisible en todas las cosas.
Que tu nombre me sea dulce, la alegría de mi mundo.
Tráenos las cosas buenas en las que encuentras placer:
el jardín, las fuentes,
los niños,
el pan y el vino,
los gestos tiernos, las manos desarmadas,
los cuerpos abrazados…
Sé que quieres darme tu deseo más profundo,
Un deseo cuyo nombre he olvidado, pero tú no olvidas nunca.
Cumple, pues, tu deseo, para que yo pueda reír.
Que tu deseo se cumpla en nuestro mundo,
de la misma manera que late en ti.
Concédenos satisfacción en las alegrías de hoy:
el pan, el agua, el sueño…
Que estemos libres de la ansiedad.
Que nuestros ojos sean tan mansos para los demás
como los tuyos lo son para nosotros.
Porque,
si somos feroces,
no podremos acoger tu bondad.
Y ayúdanos
para que no nos engañemos con los deseos malos.
Y líbranos
de aquel que carga la muerte en sus propios ojos.
Amén.[1]
- Primera etapa: orígenes, contrastes
Nadie hubiera
imaginado en mayo de 1968 (¡vaya referencia cronológica!) que la misma pluma
que escribió una tesis tan densa y provocadora como Toward a theology of liberation: an exploration of the
encounter between the languages of humanistic messianism and messianic humanism
escribiría un par de décadas más tarde estas palabras, mezcla de
poesía, oración, mística y teología.[2] Negándose a
ser un ejercicio teológico estricto o académico, Rubem Alves expresaba en ellas
todo el peregrinaje que había recorrido hasta alcanzar, con textos así, la cima
de un estilo dominado por la poesía y la profundización completamente
anti-dogmática que se había anunciado, muy veladamente en sus primeros
escritos. Aquí ya se percibía la forma en que había leído a Nietzsche,
Guimarães Rosa, Cecília Meireles, Octavio Paz, Fernando Pessoa, Paul Valery,
Adélia Prado y decenas de autores, hombres y mujeres, que lo marcarían para
siempre. Antes de su paso por Princeton, “junto a los ríos de Babilonia” (en el
Union Seminary de Nueva York), en 1964 (año del golpe militar contra João
Goulart) había pergeñado una interpretación teológica de los procesos
revolucionarios en su país que no se publicaría en portugués sino hasta el
siglo XXI, 40 años después. Con este trabajo, introdujo a la reflexión
teológica el polemic tema de la revolución, el cual desarrollaba en esos años
su mentor Richard Shaull, precisamente en la época en que surgió el movimiento
Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL). Alves se vio obligado a volver a
estados Unidos por causa de la persecución de que fue objeto por los militares
y por su propia iglesia[3] .Ciertamente,
sus antecedentes no presagiaban algo así, ni en sueños, pues al nacer en Brasil
en el seno de una familia presbiteriana conservadora, únicamente los estudios
teológicos al lado de otro princetoniano, Shaull,[4] podían atisbar
la veta que desarrollaría con tanta exuberancia y calidad, al grado de que es
necesario afirmar que Alves es una de las grandes figuras de la literatura
brasileña contemporánea, además del lugar que consiguió dentro del panorama
teológico e intelectual desde su juventud, cuando la militancia ideológica que
abrazó y por la cual luchó arduamente, lo llevó a escribir textos notables e
imprescindibles para comprender el clima espiritual de la época. El joven Alves
se tornaría en alguien que, sin considerar que había perdido el tiempo, llegó
bastante tarde a la poesía, aunque muchos de sus ensayos, al reivindicar el
cuerpo, la imaginación, el erotismo y la magia, abrían ya la puerta a una
expresión inédita e insospechada para él mismo. Pianista frustrado, la música
de la poesía y la literatura lo estuvieron esperando hasta que por fin lo
poseyeron en cuerpo y alma. Como parte de una generación de intelectuales
protestantes latinoamericanos entre los que hay que contar a José Míguez
Bonino, Emilio Castro, Hiber Conteris, Jovelino Ramos y Julio de Santa Ana,
entre otros, asumió un compromiso revolucionario que colocó su labor teológica
en un plano inédito hasta entonces en el subcontinente, en la vanguardia
ideológica, tal como lo ha resumido Luis Rivera Pagán:
La teología de la
liberación fue un enfant
terrible imprevisto en los campos de la academia y la producción
teológica durate las últimas décadas del siglo XX. Introdujo a la conversación
no solo un tema Nuevo —la liberación— sino también una nueva perspectiva para
hacer teología y una renovadora manera de referirse al ser de Dios y su acción
en la historia. Su proyecto para reconfigurar los lazos entre estudios
religiosos, historia y política llegó a ser un tópico significativo de análisis
y diálogo en el discurso teológico general. Muchos estudiosos perciben en su
surgimiento una drástica ruptura epistemológica, un cambio radical de paradigma
y un importante giro en el papel social y ecclesial de la teología.[5]
Este mismo autor
señala consistentemente la participación de Alves en los inicios de la teología
de la liberación y el papel fundacional de su trabajo doctoral, así como de su
mentor, Shaull, y recuerda aspectos sobre ella que se han vuelto clásicos, como
su cambio de título al publicarse en una editorial jesuita:
De hecho, la primera
monografía extensa qjue enfocó la liberación social y política como la clave
hermenéutica central para conceptualizer la fe cristiana fue la tesis doctoral
de Rubem Alves, un presbiteriano brasileño. En mayo de 1968, Alves la defendió
exitosamente en el Seminario Teológico de Princeton […] Alves la escribió bajo
la dirección de Richard Shaull, quien por bastantes años fue profesor de
teología en América Latina, primero en Colombia y luego en Brasil, y quien fue
crucial para el desarrollo de la teología liberacionista en los círculos
protestantes latinoamericanos.
[…]
La tesis de Alves es
un texto poderoso, escrito en un espléndido estilo literario. Fue publicada
como libro en 1969, dos años antes de la obra de [Gustavo] Gutiérrez, pero con
un cambio importante en el título: A
theology of human hope (Una teología de la esperanza humana). Aparentemente,
los editors creyeron que el concepto de “esperanza”, con sus obvias relaciones
con los escritos de Jürgen Moltmann, sería más atractivo comercialmente o
relevante que “liberación”. A pesar de eso, Alves conceptualiza la dialéctica
temporal propia del lenguaje teológico en términos de la política histórica de
liberación.[6]
Harvey Cox, desde el
prólogo, lo saludó como una voz nueva, refrescante y rebelde en el contexto de
la época: ““¡Ojo con este libro, vosotros los ideólogos, teólogos y teóricos
del mundo opulento del mundo denominado ‘desarrollado’! El tercer mundo de
forzada pobreza, hambre, impotencia y creciente enojo ha encontrado una
resonante voz teológica, Ruibem A. Alves […] habla con una autoridad que no
tenemos por menos que notar, no solo en las discusiones sobre el desarrollo y
la revolución, sino en dondequiera que declaremos el lugar de la fe Cristiana
en nuestro convulso mundo contemporáneo”.[7] En este libro
dialoga críticamente con las teologías de Barth, Bultmann y Moltmann,
señalándoles que no están arraigadas en las circunstancias humanas concretas y
que por ello no exprresan adecuadamente el discurso liberador requerido por la
comunidades populares.[8] El principio
ético fundamental, que toma de Paul Lehmann, es “cómo puede la vida humana
seguir siendo humana en el mundo”. De este modo se compromete en un diálogo
creative con dos clases de discurso que conducen a la liberación humana: el
humanism mesiánico y el mesianismo humanista. Ambos participant de un proyecto
de lioberación que incluye no solo lo material sino también las esferas
corporal y espiritual. La última parte del libro explora las posibilidades de
un Nuevo lenguaje para la fe y la teología, el cual reivindica la alegría y el
juego. En esta línea de reflexión sigue muy de cerca el concepto bonhoefferiano
de polifonía. Con
esta obra, Alves se estableció como uno de los fundadores de la teología de la
liberación, porque de varias maneras anticipó los trabajos futuros de autores
como Gutiérrez y Hugo Assmann. Finalmente, él y Gutiérrez se encontraron en
Suiza en 1969 en una conferencia sobre teología y desarrollo, donde estuvieron
de acuerdo en que ésa no era la formulación correcta dadas las condiciones del
continente experimentadas en la dinámica de oprtesión-liberación, más allá de
las modas del momento.
