Por. Juan Stam, Costa Rica
Ningún libro se escribe en el vacío. El
Apocalipsis, como cualquier otro libro, se entiende bien sólo en estrecha
relación con su contexto.
Se escribió frente a un contexto complejo, que
podemos llamar los múltiples "mundos" de Juan: su mundo político
fue el imperio romano, bajo el emperador Domiciano. Su mundo geográfico
fue la provincia romana de Asia Menor, aunque probablemente nació en Palestina.
Su mundo existencial era la isla penal de Patmos. Su mundo literario
consistió en las escrituras hebreas, la vasta biblioteca de escritos
apocalípticos y rabínicos, y en menor grado los rollos de Qumrán. Su mundo
espiritual, además del Antiguo Testamento, abarcó su ministerio pastoral,
su llamado profético y la vida litúrgica en las comunidades.[2]
De algunas de estas áreas del mundo de Juan hemos
hablado ya, y otras son de por sí evidentes.
El imperio romano a finales del primer siglo:
Después de haber sido una monarquía (753-510 a.C.) y una república (509-31
a.C.), bajo el reinado de Augusto (cuyo nombre propio era Octavio) Roma
se convirtió en imperio (31 a.C-527 d.C.).[3]
Augusto tomó el título de princeps senatus,[4] que
a diferencia de consul no se compartía con otro colega igual ni tenía que
someterse a elecciones anuales. Bajo su larga y muy eficiente administración, concentró
en sus propias manos todo el poder, incluso el de vida y muerte, de guerra
y paz, en Italia y en las provincias. Además, logró una sucesión pacífica del
poder para su hijo adoptivo, Tiberio. Su dinastía duró hasta el suicidio de
Nerón en 68 d.C.[5]
Esas reformas dieron gran estabilidad al imperio e
inauguraron un largo período de pax romana.
En general, esa oferta de paz y prosperidad ganó
mucha simpatía en toda la cuenca del Mediterráneo, pero el precio -el poder
absoluto de las autoridades romanas- fue muy alto y llevó a muchos abusos.
La expansión de Roma se debió a la hábil
combinación de diplomacia cuando era posible, y violencia y crueldad cuando
eran necesarias. Como dijo Tácito, "ellos saquean, masacran y roban, y
lo llaman imperio; producen una desolación y lo llaman paz" (Agrícola
30.6), e imponen "una paz manchada con sangre" (Ann 1.1).
De Herodes, que hizo matar a casi todos sus hijos
como potenciales rivales, el pueblo bromeaba, "es mejor ser el cerdo (hus)
de Herodes que ser su hijo (huios)". La crucifixión de Jesús, y la
ejecución de Pedro y Pablo en Roma, hicieron de la violencia imperial un tema
muy presente en la conciencia de los cristianos.
Una amenaza aún más seria que la persecución,
según la percepción profética de Juan, era la adoración al emperador como a un
dios. Este culto imperial, que ya llevaba una larga historia, era
especialmente fuerte en las provincias orientales.
Ya hemos mencionado en otros artículos el gran
templo al emperador en Éfeso y las presiones sociales de participar en esa
idolatría. Los cristianos fieles pagaban un precio muy alto por no conformarse
a la religión del imperio. Y la amenaza era mucho más grave debido a la
presencia de los
nicolaítas, que pretendían adorar a Cristo y a César a la vez.
Fiel heredero del profeta Elías, Juan planteó la
disyuntiva radical, "O César o Cristo", pero jamás los dos.
Como cristiano, pastor y profeta en este contexto,
era inevitable que Juan hablara sobre el imperio romano a través de su libro.
No debe sorprendernos la presencia enfática de ese
tema; lo sorprendente hubiera sido su ausencia. Estamos acostumbrados a leer
el Apocalipsis sólo espiritualmente, en clave de predicciones. Nos traumatiza
cuando la interpretación del libro trae temáticas políticas, económicas y
sociales, y surge inmediatamente la acusación de estar "politizando"
el evangelio.
Es cierto que el mensaje bíblico no debe
politizarse cuando de hecho no es político, o politizarse más de lo que es.
Pero hay otro error, que es también una infidelidad
exegética, que consiste en "despolitizar" el mensaje bíblico cuando
de hecho es claramente político. Es muy acertado el popular refrán, "Todo
es político, pero la política no es todo".
NOTAS
[1] Revisado enero 2010.
[2] Para más detalle, ver Stam 2005:303-310,
"Los siete mundos de Juan de Patmos".
[3] Augusto gobernó desde 31 a.C. hasta su
muerte en 14 d.C.
[4] Originalmente "princeps"
significaba "primero en la lista de senadores", tanto para presentar
mociones como para discutirlas.
[5] La siguiente dinastía de los flavios
(Vespasiano y sus dos hijos) terminó cuando Domiciano murió sin hijo. Hasta
tiempos modernos, no ha habido un imperio más vasto y duradero. El único rival
serio eran los partos, al otro lado del Éufrates.
Fuente: Protestantedigital, 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario