Por. Juan Stam, Costa Rica
(Breve repaso de cinco siglos)
Los epítetos “conservador” y “liberal” son
membretes que suelen manejarse con poca claridad y precisión. Son calificativos
subjetivos, en que “conservador” es cualquier persona “a la derecha” mía (¡otro
término muy relativo!) y “liberal” es cualquier persona “a la izquierda” de
donde me ubico yo. Si alguien no me gusta, fácilmente lo califico de
“fundamentalista” o, al contrario, de “modernista”, sin tener la menor idea qué
significan teológica e históricamente esos términos.[1] De manera similar, para muchos
“ortodoxia” significa “cualquier doctrina que me parece aceptable” y “herejía”
equivale a “toda doctrina que yo rechazo”.
A veces esta confusión llega a tener resultados
bastante cómicos. Muchos conservadores, quizá la mayoría, denuncian a Karl
Barth como “liberal”, cuando de hecho la teología de Barth es lo contrario y él
era el mayor opositor de la teología liberal. Barth creía firmemente en la
deidad de Cristo, y en sus primeras décadas, según los críticos, tendía a
menospreciar un poco su humanidad y lo humano en general. A diferencia de la
teología liberal, Barth creía firmemente en la justificación por fe y basó toda
su teología en la trinidad y la trascendencia de Dios como el “totalmente
Otro”.
Menos cómica, y a menudo triste y lamentable, es la
tendencia de algunos “liberales” de clasificar a todos los “evangélicos” como
“fundamentalistas” y “derechistas” en teología e ideología, sin analizar el
significado de esos términos y matizar sus juicios de acuerdo con la
realidad. Eso se complica porque actualmente muchos de los que se
clasifican como “evangélicos”, especialmente en los Estados Unidos, son de
hecho fundamentalistas y ultraderechistas, con una religiosidad más republicana
y derechista que cristiana. Por eso “evangélico” es ahora un término
contaminado, que tenemos que “descontaminar” si vamos a seguir llamándonos por
ese honroso título.
Conviene aclarar desde un principio lo que no significa
el adjetivo “evangélico”. No significa fundamentalista, con un dogmatismo
rígido y acrítico. Tampoco significa derechista, cerrado, reaccionario, sin
conciencia social. No significa legalista o moralista, aunque lucha por forjar
una ética personal y social fiel al evangelio y las escrituras. Tampoco
significa simplemente “protestante”, como se usa en muchas partes de América
Latina, ni menos debe confundirse con los “conservative evangelicals” de los
Estados Unidos. En su sentido verdadero, “evangélico” es un término
bellísimo, basado en las buenas nuevas de la gracia de Dios en Cristo, un
adjetivo cuyo sentido tenemos que recuperar y proteger.
Lo que se suele olvidar es que cada uno de estos
términos tiene un origen histórico, y por eso tienen que ser entendidos
históricamente. La mayor causa de su abuso es la tendencia de emplearlos fuera
de su sentido teológico original. Por eso, para aclarar estos términos vamos a
resumir los movimientos históricos de los cuales nacieron estas diversas tendencias.
La Reforma protestante[2]: Son bien conocidas las líneas básicas
del proyecto histórico de la Reforma protestante. (A) Fue un despertar, ante el
dogmatismo y tradicionalismo existente, de libertad de la conciencia cristiana
liberada por la Palabra de Dios. “Si no se me demuestra de las escrituras y de
la sana razón, no retracto nada”, dijo Lutero en su desafiante declaración ante
la dieta de Worms (1521).[3] Los Reformadores, a pesar de sus fallas
humanas, eran pioneros de las libertades modernas y en su momento histórico
promulgaban una teología verdaderamente liberadora.[4]
(B) Los reformadores afirmaron el principio de sola
scriptura como fuente y norma de verdad revelada, de fe y práctica (aunque
por supuesto no única fuente de conocimiento). Por eso, vivían con una pasión
por la buena interpretación bíblica y la predicación expositiva. (C) Otra
pasión de ellos fue la pasión por el evangelio, por las buenas nuevas de la
redención en Cristo por la gracia mediante la fe (sola gratia, sola fide).
(D) Para los Reformadores, la fe no era simple asentimiento a doctrinas sino la
entrega de la vida entera. Para Calvino, “todo recto conocimiento de Dios nace
de obediencia”. La fe era fiducia y praxis (para combinar un
término latín de Lutero con otro griego de la sociología moderna).
(E) Los Reformadores entendían su misión como
siempre inconclusa e imperfecta; no absolutizaron su pensamiento como un
sistema definitivo y final, sino que lo entendían como un proceso de búsqueda
sin fin. Por eso fueron promotores de una “ecclesia reformata semper reformanda
secundum verbum Dei ” (“iglesia reformada siempre reformándose según la palabra
de Dios”).[5] Por eso también Calvino nos dejó nueve
ediciones de “La Institución“, en algunos casos una revisión casi total.
Sin duda, si hubiera vivido unos años más, nos habría dejado también una décima
edición. En ese aspecto, el pensamiento de los Reformadores mostraba una gran
humildad y flexibilidad.
En Lutero encontramos una impresionante combinación
de firme convicción junto con una humilde flexibilidad. Al declarar sus
inclaudicables convicciones evangélicas solía decir, “Esto es ciertamente la
verdad”, pero reconocía también que su propio conocimiento era finito y falible
y que sólo Dios es absoluto (el “principio protestante”, según Paul Tillich).
Lutero era un “teólogo irregular” que nunca organizó su pensamiento en una
“teología sistemática”.
El segundo momento en nuestro resumen histórico,
que afloró después de la muerte de los Reformadores, es la Ortodoxia
protestante, o “el escolasticismo protestante” (aprox. 1580-1700).[6] Se caracterizó por “la cerrazón al
diálogo con otras iglesias, el gusto por las sutilezas teológicas, el
dogmatismo epistemológico y el individualismo a ultranza” (Diccionario
ilustrado de intérpretes de la fe, Justo L. González ed., p.477). A
diferencia del pensamiento dinámico y fluido de los Reformadores, ahora se
tendía a reducir la fe a un sistema cerrado y estático. Prevalecían las
sospechas: algunos luteranos acusaban a los calvinistas de ser
“cripto-católicos”, algunos calvinistas hacían lo mismo contra los luteranos, y
hasta algunos luteranos acusaban a otros luteranos de ser
“cripto-calvinistas”. En esta época se formuló el dogma de la inerrancia
de las escrituras, que no fue tema para los Reformadores, y ahora se extendió
dicha infalibilidad hasta las copias y la vocalización del texto hebreo. Pero
esa Biblia infalible se empleaba mayormente para textos de prueba y la exégesis
bíblica solía ser pobre. De las enseñanzas del NT y del calvinismo moderado de
Calvino mismo, los ortodoxos sacaron inferencias para definir los “cinco
puntos” del calvinismo oficial: la depravación total del ser humano, la gracia
incondicional de Dios, la expiación limitada (Cristo murió sólo por los
elegidos), la gracia irresistible y la perseverancia de los santos (Sínodo de
Dort 1618-19).
Una de las razones de la actitud defensiva de la
ortodoxia era el crecimiento de una ola de escepticismo racionalista inspirada
por el Renacimiento humanista del siglo XV.[7] Muy importante eran los Ensayos de
Miguel de Montaigne (dos tomos, 1580) y el pensamiento de Pierre Bayle
(1647-1706), a quien Voltaire apodó “el maestro de la duda”. Después, en el
siglo XVIII (“el siglo de las luces”), la llamada “Ilustración” profundizó
mucho más las dudas y el escepticismo, inculcando un rechazo de toda autoridad
y tradición, buscando la verdad más bien por el raciocinio, la observación y la
experimentación.[8] En el siglo XIX “los maestros de la
sospecha” (Kierkegaard, Marx, Darwin, Freud, Nietzsche) terminaron de
revolucionar la filosofía occidental.
La teología respondió a estos desafíos de tres
maneras: (1) con la ortodoxia dogmática, apelando precisamente a la autoridad
que rechazaban sus contrincantes. Esto llegó a su reductio ad absurdum con
una larga y sensacional polémica periodística entre G. E. Lessing y un pastor
ortodoxo luterano, el Pfarrer Goeze. Al quedar claro que la teología ortodoxa
del pastor Goeze no tenía respuestas, éste terminó el debate amenazando a
Lessing con el castigo eterno. Otras respuestas fueron (2) el pietismo y (3) la
teología liberal de Schleiermacher.
Frente al racionalismo escéptico, la respuesta del Pietismo
consistió en un rechazo de la “ortodoxia muerta” del escolasticismo
protestante y una búsqueda de una relación personal con Jesucristo. Su única
confesión de fe era “Ningún credo, sino sólo Cristo”. Su fundador era Philip
Jakob Spener (1625-1705), que en su libro Pia desideria(1675) ofreció
una serie de propuestas para restaurar la religión verdadera en Alemania.
August Hermann Francke (1663-1727), otro líder pietista, supo juntar la
espiritualidad con la acción social y fundó un orfanatorio, una escuela para
los pobres y una clínica en su propia casa. El centro del pensamiento pietista
era la recién fundada Universidad de Halle.
Los pietistas sentían que estaban llevando las
enseñanzas de los Reformadores hasta sus conclusiones lógicas, enseñando que la
justificación del creyente tenía que manifestarse en una nueva vida. Tenían
mentalidad laica. El movimiento pietista comenzó con reuniones en la casa de
Spener, para estudio bíblico y oración. Sus grupos caseros se llamaban “Collegia
Pietatis” o “Collegia Philobiblica”. No cabe duda que su ardor y su
pasión nacía del evangelio y que era más fiel a los Reformadores de lo que era
la ortodoxia muerta o el liberalismo después. El pietismo tuvo un impacto
importante en el Conde Zinzendorf, líder de los moravos, como también en Juan
Wesley y el metodismo.[9]
El pietismo impactó a la iglesia y se extendió
rápidamente por Alemania, pero lamentablemente sufría de una escasez de buenos
líderes. Por eso se fragmentó y a veces cayó en un sistema legalista muy
rígido. También a veces era excesivamente individualista y espiritual, desvalorando
el cuerpo y la sexualidad humana.
Una tercera respuesta al racionalismo incrédulo fue
la teología liberal, introducida por Friedrich Daniel Schleiermacher
(1768-1834). Este destacado teólogo era de una familia morava y estudió en la
Universidad de Halle, el centro del pietismo, donde conoció la filosofía de
Kant, Spinoza y Leibnitz y el romanticismo de Schlegel. Su obra, Sobre la
religión, para sus despreciadores cultos, fue publicada en 1799. Para
rescatar la decaída credibilidad de la religión, Schleiermacher la redefinió
como “el sentimiento piadoso de dependencia absoluta”, independiente de todo
dogma.[10] En La fe cristiana (1821-2)
reinterpreta toda la doctrina cristiana a partir de esa auto-consciencia
religiosa. Entre los teólogos liberales figuran A. Ritschl, W. Hermann, A.
Harnack, E. Troeltsch y en los Estados Unidos H. E. Fosdick, Albert C Knudson y
Edgar Brightman. W. Rauschenbusch enseñó un “evangelio social”, con base en el
Reino de Dios. La teología liberal fue criticada acérrimamente por Karl Barth,
Emil Brunner y los hermanos Niebuhr.
La teología liberal viene marcada por el moderno
rechazo de la autoridad, incluso la de la revelación divina, y por la “duda
metodológica” del pensamiento cartesiano. Duda no sólo de la tradición y de las
interpretaciones de las escrituras, sino también de la veracidad de ellas
mismas. Se caracteriza por un racionalismo escéptico, dispuesto a creer sólo lo
que su propio análisis racional logra comprobar. A menudo muestra cierta
satisfacción en refutar la enseñanza bíblica, como afirmación de su propia
libertad para rechazar toda autoridad externa.
Para la teología liberal, en términos generales, el
ser humano lleva adentro una chispa divina que lo capacita para sentir
conscientemente la realidad de Dios. El pecado es el debilitamiento de ese
sentimiento piadoso, que sin embargo estaba presente en Jesús en su máxima
fuerza. La justificación por la fe consiste en que Cristo inspira en nosotros
esa consciencia de unión mística con Dios. La Biblia es una especie de
antología de las experiencias espirituales de la gente piadosa. El Reino de
Dios consiste en que se haga la voluntad de Dios en la tierra (Ritschl, Rauschenbusch),
olvidando generalmente la dimensión escatológica (la vida venidera). Para
Harnack, la esencia del cristianismo consistía en “la paternidad de Dios y la
fraternidad de los hombres” (sic).
