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lunes, 26 de diciembre de 2016

¿Se arrepintió la iglesia de Éfeso?



Por. Juan Stam, Costa Rica
Vimos la semana pasada que de odiar al pecado es un paso sutil y fácil pasar a odiar a la persona del pecador.  Y de hecho, al perder esa caridad fraterna, están faltando en su amor al Señor mismo (Mt 22.37-38; 1Jn 2.9-11; 3.10,14s; 4.17s; 4.20s; 5.1).
Dejar de amar al prójimo, aun cuando esté en errores graves, es ya en sí dejar de amar a Cristo.
Tres verbos imperativos constituyen la exhortación a los efesios: "Acuérdate de dónde has caído; arrepiéntete;  vuelve a tu conducta inicial".  En vez de seguir gloriándose en sus laureles, debe reconocer que ha caído y volver a la práctica de amor que antes le era típica.  Más que un cambio emocional, para volver a sus primeros sentimientos, el Señor les exige cambiar su conducta y realizar de nuevo las obras de antes.  Si no lo hace, no tiene ningún futuro: "vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar, si no te arrepientes".[3]
San Ignacio, dos décadas después, la llama "la bendecida en grandeza de Dios con plenitud... para gloria duradera e inconmovible" (Ign Ef intr) y elogia sin reserva alguna "vuestro nombre amabilísimo, que con justo título lleváis conforme a la fe y caridad en Cristo Jesús" (1.1); "ninguna cosa amáis sino a solo Dios" (9.2).  Onésimo, el obispo de Éfeso, es "varón de caridad inenarrable" (1.3), y su colegio de ancianos "está armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira" (4.1). Los efesios mantienen su celo doctrinal: "entre vosotros no anida herejía alguna...Puesto que Jesucristo os habla en verdad, a nadie más tenéis interés en escuchar" (6.2; cf 8.1; 9.1; 11.2).  En un salto de entusiasmo, Ignacio les saluda con "¡oh efesios! Iglesia celebrada por los siglos" (8.1).  Evidentemente la congregación de Éfeso supo responder al llamado de su Señor.
La ciudad de Éfeso, a pesar del problema de la sedimentación del río, tuvo varios siglos más de gloria y fue sede de un obispado.  Un importante concilio cristológico, que condenó al nestorianismo, se realizó en Éfeso en 431 d.C.  Poco después la ciudad comenzó a declinar, y en el siglo XIV los turcos deportaron a sus últimos habitantes.
"Quien tiene oído, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (2.7).  Estas palabras son una ampliación de la frase más repetida en labios de Jesús según los evangelios (Mr 4.9 y siete pasajes más).  El haber recibido la Palabra profética trae, para todas las iglesias, una muy solemne responsabilidad.  Sólo los sordos espirituales no entenderían su palabra.  Es Dios quien nos ha dado la facultad del oído, y nos ha hablado su palabra.  Al hablar Jesús, y al escribirlo Juan, es el mismo Espíritu quien habla a la iglesia universal.  Ahora a cada uno nos toca escuchar y obedecer la palabra profética.
Los rabinos daban gran importancia al oído humano.  R. Jehoshua b. Qarcha, al iniciar una exposición bíblica, ora "que el oído del oyente se rompa" (se abra).  Otro maestro exhortó al oyente, "Haz tu oído como un embudo", para no perder nada de la enseñanza.  El cuerpo humano tiene 248 miembros, correspondiendo a los 248 mandamientos de la Tora (juntos con 365 prohibiciones, una para cada día).  De los 248 miembros, tres son los que Dios mismo no puede controlar: el ojo, la nariz y el oído, el de más grave responsabilidad. Por eso, en Gehena el oído será el primer miembro del cuerpo en quemarse.[5]
