Por Manfred
Svensson, Chile
Es la semana en que se conmemora la ejecución de Bonhoeffer y en un artículo reciente Will Graham se pregunta si acaso este teólogo alemán fue “evangélico”.
Y no es que su respuesta negativa sea incorrecta, aunque argumenta en
un estilo que permitiría hasta demostrar que el cardenal Belarmino no
fue católico. El problema no es la respuesta, sino la pregunta.
Imagine
usted al pobre Bonhoeffer intentando entender la discusión. ¿Evangelikal?
Con seguridad nunca oyó esa palabra. ¿Evangelisch? Claro, respondería,
originario de la iglesia de la unión prusiana, de una familia con trasfondo
tanto liberal como pietista, influenciado por la obra de Karl Barth pero sin
digerirla de modo completo, fuertemente impactado por sus hermanos bautistas en
Harlem, pero también por su estrecha relación con el arzobispo de Canterbury.
Fue –y para notarlo basta con asomarse a su obra- alguien influenciado en un
momento u otro por todas las grandes tradiciones del protestantismo.
En
una cosa tiene razón Graham, y es que la obra de Metaxas a la que
refiere vuelve tal vez a Bonhoeffer demasiado digerible para el evangélico
promedio, con frecuencia ajeno a esas tradiciones. Aunque la sugerencia de
que esto, a su vez, haya llevado a los evangélicos a beber de Bonhoeffer alguna
rampante heterodoxia resulta algo insólita – los problemas evangélicos no
suelen ir por el lado del exceso de lectura, y si algo de Bonhoeffer se lee son
los escritos devocionales que Graham omite en su diatriba. Cabe,
además, notar que lo de Metaxas, con todas las faltas que se le pueda encontrar,
es también corrección
de otras presentaciones unilaterales de Bonhoeffer: había
sido presentado como precursor de toda clase de corrientes teológicas del
último medio siglo y un correctivo a eso ciertamente era necesario;
pero es de la naturaleza de los correctivos el riesgo de la unilateralidad.
Pero
como quiera que se opine sobre la unilateralidad (¿tan terrible?) de Metaxas,
cabe notar que algunos de los puntos que de su obra se desprenden de hecho
coinciden con resultados de investigadores más serios. La relación de
Bonhoeffer respecto de Barth, por ejemplo, se ha ido
revelando cada vez como menos servil, y en la comparación bien puede
uno acabar inclinándose por Bonhoeffer: en los años 33 y 34, por lo
pronto, la cuestión judía ocupó para Bonhoeffer una centralidad que para Barth
aún ocupaba más bien el rechazo de la teología natural. Que la imagen recibida
de Bonhoeffer merezca ser revisada, y eso de modos que puedan volverlo más
cercano a lo mejor del mundo evangélico, no es pues ningún disparate.
Desde
luego, bien podría alguien objetar que un autor susceptible de lecturas tan
variadas y cambiantes es tal vez finalmente algo incoherente. Existe,
sin embargo, algo distinto de la incoherencia: el estar lentamente progresando,
y morir antes de llegar a la definitiva madurez… Pero eso es
compatible con tener una identidad medianamente clara. ¿La tenía Bonhoeffer? Si
hoy tuviese que reescribir el libro que algunos años atrás escribí sobre el
mismo, una de las cosas que resaltaría con mayor claridad es la
creciente importancia dada por Bonhoeffer a los escritos confesionales
luteranos. No perteneció al ala confesional más estricta del
luteranismo, en la que se encontraba su primo Hermann Sasse, pero el aprecio
por las confesiones de fe es en su obra de una singular constancia. Por
supuesto que Bonhoeffer no fue vagamente “evangélico”: pero no porque fuera un
militante cerrado de alguna escuela teológica contemporánea, sino porque era
luterano.
Y
eso explica el tenor de su relación tensa con el mundo “evangélico”. Quien
quiera formarse una impresión al respecto, tiene que leer los informes de
Bonhoeffer tras sus dos estadías en Estados Unidos, en particular el segundo,
titulado “Protestantismo sin Reforma”.Porque ahí uno lo encuentra
enfrentando con crítica y aprecio el mundo evangélico, y la
crítica que ahí se encuentra no es la de un “liberal”, sino precisamente la de
un cristiano “confesional” (por flexible que fuese su confesionalismo): del
“protestantismo sin Reforma” le preocupa que difícilmente entenderá lo que son
“un sermón, una confesión, un dogma, una iglesia, la comunión”. Pero la suya no
es la crítica arrogante del que desde una “iglesia histórica” mira hacia abajo
al resto. Confrontado con el protestantismo norteamericano bien sabe que “nadie
puede ser justo con estas iglesias mientras que las evalúe a partir de la
teología de las mismas”. Y tal diálogo genuino entre las iglesias de la
Reforma y el protestantismo sin Reforma le importaba en grado sumo: lo
califica en este ensayo como “la tarea decisiva de hoy”.
Si
se quiere responder hoy de modo positivo a esa tarea, lo que se debe hacer es
cambiar de pregunta. La pregunta no es “¿fue Bonhoeffer (o quien fuere)
evangélico?” La pregunta es “¿está el mundo evangélico dispuesto a oír a
quienes le hablan desde el resto de la tradición cristiana?” Pocos
sugerirán que Bonhoeffer debe ser el único faro que oriente la labor teológica
de los evangélicos; pero con su crítica cercanía sí puede ser un caso
privilegiado para ver cómo se responde a dicha pregunta.
Fuente: Protestante
Digital, 2015
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