Por.
Juan Stam, Costa Rica
Escribe
al ángel de la iglesia de Éfeso: Esto dice el que tiene las siete estrellas en
su mano derecha y se pasea en medio de los siete candelabros de oro: Conozco
tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los
malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles pero no lo
son; y has descubierto que son falsos. Has perseverado y sufrido por mi nombre,
sin desanimarte.
Sin
embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor. ¡Recuerda de
dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al
principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar su candelabro.
Pero
tienes a tu favor que aborreces las prácticas de los nicolaítas, las cuales yo
también aborrezco. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias. Al que salga vencedor le daré derecho a comer del árbol de la vida,
que está en el paraíso de Dios.
(Apocalipsis 2.1-7)
Cristo
se había presentado a Juan con dos propósitos especiales: comisionarle para una
tarea profética (1.17-19) y dirigir personalmente un mensaje a cada
congregación por nombre.
A partir de la visión de sí mismo que ha dado al profeta, y las palabras que le
ha dirigido, el Hijo de hombre le asigna a Juan su primera misión:
"Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso". Esta frase va a
repetirse siete veces, con el nombre de cada congregación; ninguna comunidad de
fe quedará sin una Palabra de su Señor. La fórmula "esto dice"
(Tade legei) ocurre unas 330 veces en la Lxx como introducción de solemnes
declaraciones proféticas (Peake; Lilje). Según Lilje, en los tiempos del NT
también se usaba en proclamaciones reales.[1]
Éfeso
era la ciudad más rica e importante de la región. Con Antioquía y Alejandría,
compartía el liderazgo en todo el oriente del imperio. Favorecida con el
puerto principal de Asia Menor y con un dominio de las rutas más estratégicas
de comercio hacia Mesopotamia, Éfeso podría llamarse el Buenos Aires o la Nueva
York de Asia. Además del templo a Artemis (o Diana: Hch 19.24), una de
las siete maravillas del mundo antiguo, las espectaculares ruinas de Éfeso
incluyen hoy un teatro (Hch 19.29,31), gimnasio, biblioteca de dos pisos, baños
y mucho más. Una lujosa calle de 70 pies de ancho, orillada de bellas
columnas por ambos lados, corría desde el centro de la ciudad hasta el puerto.
Como
ciudad libre, Éfeso tenía su propio gobierno. Según Lilje, se inauguraban
las sesiones del parlamento (boulê) con rituales de culto al emperador.
Aunque Pérgamo le daba competencia para el liderazgo político de Asia Menor,
Efeso funcionaba en efecto como capital de la provincia (Foulkes). El
derecho de kataplous ("puerto de primera llegada") de que gozaba
Éfeso significaba que los gobernadores senatoriales asignados a Asia tenían que
desembarcar ahí para entrar a sus funciones en la provincia (Caird). El
mismo Augusto visitó a Éfeso a lo menos cuatro veces (Lilje), entrando a la
ciudad por la lujosa calzada con las pomposas ceremonias de una parousía real.
Además,
como sede del gran templo de Diana, Éfeso era un lugar de peregrinajes
multitudinarios que le brindaban mucho prestigio religioso y abundantes
ganancias económicas. Desde el año 29 aC había sido también pionera del
culto al Emperador en Asia. Ya para los tiempos de Juan se había formado
una fusión entre los cultos a Artemis (Diana) y al Emperador (Foulkes;
Lilje). Junto con Pérgamo, eran los lugares de mayor práctica del culto
imperial en toda Asia Menor
La
congregación de Éfeso era la "iglesia madre" para la provincia
asiática; había sido una congregación privilegiada en todo sentido. Fue la única de las siete
iglesias en que Pablo había ministrado personalmente, pasando unos tres años
con ellos (Hch 20.31). Después de un poderoso avivamiento espiritual (Hch
19.17-20) siguió un violento alboroto (19.23-41; cf 1Co 15.32). Desde Éfeso el
evangelio se extendió a toda la provincia de Asia (Hch 19.10). Gozaron de
una sucesión pastoral que sería la envidia de cualquier congregación: ¡Pablo,
Timoteo, y Juan! También había sido un notable centro de literatura
cristiana. Pablo les dirigió su epístola más teológicamente profunda, y
todo indica que desde Éfeso se escribieron las epístolas pastorales, el cuarto
Evangelio, las epístolas juaninas, y el Apoc. Veinte años después San
Ignacio de Antioquía les envió una importante carta en la que les brinda muy
altos elogios.
