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martes, 28 de abril de 2015

La homosexualidad: punto de vista científico y teológico (III)



¿Habla la Biblia que los pecados sexuales son muchísimo más graves que otras transgresiones de la Ley de Dios? No. Debemos reflexionar.
Por. José Manuel González Campa, España.
En el anterior capítulo tratamos el tema de la HOMOSEXUALIDAD desde el punto de vista teológico en su primera parte. Concretamente analizamos lo que, respecto del mismo, se nos dice en el capítulo primero de la carta a los Romanos, y llegamos a la conclusión, después del análisis exegético y hermenéutico realizado, que la condena de conductas y prácticas homosexuales, que en dicho capítulo se apuntan, no afecta a todos los homosexuales, sino solo a aquellos que siendo normales desde el punto de vista anatómico, fisiológico y hormonal, y habiéndose devenido sexualmente como heterosexuales, durante muchos años de su vida, decidieron, conscientemente, cambiar su comportamiento sexual en contra del que debían tener por naturaleza. Ahora vamos a tratar sobre la segunda parte de la problemática homosexual, teniendo en cuenta lo que sobre la misma se nos revela en otros libros del Nuevo Testamento. Pero antes de seguir adelante volveremos a considerar los contenidos inconscientes que albergamos en la parte más profunda de la esfera de nuestra intimidad; es decir: en nuestro corazón, como elemento no material de la estructura o tectónica de nuestra personalidad.
La denominada “caída”, o desestructuración amártica del ser humano, supuso la represión de la Imago Dei (imagen de Dios) en la esfera más profunda de nuestro ser a nivel anímico o psicológico.
Cuando una persona se convierte es cuando ese Dios, que tenemos sepultado en lo más profundo de nuestro corazón, asciende a nuestra conciencia e inunda nuestra esfera yoica haciéndonos conscientes de su realidad neumática y trascendente: Se ha producido el fenómeno de nuestra conversión. Pero los seres humanos en la medida que ampliaron el campo de su conciencia, y accedieron al árbol del conocimiento del bien y del mal, empezaron la nefasta carrera del Super-Hombre expulsando a Dios de su campo anímico consciente (reprimiendo la imagen de Dios) aspirando a convertirse en dioses, rindiendo y dando culto a las criaturas antes que al Creador. Fue de esta manera que se gestó la filosofía alienante de la Muerte de Dios. Federico Nietzsche en su obra “Así hablaba Zaratustra”, anuncia la muerte de Dios y el nacimiento del Superhombre. Cuando el existencialista Jean Paul Sartre toma conciencia de esta realidad existencial, comenta: Dios ha muerto, alegría, lágrimas de alegría. Trágica aseveración que deja al ser humano totalmente huérfano de trascendencia y esperanza. El hombre cuando transgrede los límites que Dios le había marcado realiza, según el psicoanalista Eric Fromm, el mayor acto de libertad de todo su devenir existencial y se rebela contra el PADRE CELESTIAL, que solo es una proyección del padre terrenal, según el eminente discípulo de Freud. Aquí encontramos elementos suficientemente claros y rigurosos para explicarnos la ontogénesis de la idolatría y de la egolatría consiguiente.
Cuando en la carta a los Romanos, en su capítulo primero se afirma “que la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen (reprimen) con injusticia la verdad” (Rom. 1:18), quizá se pudiera estar hablando del tercer paso de la curva de corpusculización, o paso de la reflexión, de Tehilard de Chardin. Antes de la caída el hombre reflexiona (Rom. 1:21), piensa, y considera la oferta que le hacen y le parece aceptable e ilusionante para alcanzar su propia deificación. Evidentemente, el hombre amplió el campo de su conciencia con la transgresión de la caída, pero cayó en la trampa, que es como definió el filósofo italiano Sciacca la nueva situación existencial del ser humano después de sus desestructuración amártica. La desestructuración integral del antropos supuso la ruptura de su homeostasis somática, anímica y pneumática. A partir de esta realidad el hombre se deviene tanáticamente hacia la muerte en todos los aspectos (físicos, morales y espirituales). También se crea la esfera inconsciente con todos los contenidos instintivos tanto individuales como colectivos. Y desde entonces hasta hoy permanecemos prisioneros en esa trampa.
La represión de la Imagen de Dios favorece que desde los estratos más profundos de nuestro ser el deseo de deificación ascienda a nuestra conciencia y nos aliene. “Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre (en griego término que significa tanto varón, como mujer), por lo cual Dios los entregó a la inmundicia y a la depravación en la concupiscencia de sus corazones”. (Rom. 1:23). El término concupiscencia (gr.=epitumias) expresa el yo con todos sus deseos contrarios a la voluntad de Dios. Se podría argumentar: si su conducta es contraria a la voluntad de Dios ¿no fue Dios quién los entregó a ella? Si analizamos el término entregó (gr=paradoken) podemos esclarecer esta cuestión. Dicho término significa: dar permiso para, conceder o permitir, por consiguiente el hombre es responsable de la desestructuración de su vida y de todas las decisiones volitivas y aberraciones de su conducta. Dicho de otra manera que no es Dios el que introduce al hombre en la corrupción, sino que el hombre toma sus decisiones y tiene que afrontar las consecuencias que se devengan de las mismas. La Escritura en Romanos uno, sigue diciendo : “por lo cual Dios los entregó a la inmundicia, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos”.
Ya estamos inmersos en el tema de la homosexualidad. Ahora bien, esta realización del instinto sexual es el resultado de una decisión consciente y por consiguiente responsable. Pero el homosexual que está convencido que nació con esa condición y que es como es y se comporta como se comporta en función de un trastorno en su código genético o una alteración de determinada estructura de su cerebro, ese no realiza ningún cambio volitivo, consciente, que sea responsable de la canalización instintiva de sus impulsos o prácticas homosexuales. En la mayoría de las Iglesias se condena al homosexual sin tener en cuenta si está emocionalmente enfermo. No se tiene la visión que Jesús de Nazaret dejó claro cuando afirmó: “los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Las superestructuras de las Iglesias deberían tener en puestos de responsabilidad a hermanos/as con la suficiente preparación, y la información adecuada, para saber cómo pueden ayudar a las personas con una problemática homosexual y saber en qué dirección tienen que orientarles. Dios no hace acepción de personas y en las Iglesias tampoco se debería hacer. Pero ¿quiere decir Romanos 1, cuando se condena a dichas personas, que éstas están condenadas eternamente? ¡De ninguna manera¡ “Dios quiere que todos los hombres (gr= seres humanos) sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1ª Tim. 2:4).
En el evangelio de Lucas ( Lucas 7: 36-50 ) hay un pasaje donde se ilustra la actitud de Jesús frente a aquellas personas que pecan en la esfera de la psico-sexualidad: es un sábado y Jesús ha tenido una predicación en la Sinagoga. Un rico fariseo le invita a comer a su casa. Normalmente los pobres no podían entrar en las viviendas de estos personajes, pero en ocasiones excepcionales, como la que estamos ilustrando, sí se les permitía hacerlo y sentarse a los pies de los convidados. Una mujer, que Lucas afirma que era pecadora (es decir una prostituta) se entera donde está Jesús y acude al domicilio del fariseo. Se sienta a los pies del Maestro. Lleva un perfume, la emoción que la embarga la sume en un sentido llanto. Sus lágrimas caen sobre los pies de Jesús y ella los seca con sus cabellos. El fariseo al ver la relación de esta mujer empieza a dudar de que Jesús sea profeta : “ Este si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. Entonces respondiendo Jesús le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta; no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón dijo: Pienso que aquel a quién perdonó más. Y él le dijo: rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con sus lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos (lit: beso de paz) y no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quién se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados (Lucas 7:36-48).
Considerando una traducción más exacta y literal, Jesús le dice a Simón, respecto de la mujer que está a sus pies: “sus muchos pecados le han sido (tiempo pasado) perdonados, por eso ahora muestra tanto amor. Si nosotros nos colocamos en el lugar del fariseo ¿qué actitud tomaríamos con la prostituta? Creo que solo hay una postura correcta, éticamente, que podríamos tomar: La postura que tomó Jesús. ¿Habla la Biblia que los pecados sexuales son muchísimo más graves que otras transgresiones de la Ley de Dios? No. Debemos reflexionar. Si tuviéramos que calificar un pecado de la mayor trascendencia no encontraríamos otro, mayor, que el de la mentira. Fue por una mentira, según se nos enseña en Génesis 3 y en Juan 8 que se produjo la entrada de la muerte y la desestructuración antropológica y cósmica. Pues tomemos en cuenta que si hay algo que predomina en el medio secular y en el eclesiástico es la mentira. A esta se la tolera y se la justifica, y sin embargo una desviación de la heterosexualidad hace que la mayoría de creyentes y no creyentes se rasguen las vestiduras. ¡Cuánta hipocresía reina en nuestra vida!
