Por. Luis Rivera-Pagán, Puerto Rico*
“¡Levanta la voz por los que no tienen voz!
¡Defiende los derechos de los desposeídos!
¡Levanta la voz, y hazles justicia!
¡Defiende a los pobres y necesitados!” (Proverbios 31:8-9)
“To survive the Borderlands
You must live sin fronteras
Be a crossroads.” (Borderlands/La
Frontera: The New Mestiza Gloria Anzaldúa)iii
Un
inmigrante arameo
La primera confesión de fe de la Biblia comienza con
una historia de peregrinación y migración: “Mi padre fue un arameo errante y
descendió a Egipto y residió allí, siendo pocos en número…” (Deuteronomio
26:5). Podríamos preguntarnos: ¿Ese “arameo errante” y sus hijos tenían los “documentos
legales” requeridos para residir en Egipto”? ¿Eran acaso “extranjeros
ilegales”? ¿Tenían él y sus hijos las credenciales de la seguridad social
egipcia? ¿Hablaban de forma fluida y correcta el idioma egipcio?
Al menos sabemos que él y sus hijos fueron
extranjeros en el seno de un poderoso imperio y que fueron explotados y
marginados. Este es el destino de muchos inmigrantes. Dados sus escasos
recursos, normalmente se les obliga a ejercer los trabajos domésticos menos
prestigiosos y más extenuantes. Pero al mismo tiempo, despiertan la típica
paranoia esquizofrénica de los imperios, poderosos pero temerosos hacia el
extranjero, hacia el “otro”, especialmente si ese “otro” vive dentro sus
fronteras y llega a ser numeroso. Hace más de medio siglo, Franz Fanon
describió de forma brillante la peculiar mirada de la población blanca francesa
ante la creciente presencia de negros africanos y caribeños en su entorno
nacionaliv.
Desprecio y miedo se entrelazaban en esta visión.
La historia bíblica continua: “Y los egipcios nos
maltrataron y nos afligieron y pusieron sobre nosotros dura servidumbre.
Entonces clamamos al Señor, el Dios de nuestros padres, y el Señor oyó nuestra
voz y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión.” (Dt. 26:6-7).
Tan importante fue esta historia de migración, esclavitud y liberación para el
pueblo bíblico de Israel que se convirtió en el centro de una celebración
litúrgica anual de recuerdo y gratitud. La ya citada afirmación de fe se
recitaba solemnemente cada año en la liturgia de acción de gracias en la fiesta
de la cosecha. Se recuperaba, de este modo, la memoria herida de las
aflicciones y de las humillaciones sufridas por un pueblo inmigrante,
extranjero en medio de un imperio; el recuerdo de su duro y arduo trabajo, del
rechazo y del desprecio tan frecuentes para los extraños y extranjeros que
poseen una pigmentación de la piel, una lengua, religión o cultura diferentes.
Pero era también la memoria de los actos de liberación, en los que Dios
escuchaba los dolorosos gritos del sufrimiento de los inmigrantes. Y el
recuerdo de otro tipo de migración, en búsqueda de una tierra donde pudiesen
vivir en libertad, paz y justicia.