Los
méritos de la congregación de Éfeso parecían augurarle un saldo altamente
positivo ante los ojos del Señor, correspondiente al gran prestigio de que
gozaba. "Yo me doy cuenta", les dice Jesús, "de tu
conducta, de tu trabajo ardua y de tu tenaz perseverancia". ¡Dichoso el pastor de
Éfeso! De pocas congregaciones se podría decir hoy que se esfuerzan hasta
la fatiga y el agotamiento (kopos: golpeado por la dura faena). González
Ruiz interpreta la hupomonê como "resistencia a toda integración en el
intento de `compromiso histórico' con la idolatría, sobre todo con el culto
imperial"[2], que de hecho florecía en Éfeso. El odio de los efesios
hacia los nicolaítas (2.6; ver 2.14-15) expresa esa terca firmeza en oponerse a
toda componenda con la ideología imperial idolátrica. Por eso habían
sufrido por su fe, pero sin flaquear en ningún momento: "¡Tenacidad sí
tienes! Has aguantado mucho por mi nombre sin darte por
vencido". Cristo les reconoce plenamente estos méritos (2.2,3,6).
Doctrinalmente,
la iglesia de Éfeso era sumamente rigurosa ("no puedes aguantar a los malos") y dotada de
suficiente discernimiento teológico como para desenmascarar a los
seudo-apóstoles ("pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin
serlo, hallándolos embusteros"). Evidentemente se refiere a maestros
itinerantes, probablemente nicolaítas, que presumían alguna especie de
autoridad apostólica (cf 2Co. 11.5,13; 12.11; Did 11.3-8, 16).
Ante
los "lobos" que Pablo había profetizado para Éfeso (Hch 20.29), los
efesios respondían con una firmeza que llegaba a la intolerancia, un ferviente
afán de ortodoxia, y una capacidad crítica para examinar a los impostores y
desenmascararlos. En fin, Éfeso era una iglesia trabajadora, activa,
estricta y ortodoxa. ¡Una congregación ejemplar!
¡PERO!
Frente a tantos méritos, y a pesar de todo el prestigio de Éfeso como iglesia
madre, el Señor les confronta con la falla fatal que efectivamente restaba
valor a todas sus virtudes: "has dejado ese amor que te caracterizaba al
principio".
Esta
comunidad, que había sido un modelo de amor cristiano (Hch 19.10-20, 30-31;
20.17-38; Ef 1.15, "vuestro amor para con todos los santos"), ahora
se había enfriado y endurecido. Sin el amor, sus arduos trabajos no eran
más que activismo sin sentido. Sin el amor, ni el éxito ni el prestigio
tenía el menor valor (cf 1Co 13.1-3).
¿A
qué amor se refiere el Señor aquí?
¿Habían los efesios dejado de amar al Señor Jesucristo con el fervor de antes?
¿Entonces cómo podemos entender su excelente perfil congregacional? Seguramente
ellos creían que realizaban sus incansables trabajos por amor del Señor;
seguramente piadosos sentimientos de devoción a Dios motivaban, en gran
parte, las energías de su activismo eclesiástico y su estricta rigurosidad
doctrinal. ¿De qué otra forma se podría entender todas sus virtudes y
logros como congregación?
A
pesar de la primera impresión de que habían perdido el amor al Señor, el
contexto indica que más bien habían perdido el amor al prójimo. El problema no era tanto que
habían descuidado su vida espiritual, sino que habían descuidado sus relaciones
de afecto y respeto a los demás. Del legítimo mérito de no poder aguantar
a la maldad (cf. 2.2) y de aborrecer las obras de los nicolaítas (2.6), como
Cristo mismo las aborrece, aparentemente habían pasado a aborrecer a los
herejes mismos.
De
odiar al pecado, es un paso sutil y fácil pasar a odiar a la persona del
pecador. Y de hecho, al perder esa caridad fraterna, están faltando en su
amor al Señor mismo (Mt 22.37-38; 1Jn 2.9-11; 3.10,14s; 4.17s; 4.20s;
5.1). Dejar de amar al prójimo, aun cuando esté en errores graves, es ya
en sí dejar de amar a Cristo.
Tres
verbos imperativos constituyen la exhortación a los efesios: "Acuérdate de
dónde has caído; arrepiéntete; vuelve a tu conducta inicial".
En vez de seguir gloriándose en sus laureles, debe reconocer que ha caído y
volver a la práctica de amor que antes le era típica. Más que un cambio emocional,
para volver a sus primeros sentimientos, el Señor les exige cambiar su conducta
y realizar de nuevo las obras de antes. Si no lo hace, no tiene ningún
futuro: "vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar, si no te
arrepientes".[3]
Ramsay
ha señalado lo contextual de esta advertencia, ya que el cambio era una
constante en la vida de Éfeso. La fuerte sedimentación del río Caistro
hizo que la ciudad se cambiara periódicamente de ubicación: "La ciudad
seguía al mar y cambió de lugar en lugar para mantener su importancia como
único puerto del valle".[4] La original ciudad iónica fue trasladada
después por Creso (c 550 aC) y nuevamente por Lisímaco (c 287 aC). Por
otra parte, la figura de remover un candelabro traía resonancias
históricas. Los bellísimos candelabros del templo de Salomón fueron
llevados a Babilonia, y la del templo de Herodes se fue a parar en Roma.
Fuente:
Protestantedigital, 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario