Por. Nicolau João BAKKER, svd
INTRODUCCIÓN
En este artículo me gustaría presentar a los
lectores el sorprendente libro del economista francés Thomas Piquetty, El
Capital en el siglo XXI. El libro se convirtió inmediatamente en un best-seller.
Así como Carl Max (+1883), Piketty, el nuevo “icono pop” de la
economía, según The Economist, realiza un profundo análisis del
capitalismo, abarcando un período histórico mucho más amplio. Con distintos equipos,
altamente especializados, investigó, durante quince años, las fuentes mundiales
más confiables, sacando a la luz, por medio de una serie de gráficos y tablas,
una auténtica tomografía computarizada del sistema capitalista.
Considero que el libro tiene gran relevancia para
los cristianos, porque todos estamos ante una sociedad cada vez más compleja,
deseosos de captar lo que Dios tiene que decirnos mediante –como nos recuerda Gaudium
et Spes 4 y 11– una lectura atenta de los signos de nuestro tiempo.
Y es bueno recordar que el eje que hace girar todos los engranajes de la
sociedad es la economía. Quien no sabe leer cómo funciona la economía,
difícilmente será una “luz que brille ante las gentes” (Mt 5,16). Quiero
presentar en este artículo solamente una especie de guía de lectura para el
libro de Piketty. Que él hable por sí mismo. Como la Gudium et Spes nos
pide leer los signos de los tiempos “a la luz del Evangelio”, añadiré algunas
observaciones, en este sentido, después del texto.
I
GUÍA DE LECTURA
Cuestión
1: De la renta nacional, ¿qué parte le corresponde al trabajador?
Piketty
dice: Por definición, el ingreso nacional mide el conjunto de los ingresos de
los que disponen los residentes de un país a lo largo de un año (p. 57)…
Ingreso nacional = ingresos del capital + ingresos por el trabajo (p. 60)…
Hoy en día en los países ricos, el ingreso nacional de alrededor de 30.000
euros por habitante, se divide aproximadamente en 21.000 euros de ingreso por
trabajo (70%) y 9.000 euros de ingreso del capital (30%) (p. 68)… El
caso más importante es, sin duda, el de la alta participación del capital
durante las primeras fases de la Revolución Industrial (1800-1860). En el Reino
Unido, cuyos datos son más completos, los trabajos históricos disponibles, sobre
todo los de Robert Allen (que bautizó como “Engel’s Pause” a la larga
paralización salarial), sugieren que la participación del capital se expandió
en diez puntos porcentuales del ingreso nacional, pasando de cerca de 35-40% a
finales del siglo XVIII y principios del XIX, a 45-50% a mediados del siglo
XIX, momento en el que se escribía el Manifiesto Comunista (p. 220).
El concepto de renta nacional es básico en el
análisis de la economía, pues permite conocer cuál es la parte que corresponde
al trabajador y al capital. Los gráficos de Piketty muestran la curva en U: el
capital que era fuerte en el siglo XIX, decreció en la primera mitad del siglo
XX (motivos, entre otros: guerras, devaluación inmobiliaria y financiera, altos
impuestos sobre la renta), y volvió a crecer con fuerza en la segunda mitad del
siglo XX (especialmente con la onda neoliberal).
Cuestión
2: De la renta nacional, ¿cuál es la parte que corresponde al capital?
Piketty
dice: La relación capital/ingreso siguió una trayectoria muy parecida, (en
el Reino Unido y Francia) con una relativa estabilidad en los siglos XVIII y
XIX (el capital nacional valía de seis a siete años de renta nacional en 1910),
pasando después por un enorme choque en el siglo XX, para finalmente
encontrarse en este inicio del siglo XXI, en niveles cercanos a los observados
en vísperas de las guerras del siglo XX (p. 132)… El capital cambió de
naturaleza –era en tierras, se volvió inmobiliario, industrial y financiero–
pero no perdió su importancia (p. 135)… El decil superior de la
distribución de los capitales, aún más que el de los salarios, es en sí mismo
sumamente desigual. Mientras que el decil superior es del orden del 60% de la
riqueza total, como sucede hoy en los países europeos, la del percentil
superior suele ser de aproximadamente del 25% y la del 9% restante de más o
menos 35% (p. 284).