Y, por supuesto, no
puede dejar de hablarse del “sabor princetoniano” de esos primeros momentos de
esta teología, algo que ya ha revisado a conciencia Bruno Linhares. Como parte
de su argumentación, señala: “Alves prefiere que la vida se juzgue no por la
manera en que se ubica en el sistema social o como una función de las
estructuras de la organización social, pues él sigue el ejemplo de Jesús, quien
fue ‘un maestro en el arte de subvertir las reglas de normalidad o
anormalidad”. Busc, en otras palabras, imaginar el nacimiento de una nueva
cultura. Debido a que el mundo aún no está completo porque Dios aún está
ejerciendo sus poderes creativos, el tiempo presente de cautividad aún no es un
tiempo de nacimiento sino de concepción de una comunidad de fe”.[9]
Otras lecturas y
relecturas de su obra se han llevado cabo, en Brasil, por supuesto (Saulo
Almeida[10] António
Vidal Nunes, autor de una amplísima bio-bibliografía,[11] Iuri Andreas
Reblin,[12] entre
otros), en Estados Unidos (Ruy Otávio Costa[13]), Países
Bajos (T. de Boer[14]) y Suecia
(Ulf Borelius[15]). Un
testimonio de la reverenda Sonia Gomes Mota, discípula de Alves, resume también
su trayectoria dentro y fuera de las iglesias:
Rubem Alves fue parte
de un grupo de pastores, hombres y mujeres líderes, que reflexionaron y
organizaron diversas maneras de ser una iglesia reformada. Este proceso llevó a
la creación de la Iglesia Presbiteriana Unida de Brasil (IPUB), miembro actual
del Consejo Mundial de Iglesias. Con su erudición y su compromise social y
ecuménico, ayudó a delinear los documentos básicos de la IPUB. No estuvo
interesado en ofrecernos lecciones de moral o en transmitir la verdad
indiscutible y eterna. Como buen teólogo, filósofo y educador, le preocupaba
más hacernos pensar, reflexionar y cuestionarnos acerca de las verdades
inmutables de la teología y urgirnos a avizorar nuevas posibilidades y caminos
para vivir nuestra fe. Rubem nos condujo por desiertos y nos invitó a ser
jardineros y plantadores de esperanza.[16]
Alves fue uno de los
grandes renovadores de la teología latinopamericana. Las etapas de su
pensamiento se distinguen por su inicial interés en la actividad de Dios en la
historia y, luego, por una investigación profunda y sensible de las
posibilidades lúdicas y eróticas de la vida humana en el mundo. En diversas
ocasiones Alves trató de explicar sus raíces teológicas y escriturales, así
como la manera en que evolucionó hacia el otro estilo, especialmente en
reediciones de sus libros anteriores. En 2010 lo dijo así para un nuevo volumen
atribuyendo el cambio al público al que se dirigió: “La mía fue una educación
académica. No obstante, llegó un momento en que dejé de disfruitar al escribir
para mis colegas. Comencé a escribir para niños y para la gente común, jugando
con el humor y la poesía. De allí surgió mi nuevo estilo: chispazos, más que
razonamiento”.[17] Si antes
deseaba apelar a la conciencia de sus lectores, convencerlos para incorporarse
a la lucha ideológica”, ahora su propósito era muy diferente: “No quiero probar
nada. Sólo deseo retratar. Hay un hilo que los ensambla como perlas en un
collar. Cada texto es una unidad completa. A través de ellos intento decir lo
que he llegado a sentir acerca de lo sagrado. No espero que los lectores estén
de acuerdo conmigo. Sólo deseo que ellos puedan pasear en medio de bosques
desconocidos. […] Lo que verdaderamente importa no es lo que escribo sino lo
que pensarán al ser provocados por lo que escribo.”[18] Algo similar
planteó cuando lo invitaron en 1990 a hablar delante de un auditorio que espera
escuchar al pionero protestante de la teología de la liberación sin saber que
éste se había reinventado por completo: su trayectoria había cambiado de
orientación y ahora buscaba un cambio más profundo desde otro asiento del ser:
“El Rubem Alves de la teología de la liberación, el que hablaba de la acción,
cambió. Ahora soy distinto. Creo
que Dios tiene extrañas formas para hacer las cosas. Una de ellas es voltearlo
todo al revés. Decidí acepar el riesgo de desempeñar el papel del
bufón. […]”.[19] Por esto
último debe ser reconocido también como uno de los iniciadores de la teopoética,
aun cuando ese término surgió en otro ambiente y desde otra perspectiva.[20]
- Segunda etapa: conversión a la imaginación
El énfasis
imaginativo de la teología de Alves comenzó a mostrarse con claridad en Tomorrow’s Child (1972; Hijos del mañana, 1976, Gestação do futuro, 1986),
un libro de transición resultado de un curso sobre ética expuesto en el Union
Seminary, el cual fue muy incomprendido por sus colegas debido a que despliega
un analisis imaginative del sistema tecnológico dominante, comenzando por sus
premisas culturales. Una de sus metáforas consiste en comparer el mundo
presente con los grandes dinosaurios cuya voracidad les impidió sobrevivir, a
diferencia de las lagartijas que lo lograron hasta el presente. De regreso en
Brasil, renunció a su membresía eclesiástica en 1974 y comenzó su carrera como
professor universitario. Ese año publicó “Confessions: on theology and life”
(“Del paraíso al desierto. Reflexiones autobiográficas”, en español, 1977), una
profunda autocrítica de su experiencia teológica y eclesial[21] .
Posteriormente estudió el psicoanálisis en profundidad. Lejos quedaría el
enemigo del realismo, que peleó verdaderas batallas en trincheras que muchos no
conocieron siquiera de lejos.[22] Alves arribó
a la creencia poética y teológica, al mismo tiempo, de que Dios arregla las
vidas humanas, la suya en particular, como quien juega con cuentas de vidrio,
una metáfora tomada de la novela El
juego de los abalorios, del escritor alemán Hermann Hesse. La
imagen que ha desarrollado varias veces es la de esas cuentas (su vida y pesonalidad
desgarradas) sumergidas en el agua que Dios toma y devuelve como un nuevo y
prodigioso collar: “Para eso necesito a Dios, para curarme la nostalgia. Así lo
imagino: como un fino hilo de nylon, que busca mis cuentas perdidas en el fondo
del río del tiempo y me las devuelve como un collar”.[23]
El encuentro tardío,
pero enriquecedor, con la poesía
Desde hace unos años
tengo perdida mi respetabilidad académica. Nadie me la quitó, pero un buen día,
por razones que no me sé explicar, algo sucedió en mí. No sé qué me pasó, mas
lo cierto es que de repente me descubrí incapaz, en absoluto, de pensar, hablar
y escribir analíticamente. Fui poseído por la forma poética y sigo por ella
poseído cuando escribo. Aunque esto me gusta, me crea también muchos problemas
con auditorios científicos y académicos, porque esa gente no cree que la poesía
sea algo serio; sin embargo, yo creo que es la cosa más seria: creo que Dios es
poesía. Si pudiese hacer una nueva traducción del texto de Juan: “y el Verbo se
hizo carne”, pondría “y un Poema se hizo carne”.[24]
Ciertamente el acceso
de Rubem Alves a la poesía fue tardío, pero llegó a ser definitivo,
enriquecedor y sumamente placentero. Las líneas que presiden este texto dan fe
de cómo, en un momento determinado de su vida, experimentó un “giro poético”
que impactó la totalidad de su pensamiento, en todos los sentidos. Incluso la
manera en que se orientó su escritura, sin buscar escribir poemas como tales,
manifestó una ruptura más, de entre las varias que sufrió, aunque en este caso
el “golpe” de la “forma poética” resultaría determinante para vaciar en ella
todo lo que escribiría luego de haber sido reconocido como teólogo y educador.
Lado a lado con sus preocupaciones permanentes, la poesía lo acompañó
permanentemente y nunca lo abandonó, pues por el contrario, el conocimiento de
los autores que lo marcaron iluminó profundamente su obra.
El momento de dicho
encuentro no podría fecharse con total certidumbre, pues si a fines de los años
80 tenía tan claro lo que le había sucedido, el paso del tiempo le aclararía
aún más ese proceso de cambio. Así lo describió en una breve crónica de Quarto de badulaques
(2003; en español: Cuarto de
cachivaches, 2009), un “cajón de sastre” sobre múltiples temas, en
la que hace un recorrido muy personal del asunto. Primeramente manifiesta el
asombro por lo sucedido: “Descubrí la poesía tardíamente, después de rebasar
los cuarenta años. ¡Qué pena! ¡Cuánto tiempo perdido! La poesía es una de mis mayores
fuentes de alegría y sabiduría. Como dice [Gaston] Bachelard: “Los poetas nos
dan una gran alegría de palabras…”.[25] Podría
decirse que tras toda una vida la poesía le llegó demasiado tarde, pero él
sentía que no fue así.
Inmediatamente
después se dirige al lector o lectora hipotéticos: “Por eso te pregunto: ¿lees
poesía? Si no lo haces, trata de hacerlo. Cambia los programas de televisión
por la poesía”. Y agrega una serie de observaciones creativas sobre los
prejuicios tan extendidos sobre su comprensión: “Si me dices que no entiendes
la poesía, aplaudiré: ¡qué bueno! ¡Solamente los tontos creen que la entienden!
¡Solamente los oradores tienen la pretensión de entender la poesía!”. Después,
expone con vehemencia lo que entiende como su propósito mediante varios
ejemplos y una propuesta concreta: “La poesía no es para eso. Es para ser
vista. ¡Lee el poema y trata de ver lo que él pinta! ¿Necesitas entender un
lunar? ¿Una nube? ¿Un árbol? ¿El mar? Basta con ver. ¡Ver, sin comprender, es
una felicidad! Lee poesía para que tus ojos se abran”. Para Alves, leer un
poema es aprender a mirar, es una experiencia iniciática, casi mística. Y en
ese punto ofrece sus recomendaciones específicas, algunos de los nombres que
resultaron significativos en su caminar como lector de poesía. El orden en que
aparecen no es de ninguna manera aleatorio, aunque en esta ocasión sólo
mencionó autores/as de habla portuguesa: Cecília Meireles (1901-1964) y Adélia
Prado (1935) en primer lugar, autoras cuya obra citó persistentemente. Alberto
Caeiro, heterónimo del portugués Fernando Pessoa (1888-1935), con quien se
identificó muchísimo por su levedad y tendencias panteístas. Mário Quintana
(1906-1994), Lya Luft (1938), Maria Antônia de Oliveira (1964), a quienes leyó
en una etapa posterior. Se trata de una lista ya filtrada por los años y
enriquecida por largos periodos de lectura en la que le acompañaron muchos
amigos de una tertulia semanal en Campinas. “Lee poesía para ver mejor. Lee
poesía para estar tranquilo. Lee poesía para embellecerte. Lee poesía para
aprender a oír. ¿Has pensado que, tal vez, hablas demasiado?”. Así concluye la
crónica, en un tono amable, pero firme, de invitación.
En una memorable
ponencia de 1981, Alves se quejó amargamente de la nula presencia protestante
en la literatura de su país, algo inexplicable dada la antigüedad de las
iglesias históricas y el aceptable nivel cultural que las había caracterizado.
Sus palabras fueron puntillosas y duras:
Yo esperaría, por
otra parte, que el protestantismo hubiese hecho alguna contribución a la
literatura brasileña. Hemos buscado una gran novela… pero en vano […] lo que
sucede es que la literatura no puede sobrevivir en medio de esta obsesión
didáctica, porque su vocación es estética, contemplativa, y su valor es tanto
más grande mientras más grande es su capacidad para producir estructuras
paradigmáticas a través de las cuales las figuras y ligámenes ocultos de lo
cotidiano son observados. Los literatos protestantes no pueden huir del hechizo
de sus hábitos de pensamiento. Sus novelas son sermones travestidos y lecciones
de escuela dominical enmascaradas. Al final, la gracia de Dios triunfa siempre,
los creyentes son recompensados y la impiedad es castigada. El último capítulo
no necesita ser leído.[26]
De ahí que, cuando
por fin se transformó su estilo, aproximadamente en 1983, poco después de
publicar La teología como
juego y Creo en
la resurrección del cuerpo, pareció asumir él mismo la tarea de
superar su estilo anterior para entrar de lleno en el campo literario. En sus
primeros libros, la poesía estaba totalmente ausente y es hasta ¿Qué es la religión?
(1981), y sobre todo de Poesía,
profecía, magia (1983), que finalmente dio el salto hacia la
expresión de estirpe poética de forma definitiva. En ¿Qué es la religión?,
Alves cita textos y poemas de Archibald McLeish (Estados Unidos, 1892-1982),
Cecilia Meireles y el visionario inglés William Blake (1757-1827).
Del primero, al
referirse a quienes construyen cosas mediante palabras, recuerda la siguiente
frase: “Un poema debería ser palpable y mudo como un fruto redondo; no debería
tener palabras como el vuelo de los pájaros, no debería significar nada sino
simplemente… ser”. De Meireles incluye esta cita: “De un lado, la estrella
eterna, y del otro la vacante incierta…”, al hablar de la búsqueda del sentido
de la vida. Y de Blake son estos versos: “”Ver un mundo en un grano de arena /
y un cielo en una flor silvestre,/ asegurar el infinito en la palma de la mano
/ y la eternidad en una hora”, que retomaría muchas veces (hasta darle título a
dos de sus libros), a propósito de “la sensación inefable de eternidad e
infinitud, de comunión con algo que nos trasciende, envuelve y contiene, como
si fuese un útero materno de dimensiones cósmicas”. En ese libro aún es notoria
la timidez con que se refiere a los poetas, quizá porque aún no se sentía del
todo seguro al momento de abordarlos.
En 1990 fue invitado
por la Universidad de Birmingham, Inglaterra, a dictar las Conferencias Edward
Cadbury y aquel pequeño volumen (80 pp.) sería la base de las mismas, con las
que daría comienzo, al publicarse ese mismo año bajo el título de The poet, the warrior, the prophet
(El poeta, el guerrero, el
profeta) a una obra que se transformaría con el paso del tiempo
hasta convertirse en Lições
de feitiçaria. Meditações sobre a poesia (Lecciones de hechicería. Meditaciones
sobre la poesía), en 2003, posterior a la publicación de la versión
portuguesa en 1992. Ese libro contiene la quintaesencia de lo que su autor
desarrolló en toda su vida sobre las realidades humanas influidas por una
perspectiva poética. Estaba a punto de descubrir a T.S. Eliot (1888-1965), el
gran poeta anglo-estadunidense, Premio Nobel en 1948, quien lo sacudiría aún
más, y a Octavio Paz, quien con las ideas expuestas en El arco y la lira
completarían su panorama estético.
Teología y poesía en
diálogo desesperado: El poeta, el guerrero, el profeta (1990, 2000)
The poet, the
warrior, the prophet es una magnífica mezcla de actitudes ante la vida que, en
el caldero escritural de Rubem Alves dieron como resultado un guiso estupendo
pues, además, está ilustrado con obras de M.C. Escher. El primer capítulo, una
indagación sobre la presencia de la palabra, surge de la contemplación de una
araña whitmaniana, deambula por las Variaciones
Goldberg, de Bach, se topa con Mallarmé, y aterriza en la necesidad
(y práctica) muy humana del arte de desaprender, todo irradiado por la
influencia del pesimista poeta T.S. Eliot y su visión de la Palabra oculta por
la gritería contemporánea en los “Coros de La
Roca” (1934), poema dramático en el
que se pone el dedo en la llaga: “El infinito ciclo de las ideas y los actos,/
infinita invención, experimento incesante,/ trae conocimiento del cambio, pero
no de la quietud;/ conocimiento del habla, pero no del silencio;/ conocimiento
de las palabras e ignorancia del Verbo./ Todo nuestro conocimiento nos acerca a
nuestra ignorancia,/ toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,/ pero la
cercanía de la muerte no nos acerca a Dios./ ¿Dónde está la vida que hemos
perdido en vivir?/ ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?/
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?/ Los ciclos
celestiales en veinte siglos/ nos alejan de Dios y nos aproximan al polvo”.
