Por. Juan Stam, Costa Rica*
En el Colegio donde estudié, en Paterson, Nueva Jersey, nos tocó
un profesor que ninguno de nosotros podrá olvidar jamás. Lucía el
pintoresco apellido de "Bontekoe" ("vaca abigarrada", en holandés) y era
una mezcla de Don Quixote y Sören Kierkegaard con una fuerte dosis de
Sócrates. "Bonty" fue el profesor que nos hizo pensar, y pensar
críticamente. Un día nos asignó la desafiante tarea de buscar las bases
bíblicas del capitalismo. Esa pesquisa provocativa creó tempestades
dentro de mi cerebro que me siguen inquietando hasta el día de hoy.
¡Qué tarea más difícil! Como buenos cristianos y cristianas (y
calvinistas, por feria), sabíamos que nuestra fe tenía que ser integral y
que nuestra ética tenía que estar fundada en las sagradas escrituras.
Pero nuestra búsqueda no fue nada fácil, y sabíamos que tendríamos que
defender nuestras propuestas ante el riguroso escrutinio del maestro. Algunos apelamos al octavo mandamiento, pero él nos preguntó si no
robaban los capitalistas (hoy día, ¡quién lo puede dudar!). Otros
apelaron a algunas parábolas de Jesús, pero el profesor cuestionó
nuestra interpretación de esas parábolas y señaló que era precario sacar
doctrinas de las parábolas, que tenían otro propósito.
Tampoco es que la Biblia no hablara de la ética política o que
no tuviera mucho que decirnos sobre la vida económica. Tiene mucho que
decir, aunque por supuesto sus enseñanzas tienen que entenderse en su
contexto antiguo y no deben tratarse como modelos a copiar mecánicamente
hoy. Nuestra moderna economía de mercado internacional es muy
distinta a la economía agraria de ellos. Pero creo que podemos encontrar
en la Biblia unos principios fundamentales para nuestra orientación
hacia temas económicos, y lejos de ser pro-capitalistas, me parece que
favorecen de una u otra manera al socialismo. A ver...
El primer político de la Biblia, en el sentido de ocupar un puesto en el gobierno de un país, fue José,
quien fue también el primer "carismático" (Gén 41:38). Después de
interpretar, con sus dones espirituales, los sueños del Faraón y el
futuro de la economía egipcia, José entró en el gobierno de Egipto al
más alto nivel: Primer Ministro, Ministro de Agricultura y Economía, y
Ministro de Planificación.
Y según el relato de Génesis 47, José reestructuró drásticamente todo
el sistema económico de Egipto. Nacionalizó toda la agricultura y hasta
la tierra en una economía centralizada y planificada, para salvar muchas
vidas (Gén 50:20). Implantó una economía para la vida y no para la ganancia de algunos y la miseria de otros.
No pretendo ahora afirmar una interpretación literal de este relato,
pero de alguna forma debemos verlo como un mensaje sobre la ética
teológica de la economía. Tampoco pienso que la gestión de José fuera
una solución económica para los problemas de hoy. Pero me parece
claro que el relato tiene un significado anti-capitalista. No me
explico cómo nuestros políticos han logrado demonizar la
nacionalización, como si estuviera opuesta a la fe y la Biblia, y
santificar la "libre" competencia como el único modelo legítimo para la
vida económica. ¡Qué ironía hoy, que mientras algunos países
latinoamericanos acaban de casarse con la privatización y los tratados
de "libre" comercio, en los mismos Estados Unidos se comienza a hablar
de nacionalizar la banca (por lo menos, en parte) y otros sectores de la
economía estadounidense.
¿Qué tipo de economía habría promovido José si hubiera sido un
neo-liberal (pido disculpas por el anacronismo)? Durante los siete años
de las vacas gordas, se hubiera vivido una borrachera de consumismo,
como ha pasado al mundo capitalista en las últimas décadas. No se
hubiera planificado la economía para posibles tiempos de escasez; más
bien, se hubiera desregularizado. Pero al llegar los años de las vacas
flacas, con exceso de demanda y falta de oferta, los precios hubieran
disparado hacia el cielo y una plaga de hambre y muerte hubiera cubierto
toda la tierra. ¿Podría eso ser la voluntad de Dios?
