por Pablo A. Deiros.
De todos los temas polémicos que se debaten abiertamente en nuestra sociedad contemporánea, probablemente ninguno sea más discutido ni comentado que el de la homosexualidad, tanto masculina como femenina. La popularidad del tema no se debe solamente a las campañas de difusión de los movimientos gay y las luchas por lo que ellos entienden como defensa de sus derechos civiles, sino también a una morbosa y chabacana tendencia de los medios masivos, que explotan la cuestión como recurso taquillero y promotor de rating. En los Estados Unidos, primero, y ahora también en nuestro país, los talk shows o programas de entrevistas y actualidad parecen verdaderas vidrieras de todo lo anormal, enfermo y que va contra los códigos morales que durante siglos se han tenido como inconmovibles. Entre la multitud de temas y casos transgresores, destapados y atrevidos, el de la homosexualidad es pan de todos los días.
Las opiniones que se escuchan son las más diversas, y quienes opinan y sacan conclusiones no siempre parecen tener la autoridad moral y espiritual necesaria para dar credibilidad a lo que dicen. De todos modos, más de una vez, las voces que se escuchan son las de verdaderos monigotes morales, cuya escala de valores no es más que una pobre peluca con la que pretenden tapar su calvicie espiritual y ética.
No obstante, al señalar estas observaciones, debemos admitir nuestro propio pecado de silencio irresponsable como hijos de Dios. Los cristianos, las más de las veces, no hemos hablado frente a este tema de debate ni hemos expresado lo que con claridad meridiana enseña la Biblia, la Palabra de Dios. Por cierto, no pretendemos en esta serie de notas agotar la cuestión ni responder a todos los interrogantes. Mucho menos será posible atender a las cuestiones jurídicas y muchas otras aristas del problema. Pero sí queremos, a la luz de la Biblia, entender cuál es la verdad acerca de la homosexualidad, y luego, ver cómo superarla desde una perspectiva cristiana.
Veamos, en primer lugar, la verdad sobre la homosexualidad. Por cierto, frente a la cuestión se levantan numerosas voces, que ofrecen las más diversas conclusiones sobre la cuestión. ¿Qué dicen las opiniones humanas? Para algunos, la homosexualidad no es más que un capricho de la naturaleza. No faltan quienes excusan su conducta con la repetida frase: “Dios me hizo así.” Según otros, es un estilo de vida opcional o una alternativa de conducta sexual. Se trataría de una sexualidad alternativa u opcional. Hay quienes consideran que la homosexualidad es una enfermedad mental o emocional. Para algunos consiste en un serio problema espiritual, que debe atribuirse a la obra de demonios o espíritus inmundos. Y no faltan quienes la consideran una dádiva de Dios.
A los cristianos bíblicos, es decir, a quienes nos importa tomar en serio lo que la Biblia nos enseña, incluso en las cuestiones cotidianas de nuestra vida espiritual y moral, nos interesa saber si los textos bíblicos consideran este tema. ¿Qué dicen las Escrituras sobre la homosexualidad? Hay tres afirmaciones claras en las páginas de la Biblia, que vamos a resumir en las líneas que siguen.
Primero, la homosexualidad es un pecado que se condena en el Antiguo Testamento. De hecho, es uno de los seis pecados sexuales que Dios condena en las páginas de la primera parte de la Biblia. Ya vimos cómo en Levítico 18.22 se la califica de “abominación”. En este sentido, la homosexualidad se presenta como asociada con la prostitución de carácter ritual o religioso: “Ningún hombre o mujer de Israel se dedicará a la prostitución ritual. No lleves a la casa del Señor tu Dios dineros ganados con estas prácticas, ni pagues con esos dineros ninguna ofrenda prometida, porque unos y otros son abominables al Señor tu Dios” (Dt. 23.17-18). Por revestir una gravedad tan seria como “abominación”, la homosexualidad era un pecado que merecía la pena de muerte (Lv. 20.13).
