Por. Autor: Dr. Alfredo Salibián, Argentina
Después de leer textos de San Francisco de Asís
referidos directa o indirectamente al ambiente, me he tomado el atrevimiento de
preguntarme qué nos diría él sobre el tema si hoy nos encontráramos con él en
el camino. Si viviera con nosotros en este agitado inicio del siglo XXI, 800
años después de su tiempo, ¿cuáles serían sus consejos para nosotros, hombres y
mujeres de la fe religiosa? ¿Cuáles serían los valores que demandarían de
nosotros en tanto creyentes preocupados por el estado de cosas en la Creación
de Dios? ¿Cuáles serían los valores espirituales que demandaría para nuestra
vida este San Francisco que estamos imaginando en nuestro contexto? ¿Cómo hemos
de aplicarlos en nuestro papel de custodios de la integridad de la Creación?
Sentimos que llegó el tiempo de explorar nuevos
caminos de desarrollo subordinados a criterios formalizados en una ética
ecológica basada, a su vez, en la demanda de Juan Pablo II, a favor de una conversión
ecológica de la política y la economía.
San
Francisco demandaría un lugar especial para la gratitud
Mucha gente, especialmente en las sociedades
industrializadas, no alcanza a descubrir que es posible vivir con menos bienes
de los que actualmente disponen, con menor consumo energético, compartiendo
solidariamente su mucho con lo poco del prójimo.
¿Podemos cambiar este ese estado de cosas? Ello sólo
será posible si somos capaces de incorporar a nuestra vida la ética de la
gratitud.
Dijo San Pablo:
Estén siempre contentos. Oren en todo momento. Den
gracias a Dios en todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como
creyentes en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:16-18).
¿Qué ocurriría si las personas y las sociedades
diésemos la espalda a las imposiciones del modelo económico y llenásemos
nuestra vida cada día con expresiones de gratitud sinceras a Dios por todas las
bendiciones que disfrutamos, sin olvidar de la naturaleza?
¿A qué gratitud nos estamos refiriendo? A aquélla
que nos hace ver la vida de manera radicalmente diferente. Cuando damos
gracias, estamos reconociendo nuestra dependencia de Dios, de otra gente y de
las otras formas de vida que nos rodean. Estamos renunciando a tener el control
basado en la convicción de que somos los únicos artífices de nuestro bienestar
o los últimos usuarios de los bienes de la Creación.
Es más. La gratitud nos conduce a otras dos
actitudes: cuidado y felicidad. Cuando somos agradecidos por algo, crece
en nosotros la preocupación por cuidarlo; si somos agradecidos por la
naturaleza, empezaremos por cuidarla. Y la gratitud nos colma de felicidad.
San
Francisco nos exigiría humildad
La humildad es un valor ligado a la gratitud.
Algunas interpretaciones de las Escrituras que se
hicieron en el pasado contribuyeron a la percepción de que la humanidad es el
pináculo de la Creación.
Se presenta a Dios como creador del resto de la
Creación para el único propósito de estar al servicio del ser humano,
sin caer en la cuenta de que en realidad ostentamos una doble condición: en
ciertos aspectos somos parte de la Creación con muchas cosas comunes con otras
especies que nos acompañan en el jardín creado por Dios, y en otros somos
diferentes y particulares porque somos imagen del Creador.
La Ecoteología y la Teología de la
mayordomía nos advierten que la posición del ser humano es de
responsabilidad delegada por Dios para el cuidado responsable de su Creación.
Somos parte de la Creación, no sus propietarios. La Creación, afirman las
Escrituras, pertenece al Creador: “…la tierra es mía y ustedes sólo están de
paso por ella como huéspedes míos” (Levítico 25, 24). Esta manera de pensar
reemplaza el orgullo humano por la humildad, la sensación de poder
ilimitado es sustituida por la de cuidado responsable. Algo de esto nos viene
de la enseñanza que nos proveen las culturas nativas o indígenas que
plantean su relación con la Creación como la de una familia. El mismo San
Francisco se refería a los astros como hermano o hermana. En suma, nuestra
arrogancia debe ser sustituida por la humildad basada en la convicción de
que somos parte de una red y no el extremo superior de una pirámide.
San
Francisco nos recordaría que la suficiencia debe integrar nuestra escala de
valores
¿Qué significa vivir con suficiencia? Significa que toda
la gente tiene lo suficiente para disfrutar de una buena calidad de vida, pero
no mucho más de sus necesidades.
Uds. dirán esto no es para la Argentina de hoy; sin
embargo, si nos detenemos a pensar en términos de globalidad veremos que
nuestra situación es parte del cuadro total: somos la parte que no tiene lo
suficiente porque otra parte se ha llevado la nuestra.
La idea central del concepto de suficiencia es la
noción de calidad de vida. En el pasado se hablaba de calidad de vida y
de estándar de vida. Hoy en día el estándar de vida se define basado en
unidades económicas como el Producto Bruto Nacional o sea, el promedio de las
ganancias divididas por el número de personas. Obviamente este parámetro es
artificial y perverso porque es un promedio que no tiene en cuenta la
distribución de la riqueza y el bienestar. Además, el aumento de PBN siempre se
acompaña de más deterioro ambiental, de más estrés, de menor cantidad de tiempo
para la familia y los amigos, de fracturas en la comunidad, etc.
