Creo en el Dios de quien dan testimonio las Escrituras Bíblicas.
Creo en el Dios que, al crear el mundo y sostenerlo día tras día, nos muestra cuán maravillosa es su Creación y cuánto esfuerzo debemos hacer por cuidarla.
Creo en Yavé o Jehová, el Dios de Israel, que se presentó de diversas maneras en la historia de Israel mediante personas como Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Esaú, y la familia de Jacob con sus mujeres e hijos, patriarcas de Israel; se reveló también en Egipto al pueblo de Israel en la persona de Moisés, hermano de Aarón y María o Myriam. Después fue conocido por Josué y hubo jueces o caudillos en la tierra de Israel que administraron justicia en nombre de Dios, como Débora y Barac, Gedeón, Jefté, Sansón y otros. Posteriormente, en el largo tiempo de los reyes de Israel, tanto en Jerusalén como en Samaria, e inclusive después de ese tiempo, Dios inspiró a profetas que predicaran en su nombre para señalar la justicia política, la justicia económica, la justicia liberadora para los pobres y oprimidos, el juicio de Dios a los opresores y la esperanza en un futuro más solidario, compartido y justo. Son los profetas Elías, Eliseo, Amós, Oseas, Isaías y muchos otros.
Creo en el Dios que se hizo a sí mismo historia humana en Jesús de Nazaret.
Creo en Dios quien se reveló a José y María para traer la esperanza definitiva para Israel y el mundo, para aquel entonces y para siempre.
Creo en el Dios que eligió a un pueblo para mostrar a todos los pueblos de la tierra que es posible vivir como comunidad de hermanos y hermanas.
Creo en el Dios que tocó el corazón de los pastores de Belén para que se acercaran hasta Jesús y encontraran en Él a Dios en persona humana, Dios niño, el Jesús que nace a la manera humana para que todos nosotros experimentemos el toque de Dios en nuestros corazones.
Creo en el Dios que, a través del estudio de unos sabios de Oriente, puso en movimiento hasta Belén a aquellos estudiosos lejanos, quienes pudieron reconocer el comienzo de una nueva etapa en la historia por la estrella que los guió hasta Jesús.
Creo en Dios, quien inspiró a escritores bíblicos del Antiguo y el Nuevo Testamento, para que dieran testimonio de la historia y de la acción de Dios en ella, testimonio de la esperanza de un pueblo y la ley necesaria para existir como tal, testimonio de la fe de los líderes y particularmente testimonio sobre la persona de Jesús de Nazaret.
Creo en el Dios que se manifestó en Jesús de manera única y especial, pero no para inmovilizarnos en nuestros pecados, injusticias, fracasos y culpas, sino para ser liberados por amor y para amar libremente con todas nuestras fuerzas, nuestra mente y nuestros sentimientos.
Creo en el Reino de Dios, por el cual Jesús predicó, enseñó, curó, amó y sufrió, Reino por el cual Jesús fue matado en una cruz por los poderes que se oponían a ese reino; Reino de vida justa, solidaria, fraterna, liberadora; Reino de libertad y esperanza; Reino para nosotros y para toda aquella persona que se identifique con Jesús; Reino para ahora y para mañana, para los que ya partieron y para quienes vendrán a sumarse a esta marcha; Reino que es de Dios pero para los humanos, no sólo para la Trinidad divina; Reino para el presente y el futuro, para aquí donde vivo y para allá donde viven mis semejantes que no conozco; Reino que Jesús tomó tan en serio que lo convirtió en su meta, su sueño, su esperanza y su forma de vida; Reino que fue el método práctico de Jesús para profundizar la vivencia, el sentido y la enseñanza del Pueblo de Dios.
Creo en que Dios, mediante Jesús y su Espíritu, puso en marcha el movimiento de Jesús llamado Iglesia, la comunidad de los seguidores y seguidoras de Jesús. Este movimiento se materializa en instituciones que llevan distintos nombres, pero el único nombre que realmente importa es el de Jesucristo.
Creo en la presencia permanente del Espíritu Santo, el cual obra a pesar de nuestros pecados, olvidos, injusticias, debilidades, temores, caídas, individualismos, descuidos con la Creación y descuido de los más pobres, sufrientes y desesperanzados.
Creo en el Espíritu Santo porque creo en la acción presente de Dios a través de su Palabra predicada, enseñada, compartida, testimoniada, buscada, querida, reencontrada una y otra vez. Creo en el Espíritu Santo que puede consolar a los enfermos y dolidos con nuestras palabras o sin ellas, con nuestras mejores oraciones y con las más sencillas, con nuestra presencia y también con nuestros silencios, con nuestros abrazos y gestos sinceros.
Creo en el Dios que sigue buscando a los manifiestamente pecadores, a los injustos, a los rebeldes y egoístas, para que se arrepientan y cambien de vida.
Creo en el Dios poderoso que puede obrar mucho más de lo que imaginamos, inclusive en nosotros mismos.
Creo en Dios, quien puede reconciliar a la humanidad para la vida en la justicia y en la paz, a fin de que podamos superar odios irracionales, violencias manifiestas o encubiertas, guerras declaradas o meramente ejecutadas, rencores ancestrales, rivalidades ciegas, silencios cómplices y miedos que paralizan para no ejercer la justicia.
Creo en Dios, Señor de la historia, del presente y del futuro, aunque no todos lo reconozcan, quien tiene el poder en sus manos para el bien. Triunfará finalmente su Reino, Jesucristo será estimado en su justa medida por muchas personas más y su Espíritu será derramado en niños, jóvenes, varones y mujeres, adultos y ancianos, pobres y ricos, enfermos y sanos.
Creo en el Dios que guía a su Iglesia, la cual, aunque fragmentada, busca en oración la unidad en Cristo, unidad encontrada ya en el testimonio bíblico compartido, unidad en esperanza, unidad invisible pero anhelada, unidad en medio de las diferencias reales de las diversas comunidades cristianas, unidad en la práctica común del servicio a los pobres, los indigentes, los migrantes, los violentados, las familias desunidas, los niños de la calle, los adolescentes y los jóvenes que se drogan.
Creo en el Dios bíblico, presente en Jesús de Nazaret y presente en su Iglesia, tan real e histórico como lo fue Jesús y más eterno que el universo.
Creo el Dios que no abandona a la humanidad a vivir en la desgracia ni en desesperanza ni en el caos, pues nos da la oportunidad de encontrarnos con el mensaje de Jesús, de aceptar libremente la propuesta y la meta del Reino de Dios, y de participar en la comunidad de su Iglesia.
Creo en el Dios que trae esperanza a la humanidad, y esta esperanza me da la certeza de permanecer para siempre con Dios, tanto en esta vida como después, en la memoria eterna del Creador.
Álvaro Michelin Salomon Montevideo, Uruguay.
Fuente: Red de Liturgia de CLAI
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