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viernes, 28 de diciembre de 2012

El Dios que viene a nosotros

Por. Juan María Tellería, España*
Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros. (San Mateo 1, 22-23)
No dejamos de escuchar o de leer, casi a diario, previsiones no demasiado alentadoras en relación con el año próximo, el 2013 que, Dios mediante, iniciaremos dentro de muy poco. De hecho, para muchos de nuestros conciudadanos, estas Navidades no se presentan lo que se dice con grandes alegrías. Más bien en muchos hogares se vivirán con desasosiego y con incertidumbre. El que haya cada vez más nostálgicos de décadas pasadas no excesivamente lejanas y, lo que es más preocupante, el que aumente el número de jóvenes que idealizan un pasado reciente que no han conocido, pero del que oyen hablar de continuo de manera elogiosa, refleja sin duda una profunda crisis, no ya económica, sino moral y espiritual de nuestra sociedad. Épocas como esta que vivimos, y todas en realidad, necesitan esa presencia de Jesús que recordamos de forma especial en este período de Adviento.
Las palabras recogidas en el Evangelio según San Mateo y que hemos leído más arriba nos invitan a una reposada reflexión sobre la realidad a la que apunta el Adviento, ese hijo de una virgen que va a nacer y que llevará el nombre de Emmanuel, es decir, Dios con nosotros. Reposada y realista.
Ya de entrada, no podemos lanzar las campanas al vuelo de forma insensata (¡e insensible!) y decir como si tal cosa aquello de que “si Dios está con nosotros, todo nos irá bien”. Estas palabras, u otras parecidas, suelen ser pronunciadas, en líneas generales, por aquellos a quienes efectivamente les va todo bien (al menos en apariencia), y, tal como hemos comprobado en persona y hasta la saciedad, pueden resultar —de hecho resultan— altamente ofensivas para aquellos que están pasando por situaciones difíciles. Quienes se encuentran sumidos en problemas acuciantes y sin solución inmediata, máxime si son creyentes, al escuchar alegatos de este calibre se ven todavía más afligidos con una nueva carga, suplementaria e innecesaria, por no decir cruel, que se suele traducir en el pensamiento siguiente: ¿será que todo me va mal porque Dios no está conmigo? Y como consecuencia: ¿qué he de hacer para que Dios esté conmigo? Es decir, que tales afirmaciones, muy propias de esas filosofías anticristianas que se cobijan bajo el nombre de teología de la prosperidad o Healthy and Wealthy Gospel, entre otros hallazgos del mismo tenor, tienden por un lado al desánimo de las personas, y por el otro, a un legalismo más o menos larvado no demasiado distinto del paganismo antiguo y moderno. Por decirlo de forma clara: hacen la labor del diablo.
Cuando leemos las palabras escritas por San Mateo 1, 22-23 dentro del conjunto general de su Evangelio, o de cualquier otro de los evangelios canónicos, nos encontramos con una doble realidad en relación con la venida del Emmanuel. En primer lugar, Dios con nosotros significa una presencia divina en medio de la humanidad —la persona de Jesús de Nazaret, el Ungido del Señor— no precisamente con grandes visos de triunfo ni con unas manifestaciones arrasadoras. Si por un lado las palabras y los hechos portentosos de Jesús imparten consuelo y sanidad a muchos, por el otro es innegable la dura realidad que él mismo vive, o sus propios discípulos, identificados con los más pobres y los menos favorecidos de la sociedad. El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Resulta sorprendente comprobar, leyendo los Evangelios entre líneas, las situaciones de extrema dureza por las que pasa Jesús con los suyos, sin que jamás haga uso de su poder divino para aliviar sus propias necesidades. El conocido di que estas piedras se convierta en pan, recibe como respuesta tajante del Nazareno que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Emmanuel no es Dios con nosotros para hacernos a todos ricos, prósperos y con una salud o una vitalidad inmune al decurso del tiempo. No es un Dios con nosotros-espectáculo, que cosecha grandes aplausos y aparece en todos los medios de comunicación del momento, sino más bien alguien que, pese a lo que pudiera parecer, pasa completamente desapercibido incluso en su propio entorno. En una época y un país —Palestina— en que los aspirantes a mesías eran legión y surgían hasta de debajo de las piedras, Jesús debió aparecer a ojos de muchos como uno más, un taumaturgo del montón, de los que abundaba la zona. No nos debe extrañar que el testimonio histórico sobre su persona sea casi nulo, con solo alguna que otra pincelada aquí o allá, y siempre en conexión con sus discípulos y seguidores posteriores. Emmanuel no significa, por tanto, triunfo ni popularidad; no quiere decir éxito ni riqueza, sino solidaridad con el sufrimiento, con la angustia, con el dolor humano.
Y como consecuencia, Dios con nosotros conlleva la idea de la dignificación del ser humano, o mejor aún, de la re-dignificación del ser humano, dado que la persona es digna ya por creación (hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza), aunque luego pierda su dignidad —o se la hagan perder— de muchas maneras. Al hacerse uno con nosotros por medio de la encarnación en María, Jesús participa de nuestra condición y, en tanto que Hijo de Dios, nos otorga un valor, una estimación, que nadie tiene derecho a quitarnos: la dignidad de ser personas humanas, y por tanto, imagen de Dios en el mundo. La pasión que soportaría años más tarde; la cruz a la que subiría en el Calvario; la muerte vencida para siempre en la mañana de la Resurrección, reforzarían de forma imperecedera el valor del hombre como especie, como gran familia, como personas individuales, de tal manera que el anuncio del Evangelio quedaría indisolublemente unido a aquellos eventos trágicos entendidos como el triunfo de Dios. Emmanuel es, por tanto, Dios con nosotros de una vez por todas, como estamos llamados a recordar cada período de Adviento, cada Navidad. Aunque las cosas no vayan bien ni tengan visos de ir mejor el año que viene o las décadas próximas. Aunque no tengamos lo que en nuestra sociedad se considera éxito, ni seamos ricos, ni nuestra salud se encuentre en su mejor momento. Nada de ello nos puede apartar de la realidad de su presencia en medio de nosotros.
 
Feliz Navidad a todos.

Autor/a: Juan María Tellería

Es pastor y en la actualidad profesor y decano del CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas),Centro Superior de Teología Protestante.

Fuente: Lupaprotestante

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