Necesitamos con urgencia la revolución de la
suficiencia, de lo suficiente, de la simpleza en las
conductas de la vida. La satisfacción en la vida, no consiste en la acumulación de la riqueza. Recordemos las palabras de Jesucristo: “Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas …. lo que tiene guardado, ¿para quién será?” (S. Lucas 12, 15-21).
conductas de la vida. La satisfacción en la vida, no consiste en la acumulación de la riqueza. Recordemos las palabras de Jesucristo: “Cuídense ustedes de toda avaricia; porque la vida no depende del poseer muchas cosas …. lo que tiene guardado, ¿para quién será?” (S. Lucas 12, 15-21).
La superabundancia de cosas congestiona el día,
distrae nuestra atención, disipa energías y debilita nuestra capacidad para
discernir los caminos correctos.
Es oportuno aquí recordar que Jesús enseñó
claramente que el plan de Dios contempla la provisión, desde la naturaleza,
de todo lo que necesitamos (S. Mateo 6, 25-34).
Y
San Francisco también nos pediría compromiso con la Justicia.
Dios puso en boca del profeta Isaías la siguiente
afirmación:
“El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que
rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo;
en que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía“(Isaías 58,
6).
¿Cómo se vincula esta consigna con el ambiente?
Es que intentar modificar el modelo actual
reemplazándolo por otro en el que predomine la suficiencia no será fácil porque
se movilizarán las fuerzas que lo defienden, el mismo que beneficia a los ricos
y penaliza a los pobres y a la naturaleza. Así, instaurar la justicia será otra
de las grandes batallas para vivir sustentablemente en el siglo XXI.
El cómo lograr este objetivo es materia de debate en
la comunidad cristiana.
Dios siempre opta por los pobres; la realidad
de la pobreza es estímulo suficiente para luchar contra la opresión económica,
política y militar que preferencia precisamente a los que no son pobres.
Las instituciones opresoras y explotadoras de los pobres y de la naturaleza mantienen el control a través de varias formas de poder. La lógica convencional nos indica que para superar sus efectos sería necesario y suficiente diseñar un poder mayor. Por el contrario, somos convocados a reconocer nuestra dependencia de Dios, y modelar un nuevo estilo de vida en comunidad con todas las otras formas vivientes que nos acompañan. Esto, que parece sencillo, requiere una enorme dosis de coraje, discernimiento y perseverancia.
Las instituciones opresoras y explotadoras de los pobres y de la naturaleza mantienen el control a través de varias formas de poder. La lógica convencional nos indica que para superar sus efectos sería necesario y suficiente diseñar un poder mayor. Por el contrario, somos convocados a reconocer nuestra dependencia de Dios, y modelar un nuevo estilo de vida en comunidad con todas las otras formas vivientes que nos acompañan. Esto, que parece sencillo, requiere una enorme dosis de coraje, discernimiento y perseverancia.
Para
finalizar, San Francisco nos encargaría proveernos de dosis generosas de fe,
esperanza y amor.
“Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la
esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor” (1
Corintios 13, 13).
Estos tres últimos valores espirituales son los
indispensables para poder vivir en forma sustentable en este siglo que se
inicia.
¿Qué cosa puede sostenernos para continuar la
batalla por la justicia, enfrentados con los tremendos poderes de opresión
sobre los seres humanos y sobre la naturaleza?
Necesitamos tener fe:
- fe de que Dios desea un mundo en el que los seres humanos vivan en relaciones de paz y justicia entre sí y con la naturaleza,
- fe de que somos capaces, con la ayuda de Dios, de discernir lo que debemos hacer para instaurar el reino del shalom, de la paz,
- fe de que Dios nos ama y permanece a nuestro lado en nuestras luchas.
Será la fe que nos brinda seguridad en nuestro
compromiso; pero esa fe será estéril sin la compañía de la esperanza. La
esperanza agrega un elemento adicional: la alegría, la expectativa, la
celebración. Es la que nos da la energía para continuar la senda de nuestras
luchas aun cantando.
La esperanza, es la contribución que pueden hacer
nuestras comunidades de fe a los movimientos tendientes a los cambios sociales
y a la protección ecológica. Será el combustible movilizador para enfrentar el
desaliento.
La esperanza es un don espiritual difícil de
explicar; es más que un optimismo: toma en serio todas las realidades, pero se
resiste a sucumbir ante ellas. Reconoce que no estamos solos: Dios está con
nosotros, con nuestro prójimo y con toda la comunidad de la Creación.
Y esa ligazón con Dios y con la Creación se hará
realidad mediante el lazo del amor. El amor es un poder mucho más fuerte
que la codicia, la avaricia, el odio y el miedo que subyacen como fundamento de
las fuerzas destructivas de la naturaleza. El amor es lo que construye una
comunidad sustentable para la familia humana y para la Creación, un sitio donde
cubrimos nuestras necesidades y hallamos el sentido de nuestras vidas.
Mientras nos preocupamos y batallamos por los
problemas ambientales y, al mismo tiempo, procuramos identificar los valores
espirituales que necesitamos para la vida sustentable en este siglo, seremos
exhortados con este mensaje permanente: el amor jamás dejará de existir, y
nuestro hacer se verá bendecido mediante la gratitud, la humildad, la
suficiencia y la justicia.
Fuente: El blog de René Padilla, 2016.
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