Una tesis central en el libro de Piketty es que la
tendencia actual es la del fortalecimiento del capital. Si la renta media anual
de la economía de un país –por los más diferentes motivos– es de, p.ej. 12% de
la renta nacional, y la tasa de crecimiento de la renta nacional por habitante
fuera del 2%, a largo plazo “el país habrá acumulado el equivalente a seis años
de renta nacional en capital”… Un país que economiza mucho y crece lentamente,
acumula, a largo plazo, una enorme reserva de capital”… “Es la disminución del
crecimiento –sobre todo demográfico– lo que conduce al regreso del capital” (p.
185)… ”En resumen: el crecimiento moderno basado en el crecimiento de la productividad
y de la difusión de los conocimientos, permitió evitar el apocalipsis marxista
y equilibrar el proceso de acumulación del capital. Pero no modificó las
estructuras profundas del capital, o al menos, no redujo verdaderamente su
importancia macroeconómica con respecto al trabajo” (p. 258).
Cuestión
3: El mercado libre, ¿es un ángel o un demonio?
Piketty
dice: La desigualdad fundamental que expresaremos como r > g, en
que r es la tasa de rendimiento del capital (es decir, lo que en
promedio produce el capital a lo largo de un año, en forma de beneficios,
dividendos, intereses, rentas y demás ingresos del capital, como porcentaje de
su valor) y g indica la tasa de crecimiento (es decir, el incremento anual
del ingreso y de la producción), tendrá un papel esencial en este libro. En
cierta manera, resume la lógica de conjunto de mis conclusiones (p. 42)…
Es importante recalcar que la desigualdad fundamental, r > g,
–principal fuerza de divergencia en nuestro esquema explicativo– nada tiene que
ver con una imperfección del mercado… Es posible imaginar instituciones y
políticas públicas que permitan contrarrestar los efectos de esta lógica
implacable –como un impuesto progresivo sobre el capital– pero su instrumentación
plantea problemas considerables en términos de coordinación internacional (p.
43). En resumen: la fuerza fundamental de divergencia que subrayamos en este
libro, y que se puede resumir como la desigualdad r > g, nada tiene
que ver con una imperfección de los mercados, cuya resolución no se alcanzará
con mercados cada vez más libres y más competitivos” (p. 466).
Para Piquetty, el mercado libre es ángel, pero a
falta de políticas públicas adecuadas, se transforma en demonio.
Cuestión
4: En el sistema capitalista, ¿los ricos son siempre cada vez más ricos?
Piketty
dice: La principal fuerza desestabilizadora se vincula con el hecho de que
la tasa de rendimiento privado del capital r puede ser significativa y
duraderamente más alta que la tasa de crecimiento del ingreso y la producción g.
La desigualdad r > g implica que la
recapitalización de los patrimonios procedentes del pasado será más rápida que
el ritmo del crecimiento de la producción y los salarios. Esta desigualdad
expresa una contradicción lógica fundamental. El empresario tiende
inevitablemente a transformarse en rentista y a dominar cada vez más a quienes
sólo tienen su trabajo (p. 643)… Lo más sorprendente es, sin duda, que
en todas esas sociedades (de Europa), la mitad más pobre de la población no
posee casi nada: el 50% de los más pobres de capitales poseen siempre menos de
10% de la riqueza nacional, y en general menos del 5% (p. 281).
Para Piketty, de hecho, “la contradicción central
del capitalismo r > g” hace que los ricos tiendan a hacerse cada vez
más ricos, y, por las tablas y gráficos que presenta, es ésta la tendencia de
la actual fase neoliberal del capitalismo.
Cuestión
5: ¿Cuál es la situación del capitalismo actual?
Piketty
dice: Desde 1970-1980, se asiste a una explosión sin precedentes de la
desigualdad en los ingresos en Estados Unidos. La participación del decil
superior pasó poco a poco de aproximadamente 30-35% del ingreso nacional en los
años setenta a más o menos 45-50% en 2000-2010, es decir, un alza de casi 15 puntos
del ingreso nacional estadounidense (p. 321)… De los 15 puntos de
ingreso nacional absorbidos por el decil superior, alrededor de 11 puntos –casi
tres cuartas partes– fueron para el 1% (es decir, el grupo con ingresos anuales
superiores a 352.000 dólares en 2010), de los cuales aproximadamente la mitad
fue para el 0.1% (el grupo con ingresos de más de 1,5 millones de dólares (p.
