La
primera condición de una evangelización genuina es la crucifixión del
evangelista. Sin ella el evangelio se convierte en verborragia y la
evangelización en proselitismo.
Por.
Juan Stam, Costa Rica
Se
ha dicho, con mucha razón, que acostumbramos predicar el evangelio a las
personas como si fueran sólo “almas” y no tuvieran cuerpo. ¿Qué significa la
resurrección de la carne para la misión y la proclamación de la iglesia hoy?
1) Primero, significa una
evangelización afirmativa.
Según
2Cor.1:20 Jesucristo es el Sí y el Amén de Dios. Y en la resurrección de
Cristo, y la nuestra, vemos que la vida no termina con un “no”, ni con signo de
interrogación. Termina con un “sí” enfático, y desde ese sí afirmativo debe de
nacer nuestra evangelización. Debemos ser gente positiva porque Cristo
resucitó. Hay mucho de negativo, y tenemos que ser realistas, pero lo negativo
nunca debe de prevaler ni en nuestra vida ni en nuestra evangelización. El
“amén”, que es el “Sí” de Dios y el “sí” nuestro a Dios, debe de expresar toda
la realidad de la resurrección en nosotros.
2) Nuestra misión debe realizarse en
el poder de la resurrección.
En
una oración verdaderamente sorprendente, cargada de superlativos y sinónimos
enfáticos, Pablo pida a Dios que nos permita conocer “la supereminente grandeza
del poder de Dios para con nosotros los que creemos, según la operación del
poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos...:”
(Ef 1.19s)
¡Qué
increíble! El mismo poder con que Dios resucitó a Cristo, nos ha resucitado de
nuestra muerte espiritual (2:1) y opera en nosotros ahora, aunque no lo
reconozcamos. Pablo pide a Dios abrirnos los ojos (1:18) para darnos cuenta de
nuestros recursos poderosos en Cristo. Por eso Pablo afirma que hemos muerto y
resucitado con Cristo. En otra oración Pablo expresa su supremo deseo de
“conocerle a Él y el poder de su resurrección, siendo partícipe de sus
sufrimientos” (Fil 3:10s), que él describe como “la excelencia del conocimiento
de Cristo Jesús” (3.8). El poder de la resurrección de Cristo no es solamente
futuro, que en el día final el poder de Dios nos va a resucitar. Ese poder
opera en nosotros ahora. Entonces en la fuerza de la resurrección de Cristo
llevamos el poder de la vida y de la salvación a otras personas. No tenemos que
confiar en poderes nuestros (retórica, medios técnicos, encuestas); el poder de
la evangelización tiene que ser el poder que nació en una tumba vacía.
Paradójicamente, como indica Pablo en Fil 3.10, el único camino al poder de la
resurrección es la Cruz. Antes de entrar en ese poder hay que asumir la cruz.
Es
dramático el caso de los dos testigos de Apoc. 11. Mientras soplaban fuego y
castigaban la tierra con toda clase de plagas (11.5s), no lograban nada sino
atormentar a la gente (11.10). Tenían que morir con Cristo, llevando su
vituperio (11.7-10), y resucitar con él a novedad de vida y poder (11.11s).
Entonces muchos “dieron gloria al Dios del cielo” (13) [11] Aunque Cristo no
figura en el relato (sólo se menciona en 11.8 para identificar a Jerusalén), él
es de hecho el personaje central. Si hemos de tener poder en tiempos de
tribulación, la pasión de Jesús tiene que “duplicarse” en nuestra propia muerte
y resurrección con él.[12]
René Padilla tiene una frase muy
impactante en su libro Misión Integral:
La primera condición de una evangelización genuina es la crucifixión del
evangelista. Sin ella el evangelio se convierte en verborragia y la
evangelización en proselitismo (p.25). Hoy día muchos esfuerzos de
evangelización comienzan más bien con la exaltación y promoción del
evangelista. La evangelización no puede basarse en la imagen de glamour o
éxito, elocuencia o importancia, del evangelista.
