Por. Will Graham, España
Me siento, siento, siento evangélico
Las emociones no tienen porqué ser malas. Nos fueron
dadas por Dios por lo tanto pueden ser buenas.
Según las Escrituras, las emociones buenas son
aquéllas que surgen a partir de un amor profundo por Dios y el prójimo mientras
que las malas se basan en el egocentrismo humano. Las emociones, pues, son
moralmente neutrales. Para poner un ejemplo, la ira puede ser buena o mala.
Enfadarse por razones carnales tales como el orgullo o
la pereza es pecado; pero airarse por amor a la gloria de nuestro Padre
celestial es algo bien loable (el caso de Jesús en el templo). Las emociones,
entonces, pueden ser tanto buenas como malas. Todo depende de la raíz. El Señor
pesa los espíritus.
Ahora bien, al mismo tiempo que reconocemos la
importancia de nuestras emociones, hay que tener cuidado con deificarlas. Si
en algo nos ha ayudado el posmodernismo, ha sido su énfasis en el peligro
moderno de deificar la razón. No obstante, su talón de Aquiles es caer en
el error opuesto, a saber, glorificar las emociones subjetivas hasta tal punto
que se convierten en la piedra angular de una nueva clase de religión
occidental.
Tristemente, este tipo de pensamiento ya se viene
dando en el ámbito evangélico sobre todo en determinados sectores donde la
iglesia ya no gira en torno a las Escrituras sino en torno a las impresiones,
sensaciones y emociones humanas.
I.- Emociones en la alabanza
Esta nueva mentalidad posmoderna o emergente produce
un estilo de alabanza dominical basado en los sentimientos y acciones del
adorador. La famosa canción ‘Cuando levanto mis manos’ sería una buena
ilustración. ¿Dónde se percibe la gloria de Dios en aquél canto? Es un canto
sobre el cantante y sus sentimientos religiosos subjetivos; no una alabanza
dirigida al Señor.
Sí, provoca lágrimas; pero para que una canción de
adoración sea teológicamente correcta, necesita hacer algo más que tocar a la gente
emocionalmente. ¡Tiene que ser bíblica!
Esta nueva forma de adoración posmoderna ha generado
una larga lista de cantantes y grupos de adoración cada vez más enfocados en
las sensaciones que en la verdad. Como regla general, lo que importa en nuestra
generación ya no es el contenido bíblico de los cantos, sino las luces
brillantes, el ritmo, el volumen de las altavoces, el talento musical y el
culto a la personalidad.
Es casi imposible asistir a un retiro de jóvenes en
nuestros días sin acabar el tiempo de la alabanza con un dolor de cabeza
impresionante. ¡Ni puedes oír tu voz mientras cantas! Esto no es el plan de
Dios. Semejantes ministerios no se pueden justificar escrituralmente.
Felizmente, en medio de toda esta porquería actual,
hay hermanos y hermanas que no se están rindiendo ante la seducción del éxito y
la popularidad, optando por permanecer anclados en las Escrituras con una buena
ética musical, componiendo canciones en el temor de Dios y aferrándose a la
sana doctrina.
Tal camino no es fácil porque a lo mejor significa que
no vayan a conseguir esos 50.000 seguidores en Facebook que tantos otros
cantantes cristianos ya tienen; o tal vez que no vayan a ser invitados a
ministrar en la próxima conferencia evangélica a nivel nacional.
Pero allí están. Fieles como el Señor mandó,
glorificándole conforme a los dones que Él les ha otorgado. El Padre les
recompensará grandemente aunque no experimenten gloria mundana.
Ahora bien, la música cristiana no es la única área
del cristianismo amenazada por el monstruo del emocionalismo. También está el
púlpito protestante.
II.- Emociones en la predicación
Los predicadores, aunque no lo creas, también sentimos
presión. Y la gran tentación para el heraldo de Cristo de hoy es ser guay,
relevante y cercano.
Todo esto produce una nueva forma de predicación
fundamentada en las emociones humanas. A diferencia de los reformadores
protestantes, los puritanos y de otros gigantes del púlpito tales como
Whitefield, Edwards, Ryle, Spurgeon y Lloyd Jones, ahora todo se trata
aplicación, aplicación, aplicación.
