Por Pedro
Álamo, España*
Se
ha identificado el Reino de Dios con el futuro prometedor de Dios a su pueblo
y, por lo tanto, con las esperanzas puestas en la intervención definitiva de
Dios para gobernar el universo. Pero, ¿es esto el Reino de Dios?
Otros
han pensado que el Reino de Dios tiene que ver con la vida eterna que el Señor
prometió a los suyos y, por lo tanto, es más bien para el cielo, no para la
tierra. Pero, ¿es esto el Reino de Dios?
Otros
lo han relacionado con una sociedad transformada, cuyas bases están en
conceptos utópicos de mejora y transformación del ser humano capaz de superarse
a sí mismo y construir un mundo perfecto, donde priman la igualdad, la libertad
y las necesidades satisfechas. Pero, ¿es esto el Reino de Dios?
La
palabra utopía viene del griego ou (no) y topos (lugar); es
decir, un lugar que no existe y, por lo tanto, solo cabe en la idealización de
lo que se anhela.
La
utopía parte de una crítica radical del modelo social actual. Tomás Moro, en el
siglo XVI, escribió acerca de una isla llamada Utopía que contrastaba
radicalmente con la sociedad inglesa del momento; aspectos políticos,
económicos, sociales, culturales se idealizan y se sitúan en el polo opuesto de
la experiencia vital de su entorno.
El
planteamiento utópico del futuro tiene que ver con soñar con un mundo perfecto
donde todos los seres humanos son iguales y tienen las mismas oportunidades, la
clase dominante ha desaparecido y la libertad es igual para todos; un mundo
donde cada persona disfruta de los recursos necesarios para que su vida sea
maravillosa…
La
pregunta que debe hacerse, entonces, es: ¿cómo se transforma una sociedad
inmadura en otra perfecta? La respuesta es clara: por la acción del ser humano
que va superando diferentes etapas hasta la consecución del objetivo último, la
sociedad perfecta.
A
partir de lo expuesto, ¿se puede decir que el Reino de Dios que Jesús anunció
es una utopía? ¿Se ajusta a las bases ideológicas de la utopía? Desde mi punto
de vista la respuesta es no.
Sostengo
esta conclusión partiendo de una base antropológica. El ser humano no es mejor
ahora que hace 2000 años; los problemas siguen siendo los mismos. Es cierto que
la sociedad ha evolucionado mucho, pero sigue existiendo el egoísmo, la
acumulación de bienes, la insolidaridad, el abuso de poder, la dominación de
unos sobre otros, la violencia, la discriminación, el hambre…; para mí, la
esencia del ser humano sigue siendo la misma. Alguien podría objetar que
también observamos bondad, solidaridad, libertad… Cierto, de la misma forma que
se ha visto a lo largo de la historia de la humanidad; son destellos que
reflejan la imagen y semejanza de Dios. Por decirlo de una manera suave, el ser
humano no es bueno, su corazón no tiende de manera natural a la bondad, sino al
contrario. Es más, si se dan las circunstancias adecuadas, cualquiera puede
convertirse en una especie de personificación del mal. ¡Cuántos en nuestros
días han proclamado el reparto de la riqueza para construir una sociedad más
igualitaria y justa hasta que han tocado el dinero y se han corrompido! Basta
observar el interés que muestran los países más desarrollados y sus gobernantes
cuando está en juego la estabilidad económica mundial o la explotación de los
hidrocarburos, pero miran para otra parte cuando se trata de la pobreza en la
que millones de personas están instaladas; lo peor de todo es que, en muchas
ocasiones, los cristianos guardan silencio ante semejante panorama. Es muy
fácil deslizarse.
Entonces,
no podemos hablar utopía cuando se parte de una base antropológica opuesta. La
utopía considera que el ser humano irá evolucionando hacia un mundo mejor,
conseguido por sus propios esfuerzos y capacidad de superación. Desde mi punto
de vista, la visión del Reino de Dios que anunció Jesús se aleja de este
planteamiento porque, en lugar de poner el acento en las posibilidades del ser
humano, centra la atención en la esencia de Dios y su acción a favor de la
humanidad. Una persona preguntó a Jesús en una ocasión: “Maestro bueno, ¿qué
haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas
bueno? Ninguno hay bueno sino uno, Dios” (Mat 19.17; Mc 10.18; Luc 18.19). Esto
tuvo que causar un impacto importante en los evangelistas, ya que 3 de los 4 lo
mencionan, con lo que nos situamos en la mismísima fuente original del
pensamiento de Jesús. Solo Dios es bueno. Entonces, el Reino de Dios no se
consigue por las bondades humanas, sino por la intervención misericordiosa de
Dios en su pueblo.
Otro
de los elementos en los que se fundamenta la utopía tiene que ver con el
espacio y el tiempo. No hay un lugar concreto en el mundo donde se viva la
utopía y, además, se sitúa en el futuro, porque siempre hay cosas que mejorar o
cambiar. Por ello, el Reino de Dios no tiene nada que ver con la utopía, porque
el Reino se sitúa en el “aquí y ahora”.
Jesús
predicó el arrepentimiento porque el Reino de los cielos se había acercado. El
Reino no es para el futuro, es para el presente; no se opera en un lugar
desconocido, sino en medio de la historia del pueblo de Dios. Pero, ¿cómo puede
ser esto? El Reino de Dios tiene lugar en la tierra, en estos momentos; la vida
eterna tiene lugar en el cielo y es para el futuro. Por lo tanto, son conceptos
distintos que, en ocasiones, se han confundido. Insisto, ¿somos testigos de que
el Reino de los cielos se ha acercado? ¿Es cierto que ya está presente en
nuestro mundo, aquí y ahora y, por lo tanto, no es una utopía? Para mí la
respuesta es afirmativa.
Cuando
conformamos una Comunidad cristiana en la que no hay privilegiados ni dominio
de los unos hacia los otros, sino que todos son iguales y se vive en libertad,
allí está el Reino de Dios. Por lo tanto se experimenta aquí y ahora. Jesús
enseñó a sus discípulos: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se
enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas
entre vosotros no será así” (Mat 20.25-26). En el Reino de Dios no cabe el
dominio de unos sobre otros, el servicio es su distintivo más preciado y eso
puede tener lugar aquí y ahora. Sin embargo, en aquella Comunidad cristiana
donde se ejerce poder a través del dinero, se abusa de la imagen y prestigio de
unos cuantos, y se manipula al pueblo llano bajo la sombra y amenaza de la
excomunión…, allí no está el Reino de Dios.
Cuando
un seguidor de Jesús es capaz de perdonar a quien le ha ofendido porque se ha
arrepentido en su corazón, y le pide perdón, allí está el Reino de Dios. El
perdón, posiblemente, sea uno de los signos más visibles y eficaces que
permiten vislumbrar el Reino porque significa que la mismísima esencia de Dios
ha calado en lo profundo del corazón humano. Dios perdona. Nosotros perdonamos
al sabernos perdonados por Dios de una manera tan generosa. Ahí está el Reino
de Dios, aquí y ahora. No hace falta esperar al futuro, a la vida eterna.
Podemos perdonar a nuestros semejantes y que ese perdón permita seguir
desarrollando relaciones fraternales fructíferas; con eso tiene que ver el
Reino de Dios. Pero, una Comunidad en la que los miembros están enfrentados
unos a otros, no se hablan, se esquivan evitando relacionarse a través del amor
y el servicio cristiano…, allí no está el Reino de Dios.
Cuando
se lucha por la paz, en el sentido bíblico del término, es decir, el shalom,
el bienestar de todos los que nos rodean, allí está el Reino de Dios. Cuando se
lucha contra la violencia, la extorsión, la injusticia, el abuso de poder, la
opresión…, desde la acción de Dios en medio de su pueblo, allí está el Reino de
Dios, ha llegado, se hace visible y manifiesto aquí y ahora. Dios quiere la
paz, a Dios le interesa la felicidad del ser humano. Sin embargo, aquella
Comunidad que es testigo del atropello que los pobres están experimentando y
guarda silencio, sin mover un dedo, se hace cómplice del mal y allí no está el Reino
de Dios.
Cuando
alguien se sacrifica por los demás, renunciando de manera sincera a ciertas
comodidades, dando de comer al hambriento, alentando al desanimado, sosteniendo
al débil, intentando aliviar el dolor del que sufre, allí se hace presente el Reino
de Dios. Aquellos creyentes que están haciendo la vida más fácil y feliz a sus
semejantes están haciendo visible el Reino de los cielos que ha llegado. Sin
embargo, aquella Comunidad que está instalada en una vida confortable y no está
dispuesta a renunciar a nada por seguir al Maestro, allí no está el Reino de
Dios.
Cuando
las relaciones que se establecen entre las personas están caracterizadas por la
justicia, allí está el Reino de Dios que se ha hecho presente; la justicia está
en la misma esencia de Dios. Por eso, Jesús animó a sus discípulos a que no se
preocuparan por la comida o el vestido y les dijo: “Buscad primeramente el
Reino de Dios y su justicia” (Mat 6.33). Pero, si la Comunidad es testigo de la
injusticia y no clama para que Dios intervenga a favor del necesitado, ni se
moviliza…, allí no está el Reino de Dios.
Podríamos
seguir mencionando otros ejemplos, pero creo que son suficientes. Dicho todo
esto, es cierto que el seguidor de Jesús es limitado, pero confía en la
grandeza de Dios; es débil, pero cree en el Todopoderoso. Por ello, a pesar de
que el Reino de los cielos se ha acercado, todavía no está instalado en
plenitud. Ya está aquí, pero todavía no. Estamos muy condicionados por nuestra
humanidad; así que, esperamos y anhelamos una manifestación completa del Reino
de Dios que ya se ha inaugurado en Jesús, pero que será instaurado con
plenitud; esto ocurrirá cuando el Señor vuelva y, entonces, la limitación se
evaporará, la debilidad se transformará en poder y el Señor mismo pastoreará a
su pueblo. Esto no solo es una idea del Nuevo Testamento; ya el profeta Isaías
hablaba de ello (Is 11.1,ss.) y ocurrirá porque “la tierra será llena del
conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” y sucederá cuando el Dios
termine de congregar a su pueblo (Is 11.11-12).
El
Reino de Dios no es una utopía en el sentido estricto del término; ya ha
llegado, está aquí y se manifiesta en un lugar concreto y en unos hechos
específicos por la intervención del Espíritu de Dios en medio de su pueblo; por
lo tanto, no tiene que ver con palabras grandilocuentes y llenas de humanidad
típicas de los teóricos, sino con acciones concretas en el “campo de batalla”.
La iglesia hace visible el Reino de Dios cuando sigue a Jesús, cuando da de
comer al hambriento, cuando consuela al que sufre, cuando vive en libertad y
lucha por la justicia, cuando la misericordia es la base de las relaciones
interpersonales, cuando acoge al descarriado, cuando sostiene al huérfano, a la
viuda y al extranjero…
El
Reino de Dios no es una utopía; está aquí, y se experimenta ahora. Por eso, el
Señor desea congregar a su pueblo para que sea testigo de su gracia y su
misericordia, nos llama al Reino de los cielos que ya se ha acercado; mientras
tanto, esperamos la venida del Señor, momento en el que recibiremos la promesa
que nos hizo, la vida eterna (1 Juan 2.25), y los sueños y anhelos se harán
realidad.
*
Pedro Álamo es Bachiller en
Teología, Licenciado en Psicología, Pastor y Profesor de Teología hasta el año
2001. Actualmente ejerce como delegado comercial en una Compañía de servicios
tecnológicos para editoriales. Autor de "La iglesia como comunidad
terapéutica" y "Consejería de la persona. Restaurar desde la
comunidad cristiana", publicados por la Editorial Clie. Miembro de la
Iglesia Betel, en L'Hospitalet de Llobregat, Barcelona. Ha participado en
tertulias radiofónicas sobre temas especializados de Teología en Onda Rambla,
Barcelona.
Fuente:
Lupaprotestante, 2015.
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