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jueves, 8 de septiembre de 2016

El Espíritu y la teología del pluralismo religioso



Por. Faustino TEIXEIRA, Brasil.
Resumen: El aparato magisterial católico continúa anclado en el cristocentrismo inclusivista, autobloqueado, sin avanzar ni dejar hacerlo. El magisterio de los teólogos, por su parte, hace tiempo que viene encontrando caminos y razones para abrirse a la posición pluralista. Una clave decisiva para ello –tomada de la herencia de la Tradición– es la reflexión sobre la actuación del Espíritu dentro de la economía de la creación y de la salvación. La postura cristocéntrica (inclusivista) de la tradición latina de los últimos siglos –desde el Filioque hasta la Dominus Iesus– ha negado al Espíritu una actuación amplia y autónoma, incurriendo en un cristomonismo –denunciado por Oriente– que, en definitiva conduce al sometimiento del Espíritu a otra Persona dentro de la perfecta comunidad trinitaria. El autor pone en valor la reflexión de varios teólogos sobre esta función del Espíritu, que ofrece motivos para superar el bloqueo actual del magisterio y para abrirse a la posición pluralista.
En la introducción a su libro clásico sobre la teología cristiana del pluralismo religioso, Jacques Dupuis señala que el punto de partida de esta reflexión teológica fue "una praxis del diálogo inter-religioso", a partir de la cual trató de buscar una "nueva interpretación cristiana de la realidad religiosa pluriforme"[1]. Y con esa nueva perspectiva, un lugar singular para el Espíritu Santo. En sintonía con una economía más amplia, del Verbo eterno de Dios, la teología del pluralismo religioso está respondiendo positivamente al desafío lanzado por la teología ortodoxa en su crítica a la tendencia cristomonista vigente en la tradición occidental.
El Espíritu y la controversia teológica
El camino fue abierto por San Ireneo, con aquella metáfora hermosa de las "dos manos de Dios" que actúan en el plan salvífico: el Verbo y el Espíritu. Y el Espíritu aquí se entiende en su peculiaridad propia, no estando subordinado al Hijo, ni quedando reducido a una función del Verbo[2]. Sobre la base de esta metáfora, es pertinente hablar de una singular y distintiva actividad salvífica del Espíritu. Incluso estando unido al Logos, el Espíritu trabaja de una manera peculiar, y "sopla donde quiere" (Jn 3,8). En ese sentido, "la presencia salvífica de Dios a través de la Palabra y del Espíritu de Dios no se limita a la historia judeocristiana, sino que se extiende a toda la historia humana, y puede ser percibida principalmente en los libros sagrados, en los rituales, en las enseñanzas morales y en las prácticas espirituales de todas las religiones"[3].
La teología del pluralismo religioso, en su versión católica, tomó también su reflexión de ese desafío lanzado por la teología ortodoxa, pero encontró resistencias concretas en determinados documentos del Magisterio de la Iglesia, sobre todo en la Declaración Dominus Iesus (DI) publicada por la Congregación para la Doctrina Fe (CdF) en agosto de 2000. Cabe mencionar el texto de Angelo Amato, en los Praenotanda de la obra de la CdF, que recoge una serie de documentos publicados por el dicasterio romano[4], en los que señala que la Declaración Dominus Iesus ofrece "un marco de referencia imprescindible para teología de las religiones y el diálogo interreligioso y ecuménico"[5]. Con respecto al tema de la economía del Espíritu Santo, la DI contesta a los que apoyan "la hipótesis de una economía del Espíritu Santo más universal que el Verbo encarnado, crucificado y resucitado" (DI 12). Por lo demás, es lo que se puede ver en varios otros documentos recientes del Magisterio, como la encíclica Redemptoris Missio de Juan Pablo II sobre la permanente validez del mandato misionero[6]. Estos documentos, en general, refuerzan la idea de la centralidad de Cristo, de su unicidad y de su papel singular y universal en la dinámica de la salvación.
El teólogo Jacques Dupuis llamó la atención en repetidas ocasiones sobre este "peligro real", presente en la tradición latina, de una "excesiva concentración cristocéntrica del misterio de la salvación"[7]. Su reflexión teológica insistió en la preocupación por ampliar el horizonte, echando mano de una clave interpretativa fundada en una cristología trinitaria y del Espíritu. Su proyecto no encontró empatía en sectores del aparato magisterial católico, especialmente en la Congregación para la Doctrina de la Fe, y su libro pionero fue finalmente notificado por la CdF en febrero de 2001. En el texto de tal Notificación aparecen varias críticas a aspectos teológicos defendidos por Jacques Dupuis, y en particular a su visión de la dinámica de la revelación en Jesucristo. Lo que destacaron con vigor, fue la complección de la revelación de/en Jesús. En la visión de la CdF, esa revelación ya contiene todo lo necesario para la salvación de todos, y no necesita "ser completada por otras religiones"[8]. El énfasis cristocéntrico de la Notificación es fuerte, e insiste en que es de la mediación fontal de Jesucristo de donde proceden todos los "elementos de verdad y bondad" presentes en las diversas religiones. Lo mismo ocurre cuando se trata de la acción salvífica del Espíritu Santo. Para la CdF, esta acción no puede ser extendida "más allá de la única y universal economía salvífica del Verbo encarnado"[9].
En la obra de Jacques Dupuis publicada después de su muerte[10], él trata de posicionarse tanto con respecto a la Dominus Iesus como respecto a la Notificación de la CdF sobre su libro de teología del pluralismo religioso. A propósito del tema de la acción salvífica del Espíritu Santo, trata de dar respuesta a las consideraciones de la notificación de la CdF, refiriéndose al peso de la cláusula del Filioque[11], introducida en la profesión de fe de niceno-constantinopolitana en el año 381. En su opinión, el Espíritu Santo es el "aliento" de Dios que actúa en toda la historia de la salvación, desde mucho antes de la encarnación histórica del Hijo, pero también después de este acontecimiento, sin que tenga que ser entendido como "necesariamente dependiente" de la comunicación hecha sobre él por el Cristo resucitado a la iglesia y al mundo[12]. Para Dupuis, siguiendo la senda de los Padres orientales, en la Trinidad no puede haber una subordinación del Espíritu Santo.
La singularidad de la acción del Espíritu
La teología cristiana del pluralismo religioso trata de resistir al cristomonismo, haciendo hincapié en un horizonte más abierto, como es el caso de Claude Geffré, que, sobre la base de los Padres de la Iglesia, reconoce "la economía del Verbo encarnado como el sacramento de una economía más amplia, la del Verbo eterno de Dios, que coincide con la historia religiosa de la humanidad"[13]. Y en esta economía, la presencia de la "mano" del Espíritu, que es el "Espíritu de Dios" (Rm 8,9). Esta cuestión fue debidamente tratada por Jacques Dupuis, quien señaló en varias ocasiones la importancia de un camino alternativo al cristomonismo. Para el teólogo belga, el Espíritu no puede reducirse a una "función" de Cristo; por el contrario, el Espíritu ejerce una acción distinta "en virtud de su distinta identidad personal". Antes y después del acontecimiento de Cristo tiene lugar una acción de su aliento de vitalidad, en favor de la acción salvífica[14].
Otro teólogo jesuita, Roger Haight, avanzó en esta reflexión, proponiendo el camino de una cristología del Espíritu. Su osadía fue aún mayor, al poner en cuestión la constitutividad salvífica universal de Jesucristo[15]. En su opinión, "Jesús es constitutivo y causa de la salvación de los cristianos[16], por ser el mediador de la conciencia cristiana de la vida en el Espíritu. Pero Jesús no es constitutivo de la salvación en términos universales"[17]. Se abre así el camino para mostrar la operatividad salvífica del Espíritu, fuera incluso de la esfera cristiana, lo que apunta a la presencia de otras mediaciones de Dios. Si en el cristianismo esta mediación se lleva a cabo a través de una persona, en otras religiones puede darse de forma diferente: mediante una praxis, una enseñanza, un libro o un acontecimiento[18]. Y esta percepción no perjudica ni disminuye el significado atribuido por el cristiano a la dinámica de la salvación. Como mostró Haight, "la experiencia cristiana de lo que Dios ha hecho en Jesucristo no parece resultar disminuida al reconocer al verdadero Dios actuando en otras religiones"[19]. Todo esto, más bien, simplemente corrobora la "lógica del amor infinito de Dios."
La acción singular del Espíritu en el plan de salvación se reconoce admirablemente en el documento Diálogo y anuncio, tal vez el documento del magisterio de la Iglesia Católica más amplio y abierto sobre el tema. En uno de sus pasajes más contundentes, el documento subraya la manera distinta como puede proceder el misterio de la salvación, por "caminos sólo por Dios conocidos" gracias a la acción misteriosa del Espíritu. Si para los cristianos la respuesta es dada al acoger a Jesús, para otros esa respuesta puede producirse mediante la "práctica de aquello que es bueno en sus propias tradiciones religiosas y siguiendo los dictados de su conciencia"[20].
La acogida auténtica de la acción del Espíritu, de su aliento renovador, tiene un significado muy especial para el diálogo entre las religiones y espiritualidades, en la medida en que favorece el reconocimiento de la dignidad de la diferencia. Activar el Espíritu es hacer acontecer y brillar la trinitaria simbólica, como sugirió el gran teólogo dominico Christian Duquoc. El Espíritu es el que hace sonar la inquietud y el susurro de lo plural, integrando las diferencias en una gran sinfonía. Es necesario romper con la tendencia todavía vigente en cierta teología cristiana a entender la diferencia como "indigna de Dios", haciendo hincapié exclusivamente en una lógica de la igualdad. El reto va en otra dirección, es decir, en la dirección del reconocimiento de la singularidad del cristianismo sin borrar o disminuir la positividad de las diferencias religiosas. El reconocimiento del valor del cristianismo debe darse sin desconsiderar la "exterioridad positiva" que prevalece en su relación con Dios a través de Jesucristo. En otras palabras, el compromiso que el cristiano experimenta en su relación con Dios a través de Jesucristo no elimina ni eclipsa los rasgos misteriosos de la presencia de Dios, que actúa de forma diferente en cada lugar.
No hay límites para la acción del Espíritu. Su operatividad no afecta sólo a los individuos, sino también a la historia, las culturas y religiones, haciéndose presente en todas las dinámicas de la creación[21]. En un fragmento de sabor rahneriano del decreto Ad Gentes del Vaticano II, se habla de "verdad y gracia" presentes entre los pueblos[22], como una acción combinada del Verbo de Dios y de su Espíritu. En opinión de Jacques Dupuis, esta reflexión resultó ser "un pequeño paso para llegar al reconocimiento de una función mediadora de las religiones cuando comunican a sus respectivos miembros la oferta de gracia y salvación de Dios, y al dar expresión a la respuesta positiva de sus miembros al don gratuito que Dios hace de sí mismo"[23]. Esta presencia de "verdad y gracia" también en las religiones no puede ser reducida a un mero "marco de espera", o a un "germen" que sólo encontrará su complemento o su consumación en la revelación cristiana. Estos dones son "beneficios más amplios y autónomos"[24].
El Espíritu y las religiones
En la historia de las relaciones de Dios con los pueblos, culturas y religiones hay señales singulares de vitalidad, así como de presencia de la gracia, que desbordan lo que ocurre solamente en la tradición cristiana. Es lo que mostró pertinentemente el teólogo Edward Schillebeeckx:
Hay más verdad (religiosa) en todas las religiones en su conjunto, que en una sola religión, lo que también se aplica al cristianismo. Hay por tanto aspectos verdaderos, bueno, bellos –sorprendentes– en las múltiples formas (presentes en la humanidad) de alianza y de entendimiento con Dios, formas que no encuentran lugar en la experiencia específica del cristianismo[25].
Es en el profundo diálogo con las diferentes religiones donde ese rasgo novedoso del Espíritu puede ser captado, favoreciendo la percepción de "nuevas dimensiones" de la fe, que escapan a una visión particularizada. El diálogo no provoca el debilitamiento de la fe, sino la posibilidad concreta de su profundización[26]. Sin duda, otras religiones proporcionan y median la presencia de Dios como Espíritu, y las ricas experiencias de diálogo en curso muestran pertinentemente la posibilidad abierta a los cristianos de captar "con mayor profundidad ciertos aspectos, ciertas dimensiones del misterio divino, que habían percibido con menor claridad y que fueron comunicados con menor claridad por la tradición cristiana"[27].
La gran mística y buscadora Simone Weil decía que la atención "es la forma más rara y más pura de la generosidad". Sin duda, el camino de la apertura al otro pasa necesariamente por este toque de atención, que también implica la necesidad de un "contacto cercano" para un aprendizaje más enriquecedor. Es esta atención la que se requiere de los cristianos que buscan entender el mundo de otras tradiciones religiosas. Dejar de atender a ello es perder la posibilidad de captar los signos de los tiempos y los dones del Espíritu. Y todavía más grave sería dejar que se pierda la comprensión del Dios que está presente en toda la creación[28].
La acción del Espíritu que tiene lugar en las religiones destaca otro elemento fundamental que es la preservación de un inacabamiento. La historia y la religión están siempre bajo la reserva escatológica Dios. El verdadero conocimiento de Dios choca con el don de su Misterio. Como indicó Haight,
>ni Jesús ni el cristianismo median una posesión plena de Dios. Sin un sentido del Misterio trascendente de Dios, sin el sano sentido agnóstico de lo que en realidad no sabemos acerca de Dios, no se esperará conocer más de él a partir de que lo que nos fue transmitido a los humanos a través de otras revelaciones y religiones[29].
El Espíritu es un don precioso que accede al camino de la verdad, pero "no otorga su posesión". Tiene siempre la característica esencial del inacabamiento. La promesa del Espíritu nunca puede ser totalizada por ninguna religión, por ninguna iglesia ni por algún dogma. Nada más peligroso que olvidar de este rasgo. Como indicó Duquoc, "cuando los testigos institucionales del Evangelio, las iglesias, olvidan este inacabamiento estructural y hablan, actúan y deciden como si estuvieran ya al final del proceso histórico, el Espíritu inspira la resistencia contra tal pretensión"[30]. Nada más problemático que arrogarse el dominio y la posesión de la verdad de Dios. Es el Espíritu, con su aliento de libertad, quien suscita la imprescindible reserva kenótica, manteniendo vivo el "vacío" que impide la "organización y la conexión de los fragmentos" que reflejan la presencia de las religiones. Su acción desveladora siempre ocurre con retraimiento.
El Espíritu y su Misterio garantizan la permanencia de las equivocaciones y los tanteos en la búsqueda de la verdad, ese inacabamiento esencial. Es él quien impide el dominio de la hybris, la arrogancia, recordando siempre a los humanos el riesgo de sobrepasar el dominio finito. En el ámbito del cristianismo,
Cristo se revela humano incluso en el hecho de no poner a disposición de sus discípulos la verdad total antes de tiempo. La verdad sólo se alcanza por fragmentos, y es negada desde el momento en que sus testigos piensan que están en el término y pretenden ejercer un juicio acerca de nuestros tiempos sin terminar como si gozasen del conocimiento pleno de Dios. De manera realmente admirable el espíritu ha sido confiado y siempre es garantizado a los discípulos de Cristo para que renuncien a todo saber absoluto y participen en la búsqueda tan embriagante como dolorosa de la verdad[31].
Ante el Sin Nombre, las representaciones son siempre precarias y cambiantes. Y el Espíritu siempre renueva esta memoria imprescindible. Algunas tradiciones religiosas, como el budismo, apuntan pistas interesantes a este respecto, en el sentido de recordar a sus seguidores la importancia de "renunciar a las figuraciones para entrar en el despertar". Es constante invocación de la "nada" y el "vacío" para indicar que el presente en su profundidad no tiene todavía un contenido definido, siendo por eso tan importante el perfeccionamiento de una práctica espiritual humilde, paciente y permanente. Se aceptan las representaciones, pero siempre sometidas al discernimiento, en cuanto que son obstáculos para la "serenidad luminosa"[32].

Notas bibliográficas
[1] Jacques DUPUIS. Rumo a uma teologia cristã do pluralismo religioso. São Paulo: Paulinas, 1999, p. 36.
[2] Paul EVDOKIMOV. L´Esprit Saint dans la tradition ortodoxe. Paris: Cerf, 1969, p. 88-89. Véase también: Jacques DUPUIS. Perché non sono erético. Teologia del pluralismo religioso: le acuse, la mia difesa. Bologna: EMI, 2014, p. 143; Jacques DUPUIS. O cristianismo e as religiões. Do desencontro ao encontro. São Paulo: Loyola, 2004, p. 228.
[3] Peter PHAN. Salvação universal, identidade cristã, missão da Igreja. IHU-Notícias, 15 de outubro de 2009.
[4] CONGREGATIO Pro Doctrina Fidei. Documenta inde a Concilio Vaticano Secundo – Expleto Edita (1966-2005). Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2006.
[5] Ibid., p. 8.
[6] JOÃO PAULO II. Sobre a validade permanente do mandato missionário – Carta encíclica Redemptoris Missio. Petrópolis: Vozes, 1991. Véase el número 29. El papa subraya que el Espíritu no puede ser entendido como una “alternativa a Cristo”. También: COMISSÃO Teológica Internacional. O cristianismo e as religiões. São Paulo, Loyola, 1997, n. 58. En sintonía con la DI, el texto de la Comisión es claro: “No se puede, por tanto, pensar en una acción universal del Espíritu que no esté en relación con la acción universal de Jesús”.
[7] Jacques DUPUIS. Perché non sono eretico, p. 90.
[8] CONGREGATIO Pro Doctrina Fidei. Documenta..., p. 550 (II 3).
[9] Ibid., III, 5.
[10] Jacques DUPUIS. Perché non sono eretico (2012).
[11] La cláusula dice: “Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo”. En la fórmula del texto griego, firmada en el Primer Concilio de Constantinopla, sólo se lee que el Espíritu Santo procede “del Padre”. En la visión de los católicos ortodoxos, ese añadido resulta insostenible.
[12] Jacques DUPUIS. Perché non sono eretico, p. 144.
[13] Claude GEFFRÉ. Crer e interpretar. A virada hermenêutica da teologia. Petrópolis: Vozes, 2004, p. 165.
[14] Jaques DUPUIS. O cristianismo e as religiões, p. 228.
[15] Tesis que fue contestada en la Notificación de la CdF al libro de Roger Haight, en diciembre de 2004: CONGREGATIO Pro Doctrina Fidei. Documenta..., p. 626. Para la CdF, tal tesis estaría negando la “misión salvífica universal de Jesucristo”.
[16] Esta opinión de Roger Haight es compartida por Edward Schillebeeckx, para quien Jesucristo es mediador “de la salvación específicamente cristiana”: Roger HAIGHT. O futuro da cristologia. São Paulo: Paulinas, 2008, p. 104. Pero también  Cristo orienta siempre a sus fieles “hacia Alguien Otro, cuyo nombre es indecible”: Christian DUQUOC. O único Cristo. A sinfonia adiada. São Paulo: Paulinas, 2008, p. 92-93.
[17] Roger HAIGHT. Jesus símbolo de Deus. São Paulo: Paulinas, 2003, p. 523.
[18] Ibidem, p. 477. Así, las religiones pueden mediar la gracia salvífica de Deus. En ese sentido, como mostró Haight, sería incorrecto decir que “toda gracia de Dios es gratia Christi”, ya que esta expresión revela una “especulacion inconsistente e innecesaria, si se mira contra el telón de fondo de la historicidad”: Ibid., p. 474 (n. 25).
[19] Roger HAIGHT. Jesus símbolo de Deus, p. 474.
[20] PONTIFÍCIO Conselho para o Diálogo Inter-religioso. Diálogo e anúncio. Petrópolis: Vozes, 1991, n. 29. Para el complejo y tenso proceso que condujo a la redacción final de ese documento, cf. Jacques DUPUIS. A Theological Commentary: Dialogue and Proclamation. In: William R. BURROWS (Ed). Redemption and Dialogue. New York: Orbis Books, 1993, p. 119-158 (en particular  p. 136-137).
[21] JOÃO PAULO II. Sobre a validade permanente do mandato missionário – Carta encíclica Redemptoris Missio. Petrópolis: Vozes, 1991, n. 28.
[22] ENCHIRIDION Vaticanum. Documenti ufficiali del Concilio Vaticano II – 1962-1965. 15 ed. Bologna: EDB, 1996, p. 1081 (AG 9).
[23] Jacques DUPUIS. Rumo a uma teologia cristã do pluralismo religioso, p. 442.
[24] Ibidem, p. 529. Esa tesis de Dupuis fue igualmente contestada por la CdF, en la Notificación sobre su libro. En la visión del dicasterio romano esos elementos de “verdad y gracia” derivan, en realidad, de la “mediación fontal de Jesucristo”: CONGREGATIO Pro Doctrina Fidei. Documenta..., p. 550 (II 4). Nuevamente el cristocentrismo en acción.
[25] Edward SCHILLEBEECKX. História humana revelação de Deus. São Paulo: Paulus, 1994, p. 215. Y también: Jacques DUPUIS. Rumo a uma teologia cristã do pluralismo religioso, p. 529.
[26] PONTIFÍCIO Conselho para o Diálogo Inter-religioso. Diálogo e anúncio, n. 50.
[27] Jacques DUPUIS. Rumo a uma teologia cristã do pluralismo religioso, p. 521. R. HAIGHT, Jesus símbolo de Deus, p. 477.
[28] Gavin D’COSTA. Cristo, Trinità e pluralità religiosa. In: ID. (ed.). La teologia pluralista delle religioni: un mito?  Assisi: Cittadela Editrice, 1994, p. 96-9. Como destacó Haight, “las personas que no consiguen reconocer la verdad salvífica de otras religiones pueden estar operando sin saberlo con una concepción de Dios distante de la creación”: Roger HAIGHT. Jesus símbolo de Deus, p. 479.
[29] Roger HAIGHT. Jesus símbolo de Deus, p. 479.
[30] Christian DUQUOC. O único Cristo, p. 154.
[31] Ibid., p. 155.
[32] Ibid., p. 91-92.

PPCIR/UFJF
Ponencia presentada en el Congreso de la SOTER,
Belo Horizonte, julio 2016

Fuente: ServicioKoinonia

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