Por
Samuel Escobar, España
El
doctor Ron Sider es una de las personalidades más conocidas y respetadas en el
ámbito evangélico del Movimiento de Lausana. Es uno de esos líderes a los que
se describe como “Evangélicos radicales”. A lo largo de su carrera como
profesor universitario y activista social se fue forjando su bien ganada fama,
especialmente por su actividad intensa y su actitud profética en defensa de un
resurgimiento de la responsabilidad social entre los evangélicos de Estados
Unidos. En sus años de activismo en la evangelización y en la educación
teológica Sider tuvo que enfrentarse muchas veces al conservadurismo social de
los evangélicos de ese país y más allá. Su ataque al capitalismo insensible y
al nacionalismo estadounidense ciego le valió muchas críticas, pero al mismo
tiempo le abrió puertas entre las nuevas generaciones y los sectores más
sensibles del mundo evangélico que empezaron a surgir a fines de la década de
1960.
Lamentablemente
en el mundo de habla hispana se sabe poco de él, en parte porque ninguno de los
más de treinta libros que ha publicado en inglés y otras lenguas ha sido
traducido al castellano. La fundación Kairós ha empezado a suplir esta carencia
y pronto Ron Sider dará un ciclo de conferencias en Buenos Aires, y aparecerá
en castellano su libro Cristianos ricos en un mundo hambriento.
Tuve
el privilegio de conocer a Sider en 1971, cuando él era director del recinto
universitario que la universidad Menonita Messiah College había establecido en
el corazón de la ciudad de Filadelfia, Estados Unidos, al lado del campus de la
famosa Universidad de Temple. Messiah College estaba localizada en un tranquilo
pueblo cerca de Harrisburg, pero su recinto de Filadelfia tenía como finalidad
que los estudiantes se familiarizaran con las tensiones de la vida en una zona
conflictiva de una gran ciudad. Me habían invitado a dar una conferencia y
cenar. Como en la misma época René Padilla, Pedro Arana y yo estábamos tratando
de forjar una teología de la responsabilidad social de los evangélicos,
encontré mucho de qué hablar animadamente con Ron Sider por varias horas. Era
un tiempo de tensión racial entre blancos y negros en la universidad. Un grupo
de estudiantes cristianos, compuesto por blancos y negros, realizaba un estudio
bíblico inter-racial cada semana en un lugar visible, con el propósito expreso
de mostrar que la aceptación mutua y la convivencia eran posibles. El recinto
que Sider dirigía era otra expresión viviente del mensaje de reconciliación del
Evangelio.
En
1973 mi familia y yo vivíamos en Toronto, Canadá, donde me habían invitado a
dirigir el movimiento universitario evangélico llamado Inter-Varsity Christian
Fellowship. Sider me invitó a participar el fin de semana de Acción de Gracias
en un conversatorio-taller dedicado al tema de “Los evangélicos y la
preocupación social.” Pese a que muchos rehusaban tratar el tema, Sider había
conseguido convencer a un grupo notable de más de cincuenta personas
representativas de una variedad de denominaciones e instituciones evangélicas.
Algunos de ellos habían sido por años voces solitarias tratando de despertar la
conciencia social evangélica en sus denominaciones, otros eran profesores
universitarios, pastores, periodistas y políticos activos.
Nos reunimos en un hotel económico para pasajeros pobres, que la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) tiene en el centro de la ciudad de Chicago. Fueron días de intercambio intenso de opiniones y perspectivas teológicas y pastorales y el sueño de Sider se hizo realidad porque conseguimos ponernos de acuerdo en un texto histórico: “La Declaración de Chicago”. Este documento empezaba con una nota de afirmación evangélica de respeto a la autoridad de la Palabra de Dios: “Como cristianos evangélicos comprometidos con el Señor Jesucristo y la autoridad plena de la Palabra de Dios, afirmamos que Dios demanda su señorío sobre la totalidad de la vida de su pueblo. Por ello no podemos separar nuestras vidas en Cristo de la situación en la cual Dios nos ha puesto en los Estados Unidos y el mundo.” La novedad de la declaración era su tono general de autocrítica y arrepentimiento, alejado del tono triunfalista y pragmático de muchas declaraciones evangélicas. Empezaba con una confesión: “Confesamos que no hemos reconocido el Señorío total de Dios en nuestras vidas. Reconocemos que Dios requiere amor. Pero no hemos demostrado el amor de Dios a quienes sufren el abuso social. Reconocemos que Dios requiere justicia pero no hemos proclamado y demostrado su justicia en una sociedad americana injusta. Aunque el Señor nos llama a defender los derechos sociales y económicos de los pobres y los oprimidos, la mayor parte del tiempo hemos permanecido callados....” La declaración reconoce la lacra del racismo que había marcado la vida de la sociedad americana, y denuncia la complicidad de muchas iglesias.
La declaración contiene también una propuesta: “Afirmamos que Dios abunda en misericordia a quienes se arrepienten de sus pecados y los abandonan. Así que hacemos un llamado a nuestros hermanos evangélicos a demostrar arrepentimiento con un discipulado que confronte a la injusticia política y social de nuestra nación. Debemos atacar el materialismo de nuestra cultura y la mala distribución de la riqueza de la nación y los servicios sociales. Reconocemos que como nación jugamos un papel crucial en el desbalance y la injusticia del desarrollo y el comercio internacional. Ante Dios y mil millones de vecinos hambrientos, debemos repensar nuestros valores en cuanto a nuestro actual nivel de vida, y promover una más justa adquisición y distribución de los recursos del mundo.”
