Por. Carlos Martínez García, México
Tal vez lo más doloroso para ella fue haber sido
denunciada por un antiguo correligionario. Anna Hendriks fue martirizada,
como muchas mujeres anabautistas, de forma que revela el encono y ánimo que
caracterizaba a quienes deseaban con vehemencia terminar con las vidas de
quienes consideraban herejes.
Anna, ama de casa y tejedora de lino, tuvo
cierto interés en los círculos anabautistas que conoció en Ámsterdam en 1552.
Dos de sus amigos, con nombres difíciles de pronunciar en español (Aechgen
Jacobsdr y Filistis Ericxdr), fueron capturados por las autoridades y estas
lograron persuadirles para que se retractaran de su simpatía hacia el
anabautismo, todavía no habían recibido el bautismo de creyentes. Anna salió de
Ámsterdam, se dirigió a Franeker, en Frisia, donde se acrecentó el interés por
las comunidades anabautistas. Fue bautizada, contrajo matrimonio secretamente
porque las autoridades no reconocían las uniones de los grupos disidentes de la
confesión religiosa oficial. Ella y su esposo tenían un grupo de estudio
bíblico en su casa, a sabiendas que dicha actividad era considerada ilegal
y podría, de ser descubierta, llevarles a la cárcel.
En 1571 Anna regresó a Ámsterdam. No tardó en ser
reconocida por un informante, quien la identificó por haber sido parte años
antes de la misma célula anabautista en la cual se involucró Anna casi veinte
años antes. Por lo sucedido después de haber sido capturada, es posible deducir
que cuando salió de Ámsterdam, Anna había prometido no regresar y, de hacerlo,
le sería aplicada una pena severa.
Los anabautistas eran considerados peligrosos
para el establishment político/religioso por su negativa a reconocer
la supremacía del Estado y de la Iglesia oficial (fuese esta católica o
protestante) para prohibirles trasladarse de un lugar a otro y residir en él.
Una de sus bases bíblicas que respaldaba la actitud citada era el Salmo 24:1,
“Del Señor es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan”. Si
del Señor eran todos los territorios, ¿por qué entonces, sostenían los
anabautistas, hay quienes prohíben el ingreso a las ciudades y lugares sobre
los que ejercen dominio? Para ellos y ellas era arrogancia el controlar por la
fuerza vidas y propiedades de las personas.
En el transcurso del juicio en su contra, Anna
mostró gran capacidad para defender su causa. Por sus argumentaciones es
factible concluir que ella aprendió bien los contenidos de lo que le enseñaron
en los estudios bíblicos clandestinos que frecuentó en distintos lugares. En
ese tiempo, 1571, Holanda estaba dominada por España. Los funcionarios
religiosos y civiles, no lograron doblegar la entereza de Anna, no pudieron
hacer que delatara a otros y otras anabautistas, por esto la condena contra
ella buscó ser ejemplar, con el fin de atemorizar a quienes integraban las
células anabautistas o tenían cierta atracción por ellas.
La condena dada para terminar bárbaramente con la
vida de Anna consistió en atarla a una escalera, llenarle la boca de pólvora
para evitar que pudiera hablar camino a la hoguera, ya que las autoridades
conocían antecedentes de anabautistas que al ser llevados al lugar de la
ejecución denunciaban la intolerancia de sus perseguidores y repetían
versículos bíblicos, particularmente del Nuevo Testamento, que reprobaban la
violencia y privilegiaban la justicia y la paz. La pólvora en la boca de Anna
para evitar que dirigiera palabras a la multitud fue la forma elegida por las
autoridades para mantenerla callada. A otros anabautistas les inmovilizaban la
lengua con un tornillo.
El sacrificio de Anna Hendriks, el 10 de noviembre
de 1571, en Ámsterdam, quedó ilustrado en uno de los 104 grabados de Jan Luyken
incluidos en la edición de 1685 del Libro de los mártires, el que, como
referí en el artículo anterior, fue escrito por el pastor menonita Thieleman J.
van Bragth y publicado por primera vez en 1660. El ejemplo de Anna también fue
plasmado en un himno escrito poco después de su muerte en la hoguera, que
cantaban los anabautistas menonitas de Holanda como recordatorio del precio
pagado por fidelidad a Jesucristo y su Evangelio.
Fuente: Protestantedigital, 2016
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