Por.
Carlos Martínez García, México
El
conflicto hermenéutico, que derivó en diferencias en otros campos, entre
luteranos y anabautistas/menonitas en el siglo XVI, tuvo un contexto histórico
que es preciso comprender. Este
es el punto de partida de quienes redactaron el documento La sanación de las
memorias: reconciliación por medio de Cristo. Informe de la Comisión
Internacional de Estudio Luterano-Menonita (https://www.lutheranworld.org/sites/default/files/OEA-Lutheran-Mennonites-ES-full.pdf).
Comprender
el contexto histórico no es lo mismo que justificar todo lo llevado al cabo por
los actores sociales que, en el caso aquí estudiado, se confrontaron con
distintos medios a su alcance. El hecho de que sobre un mismo tema, por ejemplo
el bautismo o si era legítimo recurrir a la violencia para imponer la fe, cada
parte llegó a distintas conclusiones derivadas de su entendimiento de la
Biblia, muestra que las condiciones históricas e ideológicas no son
determinantes ni mecánicas en la conformación de ideas y creencias. El contexto
histórico es un condicionante en la formación del imaginario colectivo, sin
embargo el horizonte de comprensión no queda cerrado a ese condicionante,
porque siempre ha habido personas y/o colectivos inicialmente marginales que
visualizaron otras alternativas.
Los
anabautistas al criticar, por su entendimiento del Nuevo Testamento, la
simbiosis Iglesia oficial/Estado, estaban poniendo en entredicho un entramado
religiosos y político que tenía tras de sí trece siglos de vigencia, habiendo
iniciado con la conversión de Constantino el Grande en el año 312. A este
contexto se refirió Gottfried Seebas, luterano y copresidente en 2005 y 2006 de
la comisión que produjo el documento que estamos comentando, al exponer que “deberíamos
tener en cuenta que, dadas las condiciones existentes en el siglo XVI, una
condena de la Iglesia en realidad siempre tenía consecuencias cívicas y
seculares. Los poderes seculares, y con frecuencia también los reformadores
[protestantes], sostenían que los que tenían ciertas creencias no debían ser
tolerados por las autoridades” (p. 19).
La
severa crítica que hizo Martín Lutero en sus 95 tesis a la venta de
indulgencias tuvo distintas repercusiones. La Iglesia católica romana reaccionó con dureza hacia los
pareceres y persona del monje agustino, a quien exigió retractarse o atenerse a
las consecuencias. Entre buena parte de clérigos y pueblo alemán se despertó el
entusiasmo, dado el previo sentimiento anti romano por cuestiones religiosas,
políticas y económicas. Con inusitada rapidez se reprodujeron, tradujeron y
distribuyeron por toda Europa las propuestas de Lutero y estas desataron
movimientos de renovación teológica y eclesiástica.
Inicialmente
varios de quienes llegarían a ser líderes anabautistas fueron partidarios de
Lutero. Después el estudio bíblico constante les llevó a descubrir principios
como el de que ser cristiano era una decisión personal y voluntaria, que,
además, requería de los convertidos compromiso con una comunidad de creyentes
en la cual se practicara el seguimiento de Cristo. Fue entonces que su
disidencia bíblico teológica les hizo, en un mundo en el que imperaba la unión
Iglesia oficial/régimen político, irremediablemente disidentes sociales y
políticos.
El
camino seguido por uno de los líderes de la segunda generación de anabautistas,
Menno Simons, fue el recorrido por la mayoría de quienes tuvieron liderazgo en
las comunidades de creyentes a partir de que el 21 de enero de 1525 un grupo
decidió practicar el bautismo de conversos en Zurich, Suiza. Menno, en Un
fundamento de fe (primera edición de 1539-1540, y una posterior de 1558)
comenta en las primeras páginas que leyó trabajos de Lutero, quien le fue “de
alguna ayuda, porque a través de él supe que los mandamientos humanos no nos
pueden atar a la muerte eterna”. Igualmente recurrió a escritos de Bucero y
Bullinger. Entonces decidió que frente a las discrepancias que encontró tenían
entre sí los reformadores protestantes en distintos tópicos, lo mejor para él
era “estudiar el Nuevo Testamento con diligencia”. A ello dedicó intensas
jornadas, y el resultado fue su ruptura definitiva con la Iglesia católica
romana y toma de distancia de la Reforma magisterial.
Acerca
de la influencia inicial de Lutero sobre quienes después se distanciarían de
él no por lo que enseñaba, que tenían por correcto, sino por lo que dejaba de
lado y que los anabautistas consideraban también central, el documento
asienta que: “los primeros anabautistas se consideraban participantes plenos
del movimiento evangélico más amplio de renovación religiosa, que finalmente se
llegó a conocer como la Reforma: compartían el entusiasmo de los primeros
reformadores por el principio de sola Scriptura, leían los folletos de
los primeros reformadores y participaban con avidez de los estudios bíblicos
laicos, siempre cuestionándose de qué modo las Escrituras podían aplicarse a su
vida. Por cierto, cuando Lutero y otros reformadores empezaron a plantear
serias críticas a la Iglesia entre 1517 y 1521, que finalmente derivaron en una
ruptura con sus oponentes, entre sus primeros seguidores se hallaban muchos de
los primeros líderes anabautistas” (p. 23).
Para
cuando los teólogos luteranos presentaron la Confesión de Augsburgo en 1530, la
mayor parte del liderazgo anabautista que poseía alguna instrucción escolar y
teológica había perecido ejecutado tanto en territorios católicos como
protestantes. Bajo intensa persecución la propuesta anabautista se diseminó y
guardó rasgos distintivos que le dieron identidad. Es cierto que el “movimiento
[fue] profundamente influenciado por la visión de la primera Reforma
(incluyendo el desafío que representaba a las instituciones religiosas
tradicionales y el posicionamiento de las Escrituras como máxima autoridad de
la fe y práctica cristianas), [por otra parte] sus enseñanzas representaban
algo nuevo y aparentemente peligroso. Al hacer un llamado a los cristianos, por
ejemplo, a abstenerse de jurar, de participar en actos de violencia letal o de
asumir cargos judiciales, al parecer estaban amenazando las bases de la
estabilidad política. El modelo económico anabautista de solidaridad e igualdad
social desestabilizaba tanto a los teólogos como a las autoridades civiles,
quienes consideraban que las estructuras sociales tradicionales estaban
establecidas por Dios. Al definir la Iglesia como una comunidad voluntaria,
separada del ‘mundo perdido’, los anabautistas cuestionaban la idea de que
Europa pudiera considerarse legítimamente como una sociedad cristiana”
(p. 25).
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
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