324). La nueva desigualdad estadounidense corresponde a la llegada de los
“superejecutivos” (p. 331)… La participación del milésimo superior –el
0.1% de los más ricos– pasó del 2 al casi 10% del ingreso nacional (p. 350)…
Los órdenes de magnitud obtenidos con respecto a la participación del percentil
superior en el ingreso nacional en los países pobres o emergentes son, en una primera
aproximación, sumamente parecidos a los observados en los países ricos (p.
358)… En la actualidad los impuestos han llegado a ser regresivos en la cima
de la jerarquía de los ingresos en la mayor parte de los países, o están a
punto de serlo (p. 549).
Piketty atribuye la aparición de los superejecutivos
al surgimiento de las macroempresas modernas y al extremismo meritocrático, sin
ninguna relación lógica con el aumento de la producción, además de la “la muy
fuerte disminución de la tasa marginal superior en los países anglosajones
desde los años setenta y ochenta, parece haber transformado por completo los
modos de fijación de las remuneraciones de los altos ejecutivos” (p. 369).
Cuestión
6: ¿Podemos continuar hablando de “el” capitalismo?
Piketty
dice: Para un mismo salario promedio de 2.000 euros por mes, la
distribución escandinava, más igualitaria, correspondía a 4.000 euros mensuales
para el 10% de los mejor pagados (de los cuales el 1% de los mejor pagados
recibía 10.000 euros al mes), 2.250 euros para el 40% del medio y 1.400 euros
para el 50% de los peor pagados. En cambio, la distribución norteamericana, la
menos igualitaria observada hasta ahora, correspondía a una jerarquía más
marcada: 7.000 euros para el 10% de arriba (de los cuales, el 1% superior
recibía 24.000), 2.000 euros para un 40% del medio y solo 1.000 euros mensuales
para el 50% de abajo (p. 280)… La historia de las desigualdades depende
de las representaciones que se hacen los factores políticos, sociales y
económicos de lo que es justo y lo que no lo es, de las relaciones de fuerza de
esos actores y de las elecciones colectivas que resultan de ello; es el
producto conjunto de todos los actores interesados (p. 36)… Volvamos un
siglo atrás, a la Bella Época. Hacia 1900-1910 no existía una clase media, en
el sentido preciso de que el 40% del medio era casi tan pobre en patrimonio
como el 50% de los más pobres (el 1% de los más pudientes tenían más del 50%
del total de la riqueza) (p. 285).
Dependiendo del enfoque, tiene sentido hablar de
“el” capitalismo, pero en general, es necesario dejar claro de qué capitalismo
estamos hablando. Dependiendo del tiempo y del lugar, las realidades son
totalmente diferentes. No tiene sentido levantar las placas “condenado” o
“aprobado” sin entrar en los detalles. Las generalizaciones inútiles son muy
comunes, también en la Iglesia.
Cuestión
7: En su análisis del capital, ¿Marx se equivocó o acertó?
Piketyy
dice: Marx pasó totalmente por alto la posibilidad de un progreso técnico
duradero y de un crecimiento continuo de la productividad, una fuerza que, como
veremos, permite equilibrar –en cierta medida– el proceso de acumulación y de
creciente concentración del capital privado. Sin duda, carecía de datos
estadísticos para precisar sus predicciones… El principio de acumulación
infinita defendido por Marx contiene una intuición fundamental para el análisis
del siglo XXI como del siglo XIX (p. 23-24).
Así como para el capitalismo, tampoco valen
las placas de “aprobado” o “desaprobado” para el marxismo. Todo depende de la
perspectiva de la discusión. Marx fue el icono del pasado, Piketty es el icono
del presente.
Cuestión
8: Al hacer su análisis “del Capital”, ¿Piketty aporta algo nuevo?
Piketty
dice: La lección general de mi investigación es que la evolución dinámica
de una economía de mercado y de la propiedad privada que es abandonada a sí
misma, contiene en su seno fuerzas de convergencia importantes, relacionadas,
sobre todo, con la difusión del conocimiento y de calificaciones, pero también
poderosas fuerzas de divergencia, potencialmente amenazadoras para nuestras
sociedades democráticas y para los valores de justicia social en que están
basadas… La solución correcta es un impuesto progresivo anual sobre el capital.