Xenofilia:
hacia una teología bíblica de la migración
La migración y la xenofobia son dilemas sociales
globales muy serios. Pero también expresan urgentes retos para la sensibilidad
ética de las personas religiosas y de buena voluntad. El primer paso que
debemos dar es percibir este asunto desde la perspectiva de los migrantespara
prestar una cordial atención (esto es, desde lo profundo de nuestro corazón) a
sus historias de sufrimiento, esperanza, coraje, resistencia, ingenuidad y,
como tan frecuentemente sucede en las zonas salvajes del sudoeste americano,
muerte.v
Muchos de los emigrantes ilegales terminan siendo unos nadies, en el
apropiado título del libro de John Bowe, gente desechable, en la atinada
frase de Kevin Bales, o como Zygmunt Bauman patéticamente nos recuerda, vidas
desperdiciadas.vi
Son los actuales siervos los nuevos metoikoi, douloi. Su terrible
situación no puede ser captada sin considerar el aumento significativo de las
desigualdades globales en estos momentos de desregularización internacional de
la hegemonía financiera. Para muchos seres humanos la terrible alternativa se
encuentra entre la miseria en su tierra tercermundista y la marginalidad en el
rico Oeste/Norte, ambos funestos destinos íntimamente ligados.vii
La situación se ha agravado agudamente con el éxodo
de decenas de miles de niños y niñas que al intentar escapar de la miseria y la
violencia imperantes en El Salvador, Honduras, Guatemala y Mexico, se exponen a
las inclemencias de las pandillas traficantes de seres humanos, los “coyotes”,
para, al final de ese arduo y peligroso peregrinaje, enfrentar la detención, el
escarnio y la deportación en la frontera sureña de los Estados Unidos. Su
desesperada situación se ha convertido en una crisis humantaria de dimensiones
épicas.viii
Comenzamos esta reflexión con la memoria litúrgica
de un tiempo en el que el pueblo de Israel era extranjero en medio de un poderoso
imperio, una comunidad socialmente explotada y culturalmente despreciada. Fue
el peor de los tiempos. También se convirtió en el mejor de los tiempos: tiempo
de liberación y redención de la esclavitud. Esta memoria formó parte de la
sensibilidad de la nación hebrea. Su vulnerabilidad histórica fue un
recordatorio de su impotencia pasada como inmigrantes en Egipto, pero también
conllevó reto ético de preocuparse por los extranjeros en Israel.ix
La preocupación por los extranjeros llegó a ser un
elemento clave de la Torah, el pacto de justicia y rectitud entre Yahvé e
Israel. “Cuando un extranjero resida con vosotros en vuestra tierra, no lo
maltrataréis. El extranjero que resida con vosotros os será como un nacido
entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis
vosotros en la tierra de Egipto; yo soy el Señor vuestro Dios.” (Levítico 19:33s);
“No oprimirás al extranjero, porque vosotros conocéis los sentimientos del
extranjero, ya que vosotros también fuisteis extranjeros en la tierra de
Egipto.” (Éxodo 23:9); “Porque el Señor vuestro Dios es Dios de dioses… Él hace
justicia al huérfano y a la viuda, y muestra su amor al extranjero dándole pan
y vestido. Mostrad, pues, amor al extranjero, porque vosotros fuisteis
extranjeros en la tierra de Egipto.” (Deuteronomio 10:17ss); “No oprimirás al
jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los
extranjeros que habita en tu tierra y en tus ciudades… No pervertirás la
justicia debida al forastero… sino que recordarás que fuiste esclavo en Egipto
y que el Señor tu Dios te rescató…” (Deuteronomio 24:14,17-18). Las doce maldiciones
con las que, según Deuteronomio 27, Moisés instruye a los israelitas para la
proclamación litúrgica en su entrada a la tierra prometida incluye la trilogía
de los huérfanos, las viudas y los extranjeros como recipientes privilegiados
de la solidaridad y compasión colectivas: “Maldito el que pervierta el derecho
del forastero, del huérfano y de la viuda” (Deuteronomio 27:19).
Los profetas reprenden constantemente a las élites
de Israel y Judá por su injusticia social y su opresión de la población vulnerable.
¿Quiénes eran estas personas vulnerables? Los pobres, las viudas, los huérfanos
y los extranjeros. “… los príncipes de Israel… han estado aquí para derramar
sangre… trataron con violencia al extranjero y en ti oprimieron al huérfano y a
la viuda” (Ezequiel 22:6s). Después de condenar, con las palabras más duras
posibles la apatía y la religiosidad del templo en Jerusalén, el profeta
Jeremías, en el nombre de Dios, presenta la siguiente alternativa: “Así dice el
Señor: si en verdad hacéis justicia… y no oprimís al extranjero, al huérfano y
a la viuda…” (Jeremías 7:6). Criticó con duras palabras admonitorias al rey de
Judá: “Así dice el Señor: Practicad el derecho y la justicia, y librad al
despojado de manos de su opresor. Tampoco maltratéis ni hagáis violencia al
extranjero, al huérfano o a la viuda… Pero si no obedecéis estas palabras, juro
por mí mismo –dice el Señor- que esta casa vendrá a ser una desolación”
(Jeremías 22:3,5). El profeta pagó un costoso precio por tan temerarias
admoniciones.
La orden divina de amar a los residentes temporales
y a los extranjeros emerge de dos fundamentos.x
Uno, ya mencionado, es que los israelitas han sido extranjeros en una tierra
que no era la suya (“porque vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de
Egipto”) y debían, por tanto, ser muy sensibles a la amarga angustia
existencial de las comunidades que viven en una nación cuyos habitantes hablan
una lengua diferente, veneran deidades diferentes, comparten distintas
tradiciones, y conmemoran diferentes eventos históricos fundamentales. El amor
y el respeto hacia el extranjero y el forastero es, en estos textos bíblicos,
una dimensión esencial de la identidad nacional de Israel. Pertenece a la
naturaleza misma del pueblo de Dios.
Una segunda fuente de preocupación hacia los
forasteros inmigrantes tiene que ver con la forma de ser y actuar de Dios en la
historia: “El señor protege a los extranjeros” (Salmo 146:9),xi
“Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra su amor al extranjero…”
(Deuteronomio 10:18). Dios interviene en la historia favoreciendo a los más
vulnerables: los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. “Seré un
testigo veloz contra… los que oprimen al jornalero en su salario, a la viuda y al
huérfano, contra los que niegan el derecho del extranjero y los que no me
temen, dice el Señor de los ejércitos.” (Malaquías 3:5). La solidaridad con los
marginados y excluidos corresponde directamente con el ser y la actuación de
Dios en la historia.
Podríamos detenernos justo aquí, con estos bonitos
textos de xenofilia, de amor hacia el extranjero. Pero sucede que la Biblia es
un libro desconcertante. Contiene una multitud de voces inquietantes, una
perpleja polifonía que frecuentemente complica nuestras hermenéuticas
teológicas. Al prestar atención a muchos de los dilemas éticos clave, en la
Biblia nos encontramos a menudo con perspectivas conflictivas e incluso
contradictorias. Frecuentemente saltamos de nuestros laberintos contemporáneos
a uno escritural siniestro y oscuro.
En la Biblia hebrea hallamos también afirmaciones
con marcado y desagradable sabor de xenofobia nacionalista. Levítico 25 es
normalmente leído como el texto clásico de la liberación de los israelitas que
han caído en la esclavitud de las deudas. Muy elocuentemente manifiesta el
famoso versículo 10: “Proclamaréis libertad por toda la tierra para sus
habitantes.” Pero también contiene una distinción nefasta: “En cuanto a los
esclavos y esclavas que puedes tener de las naciones paganas que os rodean, de
ellos podréis adquirir esclavos y esclavas. También podréis adquirirlos de los
hijos de los extranjeros que residen con vosotros, y de sus familias… ellos
también pueden ser posesión vuestra… Os podréis servir de ellos como esclavos…”
(Levítico 25: 44-46).
Y ¿qué decir sobre el terrible destino impuesto a
las esposas extranjeras (y sus hijos) en los epílogos de Esdras y Nehemías
(Esdras 9-10, Nehemías 12:23-31)? Ellas fueron expulsadas, exiliadas, como una
fuente de impureza y de contaminación de la fe y la cultura del pueblo de Dios.xii
El rechazo de las esposas extranjeras en los textos bíblicos de Esdras y
Nehemías no parece muy diferente de la xenofobia anti-inmigrantes
contemporánea: aquellas esposas extranjeras tenían un legado lingüístico,
cultural y religioso diferente – “De sus hijos… la mitad no podía hablar la
lengua de Judá, sino la lengua de su propio pueblo. Y contendí con ellos y los
maldije, herí a algunos de ellos y les arranqué el cabello” (Nehemías
13:24-25). Tampoco debemos olvidar las atroces normas sobre la guerra que
prescriben para la esclavitud forzada o aniquilación de los pueblos a los que
Israel encontrara en su camino hacia “la tierra prometida” (Deuteronomio
20:10-17). Estos son, de acuerdo con la correcta expresión de Phyllis Trible,
“textos de terror”.xiii
Este es un constante e irritante modus operandi
de la Biblia. Vamos a ella en búsqueda de soluciones simples y claras para
nuestros enigmas éticos y, sin embargo, termina exacerbando nuestra
perplejidad. ¿Quién dice que la Palabra de Dios supuestamente nos facilita las
cosas? ¿No hemos olvidado, sin embargo, algo crucial: Jesucristo? ¿Cuál es la
postura de Cristo hacia los extranjeros?
