Por.
Jonathan Muñoz
Este
texto es una versión – levemente corregida – de una ponencia (intento evitar
presentar textos tan largos en mi blog) que compartí en un foro organizado por
estudiantes de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Santiago el
pasado miércoles 4 de junio. Fue presentada en una pequeña sala repleta
(calculamos unas 60 personas) en el campus San Joaquín. Por eso, el título de
la ponencia es el mismo título del foro. Junto a mí presentaron sus
perspectivas un pastor y teólogo luterano, llamado Marcelo Huenulef, y un psicólogo
católico-romano que trabaja con grupos de homosexuales que buscan vivir su fe
católica, llamado Tomás Ojeda. Espero que el presente texto les sea de
edificación:
Introducción:
Hay
muchas maneras de hablar sobre la homosexualidad. Desde distintas miradas,
perspectivas, sujetos. Es un asunto que se aborda desde distintas
hermenéuticas. Así en plural. Y no creo haber sido invitado aquí para dejar en
casa mi hermenéutica, sino para traerla y para compartir desde ella cómo veo la
realidad de la atracción a personas del mismo sexo.
Así
que quiero ser el primero en salir del armario: soy evangélico conservador. Y
quiero hoy, aquí, hablar como evangélico, o sea como alguien centrado en el
Evangelio y que ha encontrado en la Buena Noticia de Jesús el sentido,
propósito y centro de su existencia y cosmovisión. No oculto mis colores, por
un lado, pero por otro también quiero intentar recuperar una palabra, una
etiqueta que me pertenece. No quiero que ciertos grupos caracterizados por su
ignorancia, su intolerancia y sus manifestaciones homofóbicas en plazas
públicas se adueñen de ese título que, con justa razón, también me pertenece.
Está de moda entre evangélicos históricos y contemporáneos negar ese título
para no ser confundido con ciertos grupos intolerantes. Prefieren llamarse
“protestantes”, “reformados” o, simplemente “cristianos”. No quiero seguir esa
tendencia hoy, aunque es verdad que soy protestante y que suscribo una
confesionalidad reformada. Hoy ante Uds. quiero ser simplemente eso:
evangélico. Aunque puede que a alguno de Uds. este nombre le traiga, en un
primer momento, asociaciones con manifestaciones homofóbicas o de intolerancia
extrema.
Desde
esta mirada evangélica que les traigo hoy (que se caracteriza por una
hermenéutica más histórico-gramática que crítica, que se acerca a la Escritura
desde el paradigma de que ella es un libro único porque ha sido inspirado por
el Espíritu Santo como revelación infalible y que es más que un texto para ser
interpretado: es la lente desde el cual se interpreta todo texto y toda
experiencia) quiero compartir con Uds. sólo 3 puntos:
1. Nadie se va al infierno por ser
homosexual, del mismo modo que nadie se va al cielo por ser heterosexual:
La
Biblia nos dice que la razón por la cual hay muerte, destrucción y condenación
sobre la humanidad es porque hombres y mujeres quieren vivir vidas
independientes de Dios. Lo que la Biblia llama “pecado” es algo mucho más
profundo que actos o conductas pecaminosas o “indecentes”, sean de la
naturaleza que sea (sociales, sexuales etc.). El pecado
es una condición del corazón que heterosexuales y homosexuales compartimos por
igual: queremos vivir independientes de Dios. Queremos ser nuestros
propios SEÑORES, embriagándonos de la idea de que libertad es autonomía: siendo
rebeldes, alternativos, de mentalidad rompedora que va contra todo status quo
establecido. O queremos ser nuestros propios SALVADORES: siendo correctos,
buscando superioridad moral y queriendo cumplir al pie de la letra las
expectativas de decencia y rectitud moral que otros esperan de nosotros. Esto
es el pecado: la separación espiritual de Dios como único SEÑOR y SALVADOR, una
condición del corazón que nos deja solos, agotados por dentro y sin rumbo en
esta vida.
Probablemente
una de las mejores definiciones de pecado la dio San Agustín cuando dijo que el
pecado es “amor desordenado”. Esta es la raíz de cualquier condenación que se
cierne sobre la humanidad: que nos hemos apartado de Dios y que hemos amado más
a nosotros mismos que a Dios. Hemos amado más las tinieblas que la luz. Hemos
amado más a las cosas que a las personas. De hecho, hemos usado personas, hemos
amado cosas y hemos asumido que nuestra relación con Dios se fundamenta en una
relación comercial, neo-liberal de mercado, de oferta y demanda. Lo más curioso
es que, hasta donde he podido ver y experimentar, conservadores y progresistas
por igual parten desde esta misma premisa: que a Dios hay que comprarlo, con
buenas obras, con rectitud moral, con esfuerzo, siendo “buenas personas”. Y la diferencia está en cómo cada lado
define “buena persona”. Para unos, una “buena persona” es alguien que no
presta su cuerpo y su mente para perversiones, que cumple con los parámetros de
decencia que la sociedad, el cristianismo histórico, la Biblia y la naturaleza
imponen sobre la humanidad. Para otros, en cambio, una “buena persona” es
alguien que no teme ser todo lo gay que puede llegar a ser, alguien que ha
salido del armario y se asume, que ama su libertad y la vive, alguien que tiene
conciencia social hacia el oprimido y que no oprime ni reprime al otro sólo
porque es distinto.
Como
evangélico, leo en la Biblia que ambos
están IGUALMENTE equivocados. Porque ambos creen que se puede ser “buena
persona” y la Biblia dice claramente que “no hay justo ni siquiera uno”. Se
cita mucho en algunos círculos evangélicos homofóbicos la declaración de Pablo
en Romanos 1 donde afirma que entre las transgresiones de la humanidad está el
hecho de que “hombres con hombres cometen actos vergonzosos, al igual que las
mujeres, dejando el uso natural de su cuerpo”, pero ellos mismos olvidan
convenientemente que eso está dentro de un contexto muy claro: Pablo en toda
esa sección está hablando (desde Romanos 1.18 al 3.23) que toda la humanidad,
incluso aquellos que se creen decentes o religiosos, están igualmente bajo
condenación, porque todos están igualmente lejos de Dios, no importando cuánto
se esfuercen por alcanzarlo.
Resumiendo,
en mi primer punto quiero ser, si me permiten, más conservador que los
conservadores: los homosexuales no son condenados por su orientación homosexual
(como si los heterosexuales fueran salvos por su orientación heterosexual). La
condenación es una oscura nube que se cierne sobre todos: no importa cuán gay o
cuán “decente” sea. Disculpen los estereotipos, pero es sólo para fines
ilustrativos: El padre suburbano de familia, heterosexual, religioso, fiel a su
esposa, que trabaja en horario de oficina de lunes a viernes y va a la iglesia
los domingos, está bajo la misma condenación que su hijo homosexual, que se fue
enojado de casa, trabaja free-lance, vive más de noche que de día y comparte
departamento con una pareja en el centro. “NO HAY JUSTO NI AÚN UNO”. “PORQUE
TODOS PECARON Y ESTÁN DESTITUIDOS DE LA GLORIA DE DIOS”.
2. Debido a nuestro pecado buscamos
vivir estilos de vida que no son conforme al diseño de Dios para la humanidad:
Y esta es la parte que puede ser más controversial hoy en día desde
una mirada evangélica de la homosexualidad.
Porque entre los varios estilos de vida que no serían conforme al diseño de
Dios para la humanidad está, efectivamente, la homosexualidad. Tengo conciencia
que esto puede ser considerado una especie de discurso de odio, pero antes que
se precipiten quiero decirles que toda vez que la
Biblia rechaza la conducta homosexual, tanto del sexualmente activo
(arsenokoitai) como del que sólo fantasea en su mente y mantiene
voluntariamente actitudes que no corresponden a su sexo (malakoi): (1) lo hace dentro de una lista de otros quiebres del diseño
como: un estilo de vida chismoso, la arrogancia de creerse superior
moralmente, el codiciar “heterosexualmente” a alguien que es compañero(a) de
otro(a), etc. y (2) que estas conductas no son la causa de la condenación, sino
la consecuencia de que ya estamos perdidos, lejos de Dios. Observen los
siguientes textos bíblicos para corroborar esta idea: Romanos 1.24-32; 1ª
Corintios 6.9-11; 1ª Timoteo 1.8-11.
Este
es un punto muy importante para mí como evangélico: todos nosotros quebramos el diseño de Dios para la vida humana. De
distintas maneras, en distintos contextos y esto es preocupante según la Biblia
no porque estos quiebres de diseño sean la causa de nuestra condenación sino
porque son resultado palpable de cuán lejos estamos de Dios. Y lo opuesto, por
lo tanto, también es verdad: no es cambiando de conducta o de orientación
sexual que alguien se salva. No es dejando un estilo de vida homosexual que
alguien va a encontrar el cielo o la salvación. Por eso, también, tiendo a ser
escéptico de terapias ofrecidas indiscriminadamente para “curar a gays”. Sólo
hay un modo de ser salvo. Como enfatizó Lutero: ¡por la fe sola! ¡Por Cristo
solo! ¡Por gracia sola! Es cuando entiendo y creo que Jesús, como perfecto Hijo
de Dios, vivió una vida perfecta en mi lugar, me sustituyó porque me amó con
amor inmerecido, así que tomó mi culpa y condenación y venció donde yo fracasé
y fracaso constantemente. Por lo tanto, sin mediar obras de
auto-perfeccionamiento, sin mediar esfuerzos humanos, sin mediar méritos
(porque Dios nos invita a una relación de AMOR, no a una relación comercial de
“dame-para-que-yo-te-dé-a-cambio”), Él regala la salvación a quienes creen
porque Él sabe que no podemos salvarnos a nosotros mismos, pues somos esclavos
de nuestra vida yo-céntrica.
Y en
este sentido, como evangélico, permítanme decirles lo siguiente: creo que el Evangelio es radicalmente
distinto a cualquier religión. Porque la religión consiste en un conjunto
de buenos consejos, de buenas advertencias y de buenas instrucciones para
elevarnos y llevarnos a Dios. ¡Pero esto no es posible! Porque no hay justo ni
aún uno. Así que es ahí donde el Evangelio rompe con todo: porque el Evangelio
es la BUENA NOTICIA de que Dios mismo hizo TODO el esfuerzo y toda la obra y Él
bajó para encontrarnos donde estábamos y regalarnos su salvación. Permítanme
aquí, ahora, ser más liberal que los liberales: no es abriendo tu mente y
estilo de vida a un modo más “progre” de pensar y de vivir que te salvas. No es
redefiniendo el concepto de “buena persona”, ni abandonando los conceptos
conservadores de “ser bueno”, ni abrazando conceptos más modernos, alternativos,
relevantes a las ideologías de turno de alguien “bueno”. No necesitas redefinir
el significado de “buena persona” para salvarte, sino hacer algo más radical:
abandonar por completo la ilusión de que alguien puede ser buena persona.
Porque ningún tipo de esfuerzo por ser “bueno” te hará merecer el amor de Dios.
El amor de Dios es un regalo inmerecido. Dios no te ama porque eres valioso.
Dios te da valor al amarte. Y él te ama porque su voluntad es libre y soberana.
Él te amó de pura gracia y su amor te da valor. Esta es la idea de C. S. Lewis
cuando afirmó que “los cristianos no creemos que Dios nos ama porque somos
buenos. Al contrario: creemos que Dios nos ama a pesar de que no podemos ser
buenos y porque nos ama, nos hará buenos.”
Así
que ¿hay aquí un discurso de odio? No creo. Por siglos el cristianismo ha
creído y enseñado que todos por igual tienen derecho a rehacer su estilo de
vida, aunque haya dificultades, tropiezos, reincidencias. Y aunque es verdad
que muchas iglesias, en distintos momentos, no han sido coherentes con esta
proclamación, la verdad es que en muchos otros momentos sí lo ha sido,
acogiendo a traficantes de esclavos, acogiendo a jóvenes desobedientes a los
padres, acogiendo a chismosos, acogiendo a maridos heterosexuales que traicionan
a sus mujeres con su mente y sus cuerpos, etc. Todos estos son quiebres del
diseño y a todas estas personas se les ha dicho que ese no es un estilo de vida
que permita el florecimiento de la humanidad, según la Palabra de Dios. Así que
se les ha invitado, mediante el amor y la vida en comunidad, a encontrar
maneras creativas de abandonar un estilo de vida que quiebra el diseño de Dios.
Pero esto, desde una perspectiva evangélica, no es entendido como una
precondición para ser aceptado por Dios, sino un fruto (a veces duro de lograr,
pero fruto al fin y al cabo) de que Dios ya nos aceptó y adoptó como hijos a
pesar de que ninguno de nosotros vivimos 100% conforme al diseño. Si esto es
verdad para chismosos, para jóvenes desobedientes, para maridos heterosexuales
que no aman a sus esposas, entonces también lo es para homosexuales.
Y
aquí viene el 3º punto:
3. La gracia y el amor de Dios son tan
poderosos que redefinen nuestra identidad:
El
famoso texto de Pablo de 1ª Corintios 6 afirma en el v. 11 que muchos en la
comunidad cristiana de Corinto YA HABÍAN SIDO homosexuales (sexualmente activos
y otros pasivos: arsenokoitai y malakoi), pero ya habían sido lavados por la
gracia de Dios. En otro lugar dice, incluso, que para los que están en Cristo
Jesús todas las cosas son hechas nuevas. Esto, si lo pensamos bien, es
escandaloso porque relativiza los absolutos humanos desde los cuales forjamos
nuestras identidades. La Buena Noticia del amor y la gracia de Cristo tornan
relativo lo que antes era absoluto, desafiándonos a redefinir por completo
nuestra identidad. Porque el amor de Jesús, conforme ha sido revelado en la
Escritura, pasa a ser el único absoluto y esto implica abandonar la idea de que
mi identidad se construye primariamente desde otras cosas, incluyendo mi
sexualidad. Desde una mirada evangélica, Jesús me libera de construir mi
identidad a partir de las cosas INMANENTES, como mi profesión, mi estatus, mi
vocación (aunque esta sea religiosa), mi etnia, mi familia, mi clan o mi
sexualidad.
Desde
esta perspectiva, la idea de un movimiento que reivindique un “orgullo gay”
resulta tan curiosa como la de un movimiento que reivindique el “orgullo Muñoz”,
el “orgullo clase media aspiracional” o el “orgullo abogadil”. Jesús nos hace
libres invitándonos a construir nuestra identidad cristiana desde lo
TRASCENDENTE, desde el Totalmente Otro: el trascendente amor paternal de Dios y
Su gracia inmerecida. Mi identidad ahora se forja a partir de la declaración
que Dios hace (por Su gracia mediante la fe en la justicia de Cristo que me es
imputada): “Tú eres mi hijo amado. En ti siento gran deleite”. Y de ahora en
adelante, esto es lo que me define. Jesús lo dice así: un hombre encontró una
perla de gran precio en un campo de dudosa calidad. Y vendió todo lo que tenía
para comprarse ese campo. ¿Por qué? Porque esa perla valía mucho más que todo
lo que poseía y que lo que podía llegar a poseer en 2 vidas de duro trabajo.
Así que no lo dudó y lo compró, pero a todos les pareció una decisión absurda,
sin sentido.
Por eso miles de cristianos que sienten atracción al mismo sexo a lo
largo de la historia han encontrado una libertad tan real y una libertad “tan
libre” que no está presa ni siquiera a las inclinaciones y pasiones y pueden
llegar a enamorarse de alguien del sexo opuesto y formar familia, sin ocultar
su inclinación ni lo que un día fueron.
Tal es el caso, por ejemplo, de la profesora universitaria Rosaria Champagne
Butterfield, especialista en estudios de género de la Syracuse University,
quien al encontrar a Cristo en el Evangelio, abandonó su estilo de vida lésbico
y tiempo después se enamoró de un hombre, se casó y formó familia con él, un
pastor presbiteriano. Su testimonio está relatado en su libro “The Secrets
Thoughts of an Unlikely Convert”, publicado en 2012.
Otros
miles de cristianos que sienten atracción al mismo sexo han optado por el
celibato (no clerical) por amor a Jesús; han constituido novedosas formas de
formar familia mediante el amor de una comunidad cristiana que han sido sus
padres, compañeros e hijos espirituales. Han renunciado a la posibilidad de una
vida erótica, no porque quieren ganar puntos para agradar a Dios con su
sacrificio, sino porque ya encontraron un tesoro mayor en el amor inmerecido
del Padre. Tal es el caso de uno de mis héroes personales, el profesor de Nuevo
Testamento Wesley Hill, quien cuenta su testimonio en el maravilloso libro
“Washed and Waiting” publicado por Zondervan. Junto a él muchos creyentes
fieles destacan en esta renuncia, como el sacerdote holandés Henri Nouwen o el
pastor y teólogo Vaughan Roberts, por nombrar sólo un par.
Esto parece locura. ¿Opresión
heterosexual contra los homosexuales? La
verdad es que la respuesta es un rotundo ¡NO! Porque todos los cristianos somos
llamados a abandonar las cosas que más amamos a medida que amamos a Jesús sobre
todas las cosas. Ninguna enseñanza es más igualitaria que la enseñanza
cristiana sobre la renuncia a las cosas que más amamos, aquellas que, cuando
estamos lejos de Él, tienden a definir nuestra identidad. Jesús dijo claramente
en Lucas 14: “nadie que no renuncia a todo lo que más ama puede ser mi
discípulo”. En estos tiempos de exigir reivindicaciones y derechos, hablar de
renuncia puede ser contraproducente, pido disculpas por eso, pero debo hacerlo.
¿Por qué alguien abandonaría la posibilidad de completarse sexualmente, por
ejemplo? ¿Por qué alguien renunciaría al único absoluto que parece prevalecer
en estos días de relativismo (el gozo sexual en una relación erótica con un
compañero o compañera)?
Pero si en algo Jesús y Pablo fueron consecuentes y claros fue en
que seguir a Jesús era algo radical, no se puede amar a nada más de lo que se
ama a Cristo, y todo lo que antes uno valoraba más que nada puede llegar a ser
considerado basura cuando uno se encuentra con el amor de Dios en el Evangelio. Cristo es el tesoro mayor. Pablo en
Filipenses 3 llega incluso a referirse a su condición como judío – sin duda alguna,
una condición genética inalterable – como una de las cosas que él ha
considerado como “basura” a fin de ganar más de Cristo en su vida. Así de
radical es la redefinición de identidad de quienes han sido alcanzados por la
gracia de Dios en Jesús.
Conclusión:
Quisiera
terminar leyendo las palabras de un sacerdote católico, creyente fiel en Jesús
que sentía atracción por el mismo sexo. Él se llamaba Henri Nouwen y creo que
sus palabras reflejan muy bien esta perspectiva evangélica que he querido
exponer sucintamente hoy: “Cuando nos enteramos de que alguien verdaderamente
nos acepta por completo, queremos entregar todo lo que podemos y, a menudo, al
entregar, descubrimos que tenemos mucho más de lo que creíamos”.
Eso es exactamente lo que el Evangelio hace en nuestra vida: nos anuncia
que Dios nos acepta por completo (heterosexuales y homosexuales por igual),
tal cual somos. Y cuando el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios, no dudamos en entregar lo que haya que entregar por
amor y gratitud. Y cuando lo entregamos todo, encontramos un tesoro mayor que
todo lo que teníamos o pudiéramos llegar a tener.
Notas:
NdA:
Procedente del blog 'Para cultivar un jardín'. Aquí es donde pienso en voz alta
los cómo, por qué y para qué de cultivar el jardín donde Dios me puso. Dando
especial atención a temas de espiritualidad, filosofía, teología reformada,
Iglesia Presbiteriana, arte, política y humanidades en general. Sin descuidar
las divagaciones, citaciones, recomendaciones y todas esas cosas que uno piensa
y comparte por puro placer.
[Nota:
Esta edición ha sido realizada por la Església Evangèlica Poblenou, de
Barcelona, e incorpora algunas pequeñas modificaciones en cuanto al uso del
castellano en España, realizadas con permiso del autor. Se pueden seguir los
comentarios al autor en el enlace indicado más arriba. También se puede
comentar escribiendo a info@iepoble9.org
Agradecemos al autor su permiso de hacer
esta difusión.]
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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