Alves escribe, en el
mismo tenor: “[Es fácil distinguir la Palabra de las palabras.[27]]
Cuando esta palabra se hace oír el cuerpo entero reverbera y sabemos que el
misterio de nuestro Ser nos habló, fuera de su olvido… […] Esta es la esencia
de la poesía: volver a la Palabra fundadora, la cual emerge del abismo del
silencio”.[28] Y da fe de
su encuentro con los nuevos mentores de su mirada: “También amo la oscuridad
que habita dentro de los bosques hondos y bellos de la poesía de Robert Frost,
y la luz que se fractura a través de las aguas inquietas de los poemas de
Eliot, y la penumbra colorida de la catedral gótica, que me hace recordar las
entrañas del gran pez dentro del mar: una catedral sumergida”.[29]
El maestro que
siempre fue Alves subraya la necesidad, y hasta la urgencia, de olvidar lo que
no es significativo para el cuerpo y disponerse aprender aquello que lo es,
pues en palabras de San Agustín, el cuerpo sólo quiere gozar, gozar
infinitamente. Las palabras son puentes (en lo que concuerda con Octavio Paz) y
objetos para alcanzar el gozo que pueden conducir a la poesía. A causa de
ellas, formadoras de nuevos mundos, los rituales sagrados se realizan en la
transfiguración de la realidad: la Eucaristía (fenómeno antropofágico), el
Pentecostés (“La sabiduría emerge de la estulticia”.[30]), y el
encuentro con Paz y cummings es casi obligado, pues ellos como todos los poetas
siempre han conocido el poder mágico de las palabras. Desaprender es un paso
obligado para alcanzar la sabiduría: “Uno debe renacer, por el poder de la
Palabra impredecible, para poder entrar al Reino. Uno debe ser niño otra vez…”.[31]
Su abordaje del
silencio es muy iluminador pues, partiendo de un cuento de Gabriel García
Márquez (“El ahogado más hermoso del mundo), pues lo califica como la fuente de
las palabras, algunas de ellas “criaturas de luz” que habitan “entre los
reflejos que brillan en la superficie del lago”. “Otras son entidades
misteriosas que viven escondidas en las profundidades marinas o en las sombras
de los bosques. […] La mayoría de las veces son escuchadas mas no entendidas
—como si hubiesen sido pronunciadas en un idioma extraño. No son muchas. Los
poetas y los místicos han llegado a sugerir que son una única Palabra, aquélla
que contiene el universo”.[32] Éstas son
las palabras que liberan de los lugares comunes, de los rituales vacíos. El
psicoanálisis ha sido capaz de escuchar el silencio que vive en el intersticio
de las palabras, algo que ya habían hecho los poetas: “La poesía es una
inmersión en el lago misterioso, atravesar el espejo, dentro de las
profundidades donde las palabras nacen y viven…”.[33] En este
punto lo acompaña el también brasileño Carlos Drummond de Andrade: “Penetra
sordamente en el reino de las palabras./ Allí están los poemas que esperan ser
escritos./ Están paralizados, pero no hay desesperación,/ hay calma y frescura
en la superficie intacta./ Llega más cerca y contempla las palabras./ Cada una/
tiene mil caras secretas bajo el rostro neutro/ y te pregunta, sin interés por
la respuesta,/ pobre o terrible, que le des:/ ¿Trajiste la llave?” (“En busca
de la poesía”).
Ése es el tono
general de este libro donde la belleza se desdobla y produce un hechizo
estético, diáfano, encaminado a redescubrir el poder mágico de la poesía,
mediante el cual las palabras son buenas para comer, como en los relatos
bíblicos de Ezequiel y Apocalipsis (el grabado de Durero es imperdible): “Somos
lo que comemos…”. La Palabra sustituye a la comida porque su sabor no nos
abandona, de ahí su intensa fuerza simbólica: “Los símbolos nacidos de los ojos
habitan en la distancia y la separación. Los que nacen de la boca expresan
reunión y posesión”.[34] De ahí
también la cercanía con el arte culinario, espacio de hechicería y alquimia.
En cuanto a la poesía
y la magia, la influencia de la muy protestante película danesa El festín de Babette es
determinante: ésa es la puerta de la teopoética, capaz de invadir territorios
tan refractarios como la política que vino a dar al traste con un maravilloso
logro de la Reforma religiosa del siglo XVI:
La teología
protestante nació cuando el poder mágico-poético de la Palabra fue
redescubierto y democratizado. Cada individuo debería leer las Escrituras de la
misma forma en que se lee un poema, en la soledad, sin voces intermedias de
interpretación. Los hermeneutas debían guardar silencio para que la voz del
Extraño pudiese ser oída: el testimonio interior del Espíritu Santo. Se creía
que las palabras olvidadas escritas en nuestra carne y la Palabra venida del
pasado se encontrarían y harían el amor —y así sucedería el milagro. Si, por
pura gracia, el Viento soplase y la melodía ausente fuese escuchada, los
muertos resucitarían.[35]
Con todo ello, el
título antiguo (Poesía,
profecía, magia) vino a ser un auténtico programa vital y
existencial para Alves, quien jamás se apartaría de estas tres realidades en
todo lo que hizo.
Lecciones de
hechicería: la puerta abierta a la poesía y la estética
La belleza es
infinita;/ ella nunca se satisface con su forma final./ Cada experiencia de
belleza es el inicio de un universo./ El mismo tema debe repetirse,/ cada vez
de una forma diferente./ Cada repetición es una resurrección,/ un eterno
retorno de una experiencia pasada/ que debe permanecer viva./ El mismo poema,
la misma música, la misma historia…/ Y, mientras tanto, nunca es la misma
cosa./ Pues, en cada repetición, la belleza renace nueva y fresca/ como el agua
que brota en la mina.[36]
Tal vez la obra que
mejor representa la evolución que experimentó Rubem Alves de la teología a la
poesía sea la que se titularía, finalmente, Lições
de feitiçaria. Meditações sobre a poesía (Lecciones de hechicería. Meditaciones
sobre la poesía, 2000, 2003),
pues desde su antecedente más remoto, Poesia, profecía, magia. Meditações (1983) se
advirtió la cada vez más cercana aproximación a un lenguaje y un estilo
literarios que acabarían por dominar su escritura, otrora sumamente académica y
militante, marcada por la teología de la liberación, la cual contribuyó a
fundar a fines de los años sesenta. La etapa intermedia está constituida por el
volumen que llevó el mismo título en inglés y portugués: The poet, the warrior, the prophet (1990;
O poeta, o guerreiro, o
profeta, 1992). Fruto de las Conferencias Edward Cadbury que Alves
expuso en la Universidad de Birmingham, Inglaterra, en 1990, le sirvieron para
dar cauce a la metamorfosis que le significó darse cuenta de que la poesía lo
estuvo esperando durante mucho tiempo hasta que dio con él y no lo soltó nunca.
En el lejano y breve
volumen de 1983, publicado por el Centro Ecuménico de Documentación (CEDI) era
muy tímida la intención de expresarse mediante recursos procedentes de otro
registro lingüístico. Aún no se sentía en pleno dominio de ellos: tanteó
miradas, ejercitó la pluma, se dejó enseñar por sus nuevos maestros. En esos
años, Alves había comenzado a colaborar en Tempo
e Presença, dirigida por su amigo Jether Pereira Ramalho, quien con
bastante humor previno a los lectores acerca de lo que encontrarían en esas
páginas: “A partir de este número, Rubem Alves tendrá una página en nuestra
revista para hacer lo que quiera: pintarrajear, jugar o hacer reflexiones
preciosas como ésta, pensada mientras preparaba una bacalhoada [guisado de bacalao]. Nuestra
única preocupación es que comience a pensar en lugares más reservados, como
Lutero, y de ahí pase a tener revelaciones, tesis… Es el riesgo que corremos”.[37]
Alves mismo explicó
(en la edición de 2000), el cambio del segundo título original y los aires de
provocación del nuevo como parte de un proceso creativo y cognoscitivo ligado
inevitablemente a la teología:
Tuve miedo de decir
la verdad. Escogí el primer nombre pensando en las sensibilidades estomacales
de las personas. […] Imaginé que, si hablaba de hechicería, muchos lectores se
sentirían horrorizados y se negarían a probar el platillo que preparé. Eso
sucedió en la aldea donde Babette hechizaría a sus invitados con la comida.
Ellos acudieron al convite, pero juraron que no sentirían el sabor de la
comida.