Los que oyen la palabra profética y la cumplen serán vencedores.[6]  A menudo la iglesia primitiva veía la vida cristiana como militancia y el creyente fiel como un luchador valiente por la fe y la verdad.  Pero mucho más en tiempos de amenaza de persecución, el vencedor es el testigo fiel, sin claudicar, hasta la muerte (12.11).  A diferencia de todo concepto mundano de combate y victoria, esta victoria se consigue en su máximo término precisamente por morir.  Humanamente hablando, estos creyentes lucían débiles y hasta fracasados, pero su resistencia aparentemente impotente ante el masivo poder romano de hecho era la victoria conquistada.  Su "desobediencia civil" en el nombre del Señor, y su resistencia no-violenta, constituiría su victoria.
Caird (1966:32) señala que en Apocalipsis el término "vencedor" lleva una fuerza "misteriosa, casi numinosa".  Es el ideal y la esperanza que debe inspirar al cristiano en su lucha.  El primer vencedor, por excelencia, es "el Cordero que ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos" (5.5).  Ahora el vencedor es el discípulo que lucha fielmente en Cristo y con Cristo para compartir la victoria de su Señor (2.26-27; 3.21).  Así "ellos han vencido por la sangre del Cordero y por la palabra de testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte" (12.11).  De la victoria de él podemos aprender lo que es verdadera victoria: ¡morir para vencer!  La meta más profunda de Apoc es llamar a todo cristiano a ser fiel a la manera del Cordero.
La promesa de Cristo al vencedor es que "le daré el derecho de comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios" (2.7).  Esta promesa quizá puede ser una alusión indirecta al primitivo recinto sagrado en Éfeso, alrededor de un árbol de dátiles, consagrado a Artemis.[7]  Este árbol sagrado, en el sitio donde después se edificarían el famosos templo de Diana, figura en las monedas de la ciudad.  Jenofontes se refiere a este santuario como un paraíso; dentro de sus muros había un refugio para los acusados y "un sitio de salvación para todo suplicante".[8]  Evidencias históricas indican que Marco Antonio y después Domiciano ampliaron los limites del santuario de Artemis, creando así serios problemas de criminalidad.[9]
Esta posible referencia a la cultura local de Éfeso no disminuye el significado decisivo del relato bíblico del paraíso y el árbol de vida.[10]  Cristo, el segundo Adán, ha restablecido el orden primigenio de la creación y, si somos fieles, nos invita a comer del árbol de la vida, antes prohibido.  Viviremos en un paraíso que no será refugio de criminales sino santuario de los redimidos, y nunca seremos removidos.  El sustantivo xulon para la frase "el madero de la vida" hace pensar también en una comparación con la cruz: nuestro sufrir y hasta morir con Cristo convertirá "el madero (xulon) de la cruz" en árbol de vida.  Otros, desde una perspectiva sacramental, sugieren que el "árbol de vida" puede señalar en última instancia a Cristo mismo, de quien "comemos" para participar en la vida eterna (cf Jn 6.32-58).  Participar en él es vida verdadera y vida eterna.
Esta es la primera promesa en darse y la última en cumplirse (22.2)
El mensaje de Cristo plantea a los efesios una opción radical: seguir como están y perder su candelabro, o arrepentirse, ser fiel hasta la muerte, y ganar el árbol de la vida en el paraíso.
NOTAS AL PIE
[1] Aune (1997:119,126-9,141s) clasifica las cartas bajo el género de "edicto imperial", conforme a modelos persas y romanos.
[2] González Ruiz (1987:90).
[3] La "venida" de Cristo aquí, como en otros pasajes de Apocalipsis, no se refiere a la parousia escatologíca sino a visitaciones históricas en juicio o bendición. Cf Caird (1966:32).
[4] Ramsay (1904:245s).
[5] Kittel (1968 1:551; cf 1:559), con la correspondiente documentación rabínica según Strack-Billerbeck.
[6] Cf 1,3; 2.26; 1 Jn 2.13; 4,4; 5.4-5; Jn 16.33; 2 Esd 7.57s.
[7] Cf Tácito Ann 5.3.6ss; Court (1979:25).
[8] D.G. Hogarth (1908), citado en Court (1979:25).
[9] ver M.P. Charlesworth (1954:39).

Fuente: Protestantedigital, 2016

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