Por. Juan Stam, Costa Rica
La resurrección de Cristo es la “garantía adelantada” de la nuestra, y
también el prototipo definitivo que anticipa lo que habrá de ser nuestra
experiencia tras la muerte física.
En Jesús de Nazareth
Dios mismo entró en la historia humana y dio al proceso histórico su centro
cristológico. Y en Jesús, Dios el Hijo murió y resucitó. Así, como ya hemos señalado, Dios adelantó el futuro y lo trajo al
presente. Por eso, la resurrección de Jesús tiene una doble función para
nuestra fe en nuestra resurrección al final de la historia: como una esperanza
que ya se ha realizado una vez, la resurrección de Cristo es la “garantía
adelantada” (por decirlo así) de la nuestra, y también es el prototipo definitivo
que anticipa lo que habrá de ser la resurrección nuestra. Eso es el
significado de la frase “primogénito de entre los muertos” (Col
1:18; Ap 1:5). Ese título cristológico lleva una sorprendente contradicción
implícita. “Primogénito” dice nacimiento; nos lleva mentalmente a la sala de
partos. Pero “muertos” dice lo contrario; nos lleva a la morgue, al necrocomio.
¿Desde cuándo la vida puede nacer de la muerte? Claro, ¡desde que Cristo
resucitó! Cristo cambió la morgue en sala de parto. “Oh Cristo”, exclamó Miguel
de Unamuno, “hiciste de la muerte nuestra madre”. Nuestra vida y nuestra
resurrección nacen de la muerte y resurrección suyas. “Porque él vive”, dice el
himno, “viviré mañana”. “Primogénito” nos avisa que como resucitó él, seremos
también resucitados nosotros sus hermanos. ““Primicias de la resurrección” nos
asegura que habrá después una cosecha final, demostrada ya en las primicias, y
que los frutos finales serán como fueron las primicias. La resurrección de
Jesús garantiza la nuestra y también la prefigura.
Aclaremos que Jesús resucitó a novedad de vida, a la vida del siglo
venidero. Debemos distinguir la resurrección de lo que podríamos llamar
“revivificación”, como la de Lázaro o la hija de Jairo. Ellos estaban muertos y
volvieron a vivir, pero después murieron otra vez. Ellos resucitaron a una
extensión limitada, durante cierto plazo de tiempo, de esta misma vida.
Pero Cristo resucitó a novedad de vida que nunca perece.
Por otro lado debemos distinguir entre resurrección e inmortalidad.[3]
La inmortalidad es del alma, sin carne ni huesos ni piel. Eso lo creían muchos
en la antigüedad. Los griegos, por ejemplo, creían que el alma preexistía antes
de “encarcelarse” en el cuerpo y que viviría después de la muerte. El alma, al
escaparse de este maldito cuerpo, irá volando y vivirá para siempre
espiritualmente. Pero Cristo no resucitó espiritualmente, Cristo resucitó
corporalmente. Y en ese sentido su resurrección anticipa y prefigura la
nuestra. Como fue el cuerpo resucitado de él, así será el nuestro en la
resurrección final. Eso se demuestra dramáticamente en los evangelios. Aunque
Mateo y Marcos no casi indican nada sobre las características del Jesús
resucitado, Lucas y Juan son mucho más extensos. Todos los evangelios subrayan
la realidad literal de la muerte de Jesús y la total identidad del Resucitado
con el Crucificado.
Lucas se empeña especialmente en destacar la realidad física del cuerpo
de Cristo, junto con su liberación de los limitantes naturales del cuerpo
humano no resucitado. Cristo caminaba junto con dos discípulos (Lc 24:13-15);
conversaba con ellos y les enseñaba, aparentemente en la misma forma que les
había enseñado antes de morir. Según Lc 24:17-19 parece que mantenía su sentido
de humor. También comía con ellos; sorprende la frecuencia con que el Jesús
resucitado compartía mesa con sus discípulos (Lc 24:30,41ss; Jn 21:9-12; Hch
1.4; 10.41 NVI), igual que durante los años de su vida encarnada (Mt
26.17ss)[4] y como haremos en el Reino venidero (Mt 8:11; Lc 22:16,30; Apoc 19:9).
