Por Carmelo Álvarez,
EE.UU*
La
mañana trae tiempo nublado y sombrío en Chicago. Miro por la ventana de mi
apartamento y me percato de que una brisa suave anuncia que habrá aguaceros
dispersos. Eso dicen los reportajes televisivos que muchas veces no aciertan en
sus pronósticos del tiempo y nos dejan indefensos e indefensas frente al
misterio del tiempo.
Entonces,
comienzo a deleitarme con este café mañanero, enciendo el ordenador, y allí
está la noticia devastadora: ¡Eduardo Galeano ha muerto! Y me detengo por un
instante e intento mantener mi compostura. Yo creo en la vida resucitada. Y no
puedo aceptar que Eduardo Galeano haya muerto. Mi convicción cristiana aquí me
da un asidero cierto que me ayuda a valorar la vida, sobre todo la de este
uruguayo, latinoamericano universal, que nos ha inspirado tanto.
Ahora
mismo, aquí, en mi biblioteca personal he comenzado a hurgar en estos libros
tan hermosos y llenos de desafíos, críticas, ternuras y pensamientos tan
creativos. En los comunicados internacionales se dice que Eduardo es
periodista. Nada más cierto. Pero para mí Eduardo es un conversador, un poeta,
un buceador de verdades ocultas, historiador que intenta desentrañar de los
archivos las lecciones que nos ayudan a comprendernos y avanzar hacia el
futuro. Su obra tan prolífica nos ha obsequiado una variedad de escritos, todos
signados por esta imaginación tan fecunda. Aquí, en mis manos tengo Las
venas abiertas de América Latina (1971). No puedo olvidar que lo utilicé
como texto en un curso sobre historia del cristianismo latinoamericano allá por
el año 1975, en el Seminario Bíblico Latinoamericano en San José, Costa Rica.
Fue una revelación para mí y para los estudiantes que no dejaron de preguntar
una y otra vez sobre asuntos que nos provocaban (en el mejor sentido) a
repensar nuestra historia.
¿Cómo
olvidar Días y noches de amor y de guerra (1978)? que incluye unos
relatos fantásticos sobre la guerra en Centroamérica. Su trilogía Memoria
del fuego (1982-86), que nos ofreció el reverso de la historia
latinoamericana y puso en el escenario intelectual y social una memoria
del olvido que no podremos desechar jamás. Después leí Vagabundo (1973).
Su Amares (1993) es una antología con escritos diversos, pero llenos de
una incisiva y fecunda narrativa sobre el amor, los amores, los desamores…”amar
a mares”. Por años he leído y releído El libro de los abrazos (1989) -mí
favorito-y Las palabras andantes (1993).
Eduardo
Galeano fue un enamorado de la vida. Su esfuerzo por intentar una y otra vez
que nos veamos en el espejo de nuestra historia, reafirma su aporte definitivo
a ese tema crucial, que es, y sigue siendo, nuestra identidad latinoamericana y
caribeña.
Hay
un momento crucial que no puedo olvidar. Fue aquel domingo en Venezuela en el
llamado “revocatorio” al que se sometió el presidente Hugo Chávez en 2004.
Estábamos presentes observadores y observadoras electorales del mundo entero. A
quien escribe le tocó ser el único religioso entre los representantes de
diferentes partidos políticos de América Latina y Europa que visitamos colegios
electorales y conversamos con la gente en las calles. Me bautizaron “el
capellán”. Fue una experiencia impactante y desafiante. Al momento de escoger
un portavoz que en una conferencia de prensa nos representara, el claro
consenso era, Eduardo Galeano. Su perspicacia, imaginación y control de la
situación fue genial. Ante preguntas incisivas demostró su versatilidad
intelectual y su sabiduría popular. En ello demostró el gran comunicador que ha
sido. Incluso, nos hizo reír.
Eduardo
Galeano, presente ya en la “memoria de la pasión”. Su obra definitiva nos deja,
afortunadamente, un legado que jamás olvidaremos. Nuestra deuda con este
insigne ser humano sólo hemos de pagarla emulando su dedicación, amor y recia
voluntad de definirse como latinoamericano y caribeño, a pesar de todo y contra
toda adversidad.
De
su producción literaria selecciono, “El aire y el viento”, de El libro de
los abrazos:
“Por
los caminos voy, como el burrito de San Fernando, un poquito a pie y otro
andando. A veces me reconozco con los demás. Me reconozco en los que quedarán,
en los amigos abrigos, locos lindos de la justicia y bichos voladores de la
belleza y demás vagos y mal entretenidos que andan por ahí y por ahí seguirán,
como seguirá las estrellas de la noche y las olas de la mar. Entonces, cuando
me reconozco en ellos, yo soy aire aprendiendo a saberme continuado en el
viento.
Me
parece que fue Vallejo, César Vallejo, quien dijo que a veces el viento cambia
de aire.
Cuando
yo ya no esté, el viento estará, seguirá estando”.
¡Gracias,
Eduardo, por tu disposición para amar y vencer los desamores. Y ayudarnos a
vencer las amarguras, soñando para afirmar nuestro derecho a ser, en medio de
las contradicciones de la historia! Tu sabiduría nos seguirá acompañando.
*Carmelo Álvarez, misionero y profesor de la historia del
cristianismo. Es conferencista y asesor teológico como consultor en educación
teológica en Latinoamérica y el Caribe, nombrado por la Junta de Ministerios
Globales de la Iglesia Cristian (Discipulos de Cristo) y la Iglesia Unida de
Cristo en Estados Unidos.
Fuente: Lupaprotestante, 2015.
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