Podemos encontrar algunas pistas de la perspectiva
de Jesús en relación con los menospreciados o los extranjeros en su actitud
hacia los samaritanos y en su dramática y sorprendente parábola escatológica
sobre el verdadero discipulado y la verdadera fidelidad (Mateo 25:31-46). Los
judíos ortodoxos menospreciaban a los samaritanos como posibles fuentes de
contaminación e impureza. Pero Jesús no se inhibió en absoluto de conversar
amigablemente con una mujer samaritana de dudosa reputación, derrumbando la
barrera de exclusión entre judíos y samaritanos (Juan 4:7-30). De los diez
leprosos que una vez sanó Jesús, sólo uno volvió para expresar su gratitud y
reverencia, y la narración del evangelio enfatiza que “era un samaritano”
(Lucas 17:11-19). Finalmente, en la famosa parábola que ilustra que ilustra el
importante mandamiento de “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:29-37),
Jesús contrasta la justicia y la solidaridad de un samaritano con la
negligencia y la indiferencia de un sacerdote y un levita. La acción de un
samaritano tradicionalmente menospreciado se exalta como paradigma de amor y
solidaridad a ser emulada.
En la extraordinaria parábola del juicio de las
naciones, del evangelio de Mateo (25. 31-46), ¿quiénes son, según Jesús, los
bendecidos por Dios y herederos del reino de Dios? Aquellos que a través de sus
actos se preocupan por el hambriento, el sediento, el desnudo, el enfermo y los
presos, que amparan con marcada solidaridad a los seres humanos más marginados
y vulnerables. También son bendecidos aquellos que acogen a los extranjeros y
les ofrecen hospitalidad; que son capaces de superar exclusiones nacionalistas,
el racismo y la xenofobia y se atreven a abrazar y cobijar al extraño, las
personas en nuestro entorno con una piel, una lengua, una cultura y unos
orígenes nacionales diferentes. Ellos forman parte de la indefensión de los
indefensos, de la pobreza de los pobres, en palabras del famoso Franz Fanon,
“los despreciados de la tierra,” o, en el poético lenguaje de Jesús, “los más
pequeños.”xiv
¿Por qué? Y aquí nos encontramos con una afirmación
estremecedora: porque ellos, esos marginados y excluidos, en su impotencia y
vulnerabilidad, constituyen la presencia sacramental de Cristo. “Porque tuve
hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y
me recibisteis; estaba desnudo y me vestisteis…” (Mateo 25:35). La
vulnerabilidad de los seres humanos llega a ser, de una forma misteriosa, la
presencia sacramental de Cristo en nuestro entorno. Esta presencia sacramental
de Cristo llega a ser, para las primeras generaciones de las comunidades
cristianas, la matriz del concepto básico de hospitalidad, philoxenia,
hacia las personas necesitadas que no tienen un lugar donde descansar, una
virtud en la que insiste el apóstol Pablo (Romanos 12:13).xv
El autor de la carta a los Efesios proclama a las
pequeñas y frágiles comunidades cristianas religiosamente despreciadas y
socialmente marginadas: “Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino que sois
conciudadanos…” (Efesios 2:19). Es posible que el autor de esta misiva tuviera
en mente la peculiar visión del Israel postexílico desarrollada por el profeta
Ezequiel. Ezequiel recalca dos diferencias entre el antiguo Israel y el
postexílico: la erradicación de la injusticia social y la opresión (“Así mis
príncipes no oprimirán más a mi pueblo” Ezequiel 45:8) y la eliminación de la
distinción legal entre ciudadanos y extranjeros: “La sortearéis (la tierra)
como heredad entre vosotros y los forasteros en medio de vosotros y que hayan
engendrado hijos entre vosotros. Y serán para vosotros como nativos entre los
hijos de Israel; se les sorteará herencia con vosotros entre las tribus de
Israel. En la tribu en la cual el forastero resida, allí le daréis su herencia,
declara el Señor Dios.” (Ezequiel 47: 21-23).
Continuará....
*Luis Rivera-Pagán. Profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Es autor de
varios libros, entre ellos, Evangelización y violencia: La conquista de
América (1992), Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995), Mito
exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996),
Diálogos y ...
Fuente: Lupaprotestante, 2014.
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