De
su propia “campaña evangelística” en Corinto, San Pablo dijo que no había ido
con elocuencia ni sabiduría sino con debilidad y mucho temor y temblor. Si
Pablo hubiera venido así a alguno de nuestros grandes estadios, lo tendríamos
por un fracaso y el año entrante invitamos mejor a Apolos. Pero Pablo se propuso
no saber nada sino a Cristo y éste crucificado, y el poder de su resurrección.
Muy difícilmente se va a manifestar el poder de la cruz y resurrección en un
esquema personalista. El poder de la evangelización tiene que ser el poder de
la cruz y la resurrección, y sólo eso.
3) Debe ser una evangelización
encarnada.
Nuestra
Biblia comienza con la creación del cuerpo humano, termina con la resurrección
de la carne, y en su centro vital proclama el hecho increíble de que el mismo
Creador se hizo carne. Para salvarnos, Dios se manifestó en una vida humana, de
carne y hueso como nosotros. La encarnación fue el método supremo de Dios tanto
para su propia revelación como para la salvación nuestra (Jn 1:12ss, 16) [13].
Y el
Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria como gloria
del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad...A Dios nadie le vio
jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a
conocer (Jn 1.14,18). Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras
en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros tiempos nos ha
hablado por el Hijo (Gr: “en Hijo”)...habiendo efectuado la purificación de
nuestros pecados por medio de sí mismo... (Heb 1:1-3; cf 1Tm 3:16). Porque lo
que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado,
condenó al pecado en la carne... (Rm 8:3). Y a vosotros....ahora os ha
reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de su muerte, para presentaros
santos y sin mancha.... (Col 1:21s). El Hijo fue enviado en carne, hecho una
vida humana, y de la misma manera él nos envía a nosotros (Jn 20:21). Nuestra
evangelización comienza con la presencia manifiesta de Cristo en nosotros,
haciendo acto de “residencia” en medio de la comunidad humana y reflejando su
gloria, gracia e integridad (Jn 1:14). Evangelizar no es sólo hablar, ni
comienza con palabras. Comienza con una vida que encarna el amor y el poder del
Crucificado y Resucitado.
4) La
resurrección implica también una evangelización humanizadora, que no
deshumaniza sino humaniza.
Esto
se basa tanto en la encarnación como en la resurrección. Cristo se hizo humano
para hacernos humanos a nosotros. Como hemos visto, el Cristo resucitado era
impresionantemente humano en su presencia entre los discípulos. Aun ahora, a la
diestra del padre, el sigue siendo el Mediador, “Jesucristo hombre” (1 Tm 2:5).
También el evangelio debe hacernos más humanos a nosotros. Nuestra
evangelización no siempre ha tenido esta característica. A veces una
“conversión” puede convertir una persona en un fanático religioso, menos humano
de lo que era antes. Especialmente preocupante es el nivel de prejuicio e
intolerancia en algunos círculos cristianos, especialmente fundamentalistas.
Eso, en nombre del evangelio, puede deshumanizarnos más bien. Si el evangelio
nos hace menos humanos, ¿qué evangelio va a ser? Don Kenneth Strachan, en su
brillante libro El llamado ineludible, sugiere que el fundamental punto de
partido para toda evangelización es algo que compartimos con todos los demás:
nuestra común humanidad. Cuánto más rica y profunda sea nuestra humanidad en
Cristo, más auténtica será nuestra evangelización.
5) La resurrección nos convoca a una
evangelización en pro de la vida.
La
resurrección es una afirmación de la vida humana y del cuerpo. Por eso la
evangelización debe promover la salud integral de la persona, pues la
resurrección nos librará al fin de toda dolencia. Esa salud perfecta
escatológica se prefiguraba ya en los milagros de sanidad de Jesús, que
anticipaban la resurrección del cuerpo.[14] Cada sanación que Jesús hacía era
ya un signo de la resurrección del cuerpo, libre para siempre de enfermedad y
muerte. Y la iglesia debe ser un instrumento de sanidad, un vehículo de salud y
de Shalom. Si Dios sana por su palabra poderosa en nombre de Cristo, a su
nombre gloria. Si Dios sana por una clínica que levanta una iglesia, a su
nombre gloria. Un médico dijo: “Dios es quien sana y nosotros solo cobramos”.