Segundo, la homosexualidad es un pecado que se condena en el Nuevo Testamento. Sin embargo, en la segunda parte de la Biblia no se habla de la pena de muerte como castigo, sino que se indica que el fin de esta práctica es la muerte física y la muerte espiritual.
En relación con lo primero, Romanos 1.26-27 dice: “Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión.” Muchos intérpretes contemporáneos de la Biblia consideran que estas palabras paulinas de alguna manera hacen una referencia a la manera en que el SIDA ha afectado de manera particular a la población homosexual. Pero también se habla de muerte espiritual como resultado de la práctica homosexual: “¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas (homosexuales), ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios” (1 Co. 6.9-10; ver Ap. 22.14-15).
Además, la homosexualidad es contraria a la justicia y la sana doctrina entendida ésta como la conducta que se expresa conforme a la voluntad revelada de Dios. En su primera carta a Timoteo, Pablo dice: “Tengamos en cuenta que la ley no se ha instituido para los justos sino para los desobedientes y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos. La ley es para los que maltratan a sus propios padres, para los asesinos, para los adúlteros y los homosexuales, para los traficantes de esclavos, los embusteros y los que juran en falso. En fin, la ley es para todo lo que está en contra de la sana doctrina enseñada por el glorioso evangelio que el Dios bendito me ha confiado” (1 Ti. 1.9-11).
La homosexualidad también es un atentado contra la dignidad humana del cuerpo, es decir, fuerza al cuerpo a comportarse o funcionar de maneras para las que no fue creado. Según Pablo: “Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios (para sus cuerpos) por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre” (Ro. 1.24-25). Esto último es idolatría, pero la distorsión del cuerpo genera también una obsesión y adicción que tiende a agravar el problema. Por eso, Pablo amonesta: “Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo. ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Co. 6.18-20).
Finalmente, la homosexualidad es un crimen contra la sexualidad humana, cuyo potencial más extraordinario es la posibilidad de generar vida. Es precisamente esta capacidad de asociarnos con Dios en la creación de vida a través de la sexualidad humana, la expresión más profunda de la imagen de Dios en el ser humano (Gn. 1.27-28). La homosexualidad es una sexualidad estéril, que atenta contra el corazón mismo del propósito por el cual Dios nos creó como seres sexuados, que es la producción de vida. La homosexualidad destruye el potencial creativo de la sexualidad humana. Atenta contra la vida y lejos de producir vida, como indicamos, acarrea muerte.
Tercero, la homosexualidad es un pecado individual que termina por condenar a la sociedad. En este sentido, es uno de los pecados de mayor efecto social negativo y destructivo. La Biblia nos presenta el caso de las ciudades de Sodoma y Gomorra como ejemplo de cuán destructiva puede llegar a ser la práctica generalizada de la homosexualidad en una sociedad. Génesis 13.13 nos informa que “los habitantes de Sodoma eran malvados y cometían muy graves pecados contra el Señor.” Las experiencias de Lot y su familia, según el capítulo 19, nos ilustran cuál era específicamente el pecado grave de los sodomitas. El texto nos cuenta que por la noche, los hombres de la ciudad de Sodoma rodearon la casa de Lot para abusar sexualmente de los dos ángeles que habían llegado a la ciudad. “Todo el pueblo sin excepción, tanto jóvenes como ancianos, estaba allí presente. Llamaron a Lot y le dijeron: ‘¿Dónde están los hombres que vinieron a pasar la noche en tu casa? ¡Échalos afuera! ¡Queremos acostarnos con ellos!’” (Gn. 19.4-5). La desesperación de Lot habla a las claras de la perversidad de esta gente y sus prácticas homosexuales (Gn. 19.6-9). Cuando la homosexualidad se torna desenfrenada en una sociedad, Dios termina por destruirla. Así ocurrió con la Roma del Imperio y así ha ocurrido a lo largo de la historia con las sociedades que han permitido a la homosexualidad corromper a las personas. El caso de Sodoma y Gomorra es apenas una de las tantas ilustraciones históricas de este juicio inexorable. “Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas son puestas como escarmiento, al sufrir el castigo de un fuego eterno, por haber practicado, como aquéllos, inmoralidad sexual y vicios contra la naturaleza” (Judas 7).
La corrupción de las personas lleva inevitablemente a la corrupción de la sociedad, y ésta a la corrupción de la tierra (Lv. 18.22-25). Por eso, el pecado de Sodoma ha persistido hasta la época del Nuevo Testamento como un pecado gravísimo. La maldición de estas ciudades homosexuales y malvadas no ha perdido su efectividad con el correr de los siglos. “Sus hijos y las generaciones futuras, y los extranjeros que vengan de países lejanos, verán las calamidades y enfermedades con que el Señor habrá azotado esta tierra. Toda ella será un desperdicio ardiente de sal y de azufre, donde nada podrá plantarse, nada germinará, y ni siquiera la hierba crecerá. Será como cuando el Señor destruyó con su furor las ciudades de Sodoma y Gomorra, Admá y Zeboyín” (Dt. 29.22-23). La homosexualidad sólo puede traer desgracia a una sociedad que la celebra y la practica. Como indica Isaías 3.9: “Su propio descaro los acusa y, como Sodoma, se jactan de su pecado; ¡ni siquiera lo disimulan! ¡Ay de ellos, porque causan su propia desgracia!” (ver Jer. 23.14; Lam. 4.6).
En definitiva, las Escrituras presentan una muy fuerte palabra de juicio divino contra la práctica de la homosexualidad en la esfera individual y social. La gravedad de la perversión que trae y el juicio que acarrea es destacada una y otra vez con el caso ejemplar de Sodoma. En el Nuevo Testamento esta condenación es bien clara. “Además, [Dios] condenó a las ciudades de Sodoma y Gomorra, y las redujo a cenizas, poniéndolas como escarmiento para los impíos. Por otra parte, libró al justo Lot, que se hallaba abrumado por la vida desenfrenada de esos perversos, pues este justo, que convivía con ellos y amaba el bien, día tras día sentía que se le despedazaba el alma por las obras inicuas que veía y oía” (2 P. 2.6-8).
Sin embargo, hay esperanza para el pueblo del Señor, el pueblo del pacto. Los creyentes no debemos permitir que una sociedad corrompida nos corrompa. Además, contamos con la asistencia y el cuidado del Señor, tal como Lot fue rescatado de la condenación que cayó sobre las ciudades malvadas. “Todo esto demuestra que el Señor sabe librar de la prueba a los que viven como Dios quiere, y reservar a los impíos para castigarlos en el día del juicio. Esto les espera, sobre todo, a los que siguen los corrompidos deseos de la naturaleza humana y desprecian la autoridad del Señor” (2 P. 2.9-10). Como creyentes, debemos permanecer firmes del lado del Señor en nuestra condena de la homosexualidad como sinónimo de muerte. Los paganos seguirán corrompiéndose cada vez más y debemos procurar no ser arrastrados por su locura. “¡Atrevidos y arrogantes que son! No tienen reparo en insultar a los seres celestiales, mientras que los ángeles, a pesar de superarlos en fuerza y en poder, no pronuncian contra tales seres ninguna acusación insultante en la presencia del Señor. Pero aquéllos blasfeman en asuntos que no entienden. Como animales irracionales, se guían únicamente por el instinto, y nacieron para ser atrapados y degollados. Lo mismo que esos animales, perecerán también en su corrupción y recibirán el justo pago por sus injusticias. Su concepto de placer es entregarse a las pasiones desenfrenadas en pleno día. Son manchas y suciedad, que gozan de sus placeres mientras los acompañan a ustedes en sus comidas. Tienen los ojos llenos de adulterio y son insaciables en el pecar; seducen a las personas inconstantes; son expertos en la avaricia, ¡hijos de maldición! Han abandonado el camino recto, y se han extraviado para seguir la senda de Balán, hijo de Bosor, a quien le encantaba el salario de la injusticia” (2 P. 2.11-15).