Sucede que lo que deseo es ser hechicero, pues encuentro que la fe bíblica es una mezcla de hechicería y sabiduría. Sé que los teólogos modernos me maldecirán y dirán que ya enloquecí. Los comprendo. Hace mucho tiempo que no nos entendemos. Yo hablo una cosa y ellos entienden otra. Hago mío el lamento de Zaratustra: “No soy boca para esos oídos”.[38]
Sucede que lo que deseo es ser hechicero, pues encuentro que la fe bíblica es una mezcla de hechicería y sabiduría. Sé que los teólogos modernos me maldecirán y dirán que ya enloquecí. Los comprendo. Hace mucho tiempo que no nos entendemos. Yo hablo una cosa y ellos entienden otra. Hago mío el lamento de Zaratustra: “No soy boca para esos oídos”.[38]
La poesía poseyó a
Alves y había causado una revolución en su pensamiento y en su teología: nunca
volvió a ser el mismo y se arrepintió muchísimo de lo que había escrito con
anterioridad, y hasta deseó que los demás se olvidaran de ellos (cosa que no
hicimos quienes lo estudiamos). Gracias a Wittgenstein, de quien aprendió que
la ciencia es un juego lingüístico, se situó desde hacía mucho tiempo en la
ladera desde la cual el lenguaje y las palabras hacen cosas, muchas cosas, algo
que tuvo claro desde Hijos
del mañana (1972; 1976), pero que no logró desarrollar poéticamente
sino 20 años después, con todo y la atracción que le produjeron los personajes
de Alicia en el país de las
maravillas, de Lewis Carroll. Luego cita y parafrasea a Guimarães
Rosa, al aludir a los poderes mágicos de la poesía: “Alquimia, hechicería,
magia: el brujo fabrica sus pócimas con la sangre del corazón humano…”.[39] Del bufón
con el que se había identificado en La
teología como juego (en portugués: Variaciones sobre la vida y la muerte, de
1981), ahora la mejor transfiguración que encontró para sí mismo como
teólogo-poeta (y viceversa) fue la del brujo, el mago, el hechicero. En ese
prólogo de 2000 trata de distanciarse de la ciencia y la técnica, por su
incapacidad para cambiar las cosas, con todo y que también se sirven de las
palabras. Su prolongada filiación de apego al cuerpo como centro de la
existencia humana vino en su auxilio: “Lo que el cuerpo desea no es saber. El
cuerpo busca herramientas que le permitan gozar más y sufrir menos”.[40]
La hechicería es un
juego de palabras en el que la teología y la poesía se esconden: Dios mismo es
un hechicero pues creó el universo con el poder de su palabra. “El hechicero
está en busca del poder de Dios”. Si la mente contemporánea, como la de Alves
mismo, se resiste a creer en esto a pie juntillas, hay un lugar, subraya, donde
las cosas suceden en ese camino: el cuerpo. “El cuerpo es el centro mágico del
universo. El cuerpo es mágico porque está hecho de palabras: ‘…y la Palabra se
hizo carne…’. El cuerpo nace de un casamiento entre la carne y las palabras”.[41] El hechicero
es quien busca las melodías olvidadas por el cuerpo para hacerlas resonar en
él. Por eso dice con firmeza: “Afirmo que esa es la única pregunta que le
interesa a la teología: ¿qué palabra (musical) tiene el poder de hacer el amor
con la carne? ¿Qué palabra es capaz de resucitar a los muertos?”. Ésa es la
razón por la que abandonó la teología como “pretensión de conocer a Dios”, el
misterio de Dios: “Dios es un vacío innombrable. No se puede coger el Viento
con cedazos de palabras humanas. La
ciencia de Dios es una herejía”.[42] Las palabras
mismas son un misterio en este laberinto divino-humano: “Hay palabras que
crecen a partir de diez mil cosas y otras que crecen a partir de otras
palabras. Su número no tiene fin. Pero hay una palabra que brota del silencio,
la Palabra que es el comienzo del mundo. Esta palabra no puede ser producida.
No nace de nuestras manos ni de nuestros pensamientos. Hemos de esperar en
silencio hasta que ella ase haga oír. Adviento… Gracia.[43]
Así es como Alves
arribó, por fin, al encuentro con la poesía, descreyendo de los pretensiones
“científicas” de la teología: “Los poetas son hechiceros. Ellos saben que
solamente la belleza tiene el poder de despertar la belleza que duerme dentro
de nuestros cuerpos”.[44] El olvido y
el silencio son los verdaderos adversarios. Deben ser superados mediante un
rastreo de las profundidades humanas en el que la poesía se sumerge y
encuentra. De ahí su recomendación para leerlo a él mismo en una nueva clave,
la teopoética:
Este libro son
lecciones de hechicería. Estoy en busca de palabras que hagan florecer el
Paraíso que el olvido transformó en desierto dentro de nosotros.
La salvación es el retorno de la belleza. Para las personas y para el mundo. […]
Las melodías del cuerpo son sueños.
Me gustaría que la teología fuese eso: las palabras que hacen visibles los sueños y que, cuando sean dichas, transformen el valle de huesos secos en una multitud de niños y niñas.
Ésa es la sugerencia que hago: que la apalabra teología sea sustituida por la palabra teopoesía, es decir, nada de saber, todo de belleza.[45]
La salvación es el retorno de la belleza. Para las personas y para el mundo. […]
Las melodías del cuerpo son sueños.
Me gustaría que la teología fuese eso: las palabras que hacen visibles los sueños y que, cuando sean dichas, transformen el valle de huesos secos en una multitud de niños y niñas.
Ésa es la sugerencia que hago: que la apalabra teología sea sustituida por la palabra teopoesía, es decir, nada de saber, todo de belleza.[45]
- Tercera etapa: de la religion a una nueva expresión teológica
En la década de los
años 70, Alves produjo una serie de trabajos críticos sobre el protestantismo y
la religion, y en Dogmatismo
y tolerancia (1982) intentó recuperar nostálgicamente los valores
de la tradición reformada. En Variaciones
sobre la vida y la muerte (1981), La teología como juego (1982) y Creo en la resurrección del cuerpo (1982)
despliega, por fin, su estilo lúdico, erótico y poético. Desde entonces comenzó
a escribir en un estilo libre que denominó crónicas,
un tipo de ensayo en el que da rienda suelta a sus ideas teológicas
y pedagógicas; también historias infantiles en una vena muy cercana a la
indagación psicoanalítica. Padre
Nuestro (1987) y El
poeta, el guerrero, el profeta (1990) dan testimonio de su madurez
literaria y poética. Al mismo tiempo, reunió en otros volúmenes sus reflexiones
sobre educación, los cuales fueron seguidos con mucho interés por los
estudiosos debido a sus audaces propuestas pedagógicas. Lecciones de hechicería (1998,
2003) y Transparencias de
eternidad (2000) reunieron algunos textos de naturaleza teológica
escritos desde una perspectiva totalmente anti-dogmática. He aquí algunos
ejemplos de ello:
Saudade es una palabra de
uso frecuente. Creo que es el fundamento de mi pensamiento poético y religioso.
Los traductores experimentados dicen que no hay un sinónimo exacto en otras
lenguas. Es un sentimiento cercano a la nostalgia. Pero no es nostalgia. La
nostalgia es mera tristeza sin objeto. No tiene rostro. Mientras que saudade es siempree saudade “de” un escenario,
una cara, una escena, un momento. El poeta brasileño Chico Buarque escribió una
canción sobre ella, en la que afirma que la “saudade
es un pedazo arrancado de mí, es
para enderezar la habitación del hijo que acaba de morir. Es la
presencia de una ausencia. […]
Los místicos y los poetas han sabido que el silencio es nuestro hogar original… Hay una Palabra que solo puede ser escuchada cuandop todas las palabras han quedado mudas, una Palabra escatológica que se hace escuchar a sí misma al fin del mundo. Pura gracia, un pájaro no enjaulado, un pájaro salvaje que vuela con el Viento. […]
La poesía es el lenguaje de lo que no es posible decir.[46]
Los místicos y los poetas han sabido que el silencio es nuestro hogar original… Hay una Palabra que solo puede ser escuchada cuandop todas las palabras han quedado mudas, una Palabra escatológica que se hace escuchar a sí misma al fin del mundo. Pura gracia, un pájaro no enjaulado, un pájaro salvaje que vuela con el Viento. […]
La poesía es el lenguaje de lo que no es posible decir.[46]
El placer: tema y
variaciones
No quiero novedades.
No voy a comprar depart amentos o terrenos. No quiero viajar por lugares que
desconozco. Eliot: “Y al final de nuestras largas exploraciones llegaremos
finalmente al lugar de donde partimos y lo conoceremos entonces por primera
vez…”. Eso es. Volver a mis orígenes, a las cosas de Minas que tanto amo…, la cocina,
los jardines de tréboles, la malva, las granadas y los manacás, las montañas,
los riachuelos, las caminatas[47]
Cuando Rubem Alves
cumplió 80 años, varios de sus lectores/as y amigos de diversos países armamos
un pequeño homenaje que puede leerse en internet.[48] Algo similar
hicimos en otra ocasión, ante la cual Rubem reaccionó con enorme sorpresa al
advertir que en muchas iglesias evangélicas latinoamericanas su nombre no es
extraño y se le lee con admiración y gran provecho. Ello porque después de su
“alejamiento institucional” del protestantismo se suponía que quedaría al
margen de cualquier contacto con dichas comunidades. Pero afortunadamente no es
así, pues sus seguidores suman legiones en varios espacios y hasta existen
varios grupos en las redes sociales que comparten sus textos y sus libros,
dejando constancia de la manera en que “el nuevo Alves”, no necesariamente el
que fue uno de los pioneros de la llamada “teología de la liberación”, hoy en
su faceta de “cronista”, los alimenta con su libérrimo y sumamente creativo
estilo literario.
