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miércoles, 10 de marzo de 2010

El pecado de la Homosexualidad (I)

Primera de una serie de tres notas sobre el tema, por Pablo A. Deiros*

Hay pasajes de las Escrituras que parecen tener una actualidad notable, ya sea por lo que prescriben o por lo que prohíben. Uno podrá estar de acuerdo o no con lo que dicen, pero la realidad es que desde hace muchos siglos estos textos han regido la conducta de numerosos pueblos y han orientado sus decisiones más importantes.
Tal es el pasaje de Levítico 18.1-5, que dice: “El Señor le ordenó a Moisés que les dijera a los israelitas: ‘Yo soy el Señor su Dios. No imitarán ustedes las costumbres de Egipto, donde antes habitaban, ni tampoco las de Canaán, adonde los llevo. No se conducirán según sus estatutos, sino que pondrán en práctica mis preceptos y observarán atentamente mis leyes. Yo soy el Señor su Dios. Observen mis estatutos y mis preceptos, pues todo el que los practique vivirá por ellos. Yo soy el Señor.”

Indudablemente, en el concepto bíblico, los israelitas eran un pueblo separado, diferente del resto de los pueblos, por ser el pueblo elegido por Dios y consagrado por él para cumplir una misión redentora en el mundo. Como pueblo de Dios, las leyes y estatutos que debían regir su conducta personal y social no podían ser los mismos que los de los demás pueblos, sino que debían ser los que Dios mismo les diera para obedecer. La moralidad del pueblo de Dios debía ser un reflejo de la santidad de Dios. La vida de los israelitas debía ser diferente de la de los pueblos cananeos cuya tierra debían ocupar y que vivían de manera groseramente inmoral. El Señor mismo era la autoridad sobre la que se fundaban las admoniciones y prescripciones que se presentan a lo largo de este capítulo de Levítico. Nótese la manera en que en cinco versículos se repite dos veces la frase “el Señor” y dos veces “Yo soy el Señor su Dios”. De este modo, el pueblo de Israel debía conducirse según los estatutos dados por Dios y poner en práctica sus preceptos, y no debía seguir ningún otro estilo de vida. Para el pueblo, este acatamiento y obediencia resultaría en una vida abundante y con propósito.
En el capítulo 18 de Levítico, el texto continúa especificando cuáles son las relaciones no permitidas por la voluntad revelada de Dios a su pueblo. Estos preceptos no son para los pueblos paganos, sino para el pueblo que ha entrado en un pacto de fe y amor con Dios. Los estatutos divinos no pretendían cambiar las “costumbres de Egipto” como “tampoco las de Canaán”, pero sí determinar clara y específicamente la conducta de los miembros del pueblo del pacto. Es más, Israel debía constituirse como un ejemplo vivo del tipo de vida y de relaciones que Dios quería para todos los seres humanos. Seis veces a lo largo de este capítulo y dos veces en este pasaje se le advierte al pueblo que no debe seguir el pésimo ejemplo de los pueblos paganos.
En la larga lista de especificaciones en cuanto a las relaciones no permitidas a los israelitas, figuran las siguientes: “No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer. Eso es una abominación. No tendrás trato sexual con ningún animal. No te hagas impuro por causa de él. Ninguna mujer tendrá trato sexual con ningún animal. Eso es una depravación. No se contaminen con estas prácticas, porque así se contaminaron las naciones que por amor a ustedes estoy por arrojar, y aun la tierra misma se contaminó. Por eso la castigué por su perversidad, y ella vomitó a sus habitantes. Ustedes obedezcan mis estatutos y preceptos. Ni los nativos ni los extranjeros que vivan entre ustedes deben practicar ninguna de estas abominaciones, pues las practicaron los que vivían en esta tierra antes que ustedes, y la tierra se contaminó. Si ustedes contaminan la tierra, ella los vomitará como vomitó a las naciones que la habitaron antes que ustedes. Cualquiera que practique alguna de estas abominaciones será eliminado de su pueblo. Ustedes observen mis mandamientos y absténganse de seguir las abominables costumbres que se practicaban en la tierra antes de que ustedes llegaran. No se contaminen por causa de ellas. Yo soy el Señor su Dios” (Lv. 18.22-30).
Llama la atención en este pasaje bíblico que la práctica de la homosexualidad y el bestialismo son consideradas como “abominación” y “depravación” respectivamente, para los integrantes del pueblo del pacto. Ambos términos tienen una fuerte connotación espiritual y moral, además de indicar una inhabilitación de carácter religioso. Como tales, estas prácticas son propias de los pueblos paganos, que no conocen a Dios, y son expresión de paganismo y desobediencia al Dios verdadero, el Dios del pacto. Además, se reitera varias veces una doble contaminación: la del ser humano y la de la tierra. Es notable la profundidad ecológica de esta observación.
La contaminación espiritual y moral producida por estas relaciones sexuales contra natura (“depravación”) no sólo descalifican a las personas para lo religioso (“abominación”), sino que llegan a afectar seriamente a la tierra (“contaminación”). Llama la atención, a su vez, cómo la tierra deja de ser acogedora, proveedora y amiga del ser humano, para transformarse en su enemiga y en la fuente del mayor de los rechazos (“ella los vomitará”), tal como ocurrió según el relato del Génesis (Gn. 3.17-19, 23).
* Rev. Dr. Pablo Deiros, pastor bautista y Rector del Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires, Argentina. El SITB es el unico seminario evangélico de America latina que ofrece titulos docentes oficiales.

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