Por.
Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
André
Biéler fue un reconocido pastor y economista suizo que colaboró en diversos
proyectos eclesiales en su país y fuera de él. Autor prolífico, fue un
calvinólogo que dedicó varios volúmenes al estudio del reformador francés (El
humanismo social de Calvino, en español: 1973, Hombre y mujer en la moral
calvinista. La doctrina reformada sobre el amor, el matrimonio, el celibato, el
divorcio, el adulterio y la prostitución, en francés, y el libro que ahora nos
ocupa Calvino, profeta de la era industrial. Fundamento y método de la ética
calviniana de la sociedad, 1964), además de su famosa tesis doctoral (1959).
Otras de sus títulos son: El mensaje social de la Iglesia en la economía.
Federación de Iglesias Protestantes Suizas, 1950; Liturgia y arquitectura: el
templo de los cristianos. Nota de Karl Barth. Labor et Fides, 1961; Una
política de la esperanza [1970], prefacio de Hélder Cámara, Paulinas, 1972; El
desarrollo loco. Un grito de alarma de los expertos y un llamado a las
iglesias. Prefacio de Philip Potter, Labor et Fides, 1973, Cristianos y
socialistas ante Marx. Labor et Fides, 1982; Las iglesias y la economía. Labor
et Fides, 1983, y La fuerza escondida de los protestantes. ¿Oportunidad o
amenaza para la sociedad?, 1995. De 1965 es su texto “De Calvin à l’aide au
tiers-monde” (De Calvino a la ayuda al tercer Mundo), publicado en la Revue
économique et sociale : bulletin de la Société d'Etudes Economiques et
Sociales.
Fue
profesor de Ética Social en Ginebra y Lausana, pastor en Ginebra, miembro de la
comisión de la Federación Protestante Suiza para asuntos sociales. En ocasión
del 400º aniversario de la muerte de Calvino, urgió a la asamblea de dicha
federación a reducir los gastos en armamento para utilizar esos recursos en la
ayuda para el desarrollo. Representó a esa federación en las conferencias
ecuménicas mundiales de 1966 y 1968. Ese último año, junto con Lukas Vischer y
Max Geiger, lanzó la Declaración de Berna que solicitaba invertir 3% del PIB
para el desarrollo, propuesta que fue desechada. En 1971 contribuyó a establecer
el Instituto de Ética Social de la citada federación, y más adelante, con otros
amigos, denunció las políticas comerciales de la compañía Nestlé.1
Una
semblanza habla de él en los siguientes términos:
Si existe tal
caracterización de un hombre del Renacimiento en términos de un manejo total
del conocimiento humano y la cultura, entonces André Biéler fue el epítome del
hombre de la Reforma: su vida fue coherente expresión de una erudición
meticulosa y activa, un compromiso efectivo con el mundo de la economía y la
política, informado todo ello por una límpida espiritualidad. Sólo debido a sus
muy protestantes sencillez y discreción fue que no se volvió un gurú para su
generación, pero sí un admirado y respetado hombre de ideas e ideales, que no
sólo inspiró sino también estimuló y guió otras iniciativas de investigación
social.2
Desde
su retiro en la ciudad de Morges, saludó así la nueva edición en inglés de su
libro más conocido: “Aquellos que se proponen leer los escritos de Calvino son
doblemente seducidos. Primero, porque suponen cuán rico es el lenguaje y
aprecian su llamada, sus raíces ancladas en la latinidad, claro que con su
característico toque moderno francés. Entonces descubren una teología que no se
contenta con reflexionar sobre la existencia de Dios: esta forma de escuchar la
palabra divina ilumina la totalidad de nuestra vida”.3
Con
estas convicciones en mente, Biéler afrontó la tarea de esbozar los fundamentos
y el método de ética social calviniana, para lo cual, en el primer capítulo de Calvino,
profeta de la era industrial, se ocupa de definirla como una auténtica ética
cristo-céntrica, pues como explica enfáticamente:
En la teología
reformada, la ética no tiene autonomía. Recibe toda su sustancia y su vida de
la teología, de la cual depende a este respecto totalmente. La ética no existe
sin la teología. De la misma manera, no existe teología evangélica (nada de fe
cristiana viva) sin ética. La ética calviniana no tiene fundamentos, ni
siquiera parciales, en el derecho o en la moral natural, a pesar de ciertas
citas muy frecuentes a las que Calvino hace referencia (y esto lo hace a causa
de las confirmaciones útiles que estas disciplinas aportan a la ética cristiana
desde el punto de vista didáctico). Por el contrario, los modos de aplicación
de esta ética, y su forma histórica, son tributarios de las realidades
socioeconómicas contingentes. Y le son tributarios enteramente. No hay ética
cristiana válida que, bajo esta relación, sea independiente de la historia
profana.4
Esta
toma de posición preside toda la obra y le sirve para establecer que, debido a
esta falta de autonomía, la ética social calviniana no busca solamente el
membrete de “bíblica”, como sucede en los círculos más conservadores, sino que
lo demuestra a partir de sus resultados teóricos y en sus búsquedas de
aplicación concreta. En eso, Biéler es muy claro, pues no basta con predicar
las Escrituras y suponer que se está ejerciendo una noble fidelidad hacia ella;
es preciso “aterrizar” las enseñanzas y arriesgarse creativamente para ponerlas
por obra: “Es necesario que este testimonio se actualice penetrando en la vida
profana; por la reflexión ética, primeramente; y luego, por una acción
concertada que haga pasar esta ética, para comenzar, en la vida privada de los
creyentes y, luego, en la vida de toda la sociedad” (p. 28). Solamente así será
posible afirmar que se está poniendo a prueba la eficacia de los postulados
éticos de la fe cristiana, en el terreno de los hechos, espacio de la prueba
máxima.
Calvino
intentó este tipo de aplicación del mensaje predicado durante sus dos estancias
en Ginebra y conservó hasta su muerte “la visión de una formación global de la
vida humana por la Palabra de Dios; abrazando todos los sectores de la
existencia”. Para él, no existía un “humanismo verdadero” que no comenzase “por
la experiencia de la vida nueva ofrecida por Dios al hombre que entra en
comunión con Él por la mediación de Jesucristo”. Ese sería el fundamento de una
nueva praxis ética dentro de la sociedad. Las buenas obras producidas por la
justificación debían tener un carácter social pues “esta ética no se contenta
[únicamente] con acciones ‘caritativas’ individuales, pues abarca toda la vida
política colectiva en el sentido más amplio del término, englobando las
actividades económicas y todas las relaciones sociales” (p. 30). Esta ética
será bíblica, según el capítulo 2 de la obra, si además, está “acorde con el
dinamismo de la historia”, es decir, que, en consonancia con la acción del
Espíritu Santo como supremo instigador de la palabra divina, impulsa también la
acción global de los creyentes. La afirmación de Biéler sobre las dificultades
para acceder al contenido de las Escrituras en este proceso es contundente:
Sin embargo, la
revelación bíblica es una obra humana, contingente e histórica, cuya sustancia
es divina y no la letra. Eso, como veremos, tiene también una gran importancia
para la elaboración de la ética. Si la Biblia, en efecto, es “el registro
auténtico” del que Dios se ha servido para “depositar su verdad” [Institución,
I, 6, 3], Él ha expresado esta verdad no en su propia lengua (que nos hubiera
sido incomprensible), sino en el lenguaje de los seres humanos, y en el
lenguaje de ciertos hombres, de cierta época (p. 33).
Simultáneamente
a su advertencia sobre la incapacidad humana para comprender la totalidad de la
revelación escrita, Calvino se atrevió, audazmente, a notar la naturaleza
contingente de la Biblia, un libro “escrito en cierto momento de la historia; y
cuya ética, en su formulación legal, está ligada a una civilización y a una
sociedad concreta” (p. 34). Para comprender la enseñanza ética de la Escritura,
será necesario “conocer el medio social en el que vivieron los testigos
bíblicos” y, por supuesto, también “analizar las estructuras políticas y los
mecanismos económicos de su época”. Estas exigencias hermenéuticas conducen a
Biéler a incluir en este capítulo una breve exposición de los llamados “tres
usos de la ley”, puesto que la ética, bien entendida a partir de la obra
redentora efectuada por Jesucristo, viene a ser “una expresión concreta de la
libertad cristiana” (p. 37). Y el manejo de la ley no es discrecional sino, por
el contrario, es resultado de un genuino discernimiento espiritual: “La
sustancia de la ley es, pues, permanente; pero nosotros no estamos de ninguna
manera ligados a su letra. Inspirándonos en su espíritu, tenemos toda la
libertad para adaptar las aplicaciones éticas a las circunstancias, según los
lugares y los momentos de la historia” (p. 41).
Como
consecuencia de su análisis, Biéler sentencia sin ninguna duda, apuntando hacia
una práctica responsable e informada de dicho discernimiento, de la cual
Calvino fue un excelente ejemplo al distinguir con suficiente claridad lo
contingente o aleatorio de la Revelación misma y de los acontecimientos como
tales:
Calvino ha sido
considerado el teólogo que mejor ha mostrado la modernidad de su espíritu y que
ha dado a su método ético un carácter de universalidad y de permanente
actualidad. En una época donde semejantes concepciones eran absolutamente
raras, supo discernir, a la vez, la contingencia histórica de la revelación
bíblica (atada a un dato cultural temporal del que hay que liberarla); y el
dinamismo fluctuante de la historia en la cual esta Revelación (separada de su
contingencia original), debe ser reactualizada.
Referencias
bibliográficas
1
En el sitio de la Radio y Televisión Suiza puede escucharse el reportaje “André
Biéler, un théologien donneur d’alerte” dedicado a Biéler, transmitido el 9 de
diciembre de 2013: www.rts.ch/espace-2/programmes/helvetica/5402502-andre-bieler-un-theologien-donneur-d-alerte-1-5-09-12-2013.html
2
J.-P. Thévenaz y E. Dommen, “André Biéler (1914-2006)”, en Reformed World, vol.
57, núm. 1, marzo de 2007, p. 78.
3 “A greeting from André Biéler on the
translation of Calvin’s Economic and Social Thought”, en A. Biéler, Calvin’s
Economic and Social Thought, Ginebra, Alianza Reformada Mundial-Consejo Mundial
de Iglesias, 2005, p. xix. 4 A. Biéler, Calvino, profeta de la era industrial.
Fundamentos y método de la ética calviniana de la sociedad. Pres. y trad. de
Luis Vázquez Buenfil, pról. de Marta García-Alonso y posfacio de Edward Dommen.
México, Casa Unida de Publicaciones, 2015, p. 27.
Fuente: Protestantedigital, 2015.
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