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lunes, 28 de febrero de 2011

AMAR AL MUNDO COMO DIOS LO AMA (…Y VIVIR EN ÉL)

Por. Rev. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México*

1. Amar a Dios y amar al mundo (y viceversa)
¿Se puede amar a Dios y al mundo simultáneamente? Las respuestas del evangelio y de las cartas de Juan parecen contradictorias, pero no lo son, pues si en el primero encontramos, en labios de Jesús mismo, la famosísima afirmación del amor de Dios hacia su creación en términos de redención (3.16) y, al mismo tiempo, otras que destacan el inevitable tránsito de los creyentes por él y los riesgos que éste conlleva (17.9, 11, 15-16), en la primera carta leemos que debe evitarse el amor por el mundo porque aleja del amor de Dios (2.15-17) y el mundo no es capaz de reconocer a los hijos/as de Dios y los odia (3.1, 13), hasta llegar a decir que el mundo entero está “bajo el maligno” (5.19), pero la fe en Jesús lo vence (5.4-5). El mundo, como categoría teológica propia del vocabulario de Juan es una entidad espiritual contraria a los designios de Dios, quien instala en medio de él la actuación de su amor y de su Espíritu para instalar su Reino que no funciona con los esquemas prevalecientes (18.36: “Mi Reino no es de este mundo…”) y superar el carácter nefasto del mundo como espacio de pecado.
Partiendo de esta última frase de Jesús, Konings ha explicado cómo funciona en los evangelios y cartas de Juan la lucha contra el mundo visto como el enemigo de la voluntad salvadora de Dios:
Sobre todo en este último sentido el término este mundo es marcado por la escatología judaica, que opone a este mundo (o este siglo) la era venidera, el tiempo en que la voluntad de Dios será realizada en un reino de Dios inaugurado e instalado por su mesías o por una intervención directa de Dios en la historia humana, como la describen los apocalipsis. No es de extrañar que este mundo, entonces, tome fácilmente el rostro de los poderes que lo dirigen. Estas resumidas consideraciones ayudan a comprender que la expresión no es de este mundo no apunta hacia una fuga de la realidad, sino hacia una nueva realidad del mundo, un nuevo siglo. En Ap. 11,15, por tanto en el ambiente del cuarto Evangelio, la llegada de este nuevo siglo es saludada con los términos el reino del mundo del Señor (= Dios) y de su mesías (kristos) . Es el reinado de Dios por los siglos de los siglos, eternidad que no se debe pensar como la infinitud geométrica del tiempo, sino como el tiempo por excelencia, el tiempo de Dios.[1]
En consecuencia, Jesús denunció al mundo como espacio radical de oposición a la voluntad divina y las comunidades del discípulo amado radicalizaron esta oposición para establecer, visiblemente, una alternativa efectiva a los valores predominantes. En ese proyecto, el amor es la tarea fundamental a realizar entre los seres humanos. Esta proyección espiritual, ideológica y cultural que hace del mundo (kosmos) una entidad contraria a los designios divinos debe ser vista como un esfuerzo reflexivo y práctico de las comunidades cristianas ligadas a la memoria del Discípulo Amado por construir una nueva sociedad humana. Los poderes que dirigen a la humanidad han formado estructuras que no son tan visibles más que en el momento de practicar un discernimiento espiritual, en la línea, por ejemplo, de lo que ha hecho Franz Hinkelammert al identificar lo que ha denominado como “las armas ideológicas de la muerte”. Por eso el lenguaje juanino incluye los términos amor, conocimiento y fe como recursos espirituales para afrontar el gran conflicto que se asume con el mundo, pero dentro de una propuesta viable de contestación no solamente religiosa sino también cultural, en cuanto formadora, creativamente, de espacios humanos de convivencia atentos a la libertad y la fraternidad deseadas por Dios. El nuevo mundo vivido y anunciado por Jesús se identifica con su Reino y abre la puerta a la acción renovadora del Espíritu y del amor que produce como realidad efectiva de cambio. En otras palabras, es entrar al tiempo de Dios ya desde la historia presente.
2. Amar al mundo en nombre de Dios
Las características del profetismo bíblico asumen, en esta perspectiva, el papel protagónico, pues, en primer lugar, al mundo se le ama denunciando sus estructuras pecaminosas, es decir, la forma en que produce muerte para las personas, simbólica y realmente. Es la parte negativa, la del rechazo profético a las realidades mundanas que no deben producir apartamiento de las mismas, pues Jesús no rogó que sus seguidores “salieran del mundo”, un proyecto imposible, sino que fueran guardados de sus efectos malignos (Jn 17.15: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”). De modo que la actitud sectaria que se supone procede de palabras como éstas manifiesta una profunda incomprensión de las palabras del Señor, puesto que él mismo, con sus acciones no lo demostró y, por el contrario, envió a los discípulos/as al mundo para encararlo proféticamente y hacer visibles sus contradicciones y enemistad con Dios.
La parte propositiva, la del anuncio, no podía ni puede ser realizada sólo de manera teórica, pues la praxis de amor es el único territorio capaz de verificar la efectividad del mensaje cristiano. El anuncio y la práctica evangélica del amor hacia el mundo no pueden tener que ver con un “encariñamiento” hacia “las cosas del mundo”, ni hacia sus tendencias idolátricas a veces tan difíciles de percibir. Se trata, más bien de una nueva relación, crítica, creativa y fecunda con el mundo, o dicho en términos más actuales, con la secularidad (no olvidemos que la palabra secular viene de “siglo”, tiempo, algo así como “estar dentro del tiempo”, no fuera de él). Konings lo ha resumido así:
La no-mundidad de Jesús y de los suyos, ayer, y de nosotros, hoy, sería entonces la pertenencia a Dios en nuestra relación con el mundo humano, sea este neutro (candidato a la salvación) o negativo (opuesto a esta oferta, odiando). Nada tiene que ver con rechazo o fuga del mundo, ni con un complejo de superioridad en relación a los poderes de este mundo (régimen de Cristiandad, supremacía de la Iglesia sobre el Estado, etcétera). El no ser del (o de este) mundo significa pues la total alteridad de la misión que Jesús cumple y reparte con los suyos (Jn. 17,18) en relación con las fuerzas que dirigen nuestra actual estructura histórica (este mundo). Por otro lado, la expresión complementaria, “en el mundo”, nos recuerda que el ámbito en que se cumple esta misión debe ser tomado en serio.[2]
El evangelio y las cartas de Juan proponen, entonces, una existencia cristiana “múndica”, no mundana, anclada sanamente en las realidades “rescatables” del mundo, tal como está, para explorar sus posibilidades de redención (Bonhoeffer). En la tradición reformada esto ha sido visto como la posibilidad de un “ascetismo intra-mundano” (M. Weber), algo aparentemente imposible en otras épocas, pero que desde los inicios de la modernidad debería ser algo no sólo practicable sino también aplicable para el diálogo con el mundo y la promoción del Reino de Dios. Así, nuestro compromiso cristiano es doble: hacia Dios y hacia el mundo, de manera permanente, y el mundo nos debe interesar continuamente en la medida en que podamos ser canales de bendición y transformación, pues se supone que los creyentes son portadores de una realidad mayor que el mundo mismo:
La no-mundanidad aparece así como trans-secularidad, presencia de una instancia incondicional que orienta nuestra relación con la realidad secular hacia un sentido que nos es revelado desde fuera de nuestro sistema, abriéndolo a la paradoja de la realización de la vida por el don de la vida en pro del otro. No excluye una sana mundanidad o secularidad, ni la debida integración e inculturación en el mundo. Ni excluye, sobre todo, una sobria y realista actuación en el nivel de las relaciones y estructuras de este mundo, para, en medio de esta realidad, dar el testimonio del extraño amor que Cristo nos manifestó.[3]
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[1] Johan Konings, “Mi reino no es de este mundo: ¿de qué se trata?”, en RIBLA, núm. 17, www.clailatino.org/ribla/ribla17/6%20konnings.htm. Énfasis agregado.
[2] Idem. Énfasis agregado.
[3] Idem.
*Leopoldo es teólogo mexicano, poeta y pastor presbiterianao. Direge el Centro de Investigaciones Basilea.

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