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viernes, 19 de diciembre de 2008

La base ética de José, hijo de Jacob

Por. Wenceslao Calvo*
Entre las grandes civilizaciones de todos los tiempos destaca la de Egipto, que está asociada indisolublemente con las pirámides. Pero además de pirámides esa civilización nos ha legado muchas otras cosas de valor que han llegado hasta nuestros días. Una de ellas es la escritura, cuya muestra suprema sería el jeroglífico, al que se ha definido como ´el sistema de escritura más bello jamás empleado.´
Una derivación de la escritura jeroglífica es la hierática, en la que ´se han simplificado los signos para proporcionar una fácil reproducción en contextos no monumentales. Fue el sistema de escritura administrativo y del comercio de Egipto a través de la mayor parte de su historia y también fue empleado para registrar documentos de naturaleza religiosa, científica y literaria.´(1) Un tipo de obras en escritura hierática que han llegado hasta nosotros es la que podríamos denominar sapiencial o de sabiduría. Es sabido que en el mundo antiguo la sabiduría era altamente apreciada ocupando el sabio un papel fundamental, junto al sacerdote y al profeta, en la estructura de la sociedad. Mientras que el sacerdote se ocupaba de las relaciones entre la divinidad y los seres humanos y el profeta o vidente de desentrañar el presente y vislumbrar el futuro, el sabio tenía como competencia principal las realidades de esta vida. De esa manera florecerá en Egipto ese tipo de literatura, de la cual una muestra sería la obra denominada Enseñanza de Ptahhotep, escrita en hierático hacia el 2.450 a. C. Es un tratado en el que el visir Ptahhotep da consejos a su hijo para que tenga éxito en la vida, como el que dice: ´Cuando seas invitado a comer en casa de un hombre que es tu superior… no levantes del suelo la vista hasta que tu huésped se digne saludarte y no hables más que cuando te dirija la palabra. Ríe cuando él ría; eso agradará a su corazón y apreciará tu comportamiento.´(2) Hay otros textos de contenido más superior, pero en los que la ética y la moralidad tienen como último fin la consecución de resultados. Es decir, detrás de la piedad y la bondad siempre bulle un motivo personal de prosperidad y éxito profesional.
Cuando nos preguntamos sobre las normas éticas de aquel modelo de gobernante que fue José, inmediatamente surge la pregunta: ¿De dónde proceden? ¿Cuál es la fuente de la integridad de su conducta en asuntos privados y públicos? ¿De dónde vino la motivación y la persuasión para que fuera la clase de hombre que fue? ¿De las normas éticas de su tiempo? Tal vez es posible, como José vivió varios siglos después de que la Enseñanza de Ptahhotep hubiera sido escrita, que conociera la obra y que ejerciera una influencia provechosa en su vida. O también que otras obras egipcias de carácter sapiencial fueran determinantes en su formación. Esa podría ser una respuesta a esas preguntas; una respuesta que para muchos significaría que, a fin de cuentas, José simplemente fue un fruto selecto de la cultura y ambiente de su tiempo. Pero tenemos que ir poco a poco y con cuidado antes de llegar a esa conclusión. Porque resulta que José no era el hijo de ningún visir ni de ningún potentado, a los cuales iban destinadas tales obras pedagógicas. Tampoco nació ni se crió en Egipto, sino que cuando su personalidad ya estaba formada fue llevado, contra su voluntad, allí. Por lo tanto, no se sostiene que él debiera sus principios morales a las pautas egipcias de su tiempo. Por otra parte su grandeza moral no comienza en el momento en el que sale de delante de Faraón, convertido en el segundo de Egipto. No necesita ponerse al día éticamente, ahora que ocupa un cargo tan importante, para no meter la pata ni hacer cosas impropias para un personaje público. No precisa hacer un rápido cursillo de iniciación moral, tras su permanencia en una hedionda cárcel, para estar a la altura de las circunstancias en el ambiente más selecto de la corte.
Las pautas morales de José ya estaban arraigadas en su corazón mucho antes de eso. Cuando todavía era un esclavo en la casa de Potifar ya las demostró, así que es evidente que ya estaban en él cuando fue llevado a Egipto. No; definitivamente no fue la Enseñanza de Ptahhotep, ni ningún otro manual al uso, lo que hizo de José la clase de hombre que fue. Su padre Jacob, que era quien mejor le conocía, nos puede dar la respuesta a la pregunta sobre el origen de la moral de José. Antes de morir, Jacob pronunció unas palabras esclarecedoras al respecto: ´Rama fructífera es José… Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros; mas… sus manos se fortalecieron por las manos del Fuerte de Jacob (por el nombre del Pastor, la Roca de Israel), por el Dios de tu padre, el cual te ayudará, por el Dios Omnipotente, el cual te bendecirá...´(3) En esa corta sentencia aparecen nada menos que cinco menciones a Dios. Son cinco nombres de Dios cargados de significado, cada uno de los cuales es merecedor de un estudio aparte. Pero lo que importa al efecto de lo que venimos diciendo es que la moral de José no tiene su origen en lo mejor de la moralidad contemporánea de su época, sino que su fondo y fundamento están en Dios. Y no en cualquier Dios sino en el Dios de Jacob, en el Dios de Israel.
Mas no solamente Jacob nos descubre cuál es el manantial de la elevada moral de José. En dos instantes críticos de su vida el mismo José manifiesta quién es el principio rector por el que actúa como actúa. Uno es cuando rechaza la invitación de la mujer de Potifar con el siguiente argumento: ´...¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?´(4) La recomendación de Ptahhotep hubiera sido que rechazara esa invitación porque ´Si quieres conservar la amistad de la familia que te recibe, no te acerques a las mujeres de la casa…´(5) Es una cuestión de prudencia y tacto para mantener la posición y las relaciones. Pero para José lo que está en juego no es nada de eso, sino el desagradar a Dios. De nuevo volvemos a ver ese principio rector cuando antes de morir atribuya a Dios, como causa primaria, aquello de lo que sus hermanos fueron responsables como causa secundaria(6), aunque naturalmente las motivaciones de Dios y las de los hermanos fueran bien distintas. Hoy, cuando algunos quieren inculcarnos una nueva moralidad cuyo origen está en su propio criterio (o en el criterio del padre de la mentira), necesitamos volver a la verdadera fuente de la verdadera moralidad. Los gobernantes necesitan volver, o tal vez ir por primera vez, a ella; los gobernados también. Porque, aunque a muchos les duela reconocerlo, la moralidad de José es necesaria ayer, hoy y siempre, en asuntos económicos, políticos, sexuales, familiares, sociales, eclesiásticos… Y no podrá ser reemplazada por nada, salvo por la moralidad que es inmoralidad.
2) Egipto, El imperio de los Faraones, Ediciones Rueda
3) Génesis 49:22-25
4) Génesis 39:9
5) Egipto, El imperio de los Faraones, Ediciones Rueda
6) Génesis 50:20
*Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid
Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2008).

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