Lucas 24 subraya con especial énfasis la realidad corporal del
Resucitado, con una evidente intención teológica contra toda espiritualización
de la resurrección que la confundiera con la inmortalidad del alma. El se
acercó a los dos caminantes (24:16) como cualquier otro ser humano que iba en
el mismo camino. El caminaba igual que caminaban ellos, un pie adelante con
otro pie atrás. El les hablaba igual que habla todo ser humano. Caminando
juntos, Cristo les dio un estudio exegético de teología del Antiguo Testamento,
en la misma forma humana en que lo daría cualquier maestro bíblico. Aunque no
lo reconocieron, “porque sus ojos estaban velados”, no era por ningún aspecto
“glorificado” que hubieran podido notar ellos, sino precisamente por parecerse
totalmente a cualquier otro transeunte del camino. Sólo en “la fracción del
pan” lo llegaron a reconocer (24:30). Paradójicamente, en el momento de recibir
ellos la vista, Jesús se volvió invisible y se quitó de la presencia de ellos
(24:31). ¿Habrá sido para hacerles entender que aunque él era siempre el mismo,
ahora lo era bajo nuevas codiciones? ¿Podría haber sido para darles tiempo a
volver a Jerusalén a pie y llegar a tiempo para el encuentro que él tenía
planeado para la noche (24.35s)? No sabemos. Pero lo cierto es que ellos
regresaron a pie, igual como habían llegado a Emaús, mientras Cristo llegó
instantáneamente, en la libertad del cuerpo resucitado, y “se puso” en medio de
los discípulos.[5]
En el tercer relato de resurrección en
Lucas (24:36-49), Jesús se empeña en convencer a los discípulos que su cuerpo
resucitado es realmente físico.
Cuando él se presenta en medio del grupo, ellos se aterrorizan porque creen que
es un espíritu. Pero Jesús apela directamente a los sentidos de percepción de
ellos para que reconozcan la realidad de su cuerpo: ¿Por qué se asustan tanto?
–Les preguntó-- ¿Por qué les vienen dudas? Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo
mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los
tengo yo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies (24:38ss NVI; cf. Jn
20:20,25,27). Cuando las claras evidencias de los sentidos físicos no bastaron
para convencerles, Jesús apela a un segundo argumento, realmente genial:
Como ellos no
acababan de creerlo a causa de la alegría y del asombro, les preguntó: ¿Tienen
aquí algo de comer? Le dieron un pedazo de pescado asado, así que lo tomó y se
lo comió delante de ellos (24:41ss NVI).
Si
los fantasmas no tienen manos y pies ni carne ni hueso, mucho menos pueden
comer. Entonces, para mostrar la realidad de su resurrección, Jesús comió ante
los ojos de ellos. Lo vieron abrir la boca, levantar la comida con la mano, y
comérsela. A esta segunda demostración empírica Jesús ahora, como en el camino
a Emaús, añade argumentos bíblicos:
Cuando todavía estaba
yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito
acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les
abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Esto es lo que está
escrito –les explicó– que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día...
(24:44ss; cf 25ss).
Ahora
que al fin han reconocido que él ha resucitado, y con cuerpo, Jesús les imparte
una comisión misionera, de predicar en nombre del Resucitado “el arrepentimiento
y el perdón de pecados a todas las naciones” (24:47): Ustedes son testigos de
estas cosas. Ahora voy a enviarles lo que ha prometido mi Padre: pero ustedes
quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto (24:48s).
¡Y pensar que llegaron a ese punto por algo tan común y corriente -- ¡verle
comer al Resucitado! Ese pescado asado ayudó a lanzarlos al proyecto misionero
en el mundo entero.
Debemos señalar otra característica
del Jesús resucitado: sus propios amigos no lo reconocían sino lo confundían
con los más humildes seres humanos.
Aunque en Lc 24:37s lo confundieron al principio con un espíritu, era sólo
porque en ese momento ni consideraban la posibilidad de que fuera él mismo
resucitado. Pero antes María Magdalena lo había confundido con el jardinero que
cuidaba el huerto (Jn 20:15). No lo confunde con un ángel, ni con un rabino o
un profesor de teología sino con el jardinero. Y cuando Cristo aparece a
orillas del mar, los mismos discípulos suponen que es otro pescador más (Jn
21:1-4). Después de la pesca milagrosa Pedro exlama a sus compañeros, “¡Es el
Señor!”. Aunque ya lo reconocieron, ninguno se atrevió a preguntarle quién era
(21:12) Lo más simpático, y hasta cómico, es el relato del camino a Emaús. Los
dos caminantes van cabizbajos, ya totalmente sin esperanza, aplastados, y se
les acerca Jesús pero no lo reconocen. Con la misma pedagogía y sicología que
siempre demostraba, Jesús abre la conversación con una pregunta muy sencilla y
natural, que introduce la siguiente conversación (un poco dramatizada):
- Jesús: “Hola, muchachos. ¿De qué
vienen hablando ustedes que les tiene tan tristes?”
- Cleofás: “¿Serás tú el único
extranjero en toda Jerusalén que no sabe todo lo que ha pasado este fin de
semana? ¿Cómo es posible que no sabes los últimos acontecimientos?”
- Jesús (con cara de inocente): “Pues,
cuéntenme, ¿qué cosas han pasado?”
- Ellos (sin darse cuentas que todo
eso le había pasado a quien les acompaña, pretenden ponerle al día con las
noticias): “Lo de Jesús de Nazaret, que era profeta poderoso en hechos y en
palabras...” - Jesús (con expresión de mucho interés en saber más): ¡De veras!
Cuéntenme más...”