Y es que, en efecto,
lejos quedaron los años en que este pensador y sabio escribía de una manera
plana o “chata”, como él mismo ha dicho, pues llegó un momento en que decidió
abrirse a la literatura y a la poesía en particular, para descubrirse como un
autor renovado, dispuesto a hablar de las cosas de la vida con una simplicidad
y una belleza que jamás imaginó.
Porque en los años
sesenta Rubem Alves soñaba con “hacer la revolución” y a esa utopía dedicó gran
parte de sus escritos e ilusiones. En 1974, como parte de un proceso de fuerte
introspección que lo llevó incluso al diván del psicoanálisis, pergeñó un texto
que lo liberó, para siempre, de todas las cargas ideológicas y morales que lo
tuvieron sometido durante tanto tiempo. “Del paraíso al desierto” es el título
de esas reflexiones autobiográficas en donde describe la experiencia por la que
atravesó y que lo preparó para que casi 10 años después, en 1983, descubriera
por fin las bondades del juego, del cuerpo y la belleza, aunque hay que decir
que ya desde sus libros iniciales se anunciaba el rumbo que tomaría su
reflexión y su vida.
Sin renegar nunca de
su tradición protestante, a la que dedicó varios textos memorables reunidos en Dogmatismo y tolerancia
(1982; Mensajero, 2007) en los que exploró las luces y sombras de esa herencia,
se ha mantenido a distancia de las iglesias, pero sigue haciendo una teología
que ya no admite límites ni fronteras, porque se funda en la libertad de la
imaginación. Sus palabras son diáfanas: “Soy protestante. Hoy, muy diferente de
lo que fui. No hay retornos. Tan diferente que muchos me contestarán, negándome
la ciudadanía en el mundo de la Reforma. Algunos me denunciarán como espía o
traidor. Otros permitirán mi presencia, pero exigirán mi silencio. Lo cual me
hace dudar de mí mismo y sospechar que, quién sabe si yo sea de hecho un
apóstata. Sin embargo, por ahí, protestantes de otros lugares me confirman,
oyéndome, dándome las manos, el pan y el vino…”.[49] Podría
decirse que llevó la teología de la liberación hasta sus últimas consecuencias
ahora que se ha convertido en un “distribuidor de felicidad” gracias a la
“antropofagia literaria” que practica y que promueve gracias a los sacramentos
textuales que reparte por doquier y por los que entre en comunión con millones
de personas.
Educador de tiempo
completo, con el paso de los años decantó sus observaciones para derivar en una
escritura lúdica, cien por ciento dedicada a explorar los intersticios de la
vida en todas sus manifestaciones y a salpicar de poesía todo lo que vive y le
interesa. Una muestra de ello es su Libro
sin fin (2002), en una nueva y preciosa edición con el título Variações sobre o prazer. Santo
Agostinho, Nietzsche, Marx y Babette. Este libro es uno de los más
representativos porque refleja la libertad que ha alcanzado como escritor y
reúne muchos de los temas que obsesivamente ha desarrollado en estos treinta
años que también se cumplen de su renacimiento como persona y como fabulador de
mundos imaginarios pero ciertos, pues tal como reza la cita de Paul Valéry que
no se ha cansado de repetir una y otra vez: “¿Qué sería de nosotros sin la
ayuda de las cosas que no existen?”.
En el prefacio
explica las razones por las que ha elaborado este libro tan personal, plagado
de citas desplegadas en los márgenes y hasta con una bibliografía final que
recuerda sus años mozos, cuando ya hacía gala de un arte reflexivo exquisito,
provocador y sin concesiones. Alves dice que Variaciones
sobre el placer es fruto de la conciencia del fin, de la certeza de
que su tiempo se acaba, y de que es necesario y hasta obligatorio plantarse
frente al lenguaje y obligarlo a decir “las cosas del alma”, las que siempre
han estado ahí y esperan salir. “Sentí, entonces, que no me gustaría que lo que
había escrito quedase enterrado. A fin de cuentas, lo que escribo es parte de
mí. Pero sabía, al mismo tiempo, que mis esfuerzos para terminar el libro
serían inútiles. Jugué, entonces, con la idea de publicar el libro tal como
estaba, sin terminar. En eso se parece a la vida. Ella nunca está terminada.
Termina siempre sin que hayamos escrito el último capítulo” (p. 13). Y así,
este gran maestro en plenitud de facultades que desliza sus ideas en el tiempo
y el espacio “abandonó” este ejercicio lúcido y lúdico para dejar constancia de
su fidelidad a la escritura que le han enseñado sus poetas y autores de
cabecera.
Y así fue que este
libro sin fin quedó inconcluso, con todo y que en sus más de 180 páginas brota
el aliento de alguien que se pone a cuentas con sus autores favoritos y sus
influencias más entrañables, tal como lo anuncia el subtítulo: San Agustín (a
pesar de los pesares), Nietzsche (el autor permanente de la mesa de noche,
siempre a la mano porque vaya que ese The
portable Nietzsche, de Walter Kaufmann lo ha acompañado siempre),
Marx (a quien ha leído y releído de una manera sumamente peculiar; para
probarlo está ese otro volumen: Qué
es la religión, que no envejece con el paso del tiempo) y Babette,
la cocinera francesa que le abrió otras ventanas vitales a aquellas mujeres
luteranas… Un libro sin el más mínimo desperdicio, un Alves que se sincera con
todos y acomete la memoria con variaciones de teología (en primer lugar),
filosofía, economía y el arte culinaria, otra de sus grandes aficiones.
Una transustanciación
literaria
Las ideas del yo
pensante son aves enjauladas – pertenecen a lo que el yo hace con ellas lo que
desea. Las ideas que viven en el cuerpo son aves salvajes – sólo vienen cuando
ellas desean. Tienen voluntad e ideas propias.[50]
Desde que allá por
1981 (hace más de 30 años) Rubem Alves decidió cambiar para siempre su estilo
de escritura e indagar en los asuntos de la vida de una manera distinta a la
teología que aprendió y que desarrolló tan bien (hay que decirlo), ha ido
decantando su estilo y se ha renovado continuamente gracias a una inmersión
infatigable en sus abismos personales y en todo lo que le rodea.
Una persona contribuyó
a que esa transformación se realizara de modo más formal: su amigo Jether
Pereira Ramalho lo invitó, ese mismo año, a escribir textos libres para la
revista ecuménica Tempo e
Presença. El primer artículo publicado allí sería el punto de
partida que se concretaría en Dogmatismo
y tolerancia, luego del feroz ajuste de cuentas con la Iglesia
Presbiteriana de Brasil que fue Protestantismo
y represión (1979; nuevo título: Religión
y represión, 2005).[51] Ya lejos de
cualquier venganza o resentimiento, Alves se transfiguró en un escritor que
poco a poco lograría una prosa impactante y concisa, personal y entrañable, al
mismo tiempo. Ese oficio lo llevó a incorporarse a la Academia Campinense de
Letras, mismo destino de su colega Gustavo Gutiérrez (el fundador católico de
la teología latinoamericana de la liberación), miembro, a su vez, de la
Academia Peruana de la Lengua.
Pocos años después,
él mismo dio fe de su transformación, aunque todavía sin la claridad y la
certeza que le permitirían alcanzar sus lecturas de autores como William Blake,
T.S. Eliot, Fernando Pessoa, Ludwig Wittgenstein, Cecilia Meireles, Gaston
Bachelard, Octavio Paz o Adélia Prado, por citar sólo a algunos. Los años
noventa fueron el escenario del nuevo despliegue narrativo y reflexivo del
siempre teólogo (a su pesar) que ahora se movía como pez en el agua, ya libre
de las amarras doctrinales que atenazaron en otro tiempo su creatividad. El libro sin fin,
renombrado ahora como Variaciones
sobre el placer es una puerta de acceso a su “taller íntimo de
producción escritural” porque exhibe sin pudor ni arrepentimiento la manera en
que las ideas que brotan de su cuerpo lo poseen a través de una inspiración
nada etérea, sensible, pero que se queda sin explicación necesariamente lógica.
