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martes, 13 de septiembre de 2016

Apocalipsis, Dios, el César y Roma



Por. Juan Stam, Costa Rica
Ningún libro se escribe en el vacío. El Apocalipsis, como cualquier otro libro, se entiende bien sólo en estrecha relación con su contexto.
Se escribió frente a un contexto complejo, que podemos llamar los múltiples "mundos" de Juan: su mundo político fue el imperio romano, bajo el emperador Domiciano. Su mundo geográfico fue la provincia romana de Asia Menor, aunque probablemente nació en Palestina. Su mundo existencial era la isla penal de Patmos. Su mundo literario consistió en las escrituras hebreas, la vasta biblioteca de escritos apocalípticos y rabínicos, y en menor grado los rollos de Qumrán. Su mundo espiritual, además del Antiguo Testamento, abarcó su ministerio pastoral, su llamado profético y la vida litúrgica en las comunidades.[2]
De algunas de estas áreas del mundo de Juan hemos hablado ya, y otras son de por sí evidentes.
El imperio romano a finales del primer siglo: Después de haber sido una monarquía (753-510 a.C.) y una república (509-31 a.C.), bajo el reinado de Augusto (cuyo nombre propio era Octavio) Roma se convirtió en imperio (31 a.C-527 d.C.).[3]
Augusto tomó el título de princeps senatus,[4] que a diferencia de consul no se compartía con otro colega igual ni tenía que someterse a elecciones anuales. Bajo su larga y muy eficiente administración, concentró en sus propias manos todo el poder, incluso el de vida y muerte, de guerra y paz, en Italia y en las provincias. Además, logró una sucesión pacífica del poder para su hijo adoptivo, Tiberio. Su dinastía duró hasta el suicidio de Nerón en 68 d.C.[5]
Esas reformas dieron gran estabilidad al imperio e inauguraron un largo período de pax romana.
En general, esa oferta de paz y prosperidad ganó mucha simpatía en toda la cuenca del Mediterráneo, pero el precio -el poder absoluto de las autoridades romanas- fue muy alto y llevó a muchos abusos.
La expansión de Roma se debió a la hábil combinación de diplomacia cuando era posible, y violencia y crueldad cuando eran necesarias. Como dijo Tácito, "ellos saquean, masacran y roban, y lo llaman imperio; producen una desolación y lo llaman paz" (Agrícola 30.6), e imponen "una paz manchada con sangre" (Ann 1.1).
De Herodes, que hizo matar a casi todos sus hijos como potenciales rivales, el pueblo bromeaba, "es mejor ser el cerdo (hus) de Herodes que ser su hijo (huios)". La crucifixión de Jesús, y la ejecución de Pedro y Pablo en Roma, hicieron de la violencia imperial un tema muy presente en la conciencia de los cristianos.
Una amenaza aún más seria que la persecución, según la percepción profética de Juan, era la adoración al emperador como a un dios. Este culto imperial, que ya llevaba una larga historia, era especialmente fuerte en las provincias orientales.
Ya hemos mencionado en otros artículos el gran templo al emperador en Éfeso y las presiones sociales de participar en esa idolatría. Los cristianos fieles pagaban un precio muy alto por no conformarse a la religión del imperio. Y la amenaza era mucho más grave debido a la presencia de los nicolaítas, que pretendían adorar a Cristo y a César a la vez.
Fiel heredero del profeta Elías, Juan planteó la disyuntiva radical, "O César o Cristo", pero jamás los dos.
Como cristiano, pastor y profeta en este contexto, era inevitable que Juan hablara sobre el imperio romano a través de su libro.
No debe sorprendernos la presencia enfática de ese tema; lo sorprendente hubiera sido su ausencia. Estamos acostumbrados a leer el Apocalipsis sólo espiritualmente, en clave de predicciones. Nos traumatiza cuando la interpretación del libro trae temáticas políticas, económicas y sociales, y surge inmediatamente la acusación de estar "politizando" el evangelio.
Es cierto que el mensaje bíblico no debe politizarse cuando de hecho no es político, o politizarse más de lo que es.
Pero hay otro error, que es también una infidelidad exegética, que consiste en "despolitizar" el mensaje bíblico cuando de hecho es claramente político. Es muy acertado el popular refrán, "Todo es político, pero la política no es todo".
NOTAS
[1] Revisado enero 2010.
[2] Para más detalle, ver Stam 2005:303-310, "Los siete mundos de Juan de Patmos".
[3] Augusto gobernó desde 31 a.C. hasta su muerte en 14 d.C.
[4] Originalmente "princeps" significaba "primero en la lista de senadores", tanto para presentar mociones como para discutirlas.
[5] La siguiente dinastía de los flavios (Vespasiano y sus dos hijos) terminó cuando Domiciano murió sin hijo. Hasta tiempos modernos, no ha habido un imperio más vasto y duradero. El único rival serio eran los partos, al otro lado del Éufrates.

Fuente: Protestantedigital, 2016.

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