¿Habla la Biblia que los pecados sexuales
son muchísimo más graves que otras transgresiones de la Ley de Dios? No.
Debemos reflexionar.
Por. José Manuel González Campa, España.
En el anterior capítulo tratamos el tema
de la HOMOSEXUALIDAD desde el punto de vista teológico en su primera parte.
Concretamente analizamos lo que, respecto del mismo, se nos dice en el capítulo
primero de la carta a los Romanos, y llegamos a la conclusión, después del
análisis exegético y hermenéutico realizado, que la condena de conductas y
prácticas homosexuales, que en dicho capítulo se apuntan, no afecta a todos los
homosexuales, sino solo a aquellos que siendo normales desde el punto de vista
anatómico, fisiológico y hormonal, y habiéndose devenido sexualmente como
heterosexuales, durante muchos años de su vida, decidieron, conscientemente,
cambiar su comportamiento sexual en contra del que debían tener por naturaleza.
Ahora vamos a tratar sobre la segunda parte de la problemática homosexual,
teniendo en cuenta lo que sobre la misma se nos revela en otros libros del
Nuevo Testamento. Pero antes de seguir adelante volveremos a considerar los
contenidos inconscientes que albergamos en la parte más profunda de la esfera
de nuestra intimidad; es decir: en nuestro corazón, como elemento no material
de la estructura o tectónica de nuestra personalidad.
La denominada “caída”, o desestructuración
amártica del ser humano, supuso la represión de la Imago Dei (imagen de Dios) en
la esfera más profunda de nuestro ser a nivel anímico o psicológico.
Cuando una persona se convierte es cuando
ese Dios, que tenemos sepultado en lo más profundo de nuestro corazón, asciende
a nuestra conciencia e inunda nuestra esfera yoica haciéndonos conscientes de
su realidad neumática y trascendente: Se ha producido el fenómeno de nuestra
conversión. Pero los seres humanos en la medida que ampliaron el campo de su
conciencia, y accedieron al árbol del conocimiento del bien y del mal,
empezaron la nefasta carrera del Super-Hombre expulsando a Dios de su campo
anímico consciente (reprimiendo la imagen de Dios) aspirando a convertirse en
dioses, rindiendo y dando culto a las criaturas antes que al Creador. Fue de
esta manera que se gestó la filosofía alienante de la Muerte de Dios. Federico
Nietzsche en su obra “Así hablaba Zaratustra”, anuncia la muerte de Dios y el
nacimiento del Superhombre. Cuando el existencialista Jean Paul Sartre toma
conciencia de esta realidad existencial, comenta: Dios ha muerto, alegría,
lágrimas de alegría. Trágica aseveración que deja al ser humano totalmente
huérfano de trascendencia y esperanza. El hombre cuando transgrede los límites
que Dios le había marcado realiza, según el psicoanalista Eric Fromm, el mayor
acto de libertad de todo su devenir existencial y se rebela contra el PADRE
CELESTIAL, que solo es una proyección del padre terrenal, según el eminente
discípulo de Freud. Aquí encontramos elementos suficientemente claros y
rigurosos para explicarnos la ontogénesis de la idolatría y de la egolatría
consiguiente.
Cuando en la carta a los Romanos, en su
capítulo primero se afirma “que la ira de Dios se revela desde el cielo contra
toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen (reprimen) con
injusticia la verdad” (Rom. 1:18), quizá se pudiera estar hablando del tercer
paso de la curva de corpusculización, o paso de la reflexión, de Tehilard de
Chardin. Antes de la caída el hombre reflexiona (Rom. 1:21), piensa, y
considera la oferta que le hacen y le parece aceptable e ilusionante para
alcanzar su propia deificación. Evidentemente, el hombre amplió el campo de su
conciencia con la transgresión de la caída, pero cayó en la trampa, que es como
definió el filósofo italiano Sciacca la nueva situación existencial del ser
humano después de sus desestructuración amártica. La desestructuración integral
del antropos supuso la ruptura de su homeostasis somática, anímica y
pneumática. A partir de esta realidad el hombre se deviene tanáticamente hacia
la muerte en todos los aspectos (físicos, morales y espirituales). También se
crea la esfera inconsciente con todos los contenidos instintivos tanto
individuales como colectivos. Y desde entonces hasta hoy permanecemos
prisioneros en esa trampa.
La represión de la Imagen de Dios favorece
que desde los estratos más profundos de nuestro ser el deseo de deificación
ascienda a nuestra conciencia y nos aliene. “Y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible en semejanza de imagen de hombre (en griego término que significa
tanto varón, como mujer), por lo cual Dios los entregó a la inmundicia y a la
depravación en la concupiscencia de sus corazones”. (Rom. 1:23). El término
concupiscencia (gr.=epitumias) expresa el yo con todos sus deseos contrarios a
la voluntad de Dios. Se podría argumentar: si su conducta es contraria a la
voluntad de Dios ¿no fue Dios quién los entregó a ella? Si analizamos el
término entregó (gr=paradoken) podemos esclarecer esta cuestión. Dicho término
significa: dar permiso para, conceder o permitir, por consiguiente el hombre es
responsable de la desestructuración de su vida y de todas las decisiones
volitivas y aberraciones de su conducta. Dicho de otra manera que no es Dios el
que introduce al hombre en la corrupción, sino que el hombre toma sus
decisiones y tiene que afrontar las consecuencias que se devengan de las
mismas. La Escritura en Romanos uno, sigue diciendo : “por lo cual Dios los
entregó a la inmundicia, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos”.
Ya estamos inmersos en el tema de la
homosexualidad. Ahora bien, esta realización del instinto sexual es el
resultado de una decisión consciente y por consiguiente responsable. Pero el
homosexual que está convencido que nació con esa condición y que es como es y
se comporta como se comporta en función de un trastorno en su código genético o
una alteración de determinada estructura de su cerebro, ese no realiza ningún
cambio volitivo, consciente, que sea responsable de la canalización instintiva
de sus impulsos o prácticas homosexuales. En la mayoría de las Iglesias se
condena al homosexual sin tener en cuenta si está emocionalmente enfermo. No se
tiene la visión que Jesús de Nazaret dejó claro cuando afirmó: “los sanos no
tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Las superestructuras de las Iglesias
deberían tener en puestos de responsabilidad a hermanos/as con la suficiente
preparación, y la información adecuada, para saber cómo pueden ayudar a las
personas con una problemática homosexual y saber en qué dirección tienen que
orientarles. Dios no hace acepción de personas y en las Iglesias tampoco se
debería hacer. Pero ¿quiere decir Romanos 1, cuando se condena a dichas
personas, que éstas están condenadas eternamente? ¡De ninguna manera¡ “Dios
quiere que todos los hombres (gr= seres humanos) sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad” (1ª Tim. 2:4).
En el evangelio de Lucas ( Lucas 7: 36-50
) hay un pasaje donde se ilustra la actitud de Jesús frente a aquellas personas
que pecan en la esfera de la psico-sexualidad: es un sábado y Jesús ha tenido
una predicación en la Sinagoga. Un rico fariseo le invita a comer a su casa.
Normalmente los pobres no podían entrar en las viviendas de estos personajes,
pero en ocasiones excepcionales, como la que estamos ilustrando, sí se les
permitía hacerlo y sentarse a los pies de los convidados. Una mujer, que Lucas
afirma que era pecadora (es decir una prostituta) se entera donde está Jesús y
acude al domicilio del fariseo. Se sienta a los pies del Maestro. Lleva un
perfume, la emoción que la embarga la sume en un sentido llanto. Sus lágrimas
caen sobre los pies de Jesús y ella los seca con sus cabellos. El fariseo al
ver la relación de esta mujer empieza a dudar de que Jesús sea profeta : “ Este
si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que
es pecadora”. Entonces respondiendo Jesús le dijo: Simón, una cosa tengo que
decirte. Y él le dijo: Di Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le
debía quinientos denarios y el otro cincuenta; no teniendo ellos con qué pagar,
perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón
dijo: Pienso que aquel a quién perdonó más. Y él le dijo: rectamente has
juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y
no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con sus lágrimas, y
los ha enjugado con sus cabellos (lit: beso de paz) y no ha cesado de besar mis
pies. No ungiste mi cabeza con aceite ésta ha ungido con perfume mis pies. Por
lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas
aquel a quién se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te
son perdonados (Lucas 7:36-48).
Considerando una traducción más exacta y
literal, Jesús le dice a Simón, respecto de la mujer que está a sus pies: “sus muchos
pecados le han sido (tiempo pasado) perdonados, por eso ahora muestra tanto
amor. Si nosotros nos colocamos en el lugar del fariseo ¿qué actitud tomaríamos
con la prostituta? Creo que solo hay una postura correcta, éticamente, que
podríamos tomar: La postura que tomó Jesús. ¿Habla la Biblia que los pecados
sexuales son muchísimo más graves que otras transgresiones de la Ley de Dios?
No. Debemos reflexionar. Si tuviéramos que calificar un pecado de la mayor
trascendencia no encontraríamos otro, mayor, que el de la mentira. Fue por una
mentira, según se nos enseña en Génesis 3 y en Juan 8 que se produjo la entrada
de la muerte y la desestructuración antropológica y cósmica. Pues tomemos en
cuenta que si hay algo que predomina en el medio secular y en el eclesiástico
es la mentira. A esta se la tolera y se la justifica, y sin embargo una
desviación de la heterosexualidad hace que la mayoría de creyentes y no
creyentes se rasguen las vestiduras. ¡Cuánta hipocresía reina en nuestra vida!
Los pecados sexuales, especialmente la
homosexualidad, son los que no tienen perdón; así que echemos a todos los
homosexuales al infierno; mientras tanto sigamos robando, adulterando,
deshonrando a los padres, profanando la Ley de Dios y rindiendo culto
idolátrico a nivel universal: generando, de esta manera, una sociedad preñada
de injusticia y desigualdades que, al servicio de unos pocos depredadores
privilegiados, convierten a tres cuartas partes de la humanidad en esclavos
para toda la vida. La disciplina (excomunión) que se practica en las Iglesias
no debe servir para arrojar a nadie a la perdición eterna, sino para ayudar a
que las personas tomen conciencia de sus errores, empatizar con su fracaso y
orar para que se reconcilien con Dios. La disciplina tiene una finalidad
salvífica. Y debe de aplicarse con amor “perdonando a los hermanos, como Cristo
nos perdonó”. En el capítulo 5 de la 1ª Carta a los corintios se juzga un
pecado incestuoso, se amonesta al que lo comete, se le invita al
arrepentimiento, se arrepiente y se le perdona volviéndole a la comunión plena
con la iglesia, como Pablo constata al escribirles una segunda carta.
En el capítulo 5 de la 1ª Carta, Pablo les
dice : “no os juntéis o mezcléis con los fornicarios (aquí la palabra
fornicación implica cualquier tipo de aberración sexual, incluida la
homosexualidad), no absolutamente con los fornicarios de este mundo, ni con los
avaros, ni con los ladrones, pues en ese caso os sería necesario salir del
mundo. Pablo, continua diciendo: Más bien os escribí que no os juntéis o
mezcléis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o
idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún comáis. (1ª
Cor. 5:9-11). Pero el evangelio es para los pecadores. El Señor Jesús dijo: yo
no he venido a llamar justos, sino pecadores al arrepentimiento. Llegados a
este punto tenemos que preguntarnos: ¿Qué es el pecado? El pecado es algo más
que la transgresión de la Ley: es el rechazo de las normas de Dios contenidas
en esa Ley. Por consiguiente los que no tendrán salvación son aquellos que no
aceptaron, ni aceptarán, el Plan de la Salvación de Dios, el Plan económico de
Dios, elaborado antes de que este mundo existiese. Pues bien, en el capítulo
siete de esta carta a los corintios se dice: “¿No sabéis que los injustos no
heredarán el Reino de Dios?, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los
adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones”.
¿Se dan cuenta que se está escribiendo de
dos tipos diferentes de personas homosexuales? Es importante tener en cuenta
esta diferenciación que la misma Palabra de Dios hace de las personas con una
problemática homosexual. Para los que se acuestan con varones se emplea, en el
griego, una terminología que implica una relación coital. Estos son los homosexuales
por excelencia. No todos los homosexuales tienen o mantienen una relación de
este tipo. No todos los homosexuales tienen una relación con penetraciones
anales. El 50% lo que realizan es una masturbación mutua, sin penetración de
tipo alguno. Esta realidad habría que considerarla desde una perspectiva
especial a la hora de evaluar una conducta homosexual. Se le ha aplicado a la
masturbación unos calificativos, peyorativos, absolutamente inapropiados.
Además la Biblia no trata el tema de la masturbación. En el ámbito religioso se
ha condenado el onanismo y éste nada tiene que ver con la masturbación. El
onanismo podría caer en el campo de los métodos anticonceptivos, pero nunca en
el de la masturbación. En realidad se trata de una actividad sexual que se corresponde
con lo que se denomina coitus interruptus. La finalidad de este tipo de
relación sexual solo pretende evitar un embarazo, y consiste en que el semen
masculino se vierta fuera de la vagina de la mujer (Gén. 38:4-10).
Para los afeminados y para los que se
echan con varones se emplean, en los originales, términos diferentes. Los que
se echan con varones aparecen como seres depravados, que actúan de una manera
consciente y premeditada y generalmente practican la pederastia. Estas personas
sí son condenadas en la Escritura; pero si reconocen su pecado y se arrepienten
reciben el perdón de Dios, como cualquier otro pecador. Ahora bien, ¿los
afeminados y los que se echan con varones son iguales?. No. Vamos a analizar lo
que la Palabra de Dios dice sobre los afeminados y lo que decimos algunos de
nosotros desde una postura científica y teológica. El término que se emplea en
griego para afeminado significa blando, flojo, suave y dulce. Este término se
encuentra solo cuatro veces en el Nuevo Testamento. Y en tres de estas
ocasiones se trata del mismo término que Jesús de Nazaret emplea para referirse
a las vestiduras de Juan el Bautista. Jesús se dirige a las gentes de su
tiempo, y a algunos de sus dirigentes, hablándoles de Juan el Bautista y les
dice: “¿Qué salisteis a ver a un profeta?, y yo os digo que más que profeta.
¿Qué salisteis a ver a un hombre con vestiduras delicadas? (Mateo 11:7-9). El
término que aquí se aplica para delicadas es el mismo con el que se describe a
los afeminados, y se traduce por blando, flojo, dulce y aún se podría traducir
por enfermedad. Esta verificación es más que suficiente para hilar muy fino a
la hora de realizar una evaluación y un diagnóstico de la homosexualidad.
Muchos especialistas en salud mental, en
el mundo, estamos convencidos de que bastantes homosexuales son personas que
están emocionalmente enfermas aunque no quieran saberlo, ni reconocerlo. El
término para los que se acuestan con varones se emplea también en la 1ª Carta
del apóstol Pablo a Timoteo (1:8-10), donde dice que la Ley no fue dada para
los justos, sino para los injustos, para los adúlteros, para los sodomitas,
(que son los que se acuestan con varones, y se emplea el término arsenocoitais,
que es un término compuesto de: arsen=varón y coitais del que se deriba el
vocablo coito). Para afeminados se emplea el término malacoi para el que ya
dimos anteriormente sus diferentes significados (flojos, suaves, blandos,
faltos de ánimo, débiles y enfermos). Claramente la Biblia habla de dos tipos
diferentes de homosexuales masculinos. Fijémonos en esto ¿la Iglesia de los
Corintios por quienes estaba formada? Quizá algunos piensan que estaba formada
por santas mujeres y santos varones, pero no era así. Por eso el apóstol les
escribe: “ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se
echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los estafadores heredarán el Reino de Dios …..y sigue
diciéndoles y esto erais algunos de vosotros, más ya habéis sido lavados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios” (1ª Cor. 6 :9-11).
¿Quién puede decir: aunque de nada tengo
mala conciencia, no por eso me siento justificado? Pablo sabía que solo Dios
conoce las profundidades del corazón humano, y solo Él nos puede absolver o
condenar. Había en la Iglesia de los corintios personas que, antes de su
conversión, habían sido afeminados y sodomitas, pero la profunda transformación
que el Espíritu de Dios había producido en lo más recóndito de su ser, les
había liberado de una esclavitud a la que habían estado expuestos durante una
parte su vida. Si los apóstoles seguidores cercanos de Jesús tenían conceptos
claros sobre la problemática homosexual, ¿cómo es que 2000 años después la
mayoría de los cristianos los tienen tan obscuros? El Evangelio del Reino de
Dios y sus contenidos no deben de suponer una postura opresora y represora para
los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sino una posibilidad liberadora de la
alienación, angustia y frustración que padecen.
Por consiguiente hay aspectos que la
Palabra de Dios condena respecto a una homosexualidad premeditada, que
conscientemente, y en un acto volitivo, un ser humano, decide practicar;
cambiando la Verdad por la Mentira, y dando culto a las criaturas antes que al
Creador. La filosofía hedonística no es cristiana, y sustituye a Dios por el
placer; placer que le llevará a vivenciar su vida como un camino de frustración
alienante, y a interrogarse, a sí mismos, en cuanto el placer: “¿de qué sirve
esto?” (Ecle. 2:2). Pero los homosexuales que son afeminados, amanerados y
están emocionalmente enfermos hay que considerarlos y tratarlos de otra manera.
Hay que tratarlos como el mismo Jesús de Nazaret lo haría, tratarlos con amor,
con misericordia, con comprensión y llevarles el conocimiento del Evangelio,
para que la Palabra de Dios aplicada, por el Espíritu de Dios, a lo más
profundo de su ser les ayude a resolver su problemática y conozcan que aunque
los hombres les desprecien y vilipendien, Dios los ama.
Fuente: Protestantedigital, 2015.
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