Así sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad y preservar las
fuerzas de la competencia y los incentivos para que no deje de haber
acumulaciones originarias (p. 644-645)… El impuesto progresivo expresa,
en cierta forma, un compromiso ideal entre justicia social y libertad
individual (p. 561).
La propuesta de un impuesto progresivo sobre el
capital, como complemento a los impuestos sobre la renta y la herencia, no
elimina el sistema capitalista, sino que lo innova en el sentido de impedir la
“acumulación infinita” que forma parte de su DNA.
Cuestión
9: En el sistema capitalista, ¿los salarios son siempre rebajados?
Piketty
dice: En Europa Occidental, en América del Norte o en Japón, el ingreso
promedio pasó de un poco más de 100 euros por mes y por habitante en 1700 a más
de 2.500 euros por mes en 2012, multiplicándose más de 20 veces. En realidad,
el crecimiento de la productividad, o sea, de la producción por hora trabajada,
fue aún más elevado. El poder adquisitivo promedio en el Viejo Continente
apenas creció entre 1700 y 1820, luego se multiplicó por más de dos entre 1820
y 1913, y por más de seis entre 1913 y 2012 (p. 103).
Cuidado con esta “media” del poder de compra. Las
medias esconden grandes disparidades. Todos ganaron, pero algunos bastante más
que otros.
Cuestión
10: Con la caída del Muro de Berlín, ¿venció el capitalismo?
Piketty
dice: La teoría de Kuznets elaborada en 1955, trata sobre los años mágicos
del período de la postguerra –cuando las economías desarrolladas crecían con
tasas de hasta un 5% anual– que en Francia fueron conocidos como los “Treinta
Gloriosos”, el intervalo comprendido entre 1945 y 1975. Para Kuznets, bastaba
tener paciencia y esperar que el crecimiento comenzase a beneficiar a todos. La
filosofía de la época podía ser resumida en una frase: 'Growth is a rising tide
that lifts all the boats' (El crecimiento es como la marea alta que levanta
todos los barcos). Optimismo semejante fue propuesto por Robert Solow en 1956
(como la teoría del “crecimiento equilibrado” para todos los grupos sociales
(p. 25).
La euforia capitalista de los “Treinta
Gloriosos”, de hecho, llegó a su auge –a pesar de la estanflación después de
1975– con la caída del Muro de Berlín (1989). La obra de Piketty traza un
panorama histórico mucho más amplio, con gráficos y tablas casi incontestables.
El hecho real es que surgió, en la postguerra en Europa, lo que Piketyy llama
“la clase media patrimonial” (en EEUU Simón Kuznets, hablaba del 10% más rico
representado su “curva en U invertida”): buena parte de la riqueza del 10% más
rico acabó siendo para el 40% del medio. Lo que es importante observar, es que
el 50% de abajo quedase casi en lo mismo. Piketty dice: “No nos equivoquemos,
el desarrollo de una verdadera “clase media patrimonial” constituye la
principal transformación estructural de la distribución de la riqueza en los
países desarrollados en el siglo XX” (p. 285).
Cuestión
11: La tal “meritocracia”, ¿es la solución?
Piketty
dice: En el futuro podemos conjugar los defectos de dos mundos. De un
lado, el regreso de la enorme desigualdad del capital heredado y, del otro,
discordancias salariales exacerbadas y justificadas mediante consideraciones en
términos de mérito y productividad (cuyo fundamento factual, como vimos, es
claramente muy endeble). El extremismo meritocrático puede llevar a una
carrera-persecución entre los superejecutivos y los rentistas, en perjuicio de
todos aquellos que no son ni los unos ni los otros (p. 459).
Piketty afirma que “la desigualdad no es
necesariamente mala en sí: el tema central es saber si se justifica, si tiene
razones de ser” (p. 34). Pero dice también: “Cuando la tasa de remuneración del
capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del
ingreso –lo que sucedía hasta el siglo XIX, y amenaza con volverse la norma en
el siglo XXI–, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades
insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores
meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas”
(p.15). La meritocracia, para Piketty, admite la desigualdad, en cuanto que sea
justa (p. 37). “El capital es potencialmente útil para todos, y si las
sociedades fueran organizadas lo suficiente, todos podríamos beneficiarnos de
él” (p. 166). ¿Qué hacer, sin embargo, con los dolientes y paralíticos que
quedan a la orilla de la camino?