Los pecados sexuales, especialmente la homosexualidad, son los que no tienen perdón; así que echemos a todos los homosexuales al infierno; mientras tanto sigamos robando, adulterando, deshonrando a los padres, profanando la Ley de Dios y rindiendo culto idolátrico a nivel universal: generando, de esta manera, una sociedad preñada de injusticia y desigualdades que, al servicio de unos pocos depredadores privilegiados, convierten a tres cuartas partes de la humanidad en esclavos para toda la vida. La disciplina (excomunión) que se practica en las Iglesias no debe servir para arrojar a nadie a la perdición eterna, sino para ayudar a que las personas tomen conciencia de sus errores, empatizar con su fracaso y orar para que se reconcilien con Dios. La disciplina tiene una finalidad salvífica. Y debe de aplicarse con amor “perdonando a los hermanos, como Cristo nos perdonó”. En el capítulo 5 de la 1ª Carta a los corintios se juzga un pecado incestuoso, se amonesta al que lo comete, se le invita al arrepentimiento, se arrepiente y se le perdona volviéndole a la comunión plena con la iglesia, como Pablo constata al escribirles una segunda carta.
En el capítulo 5 de la 1ª Carta, Pablo les dice : “no os juntéis o mezcléis con los fornicarios (aquí la palabra fornicación implica cualquier tipo de aberración sexual, incluida la homosexualidad), no absolutamente con los fornicarios de este mundo, ni con los avaros, ni con los ladrones, pues en ese caso os sería necesario salir del mundo. Pablo, continua diciendo: Más bien os escribí que no os juntéis o mezcléis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún comáis. (1ª Cor. 5:9-11). Pero el evangelio es para los pecadores. El Señor Jesús dijo: yo no he venido a llamar justos, sino pecadores al arrepentimiento. Llegados a este punto tenemos que preguntarnos: ¿Qué es el pecado? El pecado es algo más que la transgresión de la Ley: es el rechazo de las normas de Dios contenidas en esa Ley. Por consiguiente los que no tendrán salvación son aquellos que no aceptaron, ni aceptarán, el Plan de la Salvación de Dios, el Plan económico de Dios, elaborado antes de que este mundo existiese. Pues bien, en el capítulo siete de esta carta a los corintios se dice: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios?, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones”.
¿Se dan cuenta que se está escribiendo de dos tipos diferentes de personas homosexuales? Es importante tener en cuenta esta diferenciación que la misma Palabra de Dios hace de las personas con una problemática homosexual. Para los que se acuestan con varones se emplea, en el griego, una terminología que implica una relación coital. Estos son los homosexuales por excelencia. No todos los homosexuales tienen o mantienen una relación de este tipo. No todos los homosexuales tienen una relación con penetraciones anales. El 50% lo que realizan es una masturbación mutua, sin penetración de tipo alguno. Esta realidad habría que considerarla desde una perspectiva especial a la hora de evaluar una conducta homosexual. Se le ha aplicado a la masturbación unos calificativos, peyorativos, absolutamente inapropiados. Además la Biblia no trata el tema de la masturbación. En el ámbito religioso se ha condenado el onanismo y éste nada tiene que ver con la masturbación. El onanismo podría caer en el campo de los métodos anticonceptivos, pero nunca en el de la masturbación. En realidad se trata de una actividad sexual que se corresponde con lo que se denomina coitus interruptus. La finalidad de este tipo de relación sexual solo pretende evitar un embarazo, y consiste en que el semen masculino se vierta fuera de la vagina de la mujer (Gén. 38:4-10).