Esta teología tenía un valor positivo en muchas de
sus afirmaciones, pero era problemática en lo que negaba, especialmente la
eterna deidad de Jesús (y así la encarnación), su obra expiatoria y su
resurrección corporal. En su afán de convencer a los “cultos despreciadores”, a
veces se adaptaba demasiado al mundo secular en vez de confrontarla como
contracultura. Su énfasis en el “ya” del Reino era muy valioso, pero debían
balancearlo con el “todavía no”. A Schleiermacher se le considera “padre de la
hermenéutica moderna”. Para Ritschl, la tarea de la teología era la reconceptualización
de la fe en diálogo con el contexto.[11] Estos eran aportes a la metodología
teológica.
La tradición evangélica (hasta siglo XIX):
Este adjetivo aparece por primera vez en 1531 cuando William Tyndale escribió,
“los exhortó a continuar en la verdad evangélica” y el año siguiente Tomás Moro
habló de “Tyndale y su hermano evangélico Barns”. Martín Lutero hablaba de la
“evangelische Kirche”, a diferencia de la Iglesia Católica Romana, y afirmaba
la centralidad inviolable de la justificación por la fe, lo que le ganó el
epíteto de “evangélico”.[12]Después siguieron diversos movimientos y
hasta denominaciones eclesiásticas que se llamaban evangélicos, que no estaban
de acuerdo ni con los ortodoxos ni con los liberales.[13] En esta corriente figuraban grandes
predicadores (Charles Simeon, Charles Spurgeon) e importantes pensadores,
especialmente en las ciencias bíblicas de la época (Thomas Chalmers; A. B.
Bruce; E Schürer; Adolf Schlatter: Karl Heim, H. Wheeler Robinson, H.R.
Mackintosh y muchos más).[14] Hicieron valiosos aportes a las ciencias
bíblicas y a la iglesia.
De estos movimientos evangélicos el más importante
fue el wesleyano.[15] De 1830 en adelante la prédica de
Charles G. Finney comenzó a ser levadura de transformación en la iglesia y en
la nación del norte. En esas décadas, mucho antes del nacimiento del
fundamentalismo, los evangélicos (que así se llamaban) ejercieron un liderazgo
valiente y decisivo para la emancipación de esclavos y esclavas, así como para
el sufragio de la mujer. En esas luchas fue importante la recién fundada
Universidad Oberlin (Oberlin College), de la que Finney fue Rector.[16] En realidad, este
“proto-evangelicalismo”, antes de las controversias en torno al modernismo,
practicaba la misión integral de la que hablamos mucho los evangélicos de hoy.
Realizadas las metas sociales del movimiento, se
debilitó mucho, casi hasta desaparecer. En las décadas después de la guerra
civil estadounidense crecía la teología liberal y aparecieron nuevos desafíos,
especialmente los debates sobre la evolución y sobre la “alta crítica” de los
textos bíblicos. Un sector amplio de la iglesia respondió muy a la defensiva,
al estilo de la ortodoxia del sigo XVII, y comenzó la guerra teológica entre
los fundamentalistas y los modernistas (o “liberales”).
Los fundamentalistas: Este término, un poco
curioso, tiene una historia interesante. Durante las últimas décadas del siglo
XIX los opositores del liberalismo no se llamaban fundamentalistas sino
ortodoxos, conservadores o defensores de la sana doctrina. En esa guerra sin
cuartel contra los liberales, dos multimillonarios petroleros, los hermanos
Lyman y Milton Steward, ofrecieron financiar una nueva revista con el título de
“The Fundamentals” (adjetivo sustantivado, para decir “las doctrinas
fundamentales”). Entre 1910 y 1915 publicaron 12 extensos tomos, de los que
circularon más de tres millones de ejemplares en forma gratuita a pastores,
seminaristas y otros líderes. De ese proyecto quedó el nombre de
“fundamentalistas” como movimiento histórico.