Nos reunimos en un hotel económico para pasajeros pobres, que la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) tiene en el centro de la ciudad de Chicago. Fueron días de intercambio intenso de opiniones y perspectivas teológicas y pastorales y el sueño de Sider se hizo realidad porque conseguimos ponernos de acuerdo en un texto histórico: “La Declaración de Chicago”. Este documento empezaba con una nota de afirmación evangélica de respeto a la autoridad de la Palabra de Dios: “Como cristianos evangélicos comprometidos con el Señor Jesucristo y la autoridad plena de la Palabra de Dios, afirmamos que Dios demanda su señorío sobre la totalidad de la vida de su pueblo. Por ello no podemos separar nuestras vidas en Cristo de la situación en la cual Dios nos ha puesto en los Estados Unidos y el mundo.” La novedad de la declaración era su tono general de autocrítica y arrepentimiento, alejado del tono triunfalista y pragmático de muchas declaraciones evangélicas. Empezaba con una confesión: “Confesamos que no hemos reconocido el Señorío total de Dios en nuestras vidas. Reconocemos que Dios requiere amor. Pero no hemos demostrado el amor de Dios a quienes sufren el abuso social. Reconocemos que Dios requiere justicia pero no hemos proclamado y demostrado su justicia en una sociedad americana injusta. Aunque el Señor nos llama a defender los derechos sociales y económicos de los pobres y los oprimidos, la mayor parte del tiempo hemos permanecido callados....” La declaración reconoce la lacra del racismo que había marcado la vida de la sociedad americana, y denuncia la complicidad de muchas iglesias.
La declaración contiene también una propuesta: “Afirmamos que Dios abunda en misericordia a quienes se arrepienten de sus pecados y los abandonan. Así que hacemos un llamado a nuestros hermanos evangélicos a demostrar arrepentimiento con un discipulado que confronte a la injusticia política y social de nuestra nación. Debemos atacar el materialismo de nuestra cultura y la mala distribución de la riqueza de la nación y los servicios sociales. Reconocemos que como nación jugamos un papel crucial en el desbalance y la injusticia del desarrollo y el comercio internacional. Ante Dios y mil millones de vecinos hambrientos, debemos repensar nuestros valores en cuanto a nuestro actual nivel de vida, y promover una más justa adquisición y distribución de los recursos del mundo.”
La
declaración reconoce también la falsa confianza en el poderío militar que había
llevado a formas patológicas de guerra y violencia, y a un patriotismo que
convertía a la propia nación en un ídolo. Toca también el tema del machismo y
la pasividad de los evangélicos frente al mismo. La declaración termina
aclarando: “No proclamamos un nuevo evangelio sino el evangelio de Nuestro
Señor Jesucristo que por el poder del Espíritu Santo libera del pecado a las
personas de manera que puedan alabar a Dios por medio de obras de justicia. Por
medio de esta declaración no estamos apoyando a ninguna ideología o partido
político, pero llamamos a los líderes de nuestra nación y al pueblo a aquella
justicia que engrandece a la nación.”
Aquella
declaración se convirtió en una agenda de vida para Ron Sider. Nacido en una
familia rural del Canadá, se había doctorado en Historia en la Universidad de
Yale y tenía sueños de ser un académico evangélico destacado, especialmente en
el campo de la apologética. Sin embargo, después de aquel evento de Chicago
1973 su vida se consagró a la docencia pero también a un esfuerzo intenso por
despertar la conciencia de los evangélicos sobre su responsabilidad social. Así
consiguió contribuir a la formación de nuevas generaciones de pastores y
líderes que unieran a su vocación evangelizadora y su respeto por la autoridad
de la Biblia una disposición a actuar a favor de los pobres, predicando,
enseñando y contribuyendo al cambio de estructuras sociales injustas.
Cuando
en 1985 el Seminario Bautista del Este en Filadelfia (hoy Seminario Teológico
Palmer) me invitó a ocupar la Cátedra de Misionología, una de las razones por
las que acepté fue la posibilidad de trabajar junto a Ron Sider, quien era
entonces profesor titular de Teología y Cultura. Muchos de nuestros alumnos
eran pastores en los agitados barrios negro e hispano de Filadelfia y buscaban
un fundamento teológico y bíblico además de modelos de acción para tener un
ministerio pertinente. Poco a poco el currículo clásico del Seminario fue
cambiando como también la manera de enseñar las materias. Ron Sider había
fundado la organización Evangelicals for Social Action (ESA
Evangélicos por la acción social), cuyas oficinas estaban en el edificio del
Seminario y cuya agenda de concientización se nutría en parte de las
experiencias de los alumnos y profesores y de los interrogantes que iban
surgiendo.
Algunos
de los alumnos que venían a nuestro seminario habían sido atraídos por el libro
de Sider Rich Christians in an Age of Hunger, que la editorial
InterVarsity Press publicó en 1977 y que se convirtió rápidamente en un best
seller. Sin embargo, algunos de los ejecutivos que auspiciaban la casa
editorial no vieron con buenos ojos las críticas de Sider al capitalismo
estadounidense y decidieron no publicar una nueva edición. La Editorial Word
asumió el proyecto y para entonces se habían vendido 350,000 ejemplares del
libro. En una segunda parte de este artículo exploraremos las razones que
explican este éxito editorial y analizaremos con detenimiento el pensamiento de
Ron Sider.
Fuente:
Fundación Kairos, 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario