Por. Lisandro Orlov, Argentina*
“Vigilemos para que Wittemberg no se
convierta en otra Betsaida y se diga de ella: “Has sido exaltada a los cielos,
hasta el Hades serás abatida.”1 Al escribir estas páginas sobre una etapa
oscura y vergonzante en la vida y el pensamiento de Martín Lutero lo hago con
un doble objetivo. Por un lado quisiera que la conmemoración de los 500 Años de
la Reforma no caiga en una actitud apologética y triunfalista. Es importante
reconocer con honesta actitud crítica sus luces y sus sombras, sus objetivos
primeros y sus limitaciones. Es por ello que quisiera colocar esta mirada sobre
los acontecimientos del año 1517 en un contexto mucho más amplio y comprender
esa fecha como una etapa que se inicia, por lo menos, en el Siglo XII con la
figura de San Bernardo y sus deseos de reformar la iglesia tanto en su cabeza como
en sus miembros, que continúa con diversas otras figuras en diversos países y
con los Concilios de Constanza y de Pisa, que también intentan la reforma de la
iglesia y fracasan. La Reforma misma es una tarea inconclusa que ha producido
efectos colaterales no deseados. Su meta fue, como la de todo ese movimiento
pre-existente, la de reformar la iglesia en su totalidad. La división nunca fue
un efecto deseado y hoy más que nunca debemos ser conscientes de esa realidad y
ser buenos artesanos de la unidad que queremos recuperar.
El otro objetivo es tener una actitud crítica
también sobre la misma figura de Martín Lutero. Personalmente, divido su vida y
su obra en dos períodos. El primero que va desde 1505, cuando ingresa en la Orden
de los Agustinos Recoletos y que culmina en 1525, que es el año de los grandes
quiebres en la vida y pensamiento de Lutero. En el primer período se construyen
los elementos esenciales de su pensamiento teológico y hermenéutico, aparecen
los grandes escritos básicos para comprender su pensamiento. Es la época del
monje valiente, entusiasma y apasionado. A partir de 1525 y hasta su muerte,
luego de la terrible guerra de los campesinos que indudablemente marcaron a
Lutero, aparece el burgués asustado y se revelan los lados más oscuros de la
vida del reformador. En ese año, Lutero deja de usar el hábito religioso para
cambiarlo por el uniforme de los doctores universitarios.
En ese mismo año también contrae matrimonio con una
persona que no era su primera opción. Este matrimonio fue cuestionado por
algunos de sus más cercanos colaboradores. Es necesario tener en mente que el
celibato clerical tenía y tiene dos vertientes. Por un lado, al clero secular
al que se le impuso esta disciplina a partir del Siglo X por influencia del
fuerte movimiento monástico pero que no forma parte de votos específicos. Es
por ello que a ese tipo de celibato antes y ahora se lo puede debatir y
cuestionar.
En cambio, Lutero tenía votos monásticos de
celibato, asumidos voluntariamente y que formaban parte de su vocación
religiosa. De hecho, hasta 1525 había afirmado reiteradamente que no se
casaría. Es también el año de ruptura con el movimiento humanista, llevando su
antropología negativa, heredada de San Agustín, a límites extremos. Tenemos que
tener mucho cuidado cuando un historiador establece una fecha porque nunca son claras
ni netas. Muchos de los elementos presentes en la primera etapa van
indudablemente a continuar y enriquecerse en la segunda. Otros aspectos que sin
duda estaban presentes en la primera se manifestarán abiertamente en la
segunda. Todo proceso histórico necesita ser considerado como de larga
duración; simplemente por razones académicas se establecen períodos, para
facilitar el estudio. Teniendo en mente esta periodización podemos decir que
también la actitud de Lutero con relación a la comunidad judía tiene dos
momentos muy diferentes. En primer lugar él mismo tiene que defenderse de las
reiteradas acusaciones de ser judaizante, ya que gran parte de sus comentarios
bíblicos se relacionan con libros del Antiguo Testamento (comentarios diversos
a los salmos, a los libros del Génesis, Deuteronomio y profetas). Es por ello
que en 1523, para responder a las acusaciones levantadas públicamente en la
Dieta de Nüremberg de 1522, escribe el tratado: “Que Jesucristo ha nacido
judío”.2
Este escrito tiene el objetivo de defenderse de la
acusación de ser judaizante, pero Lutero lo aprovecha para promover la conversión
de los judíos con un espíritu optimista y proselitista que va más allá de toda
realidad. Es un escrito que nace en un contexto de pensamiento apocalíptico que
afecta a toda la sociedad. Tanto Lutero como la mayoría de sus contemporáneos
consideraban que los males que aquejaban al Occidente cristiano presagiaban el
fin de los tiempos. Uno de los signos de ese final era la conversión de los
judíos a la fe cristiana. Ese es el fundamento de la mirada tan positiva.
Por otro lado, Lutero cree que los judíos no se
habían convertido por la pésima predicación de la iglesia y por el testimonio
negativo dado por los cristianos, que fueron las barreras que impidieron su
conversión. Ahora que se había retornado al Evangelio y se había reformado la
predicación, la acción proselitista se vería facilitada. Es así que al final de
este tratado Lutero dice: “Por ello les solicito y aconsejo que se actúe con
ellos [los judíos] de una forma prudente y que los instruyamos por medio de las
Escrituras; seguramente de entre ellos se podría de esta forma convertir. Pero
si actualmente nosotros les tratamos con violencia y respondemos atribuyéndoles
mentiras engañosas, los acusamos de tener necesidad de la sangre de los
cristianos para no apestar, y no sé cuántas otras locuras, ¿si uno les trata
como perros quiénes podrán hacer algo positivo para con ellos? Igualmente, si
les prohibimos de trabajar entre nosotros, de ejercer un oficio, de establecer
relaciones humanas con los demás, si los empujamos a dedicarse a la usura,
¿cómo con todo esto podremos hacerlos mejores?3
Es necesario advertir y hacer una clara distinción,
este es un antisemitismo teológico que pretende la conversión de los judíos. No
tiene nada que ver con el antisemitismo de los nazis, que se funda en conceptos
de raza, totalmente extraño al pensamiento tanto de Lutero como de su tiempo. A
los nazis no les interesaba la conversión y de hecho muchos mártires cristianos
durante la Segunda Guerra Mundial fueron de origen judío, convertidos al
Cristianismo muchos años antes de la llegada al poder de Hitler, pero que
igualmente murieron en los campos de concentración por su condición de judíos.
No se puede utilizar a Lutero para fundamentar el antisemitismo moderno. Ese es
un grave error.
Por el otro lado, a partir de 1529 este optimismo de
Lutero en la conversión de los judíos desaparece para dar lugar a una obsesión
enfermiza del reformador que veía a su alrededor permanentes conspiraciones
destinadas a matarlo. Esa acusación obsesiva se aplica tanto a la iglesia de
Roma, a los anabaptistas, como a diversos disidentes dentro de su propio campo
de acción. De hecho se piensa que esta etapa oscura y dramática del pensamiento
y acción de Lutero comienza luego de haber tenido una comida kosher con algunos
rabinos que le produjo una fuerte intoxicación. El fantasma de la conspiración
va a dominar este último período en la vida de un Lutero enfermo, con
frecuentes y prolongadas etapas depresivas seguidas de etapas de una euforia
fanática.
Igualmente, el vocabulario utilizado en contra de
los judíos es similar al utilizado para descalificar a los católicos romanos, a
todos los disidentes, tanto fuera como dentro de su propio entorno. De hecho, con
los parámetros contemporáneos no podemos ocultar que muchas expresiones de
Lutero, tal como aparecen en la recopilación de las “Charlas de sobremesa”, nos
suenan hoy decididamente groseras. Tenemos que observar que el abominable
tratado que aparece en este segundo período y que lleva el título de “Sobre los
judíos y sus mentiras” (1543), que sorprendentemente está traducido al
castellano y circula libremente por las diversas redes de comunicación social a
diferencia del anterior, del que no he podido encontrar traducción al
castellano, refleja propuestas que hoy en día ningún luterano puede compartir
sin avergonzarse.
Este difamatorio tratado se encuadra sobre un
extendido antisemitismo que sufría el Occidente medieval. Constatamos
expulsiones del pueblo judío o prohibiciones de residencia que se habían
extendido por diversos países. Vemos esas calamidades tanto en España -que es
la más conocida expulsión y conflicto- pero Francia, Inglaterra y Alemania
también reflejan esa situación. El hecho de que este sentimiento antisemita
estuviera extendido en el momento y en el espacio de Lutero no es ninguna
disculpa ni argumento que disminuya el rechazo a estas posiciones porque
algunos contemporáneos suyos en tiempo y espacio supieron oponerse a esa
injusticia. De hecho, podemos ver como muchas veces las poblaciones judías
quedaron bajo la protección del Pontífice Romano y se las llama “los judíos
papales”. Tanto Lutero como Erasmo hubieran podido ser parte de esa minoría,
pero no lo fueron. En este tratado que los antisemitas de hoy promueven para
justificar las peores medidas aplicadas realizan un anacronismo, ya que el
punto de partida de Lutero no es el concepto de raza sino el debate teológico. Si bien las medidas
promovidas, como el cerrar las sinagogas, quemar sus libros religiosos,
promover la construcción de un ghetto etcétera son externamente semejantes, sus
fundamentos son totalmente diferentes.
Indudablemente, queda reflejada en esta reflexión mi
admiración sobre las propuestas bíblicas, teológicas y pastorales del primer
Lutero, que leo con mucho sentido crítico, y mis dificultades en acompañar al
Lutero de la última etapa. En este contexto, la figura de Felipe Melanchton va
adquiriendo en mi comprensión de la Reforma una importancia que hasta el
momento no hemos honrado lo suficiente. Acompaño todo su esfuerzo por mantener
la unidad de la Iglesia tal como se refleja en la Confesión de Augsburgo que
hasta 1530, a diferencia de Lutero, mantuvo Melanchton. Esa será otra tarea y
asignatura pendiente que tendremos que remediar antes del 2017. Dentro de tanta
tiniebla quisiera terminar rescatando algo positivo del primer Lutero: “Si uno
quiere ayudarles [a los judíos], debemos practicar con ellos, no la ley del
Papa, sino aquella del amor cristiano, acogerlos amistosamente, dejarles que
desempeñen un empleo y que trabajen con nosotros, con el objetivo de que ellos
tengan la ocasión de permanecer a nuestro lado y con nosotros, de escuchar
nuestra enseñanza cristiana y de ver nuestra vida cristiana. ¿Si alguno se
muestra empecinado, qué importa?
Nosotros no somos bajo ningún aspecto buenos
cristianos...”4
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1. Martín Lutero. “Comentarios de Martín Lutero.
Evangelio de Juan. Capítulos 1-4. Volumen VIII. Editorial Clie. Barcelona.
2002. Página 420
2. Martín Lutero. Oeuvres.Tome IV. “Que Jésus-Christ es né juif”
Labor et Fides. Géneve. 1958. Página 57 a 76
3. Idem. Página 76 [Tradución del francés propia]
4. Idem. Página 76
* Pastor Lisandro Orlov, Iglesia Evangélica Luterana
Unida en Argentina y Uruguay.
Fuente: Reflexiones y recursos para celebrar los 500
años del movimiento de la Reforma Número 15, año 2015 en ALCNOTICIAS.
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