Cuestión
12: La economía, ¿manda en la política, o no siempre?
Piketty
dice: La historia de la distribución de la riqueza jamás dejó de ser
profundamente política (p. 36)… Existen medios para que la democracia y
el interés general logren retomar el control del capitalismo y de los intereses
privados, al tiempo que rechazan los repliegues proteccionistas y
nacionalistas. Este libro intenta hacer propuestas en este sentido, apoyándose
en las lecciones de esas experiencias históricas, cuyo relato constituye la
trama principal de la obra (p. 15)… El fracaso, cada vez más evidente,
de los modelos estatales soviéticos y chinos en los años setenta, conducía a
los dos gigantes comunistas a aplicar, a principios de los ochenta, una
liberación gradual de su sistema económico (p. 155)… La desigualdad
aumentó notablemente desde 1970-1980, pero con fuertes variaciones entre
países, lo que, una vez más, sugiere el papel central de las diferencias
institucionales y políticas (p. 261)
Piketty cree firmemente que una política de
impuestos, anuales y globales, sobre el capital, es perfectamente capaz de
imponer un eficaz control sobre las “locuras” (p. 522) de la economía liberal.
Formas estatizadoras no forman parte de su propuesta, aunque está abierto a
nuevas formas de propiedad colectiva y control democrático del capital (p.
640).
Cuestión
13: ¿El crecimiento económico es una necesidad?
Piketty
dice: El crecimiento siempre consta de un componente puramente demográfico
y uno propiamente económico, el cual permite la mejora de las condiciones de
vida (p. 89)… Si durante los siglos venideros se mantuviera el mismo
ritmo de crecimiento demográfico que el observado entre 1700 y 2012 –es decir,
0.8% anual– se llegaría a una población mundial del orden de 70.000 millones de
habitantes en 2.300 (p. 99)… Con un crecimiento poblacional bajo, es
bastante posible, en apariencia, que la tasa de rendimiento del capital supere
con claridad la tasa de crecimiento, condición que –como señalamos en la
introducción– es la principal fuerza que impulsa hacia una gran desigualdad en
la distribución de la riqueza a largo plazo (p. 88)… No existe ningún
ejemplo de un país que se encuentre en la frontera tecnológica mundial y cuyo
crecimiento de la producción por habitante sea constantemente superior a 1.5%
(p. 111).
Hoy se discute la conveniencia del crecimiento
económico nulo, o hasta del decrecimiento. Piketty no entra en esta cuestión.
Ve el crecimiento como el medio más adecuado para beneficiar también a la clase
trabajadora.
Cuestión
14: El medio ambiente, ¿tiene futuro dentro del sistema capitalista?
Piketty
dice: El Informe Stern publicado en 2006, impresionó a la opinión
pública… Para Stern, la pérdida de bienestar mundial es tal que desde ahora se
justifica gastar el equivalente a cuando menos cinco puntos del PIB mundial
cada año para tratar de limitar el cambio climático futuro (p. 637)
Juzgando el problema del medio ambiente para el
futuro, Piketty se luce...: el problema es fruto del sistema (económico), pero
como acepta el sistema, necesita decir que el problema puede ser resuelto
dentro del mismo.
Cuestión
16: Los paraísos fiscales y otras barreras a la democracia real
Piketty
dice: La función principal del impuesto sobre el capital no es financiar
al Estado social. Sino regular el capitalismo. Se trata, por una parte, de
evitar una espiral de desigualdad sin fin y una divergencia sin límite de la
desigualdad derivada de la riqueza y, por otra permitir una regulación eficaz
de las crisis financieras y bancarias. Sin embargo, antes de poder desempeñar
este doble papel, en primer lugar, el impuesto sobre el capital debe permitir
alcanzar un objetivo de transparencia democrática y financiera sobre la riqueza
y los activos que poseen unos y otros en el ámbito internacional (p. 577)… El
impuesto sobre el capital sería una especie de catastro financiero del mundo,
actualmente inexistente… Cada autoridad fiscal nacional debe recibir todas las
informaciones (internacionales) necesarias para permitirle calcular el
patrimonio líquido de cada ciudadano (p. 579)… La transparencia
financiera internacional es clave para el conjunto del Estado fiscal moderno
(p. 585).