Luego de explicar, de
modo divagado, lo sucedido en su interior y en su experiencia cuando le surgió
el deseo de escribir este volumen, Alves mezcla, en su nuevo método de
pesquisa, todos los elementos que le sirvieron para avanzar en la escritura.
Así, se juntan en una misma página Tales de Mileto y Nietzsche, quienes junto a
otros autores bombardean al lector/a desde los márgenes para acicatear su
imaginación con múltiples rumbos de interacción y búsqueda. El primer capítulo,
una amplia digresión, proscrita en los textos académicos, lo muestra de cuerpo
entero: “Los textos de saber prohíben que los autores se entreguen a
confesiones sobre los caminos o descaminos de sus pensamientos antes de
alcanzar su destino de conocimiento. Lo que se exige de un texto de saber es
que el autor haga una asepsia rigurosa en sus materiales. Todo aquello que no
hable al respecto del camino en línea recta, que lleve del problema inicial a
una conclusión, debe irse a la basura”.[52]
Con ese trasfondo,
Alves acomete la transustanciación literaria de todo lo que ha fagocitado por
ser un antropófago consuetudinario que, en una labor casi religiosa, convierte
en nuevo sacramento lo que brota de su pluma. A eso se refiere el segundo y
breve capítulo, “Hoc est corpus meum”, esto es, las palabras sacramentales de
Jesús de Nazaret. El autor ahora escribe con su sangre y su persona misma, y
cada texto lo retrata en la mirada del lector: “Las cosas que digo, igual que
las telas de Arcimboldi y la escritura de Borges, trazan las líneas de mi
rostro”.[53] El arte,
queda bien claro, “busca la comunión”. Su carne y su sangre nos son entregados
en un acto estético-litúrgico que actualiza la vida de quien proceden los
textos. Cada lectura es un acto de degustación. Y nuevamente acontece el
“ritual antropofágico”, dicho todo esto en un lenguaje que viene del Manifiesto antropófágo, de
Oswald de Andrade, del ya muy lejano 1928, en los años del surgimiento de la
vanguardia poética brasileña…
Los capítulos que
siguen, con el título cambiado, “Las metamorfosis de la vejez” (“Después de
viejo me volví niño”, era el anterior), “El olvido: Barthes” (“Me olvidé de lo
sabido para recordar lo olvidado”, el mismo caso), abundan en la
reinterpretación, con las nuevas herramientas, de los caminos recorridos. En
“De los saberes a los sabores” y “Los saberes del cuerpo” reinventa la
aprehensión del mundo, ahora de una manera gastronómica y extremadamente
sensorial, pero sin reducir la experiencia sólo al sentido del gusto. Por eso
el capítulo siguiente se llama: “El cuerpo: él sabe sin saber” (antes: “Por una
pedagogía de la inconciencia”). Nuevamente, como antaño (en Hijos del mañana y El enigma de la religión)
analiza la función del lenguaje, pero desde fuentes muy diferentes a las de su
amigo Paulo Freire. La educación le ha faltado siempre el respeto al cuerpo, a
sus deseos de aprender únicamente lo que le sirve y le gusta. Por eso ha
fallado la ciencia en imponerse: después de todo, los libros de ciencia son
libros “de recetas”.
Ése es el origen de
“Variaciones sobre el placer” (“La razón, sierva del placer”), donde relee al
obispo de Hipona, y no se engaña: “La experiencia del placer, tan buena,
siempre nos coloca delante de un vacío [la “puerta de la mística”, agregaría
yo]. La teología de San Agustín se construyó sobre ese vacío que sigue al
placer. (No olvida el poema de Heládio Brito sobre los caquis, fruta gostosa…) Después de
agotado el placer, existe, en el alma, la nostalgia por algo indefinible”.[54]
El placer no es lo
mismo que la alegría. De ahí que sus “variaciones” sigan el mismo rumbo: San
Agustín en teología; Nietzsche, la filosofía; Marx, la economía; y, para
cerrar, Babette, la cocinera, acompañada de Tita, la de Como agua para chocolate.
Esa variación es la definitiva, en donde todo se redefine de manera casi total:
su acercamiento al saber de la cocinera es enfático. “El banquete se inicia con
una decisión de amor”. Los sabores que ellas dominan controlan al mundo porque,
a diferencia de un nutriólogo, amo y señor de las cantidades y las calorías:
“La cabeza de la cocinera funciona al revés. No considera vitaminas,
carbohidratos y proteínas. Su imaginación está llena de sabores. Sueña con los
efectos que los sabores producirán en el cuerpo de quien coma. No quiere matar
el hambre. Lo que ella desea es hacer el amor con quien come a través de los
sabores. Cuando el hambre se satisface, el festival de amo llega a su fin. […]
Me gustaría que el texto evangélico fuese otro: ‘Bienaventurados los
hambrientos porque ellos tendrán más hambre’. ¡La cocinera desea que su
invitado muera de placer!”. [55]
La pasión de Alves
por la cocina fue estimulada de manera monumental por la película danesa El festín de Babette (1987),
al grado de que, cuando emprendió la aventura de abrir su propio restaurant, no
otro fue el nombre del mismo. En otro momento, se explayó sobre el film con
palabras que siguen resonando por su perspicacia y empatía:
Cocinar es
hechicería, alquimia. Y comer es ser hechizado. Eso lo sabía Babette, artista
que conocía los secretos de producir alegría mediante la comida. Ella sabía
que, después de comer, las personas no siguen siendo las mismas. Cosas mágicas
acontecen. De eso desconfiaban los endurecidos moradores de aquella aldea, que
tenían miedo de comer del banquete que Babette les preparó. Creían que era una
bruja y que el banquete era un ritual de hechicería. Y tenían razón. Que era
hechicería, eso mismo. Sólo que no del tipo que imaginaban. Creían que Babette
haría que sus almas se perdieran. No irían al cielo. De hecho, la hechicería
aconteció: sopa de tortuga, callos al sarcófago, vinos maravillosos, el placer
ablandando los sentimientos y pensamientos, las durezas y las arrugas del
cuerpo siendo alisadas por el paladar, las máscaras cayendo, los rostros
endurecidos haciéndose bonitos por la risa, in
vino veritas…[56]
Para él, esa es ahora
la gran metáfora de la vida, el saber y el placer: la cocina, porque los ojos
de la cocinera “son iguales a los ojos de un poeta”.[57] La poesía es
culinaria, la culinaria es filosofía, dice a continuación. “La poesía son
palabras buenas para comer. El poeta es un hechicero alquimista que cocina el
mundo en sus versos: en un simple verso cabe un universo.” [58] Placer,
sabiduría, poesía y cocina: espacios para degustar la existencia y el tiempo.
Ése era ya el nuevo Alves, siempre teólogo y poeta.
_________________________________
[1] R. Alves, Transparencias de eternidad.
Trad. de Paula Abramo Tostado. México, Ediciones Dabar, 2006, p. 7.
[2] El gusto de Alves por
las oraciones puede constatarse en su magnífica traducción de las Orações por un mundo melhor, del
teólogo estadunidense Walter Rauschenbusch (São Paulo, Paulus, 1997),
originalmente publicadas en 1910 bajo el título de Prayers of a Social Awakening (texto completo
en: https://archive.org/details/prayersofsociala00rausiala).
Más tarde grabó varias de ellas en un disco memorable.
[3] Cf. João Dias de
Araújo, Inquisição sem
fogueiras. Vinte anos de história da Igreja Presbiteriana do Brasil, 1954-1974.
2ª ed. Río de Janeiro, Instituto Superio de Estudos da Religião,
1982, pp. 61-68; 114-120; y R. Alves, .
[4] Cf. R. Alves., “O
Deus do furacão” en R. Alves, ed., De
dentro do furacão. Richard Shaull e os primórdios da teología da libertação. Rio
de Janeiro, Sagarana-CLAI-CEDI-Programa Ecuménico de Podgraduação em Ciencias
da Religião, 1985, 19-24. Al morir Shaull, Alves no dejó de homenajearlo: “No
conozco a nadie que en tan poco tiempo haya sembrado tanto. No es posible
contarlo todo. Sólo puedo decir que un hombre que anda en la dirección
contraria no lo hace impunemente. Los profetas son seres malditos. Nietzsche,
otro que caminó así, sabía muy bien el precio que se paga por ver lo que otros
no ve. Decía: ‘Los fariseos tienen que crucificar a quien inventa su propia
virtud’. Quienes no ven, odian a quienes ven. Richard Shaull fue crucificado.