Durante largos años he seguido buscando una respuesta a la
pregunta de nuestro profesor, y creo haber encontrado el principio
medular de un sistema económico conforme a la voluntad de Dios. Creo que
ese principio es la igualdad. En todo momento, la perspectiva
económica de la Biblia (y de la iglesia primitiva) se orientaba hacia la
mayor igualdad humanamente posible. Al contrario, un sistema económico
que favorece a los ya ricos, aún cuando no excluya del todo a los
pobres, es anti-bíblico.
Creo que por eso la Biblia, y la iglesia durante siglos, prohibían la práctica de la usura.
En el fondo, ¿es justo que los que ya tienen y les sobra saquen
ganancias a expensas de los que no tienen? ¿Es justo que los que son
dueños de varias casas se enriquezcan más cobrando altos alquileres a
los que no han logrado ser dueños de una sola vivienda? ¿No debemos reconocer una injusticia fundamental en un sistema basado en el principio básico de la desigualdad? Nuestro
actual sistema produce una desigualdad creciente, y peor en América
Latina que es el continente más desigual, de mayor brecha entre ricos y
pobres, de todo el planeta.
No estoy proponiendo que se cierren
todos los bancos ni que dejen de cobrar intereses. Pero creo que, como
cristianos, no debemos dar esas cuestionables ventajas por sentadas .
Quizá pueden verse como un mal necesario o el mal menor. Pero si ese
sistema, con sus injusticias, nos está favoreciendo, debemos reconocer
que esas riquezas son en el fondo mal habidas ("riquezas injustas", Lc
16:11) y debemos intentar volver esa injusticia en justicia por hacer de
nuestra vida entera un proyecto a favor de los que no han podido
beneficiarse del mismo sistema y una constante lucha por cambiar el
sistema.
El Antiguo Testamento tiene mucha legislación social y económica, casi todo en defensa de los pobres.
Era prohibido cosechar las esquinas de la finca, o recoger espigas que
caían de la carreta, porque esos eran para los pobres. El deuteronomista
estipula que cada séptimo año debía ser un "Año de remisión" o "Año
sabático" (Deut 15:1-18) en el que debían cancelar toda deuda (y eso,
que los préstamos eran sin intereses) y levantar toda servidumbre,
porque "entre ustedes no deberá haber pobres" (15:4 NVI). ¿Qué pasaría
con nuestro sistema bancario, y con "la deuda eterna" de los países del
tercer mundo, si intentáramos seguir estos principios? Después, según
Lev 25, cada año cincuenta, después de un ciclo de siete años sabáticos,
ha de declararse "año de la libertad" o "Ano de Jubileo". Lo esencial
de este año, encima de las estipulaciones anteriores, consistía en una
total reforma agraria, para que cada tribu y cada familia quedaran con
iguales recursos productivos. (Para más detalles, pueden consultar en
este mismo sitio web los artículos #30 con fecha 12.18.07 y #39 y 40
fechados 4.8.08).
Algunos afirman, equivocadamente, que esta legislación nunca se cumplió
en Israel, por lo que no tiene vigencia como paradigma hoy. Hay
evidencias bíblicas que sí se practicaban estas leyes igualitarias, por
ejemplo cuando Israel tomó posesión de Canaán y cuando regresaron del
exilio. Pero además, Jeremías 34 muestra que cuando los israelitas no
cumplían el Jubileo, sabían que estaban desobedeciendo a Dios e
incumpliendo las condiciones del pacto.
Hay una frase en Lev 25 que es especialmente importante: "La
tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra es mía y ustedes no
son más que forasteros y huéspedes" (Lv 25:23 NVI). El
pensamiento hebreo tomaba con total seriedad el hecho de que todo sin
excepción pertenece a Dios. "De Yahvé es la tierra y todo cuanto hay en
ella" (Sal 24:1), y nosotros no somos dueños sino mayordomos del Dueño
que nos permite ser huéspedes en su casa. Este concepto, profundamente
bíblico y muy radical, no deja lugar por la primacía del concepto de
propiedad privada que domina en el capitalismo. El derecho a la propiedad no es absoluto; más bien, bíblicamente, no existe. La posesión no es derecho sino gracia.