Dios cura por la medicina o por su palabra sanadora, a como sea su voluntad.
Pero hay también iglesias malsanas, que enferman a la gente, y la iglesia no
está para eso. Una vez la esposa de un profesor universitario me preguntó:
“Hermano Juan, ¿qué hago? Metí a mi hija en un colegio evangélico y le han
atemorizado con eso de la gran tribulación y con el infierno. La pobre grita en
la noche y no puede dormir, porque le han inculcado un mensaje patológico”. Una
evangelización desde la resurrección es una evangelización por la vida.
En
Centroamérica estamos en una lucha entre vida y muerte. Jesucristo es vida y
verdad, el diablo es muerte y mentira (Jn 8:44). Dice Julia Esquivel: “Vivo
cada día para matar la muerte”. Cristo es “muerte de nuestra muerte y vida de
nuestra vida”. Nosotros debemos vivir para darle muerte a la muerte, y vida
abundante a todos los que nos rodean:
Vivo cada día para matar la muerte,
muero cada día para parir la vida;
y en esta muerte de la muerte muero
mil veces
y resucito otras tantas
desde el amor que alimenta de mi
pueblo la esperanza.
6)
Como mensaje de la resurrección, nuestra misión es misión esperanzadora.
Los
que creemos en la resurrección debemos ser contagiosos de esperanza. La
resurrección nos muestra que la escatología cristiana, lejos de ser
primordialmente un mensaje de amenaza o terror, es un mensaje profundo de
esperanza. La gente que se han encontrado con nosotros no pueden no esperar; el
esperar nace naturalmente de la resurrección. La fe en la resurrección será un
contagio evangelizador. Hay un himno del himnólogo argentino Federico Pagura,
que remacha todos los temas que hemos visto en este capítulo:
Porque El entró en el mundo y en la
historia,
porque quebró el silencio y la agonía,
porque llenó la tierra con su gloria
porque fue luz en nuestra noche fría,
Porque El nació en un pesebre oscuro
porque vivió sembrando amor y vida,
porque partió los corazones duros
y levantó las almas abatidas,
Porque atacó ambiciosos mercaderes
y denunció maldad e hipocresía.
Porque exaltó los niños y mujeres,
rechazó a los que de orgullo ardían,
porque El cargó la cruz de nuestras
penas
y saboreó la hiel de nuestros males
porque aceptó sufrir nuestra condena
y así morir por todos los mortales.
Por eso es que hoy tenemos esperanza,
por eso es que hoy luchamos con
porfía,
por eso es que hoy miramos con
confianza,
el porvenir en esta tierra mía y
nuestra.
¡Que
Dios nos de fe y alegría en la resurrección de nuestro Señor, y mucha
esperanza!
Referencias
bíblicas:
[11]
Es notable que éste es el único pasaje del Apoc donde la gente responde
positivamente. En los demás pasajes el resultado es que “sin embargo no se
arrepintieron” (9:21; 16:21)
[12]
Ver nuestro artículo, “La misión en el Apocalipsis” en Bases bíblicas de la
misión, René Padilla ed. (Grand Rapids: Nueva Creación 1998), pp. 368-372.
[13]
Cf W. Dayton Roberts, “Encarnación” en Diccionario Ilustrado de la Biblia,
Wilton M. Nelson ed (Miami: Caribe 1974), p.197.
[14]
Cf Oscar Cullmann, “El rescate anticipado del cuerpo humano según el N.T.” en
del evangelio a la formación de la teología cristiana (Salamanca: Sígueme
1972), pp. 135-150.
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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