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lunes, 8 de marzo de 2010

Otro 8 de marzo… y seguimos igual

Por. María Rosa Medel, España

De nuevo vamos a celebrar el Día de la Mujer Trabajadora -o sea, todas-. En agosto de 2008 y en Zaragoza, en el marco de la Expo, vimos una foto que nos mostraba el estado de la cuestión de la igualdad, en nuestro campo protestante. Sólo había hombres en la foto que se hicieron los “jefes” .
Creo que a día de hoy no habría ninguna modificación si se repitiera la foto. Todo sigue igual, pero tranquilos: si en el campo religioso estamos mal las mujeres, en el campo civil no estamos mejor.
He asistido a unas Jornadas sobre Igualdad, organizadas por la Diputación de Alicante, un meritorio intento de reflexionar sobre el desigual cumplimiento de la Ley Orgánica de Igualdad, donde nos dieron algunos datos que me resultaron interesantes y que quisiera compartir con los lectores.
Las estadísticas que todos estamos muy acostumbrados a oír y leer, nos muestran datos muy significativos sobre cómo estamos posicionadas las mujeres en este mundo, del que somos el 51%, y en el que se pasa alegremente de nosotras.
Según los últimos datos, se confirma que representamos el 51% de la población, el 75% de horas trabajadas, el 25% en el tema sueldos y ahora viene el dato clave: ostentamos el 1% del poder. Sin comentarios.
No es de extrañar, si hasta nuestras mismas autoridades académicas, véase la Real Academia Española de la Lengua, no nos ponen en nuestro sitio. Daré como ejemplo tres definiciones, unas más conocidas que otras, pero todas muy significativas del problema:
Sombrero: 1. m. Prenda de vestir, que sirve para cubrir la cabeza, y consta de copa y ala. 2. fm. Prenda de adorno usada por las mujeres para cubrirse la cabeza.
Gobernante: 2. m. Hombre que se mete a gobernar algo. Si le ponemos una a al final nos saldría: 1. f.
Gobernanta: Mujer que en los grandes hoteles tiene a su cargo el servicio de un piso en lo tocante a limpieza de habitaciones, conservación del mobiliario, alfombras y demás enseres.
Hombre público / mujer pública, no hace falta explicar nada. Todos sabemos la diferencia.
Por eso no es de extrañar que aunque las mujeres seamos mayoría de estudiantes en las Universidades y saquemos mejores calificaciones, y mayoría también en casi todas las plantillas de las grandes empresas…, todavía sea noticia que una mujer esté en puestos directivos Podemos hacer el siguiente ejercicio: ¿cuántas mujeres dirigen periódicos a nivel nacional? (puede haber alguna hoja parroquial que sí dirijamos), ¿qué porcentaje de mujeres trabajan en las plantillas de los mismos? Cuándo terminemos este sencillo ejercicio, ¡prohibido llorar! Toca seguir luchando.
Según un estudio realizado por una Universidad sobre el papel de la mujer en el profesorado, nos encontramos con los siguientes datos: la mujer ocupa un 96% en guarderías, 93% en Preescolar; 70% en Primaria y el 15% si nos referimos a catedráticas en la Universidad.
Cuando hablamos de criterios de igualdad, no nos estamos refiriendo a cuestiones biológicas. Ni somos iguales ni queremos serlo; faltaría más. Estamos reclamando la igualdad en el terreno de las oportunidades. Por muchas leyes que se hagan, es difícil que se cumplan si no cambian los planteamientos de los hombres… y lamentablemente también de algunas mujeres.
Y ahora pasamos a nuestro terreno. Si nuestro sentido de existir como cristianos es “cambiar el mundo”, “ser sal y luz”…, lo llevamos crudo. Para ello, la mejor forma es predicar con el ejemplo, siempre hemos hablado que lo más eficaz es nuestro testimonio personal.
Cómo vamos a querer cambiar a los hombres en el respeto a las mujeres si hay una inmensa mayoría de cristianos que están de acuerdo con San Pablo, en aquello de nuestra igualdad en el terreno espiritual, pero que se resisten a darnos categoría de personas completas en nuestro paso por este mundo.
¿Qué se está haciendo por corregir estos datos en nuestras iglesias? Mi respuesta sería: NADA. Es verdad que algunas de nuestras denominaciones admiten a las mujeres incluso en el pastorado y en el gobierno de las iglesias a nivel local, pero todavía no nos reciben en los órganos de poder; seguimos siendo un adorno aceptable o un impuesto “obligado”.
Es necesario que apliquemos un proceso de transversalidad, es decir: los principios de igualdad en todas las áreas y órganos de dirección en nuestro mundo eclesiástico -la Ley así lo contempla en el terreno civil-. De este modo lograríamos entre todos, hombres y mujeres, que de hacerse hoy la foto de la Expo, ya no pudiéramos decir que estamos totalmente ignoradas.
Fuente: Lupaprotestante

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