Las iglesias no lo soportaron: expulsado de Colombia por los católicos, de
Brasil por los protestantes…”, R. Alves, “‘…Era un cadáver lleno de mundo…’ (César Vallejo)”, en Correio
Popular, Campinas, Brasil, 10 de noviembre de 2002; English
version: “Through the eyes of Dick Shaull”, in Reformed World, vol. 53, 6, September 2006,
pp. 265-268.
[5] L. Rivera-Pagán, “God the Liberator: Theology, History, and Politics”,
en B. Valentin, ed., In Our
Own Voices. Latino/a Renditions of Theology. Maryknoll, Orbis,
2010, www.gcsynod.org/contact/documents/GodtheLiberator-LRivera-Pagan.pdf,
p. 1.
[7] H. Cox,
“Presentación”, en R. Alves, Cristianismo:
¿opio o liberación? Trad. Á. García Fluixá. Salamanca, Sígueme,
1973 (Verdad e imagen, 33), p. 9.
[8] Moltmann reaccionó
duramente: “Rubem A. Alves (Cristianismo,
opio o liberación, Salamanca, 1973), critica la ‘teología de la
esperanza’ calificándola de demasiado trascendental en la determinación de la
promesa y de demasiado negativa en el enjuiciamiento del presente histórico.
Pero Alves acabará hablando de la promesa divina y del lenguaje de la libertad,
quedándose más acá que la ‘teología de la esperanza’”, “Carta sobre la teología
de la liberación”, en Selecciones
de Teología, vol. 15, núm. 60, 1975, www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol15/60/060_moltmann.pdf,
p. 2.
[9] B.J. Linhares, “Princeton Theological Seminary and the birth of
liberation theology”, en Koinonia:
The Princeton Theological Seminary Graduate Forum, 19, 2007, pp.
85-105; www.ptsem.edu/uploadedFiles/Seminary_Relations/Communications_and_Publications/News_Room/Alum_News/Koinonia-LiberationPTS.pdf,
pp. 20-21.
[10] Saulo Marcos de
Almeida, O pensamento
teológico de Rubem Alves. Reflexões sobre o papel da linguagem e da corporeidade.
Tesis de maestría. Universidad Metodista de São Paulo, 1998.
[11] A.V. Nunes, Rubem Alves e a educação dos sentidos.
Um estudo dos seus pressupostos filosóficos e pedagógicos. Tesis
doctoral. Universidad de São Paulo, Facultad de Educación, 2001.
[12] I.A. Reblin, Outros cheiros, outros sabores… O
pensamento teológico de Rubem Alves. São Leopoldo, Oikos, 2009.
[13] Ruy Otávio Costa,. Self-critical
theology: parallels and affinities between the Frankfurt School of critical
theology and public theology of Rubem Alves. Tesis de maestría.
Universidad de Harvard, 1984; Idem,
Towards a Latin America Protestant ethic of liberation: A comparative study of
the writings of Rubem Alves and José Míguez Bonino from the perspective of the
sources and substance of their social etchics. Tesis doctoral.
Universidad de Boston, 1990.
[14] Tjeerd de Boer, Hoe
zullen wij over God spreken? De poëtische theologie van het
alledaagse van Rubem Alves. Tesis doctoral. Universidad Libre de
Ámsterdam, 2010.
[15] Ulf Borelius, Källkritik
och befrielseteologi: Ett bidrag till forskningen kring befrielseteologins
uppkomst. Universidad
de Uppsala, 2004.
[16] Theodore Gill, “The ecumenical movement remembers Rubem Alves,
1933-2014”, 24 de julio de 2014, en World Council of Churches, www.oikoumene.org/en/press-centre/news/the-ecumenical-movement-remembers-rubem-alves-1933-2014.
[17] R. Alves, “Introduction”, en Transparencies
of eternity. Trad.
Jovelino y Joan Ramos. Miami, Convivium Press, 2010, p. 9.
[19] R. Alves, “From liberation theologian to poet: a plea that the Church
move from ethics to aesthetics, from doing to beauty”, in Church and State, núm. 83,
mayo-junio de 1993, pp. 20-21. Énfasis agregado.
[20] Cf. “Theopoetics: Longing and Liberation”, en L.M. Getz and R.O. Costa,
eds., Struggles for
solidarity. Liberation theologies in tension. Minneapolis, Fortress
Press, 1992, pp. 159-171; y L. Callid Keefe-Perry, “Renewal and nets: Amos
Wilder and Rubem Alves”, Way
to Water: A Theopoetics Primer. Eugene, Oregon, Wipf and Stock, 2014, pp.
32-50.
[21] R. Alves, “Confessions: on theology and life”, Union Seminary Quarterly Review, vol.
XXIX,
314, 3-4, primavera-verano, 1974, pp. 181-193; “Del paraíso al desierto.
Reflexiones autob iográficas”, en R. Gibellini, ed., La nueva frontera de la teología en
América Latina. Salamanca, Sígueme, 1977, pp. .
[22] R. Alves, “Christian realism: ideology of the establishment”, Christianity and Crisis, núm.
33, 7 de septiembre de 1973, pp. 173-176.
[24] R. Alves, “Cultura de
la vida”, en Simón Espinosa, comp., Hacia
una cultura de la paz. Caracas, CLAI-Comisión Sudamericana de
Paz-Nueva Sociedad, 1989, p. 15. Énfasis agregado. Este texto fue presentado en
una reunión auspiciada por los dos organismos coeditores, en abril de 1989.
Debo el acceso al mismo a Arturo Arce Villegas e Israel Flores Olmos.
[26] R. Alves, “Las ideas
teológicas y sus caminos por los surcos institucionales del protestantismo
brasileño”, en P. Richard, ed., Materiales
para una historia de la teología en América Latina. San José,
Departamento de Investigaciones Educativas, 1981, pp. 345-346. Recogido también
en Dogmatismo y tolerancia
[1982]. Bilbao, Ediciones Mensajero, 2007 (La barca de Pedro, 23).
[28] R. Alves, The poet,
the warrior, the prophet. London-Philadelphia, SCM Press-Trinity Press
International, 1990, 3, 4.
[36] R. Alves, Lições de feitiçaria. Meditações sobre
a poesía. São Paulo, Edições Loyola, 2003, p. 197. Todas las
traducciones son de LC-O.
[38] R. Alves, “Prefacio.
Lições do afogado”, en Lições
de feitiçaria. São Paulo, Edições Loyola, 2000, pp. 7-8. El texto
de referencia lleva por título “Sobre mágicos e cozinheiros” (Sobre magos y
cocineros), el cual muestra ya su inclinación a asociar la gastronomía con la
poesía, la teología y la magia.
[43] R. Alves, The poet,
the warrior, the prophet. London-Philadelphia, SCM Press-Trinity Press
International, 1990, p. 3.
[47] R. Alves, “Prefácio.
Eu não deveria ter tentado escrever este livro”, en Variações sobre o prazer. Santo Agostinho, Nietzsche,
Marx y Babette. São Paulo, Planeta, 2011, p. 12. Versión de L.C.-O.
[48] Cf. L.
Cervantes-Ortiz, ed., La luz
fracturada. Homenaje a Rubem
Alves en su 80º aniversario (The fractured light. An hommage to Rubem Alves in
his 80th anniversary), http://issuu.com/lcervortiz/docs/homenaje-80.
[49] R. Alves, “Confissões
de um protestante osbtinado”, en Dogmatismo
& tolerancia. São Paulo, Edições Loyola, 2004, p. 19.
[50] R. Alves, Variações sobre o prazer. Santo
Agostinho, Nietzsche, Marx y Babette. São Paulo, Planeta, 2011, p.
22. Versión de L.C.-O.
[51] Cf. Leonildo Silveira
Campos, “O discurso acadêmico de Rubem Alves sobre ‘protestantismo’ e
‘repressão’: algumas observações 30 anos depois”, en Religião e Sociedade,
vol.28, núm.2, Río de Janeiro, Instituto de Estudos da Religião, 2008, pp.
102-137, www.scielo.br/pdf/rs/v28n2/a06v28n2.pdf.
*Leopoldo Cervantes-Ortiz.Oaxaca, México, 1962. Licenciado (STPM) y maestro en
teología (UBL). Pasante de la maestría en Letras Latinoamericanas (UNAM).
Médico (IPN), editor en la Secretaría de Educación Pública y coordinador del
Centro Basilea de Investigación y Apoyo (desde 1999) y de la revista virtual
elpoemaseminal (desde 2003)
Fuente: Lupaprotestante.
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