Investigaciones realizadas indican que el 10% del
PIB mundial está escondido en los paraísos fiscales. Piketty admite que, sin
los debidos controles bancarios y sin una transparencia financiera
internacional popularmente accesible, su propuesta de un impuesto progresivo
sobre el capital es poco viable. La creciente competencia entre los países es
el gran obstáculo actual.
Cuestión
16: El impuesto progresivo sobre el capital, ¿es la mejor solución?
Piquetty
dice: La institución ideal que permitiría evitar una espiral
desigualitaria sin fin y retomar el control de la dinámica en curso, sería un
impuesto mundial y progresivo sobre el capital (p. 519)… El impuesto
progresivo sobre el capital es una herramienta más apropiada para responder a
los retos del siglo XXI que el impuesto progresivo sobre el ingreso inventado
en el siglo XX (aunque veremos que estas dos herramientas pueden desempeñar
papeles útiles y complementarios en el futuro) (p. 521) Es necesario
inventar nuevas herramientas para retomar el control de un capitalismo
financiero que se ha vuelto loco (p. 522)… La cuestión del desarrollo de
un estado fiscal y social en el mundo emergente adquiere una importancia
capital para el porvenir del planeta (p. 545). Si la regresividad fiscal
en lo más alto de la jerarquía social se confirmara y ampliara en el futuro, es
probable que tuviera consecuencias importantes en la dinámica de la desigualdad
de la riqueza y en el posible retorno de una intensa concentración de capital
(p. 550). Las mayores fortunas mundiales (incluso las heredadas) aumentaron
en promedio a tasas muy elevadas a lo largo de las últimas décadas (del orden
del 6-7% anual) sensiblemente más altas que el incremento promedio de los
patrimonios) (p. 474)… Un impuesto igual al 1 ó 2% del valor de la
fortuna es relativamente bajo para un creador de empresas muy rentables que
podría llegar a obtener un rendimiento del 10% anual sobre su patrimonio
(p. 588).
Piketty dice que está “vacunado” de por vida contra
los convencionales y perezosos discursos anticapitalistas (p. 46). No quiere
cambiar el sistema económico, mucho menos desmontar el Estado Social moderno.
Su propuesta es: perfeccionarlo. Siendo la media de los ingresos de los ricos
más alta que la media de los ingresos de los pobres, propone, además del
impuesto sobre los ingresos (cuyo “nivel óptimo… sería superior al 80%” (p.
570) y a la herencia, también un impuesto directo y progresivo sobre el capital
acumulado. “Hemos mencionado la posibilidad de una lista de tasas impositivas
al capital con tasas limitadas a 0.1% o 0.5% anual sobre los patrimonios de
menos de un millón de euros, de 1% para fortunas entre uno y cinco millones de
euros, de 2 a 5% para aquellas de entre cinco y diez millones de euros, o 10%
anual para las fortunas de varios cientos o miles de millones de euros” (p.
644)… “Su instrumentación plantea problemas considerables en términos de
coordinación internacional” (p. 43).
Cuestión
17: La deuda pública brasileña, ¿tiene solución?
Piketty
dice: La deuda pública favorece sobre todo a quienes tienen los medios
para prestarle al gobierno, y a quienes hubiera sido preferible hacerles pagar
impuestos. El hecho es que con una deuda pública cercana a un año de ingreso
nacional (más o menos el 90% del PIB) en promedio de los países ricos, el mundo
desarrollado se encuentra hoy con un nivel de endeudamiento que no se había
visto desde 1945 (p. 605)… Son tres los principales métodos que se
pueden combinar en diferentes proporciones: impuesto sobre el capital,
inflación y austeridad. El impuesto excepcional sobre el capital privado es la
solución más justa y más eficiente. En su defecto, la inflación puede
desempeñar un papel muy útil… La peor solución, tanto en términos de justicia
como de eficiencia, es una dosis prolongada de austeridad (p. 606).
La actual deuda pública brasileña (bruta) es de
aproximadamente de 2,5 billones (millones de millones) de reales, pasando del
62% del PIB. El actual tratado de Maastricht (Europa) propone un máximo del
60%. El problema es la tasa absurdamente alta de los intereses que, en Brasil,
es mucho mayor que en los países desarrollados; comprometiendo hasta el 45% de
nuestro presupuesto público anual. ¡Una verdadera espada de Damocles! Con
superávit anual del 2 al 3% del PIB, puede llevar más de un siglo saldar esta
deuda.
Cuestión
18: ¿Continúa creciendo el abismo entre países pobres y ricos?
Piketty
dice: El porcentaje de los países ricos (Unión Europea, Estados
Unidos/Canadá, Japón) en el ingreso mundial alcanza 46% en 2012 y se coloca en
paridad de poder adquisitivo, contra 57% en tasa de cambio normal. La “verdad”
se sitúa tal vez entre esas dos cifras y es, sin duda, más parecida a la
primera. Pero en todo caso, los órdenes de magnitud se mantienen, así como el
hecho de que la participación de los países ricos en el ingreso mundial
disminuye regularmente desde la década de 1970-1980.
Sin importar la medición utilizada, el mundo parece
haber entrado en una fase de convergencia entre países ricos y pobres (p.84)…
La experiencia histórica sugiere que el principal mecanismo que permite la
convergencia entre países es la difusión de los conocimientos, tanto en el
ámbito internacional como en el nacional (p. 88)… Hoy en día, la participación
del milésimo superior es aparentemente de casi 20% de la riqueza total y la del
percentil superior puede situarse entre el 80 y 90%; la mitad inferior de la
población mundial posee, sin duda alguna, menos de 5% del patrimonio total (p.
482).
Los países ricos y pobres (África y Asia) continúan
distanciándose unos de otros, aunque el ritmo está disminuyendo. El gráfico 1.3
de Piketty muestra la desigualdad mundial de 1700 al 2012. Adoptando la media
mundial como 100%, el hiato aproximado es de: 140%/90% (del PIB por habitante)
en 1700, 220%/37% en 1950, 245%-45% en 1990 y 225%/61% en 2012 (p. 77).
Cuestión
19: ¿Cómo será en el futuro el escenario de la economía?
Piketty
dice (cuadro 2.1, p. 90): La tasa de crecimiento del PIB mundial fue en
promedio de 0.1% del año 0 al 1700, 0,5% de 1700-1820, 1,5% de 1820-1913 y 3%
de 1913-2012. En los mismos períodos el crecimiento de la población mundial fue
de 0,1%, 0,4%, 0,6% y 1,4%. La producción por habitante, también en estos
mismos períodos fue: 0,0%, 0,1%, 0,9% y 1,6%. Entre 1700 y 2012, la media de la
producción mundial fue de 1,6%, del crecimiento poblacional 0.8%, y la producción
por habitante 0,8%... Según las previsiones de la ONU, la tasa de
crecimiento poblacional puede permanecer debajo del 4% hasta 2030-2040 y se
establece en torno al 0,1% a partir de 2070-2080 (como antes de 1700)…. La
ley del “crecimiento acumulado” es idéntica a la ley de “rendimientos
acumulados” conforme a la cual una tasa de rendimiento anual de algunos puntos
porcentuales, acumulada a lo largo de varias décadas, lleva mecánicamente a un
muy significativo incremento del capital inicial… La tesis central de este
libro es justamente que una diferencia aparentemente pequeña entre la tasa de
rendimiento del capital y la tasa de crecimiento puede producir, a largo plazo,
efectos muy potentes y desestabilizadores en la estructura y la dinámica de las
desigualdades en una sociedad determinada (p. 90-92).
Piketty prevé para el futuro, un crecimiento
económico lento (aproximadamente 1%). Aun así, las consecuencias para las
sociedades serán muy significativas, para el bien o para el mal.
II.
A LA LUZ DEL EVANGELIO
La Biblia no tiene intención de ofrecer análisis
científicos. Los autores sagrados dicen lo que el Espíritu de Dios les
inspiraba, partiendo de su propia lectura del contexto social y cultural de la
época, y tomando en cuenta la riqueza espiritual transmitida por los
antepasados. La Iglesia, hasta hoy, recorre el mismo camino. Recientemente, en
el Sínodo sobre la Palabra de Dios (2007), el papa Benedicto XVI nos recordaba
la importancia de la lectura canónica: la lectura del presente se ilumina con
la lectura del pasado (uniendo la Palabra revelada con la Tradición
vivenciada). Así, Dei Verbum 8 dice: “La Iglesia, en el transcurso de
los siglos, camina continuamente hacia la plenitud de la verdad divina”.
Hoy percibimos que algo muy parecido acontece en todas
las religiones: todos los pueblos de este mundo, en la búsqueda de una
vivencia, convivencia y sobrevivencia feliz, se enfrentan a los desafíos del
presente, inspirándose en las riquezas culturales (religiosas) del pasado.
Nuestra actual teología del pluralismo religioso se enriquece con una
antropología –en este caso más biológica que cultural– que ve al ser humano
dotado de una carga genética (Benedicto XVI habla de una “gramática” y Tomás de
Aquino de una ley natural) donde las simientes del bien y del mal compiten
entre sí, con la feliz tendencia de que las simientes del bien llevan la mejor
parte. Si de alguna forma, el Espíritu de Dios permea toda la realidad, el “final
feliz” está garantizado. Se aproxima el “banquete nupcial”. ¡Felices los
invitados! (Ap 19,9). La utopía de un final feliz es una utopía humana casi
universal.
Leyendo el libro de Piketty, me vino a la mente el
tono, a veces bastante ácido, de las disputas polémicas en torno a la teología
de la liberación latinoamericana. Y no solamente en los niveles más altos de la
jerarquía eclesial, sino también a nivel básico de líderes laicos comprometidos
con la pastoral social. Con relación a la sociedad, en qué propuesta embarcar:
¿marxismo, socialismo, capitalismo? Si no es ni socialismo, ni capitalismo,
¿cuál es la alternativa? ¿Otro mundo es posible? Piketty se declara vacunado
contra los discursos anticapitalistas. Opta por el mercado libre. Pero
el capitalismo que propone es muy diferente del que hemos visto hasta ahora. Su
propuesta de un impuesto progresivo no solamente sobre los ingresos, sino
también sobre el capital acumulado, va mucho más al encuentro de lo que la
Iglesia siempre defendió: preservar la libertad, pero atarla al objetivo mayor
del bien común. Desigualdad, dice Piketty, sólo cuando es útil al bien común.
La propuesta “laica” de Piketty, sin duda, se aproxima bastante a las
propuestas de la Iglesia.
Pero no me parece que sea ésta la propuesta de
Jesús. Por más que la teoría económica de Piketty, puesta en práctica, pueda
provocar un revisión radical de las “locuras” del actual capitalismo neoliberal
o financiero –y, pastoralmente, debemos apoyar cualquier acción concreta en esa
dirección–, la Iglesia, en principio, no puede aceptar ningún tipo de
capitalismo, por más decente que sea. Como tampoco puede darse por satisfecha
con alguna de las experiencias socialistas puestas en práctica hasta hoy. La
propuesta de Jesús es mucho más radical que cualquier propuesta de la izquierda
política. Por más radical que una sociedad sea, ella no silenciará la oración
del pueblo: “Que venga tu Reino”. El mensaje cristiano apunta a algo que
va más allá de lo históricamente viable. El Reino de Dios ya “está en medio
de ustedes”, pero su concreción final estará siempre en el porvenir (Mt 7,14).
La narración bíblica que más bellamente habla de
todo esto –resumiendo la historia de Israel y la historia de la humanidad– es
la que habla de los graneros abarrotados y de los lirios del campo (Mt
12,13-34). En la perspectiva del Reino es inútil acumular bienes sobre bienes,
consumir siempre más, y destruir graneros para construir otros mayores. Si Dios
viste tan bien lo que es insignificante, ¿por qué preocuparse tanto? Mucho más
que una doctrina, el cristianismo es una espiritualidad, un Camino a seguir. Lo
que importa no es acumular sino compartir. Solamente cuando Dios gobierna, el
corazón humano puede descansar. Nadie permanecerá a la orilla del camino. La
sociedad no será meritocrática, sino “gratuitocrática”, y hasta los cojos y
paralíticos van a andar. La profunda creencia humana en la utopía de la “Tierra
sin Males”, considerada para algunos pura alienación, en verdad es la energía
más fuerte que habita el corazón humano. Eso no dispensa a la Iglesia de hacer
un análisis racional del sistema económico y trabajarlo pastoralmente, pero ésa
es otra cuestión.
Diadema, SP, Brasil
Julio 2015
Traducción de José Miguel Paz
Julio 2015
Traducción de José Miguel Paz
Fuente: Koinonia
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