Por Pablo Caballero
Llorente*
Unas
pocas preguntas inocentes fueron suficientes para desmontar el mito de la ideología de género en una TV noruega.
El
pasado verano tuvo lugar un golpe devastador para la “Ideología de Género”,
curiosamente en los países pioneros de esta teoría. El Consejo Nórdico de
Ministros (Consejo Intergubernamental de Cooperación Nórdico: Noruega, Suecia,
Finlandia, Dinamarca e Islandia) cerró el Instituto de género nórdico NIKK.
Llama la atención que la noticia tuviera poca cabida entre nosotros. Tal vez
porque es una ideología dominante que no consiente otras alternativas a su modo
de pensar. La libertad de pensamiento es sagrada, pero con dos condiciones: que
no pretendamos imponerlo a nadie y que se pueda opinar de modo realmente libre.
NIKK
había sido el promotor de la “Ideología de Género” y proporcionaba la base “científica” a las políticas sociales y
educativas que, a partir de 1970, contribuía a que los países nórdicos fueran
más “sensibles al género”. La decisión de cerrar el Instituto fue tomada
después de que la televisión estatal noruega emitiera un documental en el que
se expone el carácter absolutamente anticientífico del NIKK y su
“investigación”. ¿Por qué el citado Consejo Intergubernamental decidió
cerrarlo? Porque ese programa de televisión −puede verse YouTube con el título
“lavado de cerebro” (primera parte, segunda parte)−, con un entrevistador
desenfadado y sin prejuicios, dejó al desnudo a los cerebros de NIKK.
En
su documental, Harold Eia −así se llama el reportero− realiza algunas preguntas
inocentes a los principales investigadores y científicos del NIKK. Luego
transmite las respuestas a los científicos del mundo, sobre todo Reino Unido y
EE.UU. Esas respuestas provocan risas e incredulidad entre la comunidad
científica internacional, porque esta ideología no viene apoyada por ninguna
investigación empírica. Eia, después de filmar esas reacciones, regresa a Oslo,
y se las muestra a los investigadores de NIKK que se quedan sin habla,
totalmente incapaces de defender sus supuestos. Unas pocas preguntas inocentes
fueron suficientes para desmontar el mito de la ideología de género en una TV
noruega.
En
Italia ha aparecido un libro “Quiero a mamá: desde la izquierda contra el falso
progreso”, cuyo autor es Adinolfi, cofundador del PD italiano (izquierda de
Walter Veltroni), que explica de muchos modos cómo y en qué influye la
ideología de género y anima a luchar razonadamente contra ella. Está movido por
leyes y sentencias que, basadas en esa ideología, admiten las mismas cosas que
ya conocemos en España. En un pasaje escribe, por ejemplo, esto: “Hay que
proclamar una verdad: somos hombres y mujeres… ¡qué estudios de género! Y no
solo eso. Todos nosotros provenimos de la unión de un hombre y una mujer.
Todos. Indistintamente. Esta es una verdad y, como decía Husserl, la verdad
tiene una característica: es autoevidente, no hay necesidad de demostrarla”.
En
Beijing 1995 se dijo que la expresión ideología de género se refiere a las
relaciones entre hombres y mujeres basadas en roles definidos socialmente que
se asignan a uno u otro sexo. Lo que significa que ser hombre o mujer no tiene
nada que ver con la realidad biológica, sino con las funciones que la sociedad
ha asignado a cada sexo. La gente sencilla se asombrará, pero esta ideología
impone que la sociedad nos asigna un papel u otro en función del sexo, pero que
no somos mujeres u hombres en virtud de la genitalidad. Tras eso, unos son
educados en la masculinidad y otros en la feminidad. La ideología de género
afirmará que ambos roles vienen a ser una construcción social y no una
determinación de nuestra genitalidad. Por tanto, lo adecuado es que cada uno
elija.
Sería
muy largo el recorrido por los sucesos anteriores y posteriores a esa reunión
de Beijing, pero lo cierto es que esta cuestión de no identificar sexo
biológico con lo que cada uno es, ha ido pasando a las legislaciones de
diversos países y, por supuesto, del nuestro. Quizá lo último ha sido una ley
andaluza sobre el tema. He leído un artículo donde se dice que es delictivo no
estar de acuerdo con tal asunto. Comencé diciendo que cada uno puede opinar lo
que desee, excepto vivir de que se imponga su doctrina −hasta con aviso de
delito− sin posibilidad de réplica. Uno puede convertirse en homófobo, misógino
o en tranxesófobo (creo que he leído esa palabra u otra parecida). Y ser
perseguido por la justicia.
No
condenaré a nadie, pero me resisto a que me impongan nada, ni siquiera la fe
porque una fe impuesta no sirve. Pueden sacarme las guerras de religión, la
inquisición o lo que gusten, pero prefiero que todos seamos respetuosos con
todos. Pueden también decir una vez más que la Iglesia tiene que ponerse en
orden con el tiempo en que vivimos, pero pienso −y lo expreso sin ambages− que
muchas veces son los tiempos los que se nos van de las manos, es decir, que
aparecen modas, ideas o costumbres que deberían concordar mejor con la
naturaleza de las cosas. Desde la escucha a la opinión diversa, pienso posible
decir sosegadamente que la sexualidad es aquella dimensión humana en virtud de
la cual la persona es capaz de una donación personal específica, como mujer u
hombre
*(Pablo
Cabellos Llorente. Las Provincias 1 diciembre de 2014)
Fuente:
Observatorio de Bioética
No hay comentarios:
Publicar un comentario