En la ética fundamentalista ocurrió el mismo
reduccionismo, resumiendo toda la moral en cinco o seis tabúes, mayormente irrelevantes:
no ir al cine, no bailar, no fumar, no beber, no jugar naipes y no pertenecer a
sociedades secretas. Implícita estaba otra prohibición: no participar en “el
mundo”, la sociedad secular. Frente al “evangelio social” de los liberales, los
fundamentalistas proclamaban un “evangelio anti-social”, de extrema derecha
(diríamos hoy). El fundamentalismo no se preocupó por una integral ética
personal, mucho menos una ética social. El trágico papel de William Jennings
Bryant en el proceso contra el profesor Scopes por enseñar la evolución
(Dayton, Tenessee, 1925) desacreditó significativamente la seriedad intelectual
de los fundamentalistas.
Con el tiempo dos corrientes tomaron prominencia en
el fundamentalismo. La primera fue el dispensacionalismo de la Biblia Scofield,
con un fuerte énfasis en el rapto de la iglesia. La otra fue el separatismo,
encabezado por Carl McIntire. Éstos enseñaron la “triple separación”: separarse
personalmente de la falsa doctrina, separarse de cualquier iglesia que enseñe falsa
doctrina y, separarse de las personas que no se han separado de esas iglesias,
aunque la doctrina de ellos sea sana. Con cada década el fundamentalismo
se volvía más ofensivo, hasta que el mismo término llegó a ser sinónimo de
necedad y malacrianza, ignorancia y fanatismo.
En esas mismas décadas (aprox. 1910-1940) surgieron
dos fuerzas más en el escenario teológico. En primer lugar, Karl Barth logró lo
que nunca pudo el fundamentalismo, de ofrecer una respuesta convincente al
liberalismo y una alternativa teológica para el siglo XX. Barth afirmó
vigorosamente la trascendencia de Dios, la deidad de Jesucristo y su
resurrección, pero apareció también Rudolph Bultmann con su proyecto de
“desmitificar” los milagros del N.T., incluso la resurrección. En segundo
lugar, creció fenomenalmente el movimiento pentecostal, con su muy fuerte
énfasis en los milagros. Ese hecho histórico parece refutar el argumento de
Bultmann y otros que “el hombre moderno no cree en milagros” (sic.). El
pentecostalismo es un desafío muy importante a la teología liberal.
Gustavo Gutiérrez ha expresado una gran admiración
por Karl Barth y su pertinencia para América Latina. Señala que Bultmann, que
pretende hablar por el ser humano de hoy, de hecho “ignora las cuestiones que
vienen del mundo de la opresión”, mientras que Barth, el teólogo de la
trascendencia de Dios, es sensible a la situación de las víctimas de la
explotación. “El que parte del ‘cielo’ es sensible a aquellos que viven en el
infierno de este mundo, el que parte de la ‘tierra’ no ve sobre qué situación
de explotación ella está construida”. (La fuerza histórica de los pobres,
Lima: CEP 1979, pp. 372-3; cf. 326-28, 408-14 y para su crítica de la teología
liberal pp. 323-5).
La teología evangélica (neo-evangélica;
evangélica radical): A mediados de la década de 1940, un grupo de cristianos
básicamente conservadores, reunidos alrededor del Seminario Fuller y la figura
de Billy Graham, rompió con los fundamentalistas y rechazó ese título. Abogaron
por una teología más centrada y abierta, una ética no legalista sino
fundamentada en convicciones personales maduras, y una nueva preocupación
social. No definían su fe por los dogmas de la ortodoxia y el fundamentalismo
sino, como su nombre indica, se basaban en los hechos salvíficos que son las
buenas nuevas para la humanidad. Se esforzaron escrupulosamente en ser
objetivos y justos con otros teólogos en vez de traficar en caricaturas.[18] Era claramente un fenómeno nuevo en el
escenario teológico.[19]
En 1947 Harold Ockenga, entonces presidente del
Seminario Fuller, acuñó el término de “neo-evangelicalismo” para identificar
este nuevo movimiento. Sin embargo, este título no se impuso y dentro de una
década, más o menos, por razones no muy claras, fue sustituido por “evangélicos
conservadores”.[20] El nuevo apellido correspondía a una
clara derechización del movimiento, en estrecha alianza con el Partido
Republicano, y una cierta vuelta hacia el viejo fundamentalismo. Así en una
medida significativa los “conservative evangelicals”, que ya eran numerosos y
poderosos, eran de hecho “neo-fundamentalistas”, más sofisticados y cultos,
pero bastante parecidos en teología y política.
Frente a ese retroceso surgieron “los evangélicos
radicales” (progresistas) que buscaban recuperar el impulso original del
movimiento y llevarlo más adelante. Estos ampliaron considerablemente la
libertad del pensamiento, dentro de los parámetros de “las sagradas escrituras
y la sana razón” de Lutero o el cuadrilátero de Juan Wesley,[21] Por otra parte, estos evangélicos, en
sus publicaciones, congresos y praxis, han promovido un radical compromiso
social.[22] En su lucha incesante por la justicia,
este movimiento representa una especie de “izquierda evangélica”.
Como el nombre indica, la teología evangélica es la
teología de las buenas nuevas de la vida, muerte y resurrección corpórea de
Jesucristo. Como tal, la teología evangélica no se fundamenta en conceptos
generales de religión ni en nuestro sentimiento piadoso, sino en la acción
histórica de Dios para nuestra salvación, conocida también como el kerigma.
Estas buenas nuevas son el evangelio de Dios (Rom 1:1; 1Ts 2:9) y de Jesucristo
(Mr 1:1; Rom 1:9; de la gloria de Cristo, 2Cor 4:4), el evangelio de la gracia
de Dios (Hch 20:24), el evangelio de la salvación (Rom 1:16; cf Ef 1.13) el
evangelio del reino (Mt 9.35; cf. Hch 28:31) y “buenas nuevas a los pobres”
(Mat 11:5; Lc 4:18). En su conjunto, estas frases descriptivas resumen mucho de
lo que es realmente la teología evangélica. Es una teología desde la fe, en
busca de inteligencia y eficacia.
Los evangélicos damos mucha prioridad a la
normatividad de las escrituras y por eso a la cuidadosa exégesis bíblica,
incluso con el empleo de los métodos críticos de la moderna ciencia bíblica.[23] Tampoco insistimos en la interpretación
literal de los primeros capítulos de Génesis. El libro de Bernard Ramm sobre la
Biblia y la Ciencia abrió el camino hacia nuevos enfoques del tema de la creación,
de modo que la polémica anti-evolucionista no pertenece a la agenda evangélica.[24] De igual manera han liberado la exégesis
del Apocalipsis del literalismo a priori que distorsionaba su interpretación.
En vez de rechazar a priori toda autoridad, los evangélicos persiguen la meta
de “autoridad (las escrituras) sin autoritarismo, tradición (la historia) sin
tradicionalismo, y dogma (la teología) sin dogmatismo”.
A diferencia de los ortodoxos del siglo XVII y los
fundamentalistas del siglo XX, los evangélicos radicales buscan enseñar “todo
el consejo de Dios”, no sólo una agenda polémica reduccionista. Buscan ser
también radicalmente autocríticos, para cuestionar su propia tradición, y
radicalmente honestos para aprender de otras tradiciones y movimientos (p.ej.
de Karl Barth y Oscar Cullmann, pero también Paul Tillich y Rudolf Bultmann).
Busca también ser radicalmente comprometido con la lucha por la justicia, la
paz y la igualdad. Mantiene su identificación con los sectores evangélicos y
pentecostales de la iglesia, esperando en Dios transformarla día a día en una
iglesia más fiel a la Palabra.
Dos movimientos más recientes han enriquecido
nuestro debate teológico. La teología de la liberación, en cuanto teología
autóctona latinoamericana, ha sido en gran medida compatible con la teología
evangélica radical. Muchos de ellos han hecho valiosos aportes bíblicos, pero
otros han incorporado elementos de la teología liberal europea y
norteamericana. Por otra parte, en recientes décadas la Fraternidad Teológica
Latinoamericana ha logrado, y está logrando, renovar el protestantismo
latinoamericano con una dinámica nunca antes vista. Los cinco “Clade” (Congreso
latinoamericano de evangelización) y las publicaciones y diversos ministerios
del Centro Kairós (como por ejemplo el CETI) desde Buenos Aires, nos han
vigorizado y nos han hecho madurar. Es un ejemplo inspirador de lo que se puede
lograr, desde la Palabra de Dios, dentro de la gran comunidad
evangélico-pentecostal.
José Miguez Bonino, con palabras profundamente
conmovedoras, se describió como evangélico y fue miembro de la Fraternidad
Teológica Latinoamericana. “Pero si se trata de definirme en mi fuero interior,
lo que me sale de adentro es que soy evangélico. En ese suelo parecen
haberse ido hundiendo a lo largo de más de setenta años las raíces de mi vida
religiosa y de mi militancia eclesiástica. De esa fuente parecen haber brotado
las alegrías y los conflictos, las satisfacciones y las frustraciones que se
han ido tejiendo a lo largo del tiempo. Allí brotaron las amistades más
profundas y allí se gestaron distanciamientos dolorosos… Si en verdad soy
evangélico o no, tampoco me corresponde a mí decirlo. Ni me preocupa que otros
lo afirmen o nieguen. Lo que en verdad soy corresponde a la gracia de Dios” (Rostros
del protestantismo latinoamericano, BsAs/Grand Rapids 1995, pp. 5-6).
CONCLUSION: Los apelativos
“fundamentalista”. “evangélico” y “liberal” deben entenderse estrictamente
desde su origen histórico. Cada tendencia tiene sus raíces en los siglos
XVI-XIX. El fundamentalismo es una reencarnación de la ortodoxia protestante
escolástica del siglo XVII, mientras la teología evangélica tiene sus orígenes
e inspiración en la Reforma evangélica del siglo XVI, a la cual busca ser fiel
en nuestro moderno contexto tan distinto. La teología liberal, por su parte,
surge del intento de Schleiermacher de responder al moderno escepticismo
racionalista en sus propios términos.
Revisado 30.5.16
[1] Sobre estos términos ver también juanstam.com,
“Soy un radical conservador liberal” (27 marzo 2009) y “Soy un evangélico
católico pentecostal” (28 marzo 2009). Cf, además “Teología evangélica: las
buenas nuevas de la muerte y resurrección de Jesús” www.juanstam.com 1 de abril 2012.
[2] Bajo este término, en su sentido más amplio,
incluimos no sólo a Lutero y Calvino sino también a la Reforma Radical y la
Anglicana, sin desconocer los aportes del movimiento wesleyano.
[3] Los wesleyanos amplían la “sana razón” de Lutero en
el llamado “cuadrilátero wesleyano”: las cuatro fuentes de la teología son las
escrituras, la razón, la tradición y la experiencia. (Según otra formulación,
la fuente definitiva es la escritura, iluminada por la experiencia, la razón,
la tradición y la creación). Las demás fuentes complementan el testimonio
bíblico, pero no pueden contradecirlo. “La norma del cristiano respecto de lo
bueno y lo malo es la Palabra de Dios, los escritos del Antiguo y Nuevo
Testamento…” (Obras de Wesley, Tomo I, Sermón 12, pp. 229-30; citado en
Jorge Bravo, “La teología de Juan Wesley: un reto para el presente”. www.angelfire.com/pe/jorgebravo/teologia1.htm
[4] Por eso José Martí admiraba a Lutero y opinó que todo
amante de la libertad debía colgar un retrato de Lutero en la pared de su casa;
ver “Sobre la teología de los reformadores: unas reflexiones” www.juanstam.com 31 octubre 2011.
[5] Parece que la frase latina fue acuñada por la iglesia
reformada holandesa del siglo XVII, pero describe fielmente la actitud de los
reformadores del XVI.
[6] Entre los teólogos ortodoxos figuran Abraham
Calovius, Johann Gerhard, Francis Gomarus, Amandus Polanus y los tres Turrettini
(abuelo, hijo y nieto: ¡una verdadera dinastía!). Teólogos más abiertos eran
Georg Calixto y Moise Amyraut,
[7] Humanistas del Renacimiento en Italia: Petrarco,
Boccaccio, Lorenzo Valla, Pico della Mirandola. Algunos en Europa del norte:
Juan Reuchlin, Felipe Melanchthon, Juan Colet, Sir Thomas Moro, William Budé y
Erasmo.
[8] En este proceso jugó un papel importante el
pensamiento de René Descartes (1597-1650) e Imanuel Kant (1724-1804). En 1793
Kant publicó La religión dentro de los límites de la mera razón. Era muy
popular el deísmo, más que el ateísmo mismo.
[9] Interesantemente, los moravos introdujeron prácticas
que siguen caracterizando a movimientos evangélicos hasta hoy: grupos pequeños,
predicación fuera de los templos, himnología evangélica más personal,
proyección misionera, etc.
[10] Se puede decir que Schleiermacher centró su teología
en la religión en lugar del evangelio o la revelación
[11] Sobre la teología liberal, especialmente de finales
del siglo XX, son valiosos los escritos de Gary Dorrien de Union Seminary de
Nueva York': “American Liberal Theology” en Cross Currents 55:4, 2005-6
y los tres tomos deThe Making of American Liberal Theology (John Knox
Press)
[12] George Marsden, Understanding Fundamentalism and
Evangelicalism (Eerdmans, 1991), citado enen.wikipedia.org/wiki
Evangelicalism.
[13] Aunque algunos de estos movimientos evangélicos
apreciaban ciertos aportes del pietismo, no compartían su desprecio de la
reflexión teológica y los credos. Estos “evangélicos antes de los evangélicos”
insistían en la fidelidad a las escrituras, la deidad de Cristo y su obra
redentora, la necesidad de una conversión personal y de la santidad. Se oponían
a la ortodoxia muerta y el ritualismo como también a la corriente liberal.
[14] Charles Simeon, que tuvo un gran impacto en
Cambridge, dijo que su tema central era “Jesucristo y éste crucificado”. Con
espíritu evangélico, Heim dijo que la meta de todo su trabajo era “confrontar a
las personas con el Cristo viviente”.
[15] Ver Mark Noll, The Rise of Evangelicalism: The Age
of Edwards, Whitefield, and the Wesleys (IVP 2003).
[16] Es especialmente valioso el libro de Donald W.
Dayton, Discovering an Evangelical Heritage (Descubriendo una herencia
evangélica), Hendrickson 1976 (revisión y quinta impresión 2005).
[17] Otros defectos congénitos del fundametalismo eran el
literalismo, el legalismo y el dogmatismo.
[18] Por esta honestidad de G. Berkouwer, Karl Barth
reconoció su libro, The Triumph of Grace in the Theology of Karl Barth, como
el mejor libro sobre su teología. La misma integridad caracterizó la tesis de
E.J. Carnell sobre Reinhold Niebuhr y los trabajos de evangélicos como P.K.
Jewett, B. Ramm. G. Ladd, R. Mounce y otros. Cf. Stam, “ética y estética del
discurso teológico” en Haciendo teología en América Latina, Tomo I, pp.
23-45.
[19] Igual que los reformadores, este nuevo movimiento
afirmaba el evangelio como buenas nuevas, y (junto con los ortodoxos y
fundamentalistas) sostenía las doctrinas básicas de la deidad de Jesucristo y
su resurrección, pero sin la rigidez escolástica. La espiritualidad de los
neo-evangélicos tuvo raíces en el pietismo y el movimiento wesleyano, y su
ética tuvo antecedentes en el evangelio social de Rauschenbusch.
[20] Este título puede verse como un oxímoron, ya que el
evangelio no implica una mentalidad conservadora. El adjetivo y el sustantivo
se contradicen.
[21] La fascinante historia de las casi ocho décadas de
Fuller Seminary demuestra esa impresionante libertad, dentro de parámetros
evangélicos.
[22] Entre las revistas han sido importantes Sojourners,
The Other Side y The Wittenberg Door. Sus encuentros sobre temas sociales
han sido numerosísimos, comenzando con la consulta de Wheaton (1966), Lausanne
(1974), Wheaton (1983), los Clade y la Red Miqueas en América Latina.
[23] Se destaca el extraordinario aporte de F.F. Bruce a
la exégesis y la teología bíblica, empleando fielmente los métodos críticos.
Cf. el libro de George Ladd sobre la Crítica Bíblica. De hecho, los biblistas
evangélicos han estado entre los mejores de la época moderna.
Fuente: ALCNOTICIAS, 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario