La
última consecuencia de la identificación de Jesús con pecadores fue,
precisamente, su muerte en la cruz.
"Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
fin" (Jn 13.1). Habiendo tomado forma de siervo y condición de hombre, fue
"obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2.8).
El
Verbo Encarnado nos redimió, no por rechazarnos y condenarnos, sino por
solidarizarse con nosotros.
Ese fue el camino de su misión. Hecho uno con nosotros, llevó esa solidaridad
hasta lo último: se dejó identificar hasta con nuestro pecado (2 Co 5.21; Gal
3.13) y nuestra muerte (Heb 2.14s).
El
himno de Fil 2.5-11 nos señala el camino de la misión para Jesús y para
nosotros (cf 2.5): el camino del "anonadamiento" (la kenosis) y de la
cruz.
El
mundo y los poderosos no pueden entender (ni algunos cristianos tampoco) que
ese escándalo de la cruz es el poder y la sabiduría de Dios (1 Cor 1.18-24). Por eso, agrega
Pablo, Dios no ha llamado a muchos sabios según la carne, ni poderosos, ni
nobles sino lo débil de este mundo, lo vil y menospreciado, "y lo que no
es, para deshacer lo que es" (1 Cor 1.25-28). Es claro que esta paradoja
del anonadamiento kenótica debe seguir siendo el paradigma cristológico para la
misión nuestra también hoy.
Cuando
la misión de la iglesia degenera en una búsqueda de poder o prestigio en medio
de la sociedad, o cuando privilegia a los ricos y poderosos para dirigirse con
preferencia a ellos (Stg 2.1-7), cae en contradicción flagrante con el modelo
del Crucificado.
Cuando
hace del "éxito" la summum bonum de su escala de valores y la
meta de sus esfuerzos, ha traicionado a su misión en el preciso momento de
creer cumplirla. La iglesia del Crucificado no está llamada a ser la
"Iglesia gran Señora", rica y poderosa, sino la "Iglesia
Sierva", que sigue los pasos de su Maestro, el Señor que se dignó volverse
Siervo Sufriente (Fil 2.7). La misión de la iglesia tiene carácter kenótico.
Muchas
veces la iglesia cae en el mismo error fatal (satánico) de Pedro. Pedro confesó con gran claridad, y
quizá con algo de triunfalismo, que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios
viviente (Mat 16.16). Pero cuando el Señor en seguida anunció su crucifixión,
Pedro se atrevió a darle algunos "consejos", para que la cruz no
tocara al Mesías, ni mucho menos a Pedro mismo y los demás discípulos (16.22).
Pedro
quería tener a un Cristo Salvador y vencedor, pero no crucificado; le atraía el
evangelio de la gracia barata y las ofertas. En su respuesta, Cristo impuso esa cruz que Pedro
repudiaba no sólo sobre sus propios hombros sino sobre los hombros de Pedro
mismo y de todo verdadero discípulo del Señor (16.24s).
La
misión a la manera de Jesús significa para el discípulo negarse a sí mismo y
andar con Cristo gozosamente el camino hacia el Calvario. Misión conforme a
Jesús significa vivir en discipulado radical e integral e invitar a otros a
seguir al Crucificado de la misma manera.
El
relato de los dos testigos en Apoc 11 nos ilustra esta verdad en forma dramática. Mientras ellos soplaban fuego y
realizaban toda clase de portentos (11.5s: la "iglesia de poder"),
sólo lograban enfurecer a los impíos (11.10). Pero cuando murieron con Cristo y
resucitaron con él, muchos glorificaron a Dios (11.13). Los dos testigos
experimentaron en carne propia lo que fue también el gran anhelo de Pablo:
"conocerle a él, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte" (Fil 3.10). En
esas palabras el misionero más grande de la época apostólica nos enseña el
significado de la cruz para nuestra misión.
René
Padilla ha expresado lo mismo en palabras que a primera vista parecen
paradójicas y chocantes: "La primera condición de una evangelización
genuina es la crucifixión del evangelista. Sin ella el evangelio se convierte
en verborragia y la evangelización en proselitismo" [1986:25].
Sólo
el mensaje de la cruz nos puede salvar de caer en una evangelización egoísta, o
en el "culto a la personalidad" de nuestros televangelistas. Igual que los dos testigos, la
fidelidad de nuestra misión brota desde la muerte de nosotros "juntamente
crucificados con Cristo" (Gal 2.20), dispuestos como los dos testigos a
llevar con Cristo el escarnio y el vituperio, la burla y el aparente fracaso,
para vencer con él en el poder paradójico de su resurrección.
La
cruz fue para Cristo el punto final de su camino de identificación con "la
gente mala": publicanos, leprosos, gentiles, y hasta "una mujer de la
ciudad". Su pecado de ser "amigo de publicanos y pecadores" (Lc
15.1) lo hizo insoportable a los fariseos, y fue una de las razones principales
por las cuales se empeñaron en buscar su muerte.
Hoy,
también, la iglesia se encuentra tentada a asumir la actitud de los fariseos y
convertir su misión en simple proselitismo elitista. Nuestro modelo tiene que
ser Aquel que fue crucificado por estar tan cerca de los pecadores que la
"gente buena" lo confundía con ellos como un pecador más. El ejemplo
de Jesús nos desafía a hacernos amigos de los rechazados y los despreciados de
nuestra sociedad, acercándonos tan atrevidamente a ellos como para ser también
rechazados y despreciados como lo fue Jesús. Jesús "fue hecho pecado"
para hacernos justicia de Dios en él (2 Cor 5.21).
No
cabe duda que tomar en serio esta perspectiva bíblica levantará muchas
inquietudes que complicarán nuestra misión. Para mencionar unos ejemplos: ¿Cómo se haría Jesús
"amigo de los drogadictos" si viviera en nuestra sociedad? Otro caso:
hoy las calles de San José están prácticamente "tomadas" por
prostitutas, de ambos sexos y tanto hétero como homosexuales. ¿Cuál sería la
actitud de Jesús hacia ellos y ellas? ¿Cómo podemos nosotros verlos a ellos, en
la esquina de nuestra calle, con los ojos de Jesús? ¿Y qué de las víctimas del
SIDA, sea por homosexualidad, por drogadicción o simplemente por una mala
transfusión de sangre? ¿Una "pastoral del Sida" (como se ha
organizado en algunos países de América Latina) pertenecería a la misión que
Dios nos ha encomendado?
¿Qué
significa hoy ser "amigos" de todas estas personas y muchos otros
(precaristas, pandilleros, guerrilleros, y todos los rechazados)? En realidad,
el ejemplo de Jesús parece muy peligroso.
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
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