- Ellos: “Pero nuestros sacerdotes y
nuestras autoridades lo entregaron a ser crucificado”.
- Jesús: “¿Y entonces, qué pasó?”
- Ellos (mirándole directamente a él,
sin reconocerle): “Pues algunas mujeres fueron al sepulcro y no encontraron el
cuerpo, y después unos compañeros también fueron al sepulcro, pero ellos
tampoco lo vieron a Jesús”.
Notemos
que Jesús les da espacio a ellos a expresar ampliamente sus propios
sentimientos. En vez de “caerles” con un sermón o de identificarse
inmediatamente como “prueba” de la resurrección, les hace unas preguntas que
les anima a exteriorizar sus pensamientos y emociones. “¿De qué conversan?”
(24:17), les pregunta, y después “¿Qué cosas?”(24:19). Aparece aquí un Jesús
sutilmente jocoso, que en la forma más cariñosa y pedagógica “juega” con ellos
con un método socrático para llevarlos simpáticamente a un mejor entendimiento.
En esta conversación, Lucas parece decirnos que el Jesús resucitado no había
perdido ni su gran sensibilidad humana ni su sentido de humor !Qué sicología de
Jesús! Haciéndoles preguntas, haciéndose el inocente, dejando que ellos le
informen a él de su propia muerte, de la pasión que él mismo había sufrido en
carne propia. ¡Qué sentido de humor más profundamente humano! Lo que nos
interesa especialmente es que ellos, al ver a Jesús, creían que era algún
extranjero que ni aún estaba al día con las noticias. Los que vieron a Jesús
nunca lo confundieron con un dramático ángel, echando rayos de gloria, cuya
cara brillara como el sol al mediodía. No. La primera en verlo, María
Magdalena, lo tomó por el jardinero que cuidaba el huerto. Los dos caminantes
lo ven como un forastero, sin absolutamente nada de excepcional ni
impresionante. Y los discípulos, desde la barca donde pescaban, primero creían
que era otro pescador más. Tan humano era el Jesús resucitado.
¿Cuáles son las características del
Cristo resucitado? Es
importante, porque entendemos que nuestro cuerpo resucitado habrá de parecerse
al cuerpo de Cristo, primogénito y primicias de la resurrección. Podemos
señalar las siguientes características:
1)
Todas las fuentes señalan, de una u otra manera, la identidad del Resucitado
con el anteriormente Crucificado y la continuidad ininterrumpida de su persona.
Según Jn 20:20,25-27, su cuerpo tenía las marcas y las recientes heridas (cf.
Lc. 24:39s). En todos los textos, relatos de la sepultura son seguidos
inmediatamente por los relatos de resurrección. En su aclaración del evangelio
que él había proclamado, Pablo incluye que “fue sepultado, y que resucitó al
tercer día” (1 Co. 15:4). También al hablar de la resurrección final, Pablo
propone analogías basadas en la continuidad y transformación del mismo cuerpo
(15:36-44).
2)
Todos los relatos indican, cada uno a su manera, que el cuerpo del Resucitado
fue visible, audible, y en algún sentido físico. Lucas y Juan son los más
enfáticos en este aspecto. Aunque Pablo no entra en descripciones del
Resucitado, destaca que éste aparecía (1Co 15:5-8). Cuando habla del “cuerpo
espiritual” (15:44, en contraste con “cuerpo síquico”, no con cuerpo físico), o
la “tienda celestial” con que seremos revestidos (2 Co 5:1-5), Pablo destaca la
novedad del cuerpo resucitado por el poder del Espíritu pero de ninguna manera
lo reduce a una mera inmortalidad del alma.[6] Pablo insiste específicamente en
que el “alma” del creyente no quedará “desnuda” (2 Co 5:3s).
3)
Lucas y Juan, que describen más ampliamente al Jesús resucitado, lo presentan
como impresionantemente humano. Come, camina, conversa. Como consejero
consolador, sicólogo y pedagogo, según Lucas, abre la mente y los ojos a los
dos caminantes, y todo eso con un bello sentido de humor. Es un Cristo que le
gusta el compañerismo de la mesa, le gusta el compañerismo de un paseo. ¡De
angelical tenía poco o nada, de humano muchísimo!
4)
Diversas fuentes, y Pablo en particular, señalan el paralelo entre el cuerpo
resucitado de Jesús y el de los fieles en la resurrección final. Cristo es
primogénito (Col 1:18; Apoc 1:5) y primicias (1 Co 15:23) de la reusrrección
futura. El poder de su resurrección, que opera ahora en los que creemos,
anticipa y garantiza nuestra resurrección futura (Ef 1:20; Rm 8:11). “Con su
poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros” (1 Co 6:14
NVI; cf. 2 Co 4:14).. Según Jn 5:28s, los muertos (creyentes e incrédulos)
saldrán de sus sepulcros: un paralelo evidente a la resurrección de Cristo.
“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de
Dios!...Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha
manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo
venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es” (1 Jn 3:1-3).
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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