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martes, 16 de diciembre de 2008

Influencias protestantes en la sociedad argentina

Por Hilario Wynarczyk*


La llegada

Desde la primera mitad del siglo XIX, con sus templos (cercanos al puerto, los edificios del gobierno, la Catedral Católica y los bancos) el protestantismo modificó la fisonomía de Buenos Aires. Acompañando la entrada de trabajadores inmigrantes, sus iglesias ocuparon después espacios en poblaciones del interior. Ambos fenómenos comparten un vértice: los políticos liberales y tratados de “amistad y comercio” con gobiernos europeos los hicieron posibles. Desde fines del siglo XIX, comenzaron a llegar los misioneros. ¿Qué sucede hoy? Para responder necesitamos definir el objeto, pues el conglomerado de las iglesias – usamos indistintamente los vocablos “protestantes” y “evangélicas” – es un conjunto con denominadores comunes e intereses divergentes, de donde surgen tensiones. En el presente artículo esbozaremos una clasificación escueta.

Agrupados pero diferentes

Existe un primer conglomerado (grupo 1: históricos liberacionistas) de iglesias derivadas del protestantismo luterano, calvinista y anglicano, hermanadas en la FAIE, Federación Argentina de Iglesias Evangélicas. Un segundo conglomerado (grupo 2: evangelicales) deriva de la Reforma Radical, apenas posterior a la de Lutero y Calvino; su principal federación es ACIERA, Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina. El tercer conglomerado (Grupo 3: pentecostales) converge en FECEP, Federación de Congregaciones Evangélicas Pentecostales. Cabe diferenciar en el tercero, mediante una clasificación técnica proyectada desde la perspectiva sociológica (esta perspectiva no emerge desde las propias iglesias), a los pentecostales clásicos (grandes redes como la Unión de las Asambleas de Dios, UAD), neoclásicos (nuevas redes locales como ALID, Asociación la Iglesia de Dios) y neopentecostales (Visión de Futuro, Catedral de la Fe, Rey de Reyes, Presencia de Dios, y otras).

Un cuarto cinturón, la Iglesia Universal del Reino de Dios, a rigor debería llamarse “para-pentecostalismo”. Las federaciones mencionadas no la incluyen. Por fin, los grupos 2 y 3 forman el agregado de los “conservadores-bíblicos”: el de crecimiento más vigoroso. Los Grupos 1, 2 y 3 son escalones de la institucionalización del concepto de “poder del Espíritu” y las señales que lo siguen y constatan.

Huellas de la Reforma

Ahora hablaremos de marcas en la sociedad argentina, desde mi perspectiva. La primera de ellas es demográfica; los evangélicos abarcan entre un 10% y un 13% de la población del país. En Buenos Aires, en barrios de clase media, media-alta y alta, permanecen por debajo del 4 % de la población. En segmentos inferiores del Conurbano Bonaerense, pueden sobrepasar el 20%, debido a la presencia de los pentecostales, mayoritaria entre los evangélicos. Desde sus orígenes en Texas, California y Kansas, estos cristianos fervorosos se multiplican a lo largo de líneas de clase y color. Pero las cifras dicen más. Los evangélicos concurren regularmente a los templos, en tanto que los católicos practicantes serían, en promedio, el 5% del país. Ahora bien, sólo a partir de la vuelta a la democracia (1983), el avance evangélico constituyó un caso notable de expansión religiosa, o una salida a la superficie y la continuación incrementada de un movimiento “latente” en la dictadura de 1976-1983.

La segunda marca emerge desde territorios subterráneos. En las cárceles, los evangélicos alcanzaron un reconocimiento por parte del Estado argentino, especialmente la provincia de Buenos Aires. Allí convirtieron pabellones completos en “iglesias” (paradigmático es el penal de Olmos). En la provincia de Santa Fe los presos evangélicos ayudaron a frenar guerras entre reclusos, signadas por matanzas de horrible barbarie. La tercera marca, siempre en mi opinión, surge de la teología, bastante libre del canon académico superior. El paradigma de la conquista (visible todavía en las prácticas virreinales -y por cierto muy hermosas- de las cofradías limeñas que desfilan en Semana Santa), se construye alrededor del hombre roto, el Cristo matado, que yace en un lecho o en los brazos de la madre. El Mesías víctima, consuelo de las víctimas, atraviesa la cristiandad latinoamericana.

En el paradigma pentecostal y aún más en el neopentecostal, Jesucristo es victorioso. Dueño de lo que existe, el Resucitado constituye a sus hijos en herederos, les da una misión y les insufla “poder del Espíritu” para “discernir” la Palabra, profetizar en lenguas, sanarse, prosperar (y entrar en adopción a una familia de nacidos de nuevo). Como religiosidad pragmática, procura impactos reales, pues Cristo vive y obra (es la idea opuesta al cesasionismo: los milagros cesaron con la edad bíblica). Conexo a ese sistema de creencias, se encuentra la cuarta marca: el desarrollo de una industria cultural evangélica. Librerías, periódicos, bandas de rock, festivales, televisión, radio, libros de liderazgo y multiplicación, pastores-estrella y parejas pastorales. Aquí sobresale Bernardo Stamateas. Sus libros de consejería alcanzan tiradas nacionales de la industria editorial secular, y trascienden el perímetro del campo evangélico.

Por un camino paralelo y anterior, las iglesias histórico-liberacionistas desarrollaron asimismo una industria educativa en la que se destacan, con su capital histórico, el Colegio Ward y más recientemente la universidad Centro Educativo Latinoamericano (metodista) en Rosario. (También los adventistas, que no pertenecen a las federaciones evangélicas, manejan una universidad en la provincia de Entre Ríos, una red de sanatorios y programas de vida sana y abandono del tabaco.)La quinta marca tiene que ver con la conversión de los aborígenes tobas. El significado mayor de su pentecostalización es cívico, por lo cual volveremos a mencionarlo. En las iglesias los tobas encontraron un medio institucional para desarrollar liderazgos nuevos, y un puente para negociar (ya desde la década del 40) con el partido peronista y el gobierno del Chaco.

La sexta marca tiene que ver con la sociedad civil y los procesos de democratización. Desde la década del 60 los históricos liberacionistas trabajaron en el desenvolvimiento de ONGs para los pobres. El trabajo sanitario de la Junta Unida de Misiones (JUM) y de redes sociales entre los tobas es conocido en el Chaco. La JUM respetó su pertenencia pentecostal. Luego, los históricos liberacionistas jugaron un papel en la defensa de los derechos humanos durante la dictadura de 1976 a 1983. En 1994 el decano de sus intelectuales José Míguez Bonino, teólogo metodista, desde una coalición de centroizquierda, obtuvo un cargo de congresista para la reforma constitucional de 1994, tras admitir la conveniencia de actuar en política para este fin específico.

Igualdad y participación

Los evangélicos desarrollaron, in crescendo desde 1993, procesos de protesta por la igualdad religiosa y por una ley de culto (nunca modificada, pese a todo), en reemplazo de la que sancionó la última dictadura. En esta fase, que alcanzó su auge en 2001, el motor se encontraba entre los conservadores bíblicos (grupos 1 y 2). El interés común superó las contradicciones del grupo 1 con los grupos 2 y 3, tejidas alrededor del compromiso social versus el “encuentro personal con Jesucristo”. Los históricos liberacionistas adhirieron decididamente. Más tarde, a raíz de contrastes en bioética y temas afines, las distancias volverían a magnitudes previas, pero nunca a la brecha dada entre los 60 y 80.Desde 1981/1982 algunos evangélicos quisieron crear partidos, con miras a la apertura política de la nación (1983). En los 90 ganaron decenas de miles de votos; insuficientes, no obstante, para llegar a los cargos. En su camino el proyecto cruzó territorios contrastantes. En 2001 expiró. Por fin, una agrupación se presenta ahora como de evangélicos afines al gobierno kirchnerista; y Catedral de la Fe desarrolla un programa educativo mediante conferencistas invitados – Roberto Lavagna, por ejemplo – notables en la escena política. Ambos fenómenos son recientes. No alcanzamos a evaluarlos.+ (PE)

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*El autor es doctor en Sociología. Miembro fundador del CALIR, Consejo Argentino para la Libertad Religiosa. Fue asesor de la Secretaría de Culto entre 1999-2001. Miembro de RELEP, Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales, y ACSRMS, Asociación de Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur.

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