En vez de acercarse al texto bíblico preguntándose,
“¿Qué es lo que el Señor pretende enseñar a los suyos a través de este
versículo/ párrafo?”, el predicador actual corre el peligro de caer bajo el
espíritu de los gurús posmodernos diciendo, “¿Qué versículo bíblico puedo
usar para impactar más a la iglesia? ¿Qué cuento les podré contar para que
se quebranten? ¿Qué testimonio o ilustración podré usar para que más personas
salgan al altar cuando haga el llamado?” Su preparación gira en torno a los
efectos producidos en la congregación; no en la verdad del texto bíblico en sí.
En vez de un enfoque teocéntrico –el cual, por cierto,
siempre alimentará a las verdaderas ovejas del Señor- la tendencia presente es
el enfoque hombrecéntrico o antropocéntrico. Como en el tema de la música,
el éxito ya no se mide en base a la verdad de la Palabra sino en las reacciones
emocionales desencadenadas a partir de ciertos tipos de mensajes.
A lo largo de los años no sé cuántas veces habré oído
versículos como “Todo lo puedo en Cristo” o “Yo sé los planes que tengo para
vosotros” propagados con un espíritu triunfalista y emocionante sin ningún tipo
de explicación contextual. ¡Es infidelidad a la Palabra! Sí, esta manera de
predicar levanta los espíritus de la gente momentáneamente pero no deja de ser
una distorsión de la voz de Dios.
III.- Emociones en la historia del protestantismo
Nuestra situación, sin embargo, no es nueva. El padre
de este movimiento emocionalista se llama Federico Schleiermacher. En su obra
de teología sistemática La fe cristiana (1822) redefine el cristianismo en
términos de las emociones y sentimientos humanos. La religión cristiana, según
su análisis, es vivir con “la experiencia de una absoluta dependencia de Dios”.
A partir de esta experiencia humana, Schleiermacher prosigue a hacer teología.
El problema, claro está, es que ya no estaba
escribiendo un tratado de teología sino antropología. En vez de
empezar con la revelación de Dios en la faz de Cristo, Schleiermacher usa la fe
humana como su punto de partida.
¿Cuáles fueron las consecuencias de tal método
teológico? ¡Desastre tras desastre! Nació la teología liberal, la cual
–siguiendo las pisadas de Schleiermacher- negó más o menos todas las doctrinas
cristianas clave: la Trinidad, la doble naturaleza de Cristo, su obra
expiatoria y la personalidad del Espíritu Santo además de un sinfín de herejías
más. Con razón algunos le han llamado el “Judas Iscariote del siglo XIX”. ¡Todo
esto por engrandecer las emociones humanas en detrimento de la Palabra!
Lo que quiero decir con todo lo antedicho es que la
situación que estamos presenciando no es para nada nueva. La historia se está
repitiendo ante nuestros ojos. Tarde o temprano todos estos teólogos y
cantantes posmodernos que tanto admiramos van a negar la fe en su afán por ser
relevantes, populares y ‘auténticos’ (cosas, por cierto, que la Palabra nunca
elogia).
Si no me crees, lee la biografía de cualquier teólogo
emergente en los Estados Unidos y mira por dónde acabaron (Brian MacLaren, Doug
Pagitt, Scot McKnight, Rob Bell, etc.). Cuando colocamos cualquier cosa encima
de la Palabra de Dios, la iglesia siempre sale perjudicada.
Aplicación
Aprendamos de estos errores, hermanos y hermanas, no
vaya a ser que la misma basura que paralizó una gran parte de la iglesia
británica y americana haga lo mismo con nosotros aquí en la península ibérica.
¡Tengamos cuidado con los artistas musicales y
predicadores que sólo se centran en las emociones y las experiencias sin
solidez doctrinal! Tal forma de ministrar no es fiel al espíritu del protestantismo
clásico.
La verdad de Dios importa.
La doctrina de Dios importa.
La teología importa.
Y nuestras emociones no deben prevalecer contra ellas;
sino más bien sujetarse a las mismas.
Fuente: Protestantedigital,2016
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