De todos los temas polémicos que se debaten abiertamente en nuestra sociedad contemporánea, probablemente ninguno sea más discutido ni comentado que el de la homosexualidad, tanto masculina como femenina. La popularidad del tema no se debe solamente a las campañas de difusión de los movimientos gay y las luchas por lo que ellos entienden como defensa de sus derechos civiles, sino también a una morbosa y chabacana tendencia de los medios masivos, que explotan la cuestión como recurso taquillero y promotor de rating. En los Estados Unidos, primero, y ahora también en nuestro país, los talk shows o programas de entrevistas y actualidad parecen verdaderas vidrieras de todo lo anormal, enfermo y que va contra los códigos morales que durante siglos se han tenido como inconmovibles. Entre la multitud de temas y casos transgresores, destapados y atrevidos, el de la homosexualidad es pan de todos los días.
Las opiniones que se escuchan son las más diversas, y quienes opinan y sacan conclusiones no siempre parecen tener la autoridad moral y espiritual necesaria para dar credibilidad a lo que dicen. De todos modos, más de una vez, las voces que se escuchan son las de verdaderos monigotes morales, cuya escala de valores no es más que una pobre peluca con la que pretenden tapar su calvicie espiritual y ética.
No obstante, al señalar estas observaciones, debemos admitir nuestro propio pecado de silencio irresponsable como hijos de Dios. Los cristianos, las más de las veces, no hemos hablado frente a este tema de debate ni hemos expresado lo que con claridad meridiana enseña la Biblia, la Palabra de Dios. Por cierto, no pretendemos en esta serie de notas agotar la cuestión ni responder a todos los interrogantes. Mucho menos será posible atender a las cuestiones jurídicas y muchas otras aristas del problema. Pero sí queremos, a la luz de la Biblia, entender cuál es la verdad acerca de la homosexualidad, y luego, ver cómo superarla desde una perspectiva cristiana.
Veamos, en primer lugar, la verdad sobre la homosexualidad. Por cierto, frente a la cuestión se levantan numerosas voces, que ofrecen las más diversas conclusiones sobre la cuestión. ¿Qué dicen las opiniones humanas? Para algunos, la homosexualidad no es más que un capricho de la naturaleza. No faltan quienes excusan su conducta con la repetida frase: “Dios me hizo así.” Según otros, es un estilo de vida opcional o una alternativa de conducta sexual. Se trataría de una sexualidad alternativa u opcional. Hay quienes consideran que la homosexualidad es una enfermedad mental o emocional. Para algunos consiste en un serio problema espiritual, que debe atribuirse a la obra de demonios o espíritus inmundos. Y no faltan quienes la consideran una dádiva de Dios.
A los cristianos bíblicos, es decir, a quienes nos importa tomar en serio lo que la Biblia nos enseña, incluso en las cuestiones cotidianas de nuestra vida espiritual y moral, nos interesa saber si los textos bíblicos consideran este tema. ¿Qué dicen las Escrituras sobre la homosexualidad? Hay tres afirmaciones claras en las páginas de la Biblia, que vamos a resumir en las líneas que siguen.
Primero, la homosexualidad es un pecado que se condena en el Antiguo Testamento. De hecho, es uno de los seis pecados sexuales que Dios condena en las páginas de la primera parte de la Biblia. Ya vimos cómo en Levítico 18.22 se la califica de “abominación”. En este sentido, la homosexualidad se presenta como asociada con la prostitución de carácter ritual o religioso: “Ningún hombre o mujer de Israel se dedicará a la prostitución ritual. No lleves a la casa del Señor tu Dios dineros ganados con estas prácticas, ni pagues con esos dineros ninguna ofrenda prometida, porque unos y otros son abominables al Señor tu Dios” (Dt. 23.17-18). Por revestir una gravedad tan seria como “abominación”, la homosexualidad era un pecado que merecía la pena de muerte (Lv. 20.13).
Segundo, la homosexualidad es un pecado que se condena en el Nuevo Testamento. Sin embargo, en la segunda parte de la Biblia no se habla de la pena de muerte como castigo, sino que se indica que el fin de esta práctica es la muerte física y la muerte espiritual.
En relación con lo primero, Romanos 1.26-27 dice: “Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto, las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros. Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión.” Muchos intérpretes contemporáneos de la Biblia consideran que estas palabras paulinas de alguna manera hacen una referencia a la manera en que el SIDA ha afectado de manera particular a la población homosexual. Pero también se habla de muerte espiritual como resultado de la práctica homosexual: “¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas (homosexuales), ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios” (1 Co. 6.9-10; ver Ap. 22.14-15).
Además, la homosexualidad es contraria a la justicia y la sana doctrina entendida ésta como la conducta que se expresa conforme a la voluntad revelada de Dios. En su primera carta a Timoteo, Pablo dice: “Tengamos en cuenta que la ley no se ha instituido para los justos sino para los desobedientes y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos. La ley es para los que maltratan a sus propios padres, para los asesinos, para los adúlteros y los homosexuales, para los traficantes de esclavos, los embusteros y los que juran en falso. En fin, la ley es para todo lo que está en contra de la sana doctrina enseñada por el glorioso evangelio que el Dios bendito me ha confiado” (1 Ti. 1.9-11).
La homosexualidad también es un atentado contra la dignidad humana del cuerpo, es decir, fuerza al cuerpo a comportarse o funcionar de maneras para las que no fue creado. Según Pablo: “Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios (para sus cuerpos) por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre” (Ro. 1.24-25). Esto último es idolatría, pero la distorsión del cuerpo genera también una obsesión y adicción que tiende a agravar el problema. Por eso, Pablo amonesta: “Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo. ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Co. 6.18-20).
Finalmente, la homosexualidad es un crimen contra la sexualidad humana, cuyo potencial más extraordinario es la posibilidad de generar vida. Es precisamente esta capacidad de asociarnos con Dios en la creación de vida a través de la sexualidad humana, la expresión más profunda de la imagen de Dios en el ser humano (Gn. 1.27-28). La homosexualidad es una sexualidad estéril, que atenta contra el corazón mismo del propósito por el cual Dios nos creó como seres sexuados, que es la producción de vida. La homosexualidad destruye el potencial creativo de la sexualidad humana. Atenta contra la vida y lejos de producir vida, como indicamos, acarrea muerte.
Tercero, la homosexualidad es un pecado individual que termina por condenar a la sociedad. En este sentido, es uno de los pecados de mayor efecto social negativo y destructivo. La Biblia nos presenta el caso de las ciudades de Sodoma y Gomorra como ejemplo de cuán destructiva puede llegar a ser la práctica generalizada de la homosexualidad en una sociedad. Génesis 13.13 nos informa que “los habitantes de Sodoma eran malvados y cometían muy graves pecados contra el Señor.” Las experiencias de Lot y su familia, según el capítulo 19, nos ilustran cuál era específicamente el pecado grave de los sodomitas. El texto nos cuenta que por la noche, los hombres de la ciudad de Sodoma rodearon la casa de Lot para abusar sexualmente de los dos ángeles que habían llegado a la ciudad. “Todo el pueblo sin excepción, tanto jóvenes como ancianos, estaba allí presente. Llamaron a Lot y le dijeron: ‘¿Dónde están los hombres que vinieron a pasar la noche en tu casa? ¡Échalos afuera! ¡Queremos acostarnos con ellos!’” (Gn. 19.4-5). La desesperación de Lot habla a las claras de la perversidad de esta gente y sus prácticas homosexuales (Gn. 19.6-9). Cuando la homosexualidad se torna desenfrenada en una sociedad, Dios termina por destruirla. Así ocurrió con la Roma del Imperio y así ha ocurrido a lo largo de la historia con las sociedades que han permitido a la homosexualidad corromper a las personas. El caso de Sodoma y Gomorra es apenas una de las tantas ilustraciones históricas de este juicio inexorable. “Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas son puestas como escarmiento, al sufrir el castigo de un fuego eterno, por haber practicado, como aquéllos, inmoralidad sexual y vicios contra la naturaleza” (Judas 7).
La corrupción de las personas lleva inevitablemente a la corrupción de la sociedad, y ésta a la corrupción de la tierra (Lv. 18.22-25). Por eso, el pecado de Sodoma ha persistido hasta la época del Nuevo Testamento como un pecado gravísimo. La maldición de estas ciudades homosexuales y malvadas no ha perdido su efectividad con el correr de los siglos. “Sus hijos y las generaciones futuras, y los extranjeros que vengan de países lejanos, verán las calamidades y enfermedades con que el Señor habrá azotado esta tierra. Toda ella será un desperdicio ardiente de sal y de azufre, donde nada podrá plantarse, nada germinará, y ni siquiera la hierba crecerá. Será como cuando el Señor destruyó con su furor las ciudades de Sodoma y Gomorra, Admá y Zeboyín” (Dt. 29.22-23). La homosexualidad sólo puede traer desgracia a una sociedad que la celebra y la practica. Como indica Isaías 3.9: “Su propio descaro los acusa y, como Sodoma, se jactan de su pecado; ¡ni siquiera lo disimulan! ¡Ay de ellos, porque causan su propia desgracia!” (ver Jer. 23.14; Lam. 4.6).
En definitiva, las Escrituras presentan una muy fuerte palabra de juicio divino contra la práctica de la homosexualidad en la esfera individual y social. La gravedad de la perversión que trae y el juicio que acarrea es destacada una y otra vez con el caso ejemplar de Sodoma. En el Nuevo Testamento esta condenación es bien clara. “Además, [Dios] condenó a las ciudades de Sodoma y Gomorra, y las redujo a cenizas, poniéndolas como escarmiento para los impíos. Por otra parte, libró al justo Lot, que se hallaba abrumado por la vida desenfrenada de esos perversos, pues este justo, que convivía con ellos y amaba el bien, día tras día sentía que se le despedazaba el alma por las obras inicuas que veía y oía” (2 P. 2.6-8).
Sin embargo, hay esperanza para el pueblo del Señor, el pueblo del pacto. Los creyentes no debemos permitir que una sociedad corrompida nos corrompa. Además, contamos con la asistencia y el cuidado del Señor, tal como Lot fue rescatado de la condenación que cayó sobre las ciudades malvadas. “Todo esto demuestra que el Señor sabe librar de la prueba a los que viven como Dios quiere, y reservar a los impíos para castigarlos en el día del juicio. Esto les espera, sobre todo, a los que siguen los corrompidos deseos de la naturaleza humana y desprecian la autoridad del Señor” (2 P. 2.9-10). Como creyentes, debemos permanecer firmes del lado del Señor en nuestra condena de la homosexualidad como sinónimo de muerte. Los paganos seguirán corrompiéndose cada vez más y debemos procurar no ser arrastrados por su locura. “¡Atrevidos y arrogantes que son! No tienen reparo en insultar a los seres celestiales, mientras que los ángeles, a pesar de superarlos en fuerza y en poder, no pronuncian contra tales seres ninguna acusación insultante en la presencia del Señor. Pero aquéllos blasfeman en asuntos que no entienden. Como animales irracionales, se guían únicamente por el instinto, y nacieron para ser atrapados y degollados. Lo mismo que esos animales, perecerán también en su corrupción y recibirán el justo pago por sus injusticias. Su concepto de placer es entregarse a las pasiones desenfrenadas en pleno día. Son manchas y suciedad, que gozan de sus placeres mientras los acompañan a ustedes en sus comidas. Tienen los ojos llenos de adulterio y son insaciables en el pecar; seducen a las personas inconstantes; son expertos en la avaricia, ¡hijos de maldición! Han abandonado el camino recto, y se han extraviado para seguir la senda de Balán, hijo de Bosor, a quien le encantaba el salario de la injusticia” (2 P. 2.11-15).
Fuente: Pablo Deiros, "El pecado de la homosexualidad", en Boletin informativo del Seminario Internacional Teologico Bautista, Vol. 4 # 27 (2010).
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