El Pentecostés, fiel a esta tradición, fue un nuevo Jubileo ahora en el Espíritu de Yahvé (cf. Isa 61:1-3; Lc 4:18-19). El
proyecto socio-económico del final de Hechos 2 no fue accidental ni un
mero apéndice al relato del derramamiento del Espíritu. Una señal del
don pentecostal tuvo que ser "buenas nuevas para los pobres, liberación a
los cautivos" (Isa 61:1-2), y lo cumplió la nueva comunidad (Hech
2:42-47). La pentecostalidad hoy nos exige también esta
práctica de justicia (no es mera filantropía, sino justicia), porque sin
Jubileo no hay Pentecostés. ¡El Pentecostés es también un proyecto de
igualdad económica!
Las descripciones de esta comunidad cristiana original están
repletas de conceptos de tipo socialista, difícilmente compatibles con
el capitalismo: los fieles "tenían todo en común
(¡comun-ismo!); vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus
bienes entre sí según la necesidad de cada uno" (Hech 2:44-45). Más
adelante nos informa que "nadie consideraba suya ninguna de sus
posesiones, sino que las compartían" de modo que "no había ningún
necesitado entre ellos" (Hech 4:32,34), porque los ricos hasta vendían
sus posesiones "para que se distribuyera a cada uno según su necesidad"
(4:35). Así debe ser también hoy, conforme a nuestro contexto, la
práctica pentecostal entre nosotros.
Este proyecto no fue pasajero; los creyentes siguieron compartiendo con los pobres (Gál 2:10).
Lo más impresionante es que Pablo dedicó el clímax de su ministerio a
un proyecto de ayuda económica para los y las pobres de Jerusalén,
llevando consigo los creyentes "primogénitos" y las monedas de las
provincias evangelizadas por él (Rom 15:25-31; 1 Cor 16:1-4; 2 Cor 8-9;
Hch 20:1-6,22-25; 21:10-14). Pablo hizo este peregrinaje a Jerusalén con
dos objetivos: ayuda económica a los pobres, y un gran gesto de unidad
en Cristo, hacia los de Jerusalén que le habían hecho mucha guerra. A
pesar de profecías que le advertían de los peligros de su viaje, Pablo
fue fiel al proyecto, llegó hasta Jerusalén y de ahí fue a Roma en
cadenas.
En 2 Corintios 8-9 Pablo está solicitando fondos para este proyecto,
pero lo hace con una bella teología de la gracia de Aquel que siendo
rico se hizo pobre para enriquecer a otros (2 Cor 8:9), quien también es
poderoso para hacer que abunde en ellas la gracia de compartir con los
pobres (9:8-11). El compartir es una acción eucarística, de gratitud
(eujaristia) a Dios por su gracia (jaris). En medio de esta solicitud de
ofrendas, Pablo recurre dos veces al principio central y fundamental de
la ética económica bíblica: la igualdad. "Es más bien cuestión de
igualdad. En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes
suplirá lo que ellos necesitan... Así habrá igualdad" (2 Cor 8:13-14).
El comentario de Juan Calvino sobre este texto es elocuente: "Dios
quiere que haya tal analogía e igualdad entre nosotros, que cada cual ha
de suministrar a los que tienen menos, según esté a su alcance, a fin
de que algunos no tengan en demasía, y otros estén en aprietos”.
(Agradezco al hermano Sergio Arce por esta cita de Calvino).
Sigue mi peregrinaje. En mi búsqueda de bases bíblicas del
capitalismo, inspirada por mi viejo profesor, voy encontrando algo que
se parece mucho más al socialismo. No comencé esta aventura con la menor
sospecha de ese descubrimiento. ¿Habrá algo que no estoy viendo o que
estoy viendo mal? Quizá algún lector amable podría aclarar mejor este
tema y ayudarnos a encontrar una convincente base bíblica para el
capitalismo. Invitamos participaciones...
Fuente: Protestante Digital 2014