Para los afeminados y para los que se echan con varones se emplean, en los originales, términos diferentes. Los que se echan con varones aparecen como seres depravados, que actúan de una manera consciente y premeditada y generalmente practican la pederastia. Estas personas sí son condenadas en la Escritura; pero si reconocen su pecado y se arrepienten reciben el perdón de Dios, como cualquier otro pecador. Ahora bien, ¿los afeminados y los que se echan con varones son iguales?. No. Vamos a analizar lo que la Palabra de Dios dice sobre los afeminados y lo que decimos algunos de nosotros desde una postura científica y teológica. El término que se emplea en griego para afeminado significa blando, flojo, suave y dulce. Este término se encuentra solo cuatro veces en el Nuevo Testamento. Y en tres de estas ocasiones se trata del mismo término que Jesús de Nazaret emplea para referirse a las vestiduras de Juan el Bautista. Jesús se dirige a las gentes de su tiempo, y a algunos de sus dirigentes, hablándoles de Juan el Bautista y les dice: “¿Qué salisteis a ver a un profeta?, y yo os digo que más que profeta. ¿Qué salisteis a ver a un hombre con vestiduras delicadas? (Mateo 11:7-9). El término que aquí se aplica para delicadas es el mismo con el que se describe a los afeminados, y se traduce por blando, flojo, dulce y aún se podría traducir por enfermedad. Esta verificación es más que suficiente para hilar muy fino a la hora de realizar una evaluación y un diagnóstico de la homosexualidad.
Muchos especialistas en salud mental, en el mundo, estamos convencidos de que bastantes homosexuales son personas que están emocionalmente enfermas aunque no quieran saberlo, ni reconocerlo. El término para los que se acuestan con varones se emplea también en la 1ª Carta del apóstol Pablo a Timoteo (1:8-10), donde dice que la Ley no fue dada para los justos, sino para los injustos, para los adúlteros, para los sodomitas, (que son los que se acuestan con varones, y se emplea el término arsenocoitais, que es un término compuesto de: arsen=varón y coitais del que se deriba el vocablo coito). Para afeminados se emplea el término malacoi para el que ya dimos anteriormente sus diferentes significados (flojos, suaves, blandos, faltos de ánimo, débiles y enfermos). Claramente la Biblia habla de dos tipos diferentes de homosexuales masculinos. Fijémonos en esto ¿la Iglesia de los Corintios por quienes estaba formada? Quizá algunos piensan que estaba formada por santas mujeres y santos varones, pero no era así. Por eso el apóstol les escribe: “ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores heredarán el Reino de Dios …..y sigue diciéndoles y esto erais algunos de vosotros, más ya habéis sido lavados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1ª Cor. 6 :9-11).
¿Quién puede decir: aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso me siento justificado? Pablo sabía que solo Dios conoce las profundidades del corazón humano, y solo Él nos puede absolver o condenar. Había en la Iglesia de los corintios personas que, antes de su conversión, habían sido afeminados y sodomitas, pero la profunda transformación que el Espíritu de Dios había producido en lo más recóndito de su ser, les había liberado de una esclavitud a la que habían estado expuestos durante una parte su vida. Si los apóstoles seguidores cercanos de Jesús tenían conceptos claros sobre la problemática homosexual, ¿cómo es que 2000 años después la mayoría de los cristianos los tienen tan obscuros? El Evangelio del Reino de Dios y sus contenidos no deben de suponer una postura opresora y represora para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sino una posibilidad liberadora de la alienación, angustia y frustración que padecen.
Por consiguiente hay aspectos que la Palabra de Dios condena respecto a una homosexualidad premeditada, que conscientemente, y en un acto volitivo, un ser humano, decide practicar; cambiando la Verdad por la Mentira, y dando culto a las criaturas antes que al Creador. La filosofía hedonística no es cristiana, y sustituye a Dios por el placer; placer que le llevará a vivenciar su vida como un camino de frustración alienante, y a interrogarse, a sí mismos, en cuanto el placer: “¿de qué sirve esto?” (Ecle. 2:2). Pero los homosexuales que son afeminados, amanerados y están emocionalmente enfermos hay que considerarlos y tratarlos de otra manera. Hay que tratarlos como el mismo Jesús de Nazaret lo haría, tratarlos con amor, con misericordia, con comprensión y llevarles el conocimiento del Evangelio, para que la Palabra de Dios aplicada, por el Espíritu de Dios, a lo más profundo de su ser les ayude a resolver su problemática y conozcan que aunque los hombres les desprecien y vilipendien, Dios los ama.

Fuente: Protestantedigital